Deseos humanos

Título en castellano Deseos humanos
Titulo original Human desires
Año de filmación 1954
Duración 90 minutos
Pais Estados Unidos
Director Fritz Lang
Guion Alfred Hayes (Novela: Émile Zola)
Música Daniele Amfitheatrof
Dirección de fotografia Burnett Guffey (B&N)
Reparto
Productora Columbia Pictures
Sinopsis Carl Buckley (Broderick Crawford), un maquinista que teme perder su empleo, pide a su mujer (Gloria Grahame) con la que mantiene una fría relación, que interceda por él ante un ejecutivo de la compañía con el que ella había tenido relaciones antes de casarse. Pero, cuando Carl se entera del precio que su mujer ha tenido que pagar para evitar su despido, asesina al directivo durante un viaje en tren. El ferroviario Jeff Warren (Glenn Ford) se enamora de la mujer de Carl, que le confiesa que su marido la está chantajeando.
Premios  
Subgénero/Temática
Crimen, Trenes/Metros

 

tomado de filmaffinity

Críticas

  • «Obra maestra del género negro. (…) Ford y Grahame, la pareja protagonista de ‘Los sobornados’, recrean una pasión turbia y malsana en la que se entrecruzan sexo, crimen y ambición. Una clase magistral de cine.»
    Miguel Ángel Palomo: Diario El País 
  • «Sobresaliente filme (…) un intenso melodrama lleno de pasiones encontradas»
    Fernando Morales: Diario El País 
     

Fritz Lang vuelve a demostrar que es uno de los grandes del cine a través de esta película de pasión, frialdad, celos, amor, odio y muerte. El guión, de Alfred Hayes, se ajusta con esquematismos inevitables, pero con suficiente fidelidad, a la obra homónima de Emil Zola. Extrae de ella una historia en la que las pasiones de los personajes se entremezclan, se desarrollan y se enfrentan con violencia. La fotografía, de Burnett Guffey, acompaña la narración del guión con unas imágenes sobrecogedoras, llenas de expresividad y de gran belleza plástica. Combina enfoques en picado (de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba), luces y sombras intensamente dramáticas, contraluces sorprendentes, secuencias rápidas de planos estáticos y secuencias en las que la cámara se mueve ligeramente para subrayar un gesto o un movimiento de algún personaje. A todo ello se añaden unos magníficos travelings que acentúan la sensación de vértigo imparable que la historia incorpora y explica. La secuencia final en la que la cámara avanza sobre las vias del tren a gran velocidad y en una dirección indefinida constituye uno de los finales más atractivos del cine de todos los tiempos. La banda sonora incorpora una música compuesta e interpretada para acompañar la acción, de modo que ambas se funden en aras de conferir a la película una fuerza inusitada, poco común y de notable eficacia cinematográfica. La interpretación de Gloria Grahame (Vicky), Glenn Ford (Jeff) y Broderick Crawford (Carl) se beneficia de una dirección bien ejecutada por uno de los maestros más notables. En suma, la película ofrece al espectador un drama intenso bien realizado, bien interpretado y bien dirigido.


Es la obra siguiente a la estupenda «Los sobornados» de un año antes en 1953, repitiendo el enorme cineasta austríaco, Fritz Lang, la química brutal existente entre estos dos fabulosos actores, el recientemente fallecido Glenn Ford y la ingenua femme fatale de todo paradigma azabache que se precie, la MARAVILLOSA Gloria Grahame.

Rodada en el áspero blanco y negro ferroviario del prestigioso y oscarizado fotógrafo norteamericano Burnett Guffey («De aquí a la eternidad(1953)» y «Bonnie and Clyde(1967)»), la película es una muestra más del enorme oficio de Lang como extraordinario cineasta con un ramillete de obras maestras en su haber.

Basada en la obra «La bestia humana» del novelista francés Émile Zola, uno de los más destacados exponentes del movimiento artístico de finales del s., XIX y principios del s.,XX que surgió como réplica al romanticismo y surrealismo, el naturalismo, fueron dos las versiones de esta obra llevadas a la gran pantalla; la primera una versión germana de 1920 del cineasta austríaco Ludwig Wolff, y la segunda de 1938 a cargo de Jean Renoir con el título original en inglés de la novela, «The Human Beast».

La obra recrea de manera magistral los ambientes azabaches del género, sólo que focalizados en las vías ferroviarias de las proximidades de Trenton, Nueva Jersey.

Mujeres fatales, ingenuas por naturaleza pero que arrastran a la compañía masculina al caos y la destrucción. Porque a los aparantemente machistas comentarios de la cinta, el propósito del artista austríaco fue precisamente destacar lo contrario; la superioridad de la mujer en cuanto a instinto, y los deseos incontrolables que infunden en el género masculino; Así, cuando la amiga de la ciudad de Vicki Buckley (Gloria Grahame) (aquella que les prestaba a los Buckley su apartamento cada vez que bajaban a la ciudad, o la misma que posteriormente se lo prestaría a su amiga Vicki cuando ésta viva su particular historia de amor con el ex-soldado de Corea Jeff Warren (Glenn Ford)) se dirigió al orondo y viejo marido de Vicki, Carl Buckley, desposeído de su trabajo como ayudante de parque de la estación ferroviaria con aquello de; «…las mujeres son todas iguales, ¿no te has dado cuenta? Tan sólo llevan caras distintas para que los hombres podáis reconocerlas…», Lang no estaba más que reafirmando la superioridad natural de la mujer sobre el hombre, incapaz de dominar sus impulsos y deseos, ni menos de modificar su naturaleza.

En la oscuridad de los túneles por los que pasan los vagones del tren, los seres humanos interactúan a oscuras, desarrollándose miles de combinaciones que se suceden de forma aleatoria y sin mucha lógica. 

Extraordinariamente narrada, fabulosamente rodada,y a pesar de que la historia sea en realidad una simple historia del género noir, logra captar la atención del espectador através de su poderosa y arrolladora mística ambientada en las oscuras y proletarias vías ferroviarias…


tomado de elpais

Fritz Lang, uno de los grandes cineastas europeos de la edad dorada, fue un vienés de origen judío al que su talento y algunos vaivenes biográficos pusieron en la cima del cine alemán de la anteguerra. Entre 1918 y 1933 realizó en Alemania veinte películas, algunas de las cuales son títulos vitales de la historia de este arte. Entre ellos, Los Nibelungos, Metrópolis, El testamento del doctor Mabuse y M. el maldito.

Cuando Hitler, que se proponía borrar de la Tierra todo cuanto tuviera un eco judío, tomó el poder, la gloria del cine alemán se identificaba con el nombre de un Judío. El doctor Goebbels asumió la responsabilidad de elevar a la cumbre la cultura aria. No tenía el doctorcillo cojo y con pinta agitanada muchos escrúpulos. Llamó al judío Lang y le ofreció ponerse al servicio del Tercer Reich y de su olimpo o walhalla ario.

Lang fingió aceptar y, a la mañana siguiente, escapó de Alemania en medio de una rocambolesca aventura, en la que su peor enemigo fue su propia esposa, la escritora Thea von Harbou, una ilustre comunista que se hizo nazi fanática de la noche a la mañana. Era el año 1934 y dos años después inició su etapa en el cine norteamericano con la más fiera diatriba que se haya filmado nunca contra el fascismo: la admirable Furia, uno de los grandes monumentos del cine. Era la respuesta de Lang a la cínica propuesta de Goebbels.

Entre 1936 y 1956, Lang realizó en Hollywood veintidós filmes, algunos de los cuales se cuentan entre los mejores, más perfectos y enérgicos del cine norteamericano: La mujer del cuadro, Rancho Notorius, La sombra de una duda, Perversidad, Deseos humanos. En ellos, el esfuerzo de Lang por unir en un solo e indisoluble estilo las tradiciones del realismo clásico norteamericano con el vasto aparato poético del expresionismo alemán, dio lugar a una serie de obras incatalogables, en las que la transparencia narrativa, de estirpe anglosajona, encubría. a la helada fiebre nórdica que heredaron los grandes discípulos de Max Reinhardt y que creó una escuela inimitable de cineastas, al mismo tiempo exaltados y matemáticos, entre los que se cuentan, además de Lang, Erich von Stroheim, William Dieterle, Douglas Sirk, Billy Wilder, Otto Preminger y, en cierta manera, Joseph von Sternberg.

Deseos humanos, rodada en 1954, pertenece a la última etapa de Lang en Hollywood. Es, tal vez, una de las películas en que con mayor fuerza logró Lang esa identidad entre realismo y expresionismo a que antes me referí. La sutil ruptura entre zona interior y zona exterior del relato, ese sello de estilo en virtud del cual Lang deposita en objetos, en formas exteriores, referencias anímicas estrictamente interiores, adquiere en Deseos humanos una potencia sorprendente.

Poder expresivo

Esto se debe pincpablemente a que, en Deseos humanos, Lang encuentra un objeto cinematográfico de singular poder expresivo y no menos tradición en el cine norte americano: el tren. El tren está incrustado, como acorde argumental, como objeto invasor y misterioso, como presencia amenazante, como tránsito y como alegoría de penetración de la máquina en los territorios vírgenes, en el corazón del western. Lang adoraba los filmes del Oeste y realizó varios. Conocía fondo, por ello, lo que significa el tema del caballo de hierro en las tradiciones del cine norteamericano. Y Lang, en Deseos humanos, lejos del western, lleva estas connotaciones a sus últimas consecuencias, haciendo del tren el cauce alegórico de una pasión interior desbocada y arrolladora.

Lang le pone cuadrícula a una tormenta del espíritu. El tren es el vehículo mítico y mágico de esa energía destructora, al mismo tiempo maléfica y liberadora. Gleen Ford, Broderick Crawford y, sobre todo, la admirable Gloria Grahame -una de las más grandes y peor conocidas actrices norteamericanas- son los vehículos humanos, víctimas de una tensión insoportable, cuya sexualidad indirecta, es decir su erotismo, hace de Deseos humanos una de las películas de amor más violentas y abruptas que se conocen.


tomado de espinof

'Deseos Humanos', Fritz Lang superando a Jean Renoir

Hace poco os hablaba de ‘La Bestia Humana’, adaptación del gran Jean Renoir de una novela de Émile Zola. Por segunda vez en su carrera, Fritz Lang realiza una segunda versión de un film firmado por el maestro francés, la primera fue ‘Perversidad’, revisitación de ‘La Golfa’. A pesar de que los dos films se parecen muchísimo, Lang se aparta totalmente del anterior, llevando la historia a su terreno, logrando una película típica de su director donde su particular universo hace acto de presencia de la mejor de las formas.

Un hombre que regresa de la Guerra de Corea a su puesto de trabajo en una empresa de ferrocarriles, se enamora de la mujer de su jefe, la cual oculta un terrible secreto junto con su marido, Obsesionado con ella, se dejará convencer por la misma para deshacerse de la parte molesta, el marido, y poder estar con ella sin ningún tipo de preocupación.

Mientras Renoir se centraba más en el personaje principal interpretado por Jean Gabin, Lang se centra en el matrimonio, concentrando en ellos toda la fuerza dramática de la historia, la cual toma una nueva dimensión en manos del genial director. Estamos ante un melodrama de altura, como los que tan bien solía hacer Hollywood, pero también estamos ante una cinta de cine negro, terreno en el que Lang sabía moverse bastante bien. No es casual que Glenn Ford y Gloria Grahamefueran los protagonistas de su anterior film, la imprescindible ‘Los Sobornados’, con la que obtuvo tan buenos resultados que pensaron que repetir no era mala idea. Y por mí que hubieran repetido las veces que hiciera falta, porque los resultados vuelven a ser sensacionales.

Glenn Ford estando bien en su personaje, está como en un plano secundario, decisión evidentemente acertada, ya que Lang prefiere turbarnos con el matrimonio que componen la Grahame y Broderick Crawford, una pareja imposible sobre la que nos faltan datos, pero poco a poco vamos comprendiendo su relación. Ella una mujer en apariencia fría, insensible y despreocupada de la vida, él un marido celoso, impulsivo y lleno de rencor y rabia contenida por no poder dar a su mujer lo que ella de verdad necesita. El director se ceba sobremanera en este personaje, genialmente interpretado por el actor, y que lleva hasta más allá del límite. A su lado, brilla con luz propia y cegadora, una Gloria Grahame sencillamente apasionante, llena de morbo y explotando muy bien su sex appeal. Lang interrelaciona a los tres personajes de forma magistral, logrando un mosaico de sentimientos encontrados verdaderamente incontrolable.

Y es que los deseos a los que hace referencia el título están impecablemente retratados en esta película, donde Lang una vez más realiza un estudio sobre el aspecto más oscuro del ser humano. Tres aspectos de una misma pasión, tres formas de enfocar nuestros deseos y de que éstos no nos controlen. Sentimientos entrelazados como las vías de ferrocarril cuando se llega a una estación en la que multitud de raíles convergen, y el camino a seguir no parece claro. Eso, y mucho más, deja patente Lang en su película.

Una película magistral, poderosa, como casi todos los films de su autor. Hasta hace poco estaba editada en dvd, pero fue descatalogada por la distribuidora. A ver si una día hay suerte y se deciden a sacar una edición mejorada, aunque supongo que para eso tendremos que rezar mucho.


tomado de revistaatticus

Es una historia llena de pasiones. Basada en la novela de Zola “La bestia humana”. Lang escenifica un trío amoroso clásico. Una mujer que se encuentra casada con el hombre menos adecuado pero que le sirve para poder mantener su posición y satisfacer sus necesidades (el director nos presenta a Vicki tumbada en el sofá de su casa contemplándose ensimismada cómo le quedan las medias que se acaba de comprar). Pero todo cambia cuando su marido, Carl, le anuncia que le han despedido. Entonces ella ve peligrar ese pequeño status y no pone muchos reparos ante la petición de su marido para que interceda por él ante un antiguo amante. Sabe lo que ocurrirá en el momento en que acuda a ese encuentro. Y su marido no lo sopesa mucho o no le importan las consecuencias. Lo único que quiere es su puesto de trabajo. Y sucede lo esperado. Carl consigue su trabajo pero en ese mismo momento ya dudo de la integridad de su mujer. Sus celos le vuelven una persona enfermiza, violenta y alcohólica que acabarán por destrozar no solo su vida. Cegado por la pasión no duda en asesinar al antiguo amante de Vicki utilizando a su propia mujer como señuelo para cumplir su plan. Un plan que quedará reflejado en una carta que se convertirá en su salvoconducto ante el posible arrepentimiento de su mujer. Y aquí aparece en escena Jeff. Jeff joven apuesto que ha regresado de la guerra a su antiguo puesto como maquinista y que anhela  conducir una máquina y pasear con una persona que le quiera. Lo primero lo tiene, lo segundo también pero tiene que elegir entre la chica mala y la chica buena. ¿Cómo se puede reconocer a una de la otra? le pregunta a Ellen (la hija de su compañero Alec que le acoge en su regreso).

 

A partir de este momento Vicki se muestra manipuladora, seductora y hábil. Se quiere deshacerse de su marido y que mejor herramienta que un hombre que sabe matar, que ya ha matado y que como él mismo ha confesado no es tan difícil matar a un hombre. Vicki va suministrado a dosis la información sobre su vida a Jeff a la vez que le va seduciendo. Jeff cae atrapado en su invisible red. Pero al final Jeff lo ve todo claro y se da cuenta de la jugada. Se siente engañado y manipulado y obra en consecuencia.

Lang utiliza de forma perfecta los silencios (el cine es imagen, no hay que olvidarlo) y el arranque es una muestra de sus intenciones: los dos compañeros de trabajo, sentados en su locomotora se hacen señas o por medio de gestos, como el de acercar la pipa para encender su cigarrillo, se dicen todo; se conocen perfectamente, les sobran las palabras. La película nos muestra unas escenas muy plásticas, con una buena fotografía, con un brillante juego de luces y sombras. Son memorables las escenas con las líneas que forman las vías férreas, con ese suspense entre los trenes, con ese juego de mostrar y de ocultar, subrayado con unos magníficos travelings y una música dramática que acentúan la sensación de vértigo. Queda para la historia del cine la manera con que Fritz Langa arranca y pone fin a la película sobre las vías del tren. El final con el tren marchando sobre la vía a gran velocidad en una dirección indefinida. Y el principio con el tren circulando sobre vías. Vamos sentados en la locomotora y asistimos un tanto embobados al discurrir de tres raíles que se alejan hasta perderse en la lejanía. A veces, van en paralelo, otras se cruzan y el camino se vuelve confuso y otras veces son dos los raíles que siguen un rumbo indefinido mientras el otro se aleja. Tres direcciones que se vuelven una sola en busca de un mismo destino que ejerce sobre el espectador una hipnótica atracción.

Los tres actores principales están inmensos. El director ha querido centrar la historia en el matrimonio más que en el adulterio. Así no es de extrañar que el papel del marido celoso, iracundo y borrachín lo borde el actor elegido, Broderick Crawford. Glenn Ford representa muy bien su papel de hombre atribulado que no sabe dónde está el amor. Al lado de ambos brilla con luz propia la actriz Glora Grahame en su papel de encarnación del mal, de mujer fatal típica en el género negro. Explotando su carga erótica hasta el límite con esos jersey que resaltan la figura en pico de los sostenes imposibles de los años 50/60. Embaucadora, seductora y bella[1].

 

Una película poderosa, magistral con una interpretación sobria y convincente y bien realizada. Y es que los deseos a los que hace referencia el título están impecablemente retratados en esta película, donde Lang una vez más realiza un estudio sobre el aspecto más oscuro del ser humano retratando con acierto esa bestia humana de la que habla Zola en su obra. Tres aspectos de una misma pasión, tres formas de enfocar nuestros deseos y de que éstos no nos controlen. Sentimientos entrelazados de los protagonistas como las vías de ferrocarril cuando se llega a una estación en la que multitud de raíles convergen, y el camino a seguir no parece claro. Así es nuestro futuro y el de los protagonistas, como ese tren que avanza, que se adentra en la oscuridad sin saber muy bien qué hay al otro lado del túnel.

Y, por último, destacar los comentarios machistas que, curiosamente, se ponen en boca de la mujer, en ese caso, de la protagonista Vicki. Uno de ellos viene a decir que en la mujer es más importante la belleza que la inteligencia. Y otro es cuando Vicki le dice a su marido:

“…las mujeres son todas iguales, ¿no te has dado cuenta? Tan sólo llevan caras distintas para que los hombres podáis reconocerlas…”

 

Después de ver la película y dentro del ciclo de cine que el Museo del Patio Herreriano viene realizado en esta ocasión el tercer certamen que lleva por título “El mal en el cine” la ponente Lourdes Otero León, profesora de instituto, asociada a la Universidad de Valladolid dio una conferencia sobre “La mujer y el mal en el cine de Fritz Lang”. Lo primero que hace es introducirnos a la figura de la mujer fatal definiendo varias topologías siendo la más habitual en el cine americano la de mujer oscura, sensual e inteligente que utiliza el sexo para alcanzar sus objetivos. Hace una comparación de las tres versiones que hay sobre “Deseos Humanos”: la versión de Lang, la versión de Renoir y la novela de Zola “La bestia humana”. Continuó con la iconografía con la que se ha representado, desde la figura de Eva, a la mujer fatal en el arte (Betsabé, Salomé, Judith, Dalila, etc.). Posteriormente, Lourdes Otero se adentró ya en el título de su conferencia haciendo un repaso a la filmografía de Fritz Lang con obras como “Los sobornados”“La mujer del cuadro” o “Perversidad”. Por último se dio paso a un debate sobre la película centrándose sobre el papel de la mujer en este film, si es más una víctima o es una mujer fatal, mala (aunque este sea un concepto vago), pero eso lo dejo para ustedes: háganse con esta película y desconecten el móvil, apaguen la luz y disfruten del Cine.

Solo queda agradecer la iniciativa del Museo del Patio Herreriano, Universidad Europea Miguel de Cervantes, la Universidad de Valladolid y la UNED, por hacer posible estas jornadas llenas de cine y dónde puedes disfrutar de algo más que las imágenes: de las ponencias y del debate que suscita la cinta.


tomado de conelcineenlostalones

Valorar una obra cinematográfica nunca es tarea fácil. Mucho menos cuando se trata de una película inspirada en una obra literaria de un genio como el francés Émile Zola y muchísimo más difícil aun cuando está dirigida por directores que se apellidan Lang ó Renoir.

No voy a entrar en aspectos técnicos, para los cuales hay gente mucho más preparada, pero las sensaciones que ha dejado en mi la versión Lang de La Bestia Humana de Zola han sido infinitamente mejores que las que en su día me dejó la versión Renoir, que probablemente tenga un mayor mérito como trabajo de pura cinematografía pero que anda un tanto light en lo que se refiere a pasiones vitales. Y ahí Lang vence a los puntos a Renoir. Al menosasí me lo parece a mi.
 
No es tanto cine negro como cine pasional. En algunas escenas la química Ford-Grahame produce combustiones y ascuas incandescentes. Ambos están bien en sus respectivos papeles, personajes así los desearían muchos actores, pero la resultante de su trabajo, lo que queda en la retina de los espectadores, no es tanto la ortodoxia de su interpretación sino la explosiva reacción de dos elementos alcanzado el punto de ebullición.
 

Pasión en los besos, pasión en las palabras, pasión en las ideas. La pasión como ciego deseo humano, irresistible, capaz de destruir la naturaleza humana, de hacer del hombre una bestia ¿humana?. Este es el resumen de la película, el hombre y la pasión y a la vez el hombre contra la pasión. No confundamos las cosas, de cine negro poco, de melodrama pasional mucho.

Coincido con algunos compañeros de críticas en que no puede calificarse de obra maestra, aunque no desentona para nada en el conjunto de la obra del cineasta alemán. Ahora, eso si, es una película que marca a su director, a sus actores y por descontado a nosotros, los afortunados espectadores de una grandísima película.

 
Porque así, «dinosaurio del cine», se autodefinió Fritz Lang, director de «Deseos humanos», en una larga entrevista que mantuvo con Jean-Luc Godard, en 1964, para el programa de televisión “Cineastas de nuestro tiempo” y que se tituló precisamente “El dinosaurio y él bebé” (Godard, 40 años más joven que Lang, que tenía entonces 74, era el bebé)
Durante la entrevista, Lang y Godard, unidos por la mutua admiración (Lang incluso realizó un cameo en «El desprecio», de Godard), comentan sus particulares concepciones del cine. En un momento de la conversación, el austriaco explica sobre un papel como concibe una escena, como pretende controlar todos los aspectos del rodaje, sin dejar margen alguno para la improvisación (al contrario que Godard). Por ello le gustaba rodar en estudios, no en exteriores, y repetir las tomas cuantas veces creyera oportuno.
En realidad, Fritz Lang fue perfeccionista y exigente hasta la obsesión, lo que causaba grandes problemas en los rodajes. El productor Walter Wanger dijo sobre Lang: «El tiempo que se tomaba y los problemas que creaba superaban todo lo imaginable”. Por su parte, Spencer Tracy se enfrentó duramente al director, durante el rodaje de “Furia”, porque Lang se oponía que el equipo parase incluso para comer.
Pero gracias a ello sus películas transmiten una innegable sensación de perfección; nada en ellas es superfluo, nada en ellas es gratuito. Lang pretendía con sus obras entretener al espectador, pero también hacerlo pensar y, con su precisión de reloj suizo bien engrasado, sus películas consiguen ambos objetivos.

Una de esas obras de factura perfecta es “Deseos humanos” (1954), que al igual que «Perversidad» (1945) es un remake de una película de Jean Renoir. Se basa, como la francesa,  en una novela de Émile Zola “La bestia humana” (1890), la decimoséptima de la serie de veinte con la que Zola, bajo el título genérico de «Les Rougon-Macquart», retrató cinco generaciones de la sociedad francesa.

Zola y Lang, dos genios, cada uno en su género, tuvieron en común el  empeño por retratar minuciosamente  la condición humana. Pero con diferencias sustanciales entre ellos. Zola incidía en la bestialidad existente en esa condición. A Lang le interesaba, esencialmente, la fragilidad que en ella había: una mala decisión, un encuentro infortunado, pueden destruir en segundos lo que somos o lo que creíamos ser. Esta es una constante en la obra de Lang, que se observa en películas como “La mujer del cuadro”, “Perversidad” o la misma «Deseos humanos».
Lang, formado como arquitecto y pintor, se había consagrado ya como director en la Alemania de los años 20  y había iniciado la década de los treinta con la estremecedora “M, el vampiro de Düsseldorf”, su primera película sonora. Pero, el 30 de enero de 1933, Hitler fue nombrado Canciller de Alemania y esto tuvo consecuencias contradictorias para Lang; por una parte los nazis prohibieron su película “El testamento del Dr. Mabuse” y, por otra, Joseph Goebbels, el ministro nazi de Propaganda, le ofreció la dirección de la UFA, la todopoderosa compañía de producción cinematográfica estatal.
Lang dio una versión, probablemente mitificada, de su entrevista con Goebbels, según la cual habría rechazado el cargo alegando que su madre era judía, a lo que el nazi le habría contestado: «Nosotros decidimos quién es ario y quién no». Según Lang, esa misma noche habría huido a Francia.
La realidad es que el director no era un opositor tan significado al régimen nazi como luego manifestó y que no huyó de Alemania la misma noche de la entrevista con Goebbels, sino tres meses más tarde,  impulsado, además de por las justas prevenciones que los nazis le causaban, por el deseo de probar fortuna en Hollywood.

Tras un año en Paris, se marchó a Estados Unidos, donde inicio una nueva etapa en su carrera, en la que logró conjugar sus raíces expresionistas alemanas con el realismo clásico norteamericano (camino que ya había iniciado en M) en una serie de títulos entre los que destacan varios del género negro.

«Deseos humanos» es una de las grandes películas con las que culminó Lang su etapa estadounidense. Como pareja protagonista eligió a Glenn Ford y Gloria Grahame, igual que en «Los sobornados», rodada un año antes (los mismo había hecho en «Perversidad», donde también repitió el trio protagonista de «La mujer del cuadro»). Inicialmente, se había pensado en Rita Hayworth (la gran partenaire de Ford en Gilda, de 1946) como protagonista femenina, pero finalmente la Columbia optó por Gloria Grahame, deseosa de aprovechar el tirón que habían demostrado Ford y Grahame en ”Los sobornados”.
Glenn Ford, en el cénit de su carrera, logró una gran interpretación como Jeff Warren, el hombre sencillo que, tras tres años sirviendo en la Guerra de Corea, regresa para reincorporarse a su trabajo como maquinista de ferrocarril, con la única aspiración de «trabajar un poco, ir a pescar y, de vez en cuando, salir una noche al cine»; un sencillo plan de vida que se frustrará al enamorarse de Vicki, la mujer del brutal Buckley, un compañero de trabajo de Jeff.
El personaje de Jeff Warren es el vehículo perfecto para que Lang exprese su idea sobre la condición humana, sujeta a fuerzas y tensiones incontrolables que pueden arrastrar a los seres humanos a los más oscuros abismos. Esas fuerzas son las que median entre las imágenes iniciales de Warren, con la cara radiante al volver a encontrase al frente de una locomotora, y el rostro sombrío que muestra tras haberse embarcado en una sórdida relación adúltera tras un encuentro casual con Vicki.

Gloria Grahame está también magnífica en su papel de mujer fatal, víctima y verdugo, no movida por la codicia o la ambición, sino por el desesperado deseo de encontrar un “buen hombre”. La encarnación de este personaje, turbio en su desamparo, fue una de las últimas grandes actuaciones de la Grahame que, por un divorcio también bastante sórdido del director Nicholas Rey, unido a ciertos problemas físicos, pronto se vio relegada a papeles televisivos, hasta su temprana muerte a los 58 años. 

Pero quizá la actuación más resaltable en esta película sea la de Broderick Crawford, el tercer vértice del triángulo amoroso, el marido de Vicki. Crawford, en el momento del rodaje de “Deseos humanos”, ya había   conseguido un Óscar protagonizando “El político” (1949), de Robert Rossen, y triunfado con la estupenda comedia “Nacida Ayer”, de George Cukor (1950). En “Deseos humanos” su interpretación es memorable; consigue, con su rostro pétreo, transmitir todas las emociones de un ser humano degrado por los celos enloquecidos, el amor desesperado y el asesinato.

Y, como telón de fondo, un elemento omnipresente en la película: el tren. El tren como escenario de encuentros y asesinatos (por esto último, ninguna de las grandes compañías de ferrocarriles permitió que se rodará en sus instalaciones), parado o en movimiento… Y también sus túneles y vías, como metáforas del oscuro destino que puede caer abruptamente sobre los seres humanos.

Magnífica película de luces y sombras, entendidas tanto en el aspecto moral como en el de la iluminación. Toda la acción transcurre bajo una luz sabiamente utilizada, como era lógico en un maestro formado en el cine expresionista alemán, que sabía utilizar perfectamente las luces y claroscuros a su conveniencia (por ejemplo, el rostro fuertemente iluminado de Vicki mientras le sugiere a su amante, en la sombra, que asesine a su marido).
La película de Lang, aunque se base en ellas, apenas mantiene similitudes con la película de Renoir y, menos aún, con la crudísima novela original, que tiene una trama más compleja y unos personajes que, prácticamente todos, son «bestias humanas» a las que sólo  guían los deseos más abyectos. Lang, con la gran colaboración de Alfred Hayes como guionista, logró depurar la historia original para hacerla aceptable a la censura estadounidense (al Código Hays) y conseguir que el espectador se pudiera identificar y conmover con los personajes, especialmente con el de Glenn Ford (tan lejos del personaje interpretado por Jean Gabin en la película de Renoir y del psicópata Jacques Lantier de Zola).
En definitiva, transcurridos más de cuarenta años de su muerte, Lang, el viejo dinosaurio, a través de sus grandes películas, sigue hollando la historia cinematográfica con la inmensa fuerza a la que su genio siempre le ha dado derecho.

Tras combatir en la Guerra de Corea, Jeff Warren (Glenn Ford) vuelve a su antiguo empleo de maquinista ferroviario. A su misma compañía pertenece Carl Buckley (Broderick Crawford), quien al perder su puesto de trabajo, pide a su atractiva esposa Vicki (Gloria Grahame) que interceda por él ante un pez gordo con el que la joven mantuvo una relación años atrás. Lo que Carl no imagina, es que Vicki tendrá que mantener relaciones sexuales con su antiguo amante para lograr su propósito. Una vez enterado de lo que realmente ha sucedido, Carl, acompañado de su mujer, asesina al viejo ricachón en el interior de un tren. Casualmente, en ese mismo tren viaja Jeff, que al toparse con Vicki  se queda prendado de ella.

Este extraordinario y oscuro melodrama, adaptación de una novela de Émile Zola que ya había sido llevada al cine por Jean Renoir en La bestia humana(La bête humaine, 1938), supone uno de los títulos más sórdidos y brillantes de la carrera del cineasta austríaco, quien muestra, una vez más, su pesimista concepción de la naturaleza humana.

Lang se vale de una compleja trama para relatarnos magistralmente una historia de deseo, sexo, celos, posesión, mentiras y asesinatos; y lo hace trabajando nuevamente con la pareja de protagonistas que tan buenos frutos le había dado en la anterior Los sobornados.

Al inicio de la película, el director plasma a través del personaje de Warren, la sensación de desarraigo que invade a todos aquellos combatientes que han permanecido fuera de casa durante años. Sus existencias se detuvieron en el mismo momento en el que partieron, situación de la que sólo toman verdadera conciencia cuando regresan y ven cómo han evolucionado las vidas de los demás. A pesar de todo, Warren se siente feliz de poder volver a su antigua ocupación y de residir como inquilino en la casa de un viejo amigo cuya hija, una niña cuando se marchó, es ahora una preciosa mujer que le profesa admiración. “Sólo quiero trabajar, pescar y, de vez en cuando, ir alguna noche al cine”. Estas son las únicas aspiraciones de nuestro honrado protagonista; sin embargo, todo cambia para él cuando conoce a Vicki, mujer fatal y víctima (de su marido) a la vez, que lo enredará en una telaraña de medias verdades con el objetivo de que acabe con la vida de su esposo.

El autor de La mujer del cuadro, haciendo gala de su maestría en la captación de atmósferas turbias, maneja de forma admirable unos espacios casi siempre reducidos y claustrofóbicos (los pasillos y compartimentos del tren, el bar, las distintas habitaciones…), en los que los personajes se atormentan y debaten en torno a sus inconfesables pulsiones. También utiliza metáforas visuales, como las imágenes de vías de tren que se cruzan (destinos entrecruzados) o la entrada en oscuros túneles, anticipando de este modo lo que le va a acontecer a Warren.

Espléndidas composiciones del trío principal, y una lograda y expresionista fotografía en blanco y negro, son otros puntos a destacar en esta convincente e inolvidable obra maestra. 


tomado de ivac

Fritz Lang. He aquí un nombre repleto de ecos en la historia del cine. Las más de cuarenta películas que llegó a dirigir, los guiones que escribió y aquellas míticas palabras que Jean-Luc Godard le hacía pronunciar en Le mépris son sólo la parte más visible y plasmada en la pantalla de un larguísimo recorrido. Pero tal vez se encuentre dotado de mayor valor mítico su abandono de aquella tierra que le había reconocido como el más influyente y monumental de los realizadores (y, quede claro, en Alemania durante los años veinte, tal denominación significaba ‘artistas’ en un sentido pleno) para, como paladín de la democracia, huir con poco más que lo puesto a París y, más tarde, a la tierra prometida, Hollywood. Claro que en la célebre oferta del doctor Joseph Goebbels de dirigir la cinematografía del Reich, en la veneración que el mismísimo Adolf Hitler sentía por Metropolis y en su propia huida de la barbarie nazi hay –recientemente se ha arrojado considerable luz sobre el asunto– una buena dosis de leyenda que el mismo Lang se ha encargado de aumentar. Y, a pesar de este envoltorio legendario, lo cierto es que la extraña situación de Lang entre dos universos de discurso y de producción tan diversos como el norteamericano clásico y el vanguardista (o pseudovanguardista) alemán no se ve por ello disminuida en absoluto.

En efecto, la trayectoria de Lang es sumamente dilatada y repleta de accidentes. Guionista de seriales para el cine, se convierte en uno de los clásicos más indiscutibles y tal vez mimados de la cinematografía germana en el curso de los años veinte. Sus superproducciones para la UFA, como Die Nibelungen o Metropolis, dan buena cuenta de hasta qué punto Lang era la más pura expresión del colosalismo de calidad y, por tanto, también el exponente privilegiado de aquello que la más potente empresa productora de imágenes estaba dedicada a publicitar en el extranjero como el genuino cine alemán y, en consecuencia, también aquello que habría de competir con los grandes films norteamericanos. Pues, a diferencia de Friedrich Wilhelm Murnau, Paul Leni, Georg Wilhelm Pabst, Wilhelm Dieterle, Lupu Pick y tantos otros, lo realmente sorprendente de Fritz Lang es su acomodación al modelo de producción hollywoodiense, su pronta conversión en un director seguro y –esto es lo más relevante– el hecho de pasar relativamente desapercibido sin por ello convertirse en un director secundario o de estudio. Su –digámoslo así– discreta autoría o relativo anonimato (ninguna de estas calificaciones es exacta, pero el cruce de ambas se aproxima a los hechos) lo diferencia de los poderosísimos, aunque escasos, directores de renombre en Hollywood, aunque también de los directores de oficio.

En resumidas cuentas, después de una brillante carrera germana, en la que reunió géneros tan distintos como folletines y sagas legendarias, futurismos inciertos y películas de inspiración romántica, tras haber sufrido los traumas y experimentos de la revolución sonora en Alemania, con su rotundo M, Lang ingresa en un universo cinematográfico en el que todo era rigurosamente distinto, trabaja para buena cantidad de grandes y pequeños estudios y productores, como Walter Wagner Productions, 20th Century Fox, Paramount, R.K.O. y rara vez suscita recelos por sus tendencias estéticas, su formación humanística o su procedencia europea. Tal vez con la excepción de Lubitsch (quien se incorporó a la industria norteamericana muy tempranamente –1922~1923– acompañado de una serie de colaboradores de su misma procedencia), ningún otro cineasta procedente de estudios alemanes cosecharía un éxito tan intachable, pero, al mismo tiempo, tan neutral en Hollywood.

Pues bien, el trayecto por medio del cual la figura de Fritz Lang en América fue rescatada del olvido posee ya una considerable historia. Tal vez se deba a los míticos Cahiers du cinéma la primera tarea de reivindicación de éste como de otros ‘autores’ desde el interior de la producción hollywoodiense. Loable tarea ésta que, sin embargo, instituyó a menudo el error de concebir autorías que, en el contexto real de la producción norteamericana, eran más que dudosas. En todo caso, el mérito de esta labor emprendida fue enorme, pues desde los años sesenta la figura de Fritz Lang ha ido cobrando más y más relevancia en los estudios de historia y análisis fílmicos. Ahora bien, sea como fuere, lo que encierra el nombre de Fritz Lang es, para la historia del cine, un enigma de considerable interés. Y, precisamente, la riqueza y belleza de este enigma corren el riesgo de ser encubiertas por las actitudes temerosas que pretenden aún en la actualidad unificar un paisaje disperso. Así pues, unos buscan con ahínco, y acaban por encontrar o imaginar, una continuidad, una homogeneidad en la obra de Lang a través de las distintas épocas, independientemente de los guionistas con los que trabajó en cada momento, el equipo técnico que construía su arquitectura escénica, los productores que supervisaban la labor o el público que consumía sus films e, igualmente, con indiferencia hacia los métodos de producción dominantes. Otros, en cambio, se afanan en defender la riqueza de un Lang vanguardista en su etapa alemana en detrimento de su ‘prescindible’ carrera americana, donde fue cercenado por exigencias del sistema. Unos, pues, construyen la ficción del autor todopoderoso, aun si ésta no existía en los universos de discurso donde Lang intervino; otros justifican su defensa ideológica de la vanguardia atacando con ímpetu todo signo de supuesta cesión ante el gigante hollywoodiense. Es claro que existen multitud de otras posiciones y que, incluso, los dos extremos que citamos permiten un sinfín de gradaciones y matices. Así, unos se esforzaron por demostrar la deconstrucción que Lang opera en el interior del sistema hollywoodiense, mientras otros unificaron su trayectoria desde el punto de vista temático (el consabido titular de ‘cineasta del destino’), estilístico (el no menos archiconocido de ‘expresionista’) o sociológico (el legendario gesto antinazi), por no proseguir enumerando. 

DESEOS HUMANOS A diferencia de su anterior remake de un film de Jean Renoir, Perversidad, que Lang, Walter Wagner y Dudley Nichols eligieron libremente para inaugurar su flamante Diana Productions, Deseos humanos, según La bête humaine, no fue un proyecto propio del director. Surgió de dos premisas básicas. En primer lugar, el productor Jerry Wald estaba entusiasmado con la película de Renoir, especialmente por sus planos de trenes entrando en túneles que él entendía como símbolos sexuales, y quería a toda costa producir una versión americana del tema urdido por Zola. En segundo lugar, la Columbia deseaba repetir el éxito de Los sobornados reuniendo una vez más a Glenn Ford, como el maquinista que vuelve de la guerra de Corea y cae en las redes de una mujer casada y cómplice forzada de un asesinato, y Gloria Grahame como la turbadora Vicki, papel para el que en un primer momento se había pensado en Rita Hayworth.

Pese a ser, posteriormente, una película preparada y rodada con relativa libertad, Deseos humanos sufrió algunas molestas injerencias que dificultaron por un lado, suavizaron por otro, el trabajo de Lang. Ninguna compañía ferroviaria permitió que se filmara en sus trenes y dependencias, porque, como en un momento del film dice el personaje de Ford, Jeff Warren, un asesinato en un vagón de tren no es buena publicidad para la compañía. Al final se tuvo que recurrir a un accionista de la Columbia que poseía una pequeña empresa de ferrocarriles, pero el rodaje tuvo sus limitaciones y se efectuó en plena época invernal.

Lang y su guionista Alfred Haynes, que, como Jerry Wald en la producción, ya había participado en Clash by Night, modificaron varias cosas respecto al film de Renoir y la novela de Zola; unas por decisión propia, otras por grotesca imposición. En cuanto a las segundas, Wald estaba convencido de que la bestia humana del título aludía tan sólo al personaje femenino. Lang y Hayes trataron de convencerle de que el discurso de Zola era determinante con todos y cada uno de los personajes importantes de la historia, pero no hubo forma. 

Tras unas cuantas sesiones de discusiones y pactos, eliminaron muchos de los rasgos originales de Jeff Warren y dibujaron las características de un triángulo amoroso aparentemente convencional. Algunos de los cambios básicos respecto a la película de Renoir: el compañero de Warren, Alec Simmons, no tiene ninguna amante y representa el orden tradicional; Warren no presencia el asesinato en el tren como sí lo hacía el Lantier incorporado por Jean Gabin; tampoco tiene ataques de epilepsia cada vez que mantiene un contacto íntimo con una mujer; Buckley no sabe nada de las relaciones de su esposa y Warren hasta el final del film; Warren no mata a Vicki y se suicida después arrojándose del tren en marcha.

Las modificaciones son obvias y cuantiosas, hasta el punto de que Lang y su guionista acabaron tomando más como pretexto que como inspiración el relato original. En este sentido, su remake se aleja con inspiración personal de la simple mímesis y el llano formulismo. La película de Renoir se desvanece en el recuerdo. Deseos humanos, sirviéndose de algunas ideas de Zola sobre el amor, la posesión y los celos, es una película característica del ideario languiano. Y poco importa que de los tres títulos que se barajaron, el productor impusiera el menos acertado (los otros dos resultaban más contundentes: Human Beast, igual que el original literario, o The End of the Line, título de reminiscencias conradianas). Deseos humanos, esbozando una vez más ese sentimiento de la culpa que emparenta a Jeff Warren con los protagonistas de La mujer del cuadro y House by the River (como ellos, Warren debe callar un crimen por amor), traduce con sombría efectividad los pasajes más amargos de un Fritz Lang que corría con prisas hacia el fin de su trayecto americano.

Miguel Marías escribió certeramente: «Como ese tren no puede salirse de su vía, los personajes languianos no pueden huir del destino implacable que rige y guía sus vidas». No en vano Deseos humanos se abre y se cierra con unos febriles travellings sobre las vías del tren que nos adentran y nos alejan del destino de sus protagonistas. Pero si esos travellings son trazos rectos, sin fisuras, que avanzan inexorablemente sobre las vías cruzándose con otros trenes o entrando animosamente en oscuros túneles, el resto de la película es tortuosa, de reacciones torcidas, de miradas descompuestas, de sombras angustiantes. Carl asesina dos veces, Vicki muere a manos de su marido, Jeff puede albergar alguna esperanza en los brazos de la casi adolescente hija de su compañero Simmons. Sin embargo, su destino no es mucho más limpio que el que ha atenazado a la triste pareja Buckley: Jeff Warren se convierte en amante de la esposa de un hombre por el que siente un cierto respeto, enmudece ante un asesinato, piensa por un momento en matar a Carl cuando éste camina sin rumbo entre vagones y cobertizos tras ser definitivamente despedido, no quiere entender ni perdonar las reacciones de una Vicki atormentada desde que a los dieciséis años de edad se convirtió en amante de un hombre poderoso, y provoca con su decisión la partida de Vicki en un vagón, espacio sinuoso de toda la película, que se convertirá en su féretro en movimiento. ¿Quién es la bestia humana en este arrebatado y trágico melodrama de desesperaciones, traiciones emotivas y fracasos? Pese a los deseos del más bien despistado Jerry Wald, Lang logró trascender las imposiciones, arrojar a la pantalla con respeto el universo degradado de Zola y volcar con sencillez y efectividad su visión del mundo, comprimida aquí en habitaciones sin vida (cuando Warren le dice a Vicki que no quiere seguir viéndola a escondidas en apartamentos prestados, el propio decorado y la planificación languiana hacen más que evidentes la opresión y la infelicidad que rodea a los personajes) y personajes sin esperanzas. 

Deseos humanos, poderosa como esos planos iniciales en los que la cámara de Burnett Guffrey parece mimar y comprender cada fragmento, cada simetría y cada ángulo de los trenes en frenético movimiento, está plagada de grandes soluciones visuales y epidérmicos diálogos sobre la relación más bien funesta entre los hombres y mujeres que pueblan el film. Hacia el comienzo, una amiga de Vicki le dice a Carl que vale más estar guapa que ser inteligente, ya que todos los hombres que conoce tienen ojos, pero ninguno cerebro, para apostillar segundos después que todas las mujeres son iguales, sólo tienen diferente la cara para que los hombres puedan reconocerlas. Semejantes trallazos no dejan de corresponderse con las relaciones que experimentan los tres personajes principales: sólo hay necesidad económica y conformismo sentimental en la vida de Vicki y Carl; nunca hay el brillo del deseo amoroso entre la mujer y Warren, como sí lo hubo en la obre de Lang cuando Joan Bennett se despedía de Walter Pidgeon en El hombre atrapado, o cuando Michael Redgrave vencía esquivamente sus temores y abrazaba a la misma Bennet en Secreto tras la puerta. La planificación de Lang es determinante en este sentido: les dedica a Warren y Vicki un plano medio mientras se abrazan por vez primera y, cuando inician su beso, como si quisiera vulnerar ese aparentemente feliz encuentro amoroso; más tarde, cuando la pareja se esconde en un cobertizo cercano a la estación, Lang los muestra abrazados en la penumbra, como casi siempre lo estarán, y hace aparecer gradualmente a la luz de un tren que se acerca y que termina iluminándoles la cara cuando se besan, como si el cineasta quisiera romper su furtivo secreto; cuando Vicki sugiere el asesinato de Carl, ella está fuertemente iluminada mientras que Warren se desliza una vez más hacia la penumbra. Film de luces y sombras interiores, Deseos humanos se cierra, pese a la renovada ilusión que refleja el rostro de Jeff Warren, como un perpetuo y desolador misterio.


tomado de elcinedesolaris

Deseos humanos – Imágenes de un rodaje

 
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Fritz Lang, Glenn Ford, Gloria Grahame y Broderick Crawford en varios momento del rodaje de ‘Deseos humano’ (Human desire, 1954). Fue un encargo que le plantearon a Lang tras la buena recepción de ‘Los sobornados, o, más bien, qué buen efecto causó la combinación de la pareja Ford-Grahame. Basada en la obra de Emile Zola, ‘La bestia humana’, ya había conocido otra versión de manos de Jean Renoir.’La vida es complicada’, ‘si permitimos que así sea’. Lo segundo es la réplica de Jeff (Glenn Ford) cuando Vicky (Gloria Grahame) expresa lo primero. Y así se pueden definir a los deseos humanos, son complicados porque así permitimos que sean, más bien pasajeros dominados por un tren sin conductor, o conductores que extravían el tren en una red de vías que se convierte en maraña.

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