Sueño eterno, El

Título en castellano El sueño eterno
Titulo original The big sleep
Año de filmación 1946
Duración 100 minutos
Pais Estados Unidos
Director Howard Hawks
Guion William Faulkner, Leigh Brackett, Jules Forman
Música Max Steiner
Dirección de fotografia Sid Hickox (b/n)
Reparto
Productora Warner Brothers
Sinopsis Un general millonario y excéntrico tiene dos hijas que están involucradas en asuntos más bien turbios. Decide entonces llamar al detective privado Philip Marlowe para que resuelva sus problemas familiares. Cuando Marlowe empieza a investigar, descubre muy pronto que las diversas ramificaciones del asunto lo convierten en una auténtica maraña
Premios  
Subgénero/Temática
Crimen, Policiaco, Detectives, Philip Marlowe

 

Enlace a la película completa 

tomado de filmaffinity.com

  • Poco más se puede pedir: el maestro Howard Hawks en la dirección, Sid Hickox encargado de la fotografía, una banda sonora del gran Max Steiner… y Bacall y Bogart en la pantalla. A partir de la brillante novela de Raymond Chandler -sembrada de diálogos insuperables-, tres de los mejores guionistas de Hollywood -entre ellos William Faulkner- adaptaron esté clásico que se echó a dormir en la cima del género negro. El sueño todavía le dura. Un par de años antes casi el mismo equipo -todos en la Warner- habían creado ya otra obra maestra: «Tener y no tener».
    Pablo Kurt: FILMAFFINITY 
  • «Los personajes de Brittle Chandler han sido transferidos a la pantalla con fuerza por la producción y la dirección de Howard Hawks, proporcionando una buena dosis de acción áspera y tensa durante la mayor parte de la película.» 
    Variety 
  • «Lo que recordarás de ella son sus momentos.» 
    Dave Kehr: Chicago Reader 
  • «Es probable que te deje confundido e insatisfecho.» 
    Bosley Crowther: The New York Times
  • «‘El sueño eterno’ es el film noir mejor escrito, mejor dirigido, mejor actuado, y más incomprensible que jamás se ha hecho. (…) Puntuación: ★★★★★ (sobre 5)» 
    Tim Robey: Telegraph 
  • «Ninguna pareja de la pantalla, de antes o de ahora, ha tenido tanta química como Bogart y Bacall. (…) Puntuación: ★★★★ (sobre 5)» 
    Peter Bradshaw: The Guardian 
  • «Lo que se percibe aquí es la agradable visión de dos personas enamoradas que disfrutan tonteando el uno con el otro (…) Puntuación: ★★★★ (sobre 4)» 
    Roger Ebert: rogerebert.
     
     

La más famosa adaptación cinematográfica de Philip Marlowe es, y a estas alturas parece que lo será siempre, El sueño eterno. Las razones son varias. Está firmada por el mejor director que puso sus ojos en Chandler, el gran Howard Hawks. Entre los guionistas, figura nada menos que William Faulkner, en su cuarta colaboración para el director. La novela, de por sí, es estupenda: en ella ya está todo el mundo de Marlowe, toda su entidad dramática y psicológica, al servicio de una trama prototípica, pero que el escritor desgranaba por primera vez, y que además resulta especialmente sintética (es la más breve, en páginas, de todas las novelas importantes del personaje).

Pero todo lo anterior es desdeñable. El sueño eternoexiste en la memoria cinéfila, ante todo, porque es el título primordial sobre el que se basa la mítica, por una vez completamente justificada, de la pareja que formaron Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Unidos por primera vez en la previa y excelente Tener y no tener (1944), del propio Hawks, que según leyenda reformó el guión a medida que iba surgiendo el amor de la pareja, y la subsiguiente química en pantalla, todavía rodarían dos películas más, otro noir estupendo como es Senda tenebrosa (1947, Delmer Daves) y la más irregular pero igualmente estimable Cayo Largo(1948, John Huston). Por supuesto, Hawks subordinó también aquí la novela de partida a Bogart y Bacall, inventando, de hecho, una historia de amor que en el libro no existe, convirtiendo en romance lo que en la novela es sólo, como era habitual en el Marlowe literario, una mera atracción física que siente el detective por la muchacha añadido al rechazo que le produce su casi completa falta de principios morales.

Así, Hawks aprovecha la evidente tensión, en todos los órdenes, que en la novela hay en los contados momentos en que ambos personajes se encuentran (nunca en términos muy amistosos), para ir «rellenando huecos» con la exposición de una historia de amor que resulta encantadora, y que tiene su cúspide en una escena inventada por completo para la película que es justamente célebre, la de la llamada telefónica que sirve para que ambos relajen la tensión con la que han comenzado su relación, tomando como objeto de sus burlas a un pobre agente de policía. De hecho, la audacia de Hawks es tal que cambia el culpable elegido por Chandler, que no mencionaré para aquellos que, improbablemente, no hayan visto la película (¡qué suerte poder hacerlo por primera vez!

Por lo tanto, puede decirse ya, El sueño eterno importa poco como adaptación de Raymond Chandler o como clásico del cine negro, o como película de Philip Marlowe. Su gracia, su atractivo, provienen de su pícara interacción con Bacall. O del magnífico juego que se extrae de un Humphrey Bogart en estado de gracia pronunciando los diálogos y viviendo las situaciones que Chandler pensó para Marlowe, y que los guionistas en general se encargan de respetar (cuando no aportan momentos originales a la altura de los previos). O de la atmósfera viril y poderosa que tenían todos los buenos films de Hawks, o de la fusión entre la peculiar grandeza ética chandleriana, que se une a otra no menos profunda y auténtica, la del cineasta que rodó Sólo los ángeles tienen alas (1939) o Río Bravo (1959), por citar dos títulos de los que pueden extraerse profundas reflexiones morales bajo su (noble) apariencia de films de mero entretenimiento.

Eso sí, no es una película perfecta; de hecho, es más un film de momentos que una construcción global. Su duración es excesiva, y por ello la última media hora se sigue con mucho menor interés (aunque en ella se encuentran las admirables escenas con el matón al que encarna Elisha Cook jr, que despierta en Marlowe su particular sentido de la lealtad hacia los infelices). La complicación de la trama acaba cansando. El personaje de Carmen Sternwood, por imposiciones de la censura (en el original es una ninfómana medio tarada de mucho cuidado), rebaja con mucho su interés, convirtiéndose, en manos de la mala interpretación de Martha Vickers, en un abúlico sonambulismo. Y se subraya demasiado el atractivo pícaro que Marlowe tiene para el otro sexo: llega un momento en que parece que todo personaje accesorio con que se cruza ha de ser una mujer, y guapa, sólo para que haya ocasión a algún cruce de palabras guasón.

Sin embargo, es imposible no dejarse seducir por la personalidad, al mismo tiempo áspera y tierna, madura y un poco infantil, de Bogart-Marlowe, su ingenio sin desmayo y su habilidad para comprender enseguida la psicología de las personas que le rodean, su capacidad para empatizar con los seres en los que, pese a que entran fugazmente en su peripecia vital, sabe apreciar un grado de nobleza, de atractivo o de identificación personal. A este respecto es excelente el modo como refleja uno de los elementos básicos de la personalidad de Marlowe: la consideración de la dignidad como el valor superior del ser humano, aquél por el cual se justifica toda lealtad —aunque ponga en peligro la vida— y por el que merece la pena cualquier cosa. He aquí la razón de por qué El sueño eternoconecta fácilmente con el espectador: por el completo triunfo con que esa empatía señalada en Marlowe se transmite a nosotros.

tomado de diccionario de cine

En el calor del invernadero, Philip Marlowe recibe un encargo. Suda, bebe, fuma y se agobia con el olor de las orquídeas. El General Sternwood le avisa: their flesh is too much like the flesh of men, and their perfume has the rotten sweetness of corruption. Ya estamos avisados. Así, tan magistrales, son los diálogos que William FaulknerLeigh Brackett y Jules Furthman emplean para enredarnos en un relato turbio donde los haya. Conocemos los acontecimientos al mismo tiempo que Humphrey Bogart. Y por eso, quizás, andamos igual de perdidos que él. Tanto da. La cuestión es caminar por las calles más miserables de Los Ángeles. De este modo, Howard Hawks lo apuesta todo a la visceral ambientación, a la ágil puesta en escena y al poder de los grandes personajes. Queda en un segundo plano el jugo de la intriga, intencionadamente enrevesada. Destaca la fotografía en blanco y negro de Sid Hickox, encuadrando los rincones angelinos más sórdidos. Brilla, igualmente, el mano a mano entre Bogart y Lauren Bacall. Él sigue encantado de haberse conocido, con buen olfato para la investigación y una labia prodigiosa. Choca con ella, mujer segura, independiente y poderosa. Se agarra, además, a los cánones de la femme fatale para pincelar este romance cargado de misterio, seducción y mentira. La galería de secundarias, por su parte, es formidable: atención a los papeles de Dorothy Malone como sensual librera, a la avispada Sonia Darrin y a la juguetona Carmen Sternwood, una arrolladora Martha Vickers. Como digo, la trama se vuelve relativa. Lo de menos, a estas alturas, es saber quién lo hizo. El juego de espejos que propone Howard Hawks se agarra a la violencia y al amor para recorrer los senderos más pedregosos y turbadores de las relaciones humanas. Se abraza entonces a la corrupción que desprendían aquellas orquídeas para hilvanar una monumental obra del cine negro.


tomado de luzenlonegro

The Big Sleep (El sueño eterno), publicada en 1939, fue la primera novela que compuso Raymond Chandler y decimos componer porque lo que hizo fue un ejercicio de composición, no musical –que también–, sino de poner al lado, de juntar, de unir –como la literalidad de la palabra indica: “poner con…”–. Porque lo que hizo Chandler, repetimos, es unir dos cuentos previos “Killer in the Rain” (“Asesino en la lluvia”) y “The Curtain” (“El telón”), publicados anteriormente en la revista Black Mask en enero de 1935 y septiembre de 1936 respectivamente. Los juntó, los unió, los entremezcló y los alargó, les añadió nuevos capítulos, nuevos personajes y cambió el nombre a los que ya había y sobre todo, sobre todo, creó a partir de los dos detectives que salían en los dos cuentos previos a Philip Marlowe. Ésa es la verdadera creación de Raymond Chandler.

Porque es Philip Marlowe el que lo une, ensambla, entreteje y arma todo el engranaje de El sueño eterno. Es él el que lo articula, le da forma, lo enaltece y lo soluciona. Y, a la vez, es él el que se crea a sí mismo, montando, ensamblando, investigando, protegiendo y escarbando en el galimatías en que se había ido desarrollando toda la acción de la trama. Porque Marlowe se crea aquí, en la novela, aunque ya en el cuento “Finger Man” (“El confidente”, como se ha traducido recientemente, o “El denunciante”, como se tradujo antes), aparezca y tenga alguno de sus rasgos, pero aún no llevaba el nombre de nuestro protagonista, no era el suyo originalmente, fue el propio Chandler quien lo rebautizó, considerando que sus características esbozaban o eran muy similares a las que luego tendría el protagonista de todas sus novelas. Y no sólo utilizó al protagonista, sino que algunas escenas de ese mismo cuento también están en la novela. Hablamos de la de la ruleta, cuando la chica consigue que el dueño del local Las Olindas –ese garito es el mismo tanto en el cuento como en la novela, no el que lo regenta–, acepte su apuesta de todo o nada. Ya que eso sí, a partir de ahí, Marlowe será ya el protagonista único, el que aparecerá en todo lo escrito posteriormente por Chandler dentro de la novela criminal, se entiende –pues, en contra de lo que la mayoría de la gente piensa, Chandler en los años cincuenta escribió y publicó algunos cuentos de temática fantástica–. Es decir, siete novelas más un último cuento “The Pencil” (“El lápiz”) –aunque su título originalmente en 1959 fue el de “Marlowe Takes on the Syndicate”– y una novela inacabada, como se ve en la bibliografía abajo. (¿Podríamos añadir a su serie la novela de Benjamin Black, The Black-Eyed Blonde, traducida como La rubia de ojos negros, recién publicada en este 2014? Ver lectura de la obra.)

En el primer párrafo de El sueño eterno el propio Marlowe se describe a sí mismo, externamente eso sí: su forma de vestir, que no cambiará ya nunca, su aspecto físico y, para terminar, una introspección final. Y todo eso, él mismo, sólo lo es para sus clientes, un detective privado sólo se hace porque va a visitar y va a trabajar para otros, aunque luego el resultado de su labor, de sus pesquisas, de su actuación pueda beneficiar o perjudicar, según se mire, a su cliente. Porque si algo desprende Marlowe constantemente es su absoluta independencia, pero también, en contra de lo que parece, su fidelidad al cliente, hasta que las circunstancias digan lo contrario.

En este caso la fidelidad hacia el general Sternwood y, a pesar de todo, también hacia sus hijas, Vivian y Carmen, llega hasta el final, aunque los hechos pudieran propiciar lo contrario. Y las actitudes de ambas no sean las más allegadas, aunque flirteen y hasta, en el caso de la segunda, se expongan desnudas delante de Marlowe dentro de su cama y en su propio apartamento.

El sueño eterno se inicia con dos casos en uno, un chantaje y una desaparición –motivos de “Killer in the Rain” y “The Curtain”–. El chantaje tiene que ver con las dos hijas del general y la desaparición aunque sea del marido de Vivian tiene que ver más con el propio general. Y lo que parecen dos asuntos distintos empezarán a tomar cuerpo de uno solo a medida que se vayan agregando invitados a la fiesta y Marlowe se vaya introduciendo en la compleja vida de su cliente, en realidad, de las hijas de su cliente.

Y mientras las escenas se van sucediendo a través de las potentes comparaciones e imágenes de Chandler, la ironía y el cinismo completan el resto a través de los diálogos. Pues la actitud de Marlowe se expresa por medio del trato que dispensa a cada uno y, por ejemplo, no es igual la manera en la que habla con el general y la manera con la que habla a cada una de las hijas, aunque en ambas sea un cínico y la ironía impere sobre todo lo demás. Y son las palabras de Marlowe con las que habla a cada uno de ellos como también están descritos éstos, no sólo descritos sino completados. Desde la primera escena en la que aparece Carmen Sternwood nos damos cuenta de cómo es, no sólo por lo que ella dice o hace, ni siquiera por cómo es descrita su maniática manera de chuparse el pulgar, sino que sólo por cómo le habla Marlowe ya se deja entrever su desequilibrio, y la manera en cómo la trama posterior tiene que ver con eso mismo. 
No vamos a entrar en los caminos no cerrados, como en este caso puede ser la muerte del chófer Taylor, porque queda como un aspecto secundario y no interesante, porque los derroteros van por otro lado, porque la deriva va por otro lado, y Taylor deja de ser interesante casi desde el mismo momento en que aparece muerto, no importa; en cambio sí importan las actitudes de los vivos y sus comportamientos y con ellos el ritmo, porque sus acciones, ante todo y principalmente las de Marlowe van marcando ese ritmo, un ritmo constante que no decae en ningún momento con el que se van amalgamando las situaciones, en ese collage de escenas en el que se ha convertido la novela, pero un collage que al final presenta una estructura muy marcada y muy medida. Y que se cierra como un círculo cuando Marlowe se encuentra con Carmen a la entrada de la casa del general, en Alta Brea Crescent, West Hollywood, como en la primera escena, y se descubre todo.

Nos falta hablar de las mujeres, de las otras mujeres, a parte de las dos hijas del general, que van apareciendo a medida que transcurre todo, Agnes en la trama de Geiger y del chantaje, junto a Brody; y Silver-Wig, en la otra, la de la desaparición del marido de Vivian, Rusty Regan, presunta amante de éste y mujer de Eddie Mars, el dueño de Las Olindas. Las hemos dejado para el final, porque con ellas completamos el cuadro de las mujeres de Marlowe, las cuatro: la loca o desequilibrada, la vividora o fatal, la inconsciente o utilizada y la que se deja engañar por amor o ingenua. Todas las que saldrán después, en el resto de novelas, o las que han salido antes, en los veintitantos cuentos previos tienen esos rasgos ya mezclados o desunidos, pero así son todas ellas.      

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