Fuerza del destino, La

Título en castellano La fuerza del destino
Titulo original Force of evil
Año de filmación 1948
Duración 78 minutos
Pais Estados Unidos
Director Abraham Polonsky
Guion Abraham Polonsky, Ira Wolfert (Novela: Ira Wolfert)
Música Rudolph Polk
Dirección de fotografia George Barnes (B&N)
Reparto
Productora Metro Goldwing Mayer
Sinopsis Joe Morse trabaja como abogado para Ben Tucker, un hombre que se ha enriquecido gracias al clandestino e ilegal negocio de las apuestas. Pero para asegurarse el monopolio de esta actividad necesitan dar un golpe que implique la desaparición de todos los pequeñas casas de apuestas. Casualmente, una de ellas la dirige el hermano de Morse. 
Premios  
Subgénero/Temática  Negocio de apuestas

tomado de filmaffinity

El director, guionista y escritor Abraham Polonsky dirige esta adaptación de la novela de Ira Wolfert “Tucker´s People” una tremenda historia ambientada en los años treinta y donde los gánsteres imponen su ley ante los más débiles. El proyecto producido por Enterprise unió a dos grandes amigos Polonsky y Garfield ambos militantes del partido comunista y que ya habían coincidido en la maravillosa “Body and Soul” donde Garfield daba vida al boxeador judío Barney Ross y Polonsky ejercía de guionista.

Sin duda esta es la mejor película de las que dirigió el neoyorquino ( proveniente de familia ruso-judía). Repleta de gestos característicos del mejor film-noir: relaciones tormentosas, momentos realmente violentos, ambiente sórdido y oscuro en los bajos fondos de la gran ciudad, gánsteres sin escrúpulos movidos por una inagotable ambición, dilemas morales que atormentan al protagonista, la aparición de una femme-fatale, etc. Además de esto añadir una enorme interpretación de John Garfield con unas cuantas secuencias memorables y unos diálogos cargados de tensión y perspicacia.

La fotografía también supone un aspecto importante de la cinta. El paseo por el Nueva York de los grandes rascacielos y el acero de los puentes de la gran manzana son por momentos protagonistas de una historia y representan perfectamente la fisonomía de una gran ciudad que ya por aquellos años treinta era el escenario de una batalla donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres. En medio de este escenario se desarrolla un argumento simple pero efectivo y que Polonsky consigue mantener en interés durante todo en metraje.

En definitiva, una gran obra representativa del esplendor del film-noir y que, por sus posteriores influencias (Martin Scorsese en «Malas Calles» hace un paralelismo entre su protagonista y Joe Morse) y por la propia calidad de la cinta en sí, merece ser recomendada con entusiasmo principalmente a los amantes del género.


Joe Morse trabaja como abogado para Ben Tucker, un hombre que se ha enriquecido a costa de un negocio ilegal de apuestas. Para asegurar y ampliar sus maniobras necesitan dar un golpe millonario que implica la desaparición de todos los pequeños bancos de apuestas clandestinos. Uno de ellos esta dirigido por el propio hermano de Joe Morse.

La fuerza del destino es una maravillosa, pero poco conocida película negra rodada en la edad de oro del film noir norteamericano. La historia de la fuerza del destino nos sumerge en el mundo de corrupción de la Nueva York de los años 40; un mundo cínico y dual, con un turbio trasfondo en el que todo esta controlado por un irremediable sistema de clases que afecta no solo a las grandes empresas, si no también a los pequeños negocios que se ven sumidos en un constante chantaje mafioso. Esta historia tan característica del género negro, se desarrolla en apenas una hora y cuarto de metraje; de tal forma que la trama como es de imaginar, tendrá un ritmo tan endiablado que será capaz de aunar una complicada sucesión de hechos en una corta duración, contando, eso si, con una frescura sorprendente. 

Visualmente la fuerza del destino resulta impactante; los magníficos planos exteriores de Nueva York, cuentan con una belleza y una amplitud de campo enorme, sirvan como ejemplo las últimas secuencias de Joe Morse recorriendo las calles de la gran ciudad, terminando con un largo plano en el que la pareja de protagonistas se alejan con el fastuoso puente de Manhattan al fondo, una maravilla. Pero eso no es todo, el poco reconocido Abraham Polonsky, logra también una excelente dirección en los interiores, haciendo uso de unos encuadres ligeramente desorientados y unos movimientos de cámara que recuerdan al expresionismo del gran Welles. La fotografía parcela de George Barnes, es otro apartado a tener muy en cuenta. El elenco de actores realiza un fastuoso trabajo, en especial John Garfield, el cual interpreta en esta ocasión a Morse un hombre que se empieza a dar cuenta de que su vida se desmorona a medida que va entrando en un ambiente manejado por la mafia, y Beatrice Pearson, una joven poco vividora que se enamora de Morse, al que intentará apartar del camino hacia la autodestrucción que él ha emprendido. El resto de secundarios cumple también una aceptable labor. La música, combinada de la mano de Rudolph Polk, logra esbozar unas sugestivas composiciones orquestales, donde el uso de violines persigue un tono de sordidez y poderío sentimental. 

Exquisito film negro, al que considero tras haber visto y valorado numerosas obras negras, entre ellas títulos como Cayo largo, el halcón Maltés, el sueño eterno… la mejor película dentro de su género jamás rodada. 

«Un hombre puede pasar el resto de su vida recordando lo que no debería haber dicho»


tomado de elblogdeethan

No siempre sucede. Pero a veces nos encontramos con algún actor, actriz o director cuya vida real parece haber sido escrita para la gran pantalla. Es el caso de John Garfield; nacido en un barrio marginal y criado en reformatorios se dedicó a vagabundear por el país, fue boxeador y por fin actor de teatro y cine. La carrera de Garfield fue muy corta pero intensa y uno de sus mejores filmes fue la ópera prima de Abraham Polonsky: La fuerza del destino.

Force of Evil, también conocida en España por El Poder del Mal, se basaba en la novela de Ira Wolfert “Tucker’s People”. Narraba la vida de Joe Morse (John Garfield), un abogado que estaba en la nómina de un gangster. Los “consejos” del letrado iban a permitir que la banda controlara todos los garitos de apuestas de la ciudad después de amañar una especie de lotería primitiva. El problema era que uno de esos pequeños negocios, destinados a la quiebra, era del hermano mayor de Morse, un hombre al borde de un ataque al corazón. Con la inclusión de algún elemento más como la mujer del gangster (Marie Windsor) -una femme fatale que perseguía a Garfield-, la narración en off o la estructura en flash-back, la cinta ingresaba por derecho propio en el club de los largometrajes del género negro.

El cine es un medio de comunicación audiovisual. Pensarán que he descubierto la pólvora, pero tranquilos esta afirmación tan evidente viene a cuento porque no todas las películas –más bien pocas- consiguen un perfecto enlace entre el transmisor –el director- y el receptor –el espectador- gracias al excelente manejo de las palabras y de la imagen. En el filme que nos atañe, Abraham Polonsky lo logra plenamente después de escribir el mismo la adaptación –era un reputado guionista- y de poner en boca de sus personajes sus ideas acerca de la corrupción y del poder que otorga el dinero. Así, en el arranque, consigue crear al protagonista con un par de frases que se oyen en off: “siempre es un día de suerte para el que sigue con vida”, “era el día en que iba a conseguir mi primer millón de dólares; dólares sucios”. Y es que, a veces, una frase vale más que mil palabras. Pero una imagen también. Cuando Joe y su jefe hablan de “negocios” sus figuras aparecen distorsionadas por las sombras gigantescas de ventanas o escaleras, sombras que proyectan los enrejados o barandillas a modo de barrotes de una cárcel imaginaria, confirmando lo ilegal de la operación que se traen entre manos.

Para conseguir la estética correcta y expresar lo que sentía, Polonsky le dio una pista a su director de fotografía –George Barnes, un gran profesional-: le dijo que se fijara en los cuadros que Edward Hopper hizo de la Tercera Avenida de Nueva York; aquellas pinturas reflejaban como nadie la soledad de la gran ciudad. Pero lo que no sabía el realizador es que los excelentes planos generales del final –con un atormentado John Garfield en una ciudad semidesierta, de paredes interminables y puentes amenazantes- traspasaron lo fílmico para adentrarse en la realidad. En efecto, la lucha de Joe Morse contra el sistema que el mismo había creado, se convierte en la soledad del propio John Garfield frente a esa inmensidad urbana que los hombres habían erigido para, paradójicamente, convertirlos en seres insignificantes y sin personalidad propia. Así debía sentirse el actor cuando le confirmaron su inclusión –y la de Polonsky- en la tristemente famosa Lista Negra del HUAC (Comité sobre Actividades Antiamericanas).

Para un actor aquejado de problemas cardíacos, la persecución a que fue sometido y el consiguiente destierro –la falta de trabajo- por no querer delatar a ningún compañero, y por no admitir nunca su pertenencia al partido Comunista, resultaron fatal. Cuatro años después, el 21 de mayo de 1952, en el mejor momento de su carrera, fallecía John Garfield a la edad de 39 años. Sólo nos queda el consuelo de que el senador McCarthy no se saliera totalmente con la suya: miles y miles de seguidores de la estrella acudieron a despedirlo en un entierro multitudinario, el mayor desde la muerte de Rodolfo Valentino.


 

 
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