Dama del lago, La

Título en castellano La dama del lago
Titulo original Lady in the lake
Año de filmación 1947
Duración 105 minutos
Pais Estados Unidos
Director Robert Montgomery
Guion Steve Fisher (Novela: Raymond Chandler)
Música David Snell
Dirección de fotografia Paul Vogel (B&N)
Reparto
Productora Metro Goldwin Mayer
Sinopsis Una editora literaria (Audrey Totter) encarga al detective Phillip Marlowe (Robert Montgomery) encontrar a la misteriosa mujer de su jefe (Leon Ames), que supuestamente ha huido con un amante (Richard Simmons) y tal vez ha provocado una muerte.
Premios  
Subgénero/Temática
Crimen, Detectives, Philip Marlowe, Plano subjetivo

 

tomado de wikipedia

La dama del lago es conocida por estar rodada en cámara subjetiva. Es muy probable que si no fuera por esta filigrana la película sería bastante menos conocida ya que como ejemplo de cine policiaco de los cuarenta los hay mucho mejores sin recurrir a esta discutible técnica, que además acaba jugando en contra del conjunto de la película dándole un aire de confusión y cierta falta de respeto al espectador un poco molesto.
Una pena ya que la excelente novela de origen, obra del maestro Raymond Chandler, hubiera sido suficiente para dar pie a una auténtica obra maestra, pero Robert Montgomery (de quien aprovecho para reivindicar su excelente y desconocida «Persecución en la noche» ) no aprovecha la profundidad de base y supedita toda su efectividad a un virtuosismo de dudosa eficacia.
No obstante su lograda atmósfera, la excelente fotografía y unos buenos actores la ayudan a inscribirse con derecho propio dentro del buen, que no del mejor, cine negro de la época convirtiéndola pese a sus defectos en una obra recomendable.


Primera y creo que única película rodada íntegramente bajo el peso del plano subjetivo (a exceptuar el prólogo, un intermedio explicativo y el epílogo). El mismo año, Delmer Daves, consiguió integrar unos treinta minutos de película narrado con plano subjetivo en La senda Tenebrosa. Pero a diferencia de este trabajo de Montgomery, Daves intercalaba el plano subjetivo del personaje de Humphrey Bogart, con el resto de planos objetivos necesarios para hacer avanzar la historia. Incluso el motivo del uso del plano subjetivo no era un mero capricho artístico, sino que era fundamental para la historia. 

Los tres momentos en que Montgomery deja el plano subjetivo son para mostrarnos al propio actor-director hablando a la cámara tras la máscara del personaje que interpreta: Phillip Marlowe. Fallo garrafal de Montgomery al no poder desembarazarse del encorsetamiento literario.

De nuevo, con la materia prima del novelista de moda de los cuarenta en Hollywood, Raymond Chandler, Robert Montgomery realiza su primera incursión en la dirección (aunque dirigió -sin acreditar- escenas que Jonh Ford no pudo rodar debido a problemas de salud en el drama bélico No eran imprescindibles) con una propuesta arriesgada, inicialmente interesante y finalmente insoportable.

El empleo continuo del plano subjetivo tiene un hándicap importante. El actor debe mirar a la cámara sin por ello perder la naturalidad. El espectador no debe ver al actor como si se encontrara en una sala de reconocimiento tras un falso espejo, sino que tiene la difícil tarea de obviar la cámara que se interpone entre el actor y el espectador. Cuando no existe naturalidad en casi ninguna de las representaciones, se rompe el encanto del Hollywood dorado. Audrey Totter está infumable en toda la película y desgraciadamente, representa al personaje con más minutos en pantalla.

El problema de supeditar toda una historia a un tipo de plano es que la imagen acaba arrugada bajo la absurda imposición. El plano, siempre debería ser funcional, y si desgraciadamente es gratuito o simplemente sobre informa al espectador distraído, debería al menos, tener la fuerza para sustentar la escena de forma aislada. Pero para ello debe haber un trabajo de puesta en escena que rara vez es eficiente. A pesar del virtuosismo de la propuesta, sólo alguna escena, con juegos de espejos y escondiendo de manera loable la cámara, podría ser recordada como meritoria.


tomado de espinof

En 1947 fueron dos las películas que se rodaron usando la técnica de la cámara subjetiva que es cuando la propia cámara simula ser uno de los personajes y lo vemos todo a través de su punto de vista. Es algo que se ha realizado en muchas, muchas películas, pero únicamente en una determinada escena y por poco tiempo. ‘La Senda Tenebrosa’, esa gran película del gran Delmer Daves lograba narrar tres cuartos de hora de película siguiendo esa técnica, dando como resultado un magnífico film donde dicha técnica estaba perfectamente justificada en el argumento de la película. Robert Montgomery quiso ir más allá rodando la adaptación de una novela del mítico Raymond Chandler en ‘La Dama del Lago’ rodando enteramente toda la película en cámara subjetiva, salvo unos cortes en los que el propio director hablándole directamente al espectador aclara ciertos puntos de la historia. Desde luego no hay que negar que Montgomery se arriesgó por completo al querer rodar la película de esta forma. La historia es bastante confusa, algo que al parecer era muy habitual en las novelas de Chandler quién reconocería ante algún director famoso que adaptó alguna de sus obras que ni él mismo sabía el porqué de algunas incoherencias en sus argumentos que llevaban a cierta confusión. Aquí tenemos al archiconocido Philip Marlowe aceptando un caso en el que tiene que encontrar a la mujer de un importante empresario la cual ha desaparecido. Una caso en apariencia nada complicado pero que por supuesto y cómo ocurre siempre en este tipo de películas, hay más de lo que realmente parece a primera vista.

El rincipal problema de la cinta es lo cansino y pesado que resulta el hecho de estar viéndolo todo a través de los ojos de Marlowe, personaje que nunca mejor dicho, lleva el peso de absolutamente todo el film. De este modo, la historia en cuestión nos es narrada o relatada por un montón de personajes que van apareciendo unos tras otros y que le hablan a la cámara (Marlowe) soltando un montón de datos, algunos de ellos inconexos y que terminan resultando un lío. Dicha confusión ya se produce a los diez minutos de proyección, por lo que el espectador se encuentra perdidísimo, y sólo gracias a las intervenciones del director logramos aclarar algo del asunto. Intervenciones que por totro lado rompen bruscamente el ritmo de la historia, aunque Montgomery lo incluye porque es un recurso que también se utiliza en la novela. Craso error, ya que en la película no funciona absolutamente nada.

Respecto al trabajo actoral, decir que Robert Montgomery, que aparte de dirigir actuaba, siempre fue un actor mediocre y aquí los demuestra con creces. Lo bueno del asunto de la cámara subjetiva es que tenemos que verle pocas veces y así sólo oímos su voz, la cual parece siempre como fuera de escena, nunca mejor dicho. El personaje de Marlowe nunca parece totalmente integrado en la historia, y su voz resulta como muy exagerada. Lo mismo le pasa al resto de actores, que se pasean por delante del objetivo con extrañas caras de asombro o mirando demasiado fijamente al espectador, por no hablar de gestos forzados. Al respecto citar a Audrey Totter, que realiza una interpretación exageradísima de su personaje. Sólo se salvaLloyd Nolan, que parece imprimirle algo de profesionalidad al asunto y actúa como un actor de verdad resultando enormemente creíble.

Una floja película, bastante aburrida, y que tiene únicamente la originalidad de la cámara subjetiva, que por un lado resulta fascinante e incluso delirante, pero por otro termina lastrando las posibilidades de un relato algo confuso, pero con el que se podría haber realizado una gran obra de cine negro. Una pena.


 

Hoy les hablaré sobre La dama del lago (Lady in the Lake), adaptación de la novela homónima de Raymond Chandler dirigida y protagonizada por Robert Montgomery, quien también ejerce de director. La película cuenta como Phillip Marlowe, un detective privado, trata de solucionar sus problemas económicos reciclándose en escritor de novelas policíacas, pero la editora a la que entrega su manuscrito lo contrata para que encuentre a la esposa desaparecida de su jefe, la cual podría estar involucrada con una muerte.

Visto así no es más que otra cinta de cine negro de los años 40, con su detective con el agua al cuello, mujer fatale y misterioso encargo en el que nada es tan simple como podría parecer, pero lo que convierte a esta película en toda una rareza es que Montgomery decidió rodarla en primera persona, toda una proeza técnica en la época, para enfatizarla subjetividad de la historia, siempre narrada desde el punto de vista de Marlowe.

 

Photobucket

Esto es, al mismo tiempo, su mayor atractivo y su mayor problema.  Por un lado es realmente curioso ver como todos los actores actúan mirando constantemente a la cámara (Marlowe) o como el protagonista , al que solo vemos cuando se refleja en un espejo, interactua con lo que le rodea: cuando debe abrir una puerta veremos su mano abriendo la puerta,  cuando fuma el humo cubrirá la pantalla y cuando bebe el vaso se acerca a la cámara.  Y si bien es cierto que se involucra mucho más al espectador, que tiene la sensación de ser el quien esta investigando, resulta un recurso un tanto prescindible y lastra la narración de la película, que se convierte en una sucesión de personajes  mirando a la cámara mientras sueltan centenares de datos sobre lo que saben acerca de la desaparecida.

Photobucket

Pese a todo es una película interesante de ver, no ya solo por la curiosa puesta en escena, sino también porque pese a ser algo confusa nunca aburre.
Recomendada a: los amantes del cine negro y a los buscadores de rarezas.
Lo peor: que la propuesta simplifique enormemente la narración cinematográfica y casi la convierte en una atracción de feria. La trama es un tanto confusa.
Lo mejor: la manera en la que implica al espectador convirtiéndolo, literalmente, en el protagonista de la cinta. Un reparto exageradísimo que no hace más que enfatizar que están hablando con el espectador. El jugeton sentido del humor.

Ni los críticos ni los cinéfilos ni mucho menos los amantes de Raymond Chandler han tratado nunca muy bien la versión cinematográfica de La dama del lago, y lo peor es que pasa el tiempo y ni siquiera un intento de revisión desprejuiciada consigue salvarla: sigue pareciendo una mediocridad que demuestra que hay una gran diferencia entre una ocurrencia genial y un resultado pueril.

Ya se sabe: Robert Montgomery —estrella de la época que, al comprender que le llegaba la decadencia, tuvo la inquietud de pasarse al otro lado de la cámara— pensó que una buena, y original, forma de reproducir la narración en primer persona de las novelas originales era recurrir a la cámara subjetiva, con el foco de la misma haciendo las veces de ojo del protagonista, de tal modo que lo que aparece en todo momento en el encuadre es lo que éste tiene frente a él, los barridos de cámara los de su propio rostro y los travellings sus desplazamientos por el espacio. El problema de esa ocurrencia es precisamente eso: que no pasa de ocurrencia, y como toda ocurrencia, intentar prolongarla acaba matando su gracia inicial. Delmer Daves lo entendió bien el mismo año, cuando utilizó idéntico recurso en el arranque de su memorable Senda tenebrosa (1947): aparte de tener un sentido narrativo al tiempo que dramático muy oportuno (la cámara subjetiva se emplea para personificar al protagonista antes de que cambie su rostro sin utilizar a dos actores diferentes o a Bogart disimulando inicialmente sus reconocibles rasgos físicos), se cortaba antes de que cansara al espectador.

En La dama del lago, la gracia inicial se agota pasado algo así como un cuarto de hora. La larga primera secuencia, en la editorial adonde acude Marlowe para recibir el encargo de turno, mantiene todavía el interés por la argucia: el silbido que delata a alguien en el punto de vista de la cámara, los travellings subjetivos, los personajes mirando directamente a foco mientras hablan con Marlowe, el barrido lateral siguiendo a la atractiva secretaria que entra y sale del despacho ante la mirada ofendida de la también atractiva mujer que está intentando usar sus armas femeninas para captar la atención del detective, la súbita aparición del Robert Montgomery actor en el espejo de la oficina de aquélla… Pero también queda pronto de manifiesto la artificiosidad del recurso: el humo del cigarrillo que, al aparecer desde debajo del encuadre, no parece a la altura de una boca sino de la cintura del fumador subjetivo; las manos que aparecen por las esquinas de los encuadres para asir objetos; lo cansino que acaba resultando que todos miren a cámara; la expectación que se pretende despertar cada vez que hay la posibilidad de que un espejo aparezca en el radio de acción del protagonista…

La dama del lago, por lo tanto, no se gana la redención ni siquiera en tiempos en que los cinéfilos hemos conseguido desprendernos de encorsetamientos ortodoxos y aceptar (maravillados) las infinitas formas que puede adoptar el buen cine. El efecto subjetivo acaba haciéndose de lo más cargante y enseguida deja claro que provoca una completa pesadez en la narración. Por ejemplo, y tal vez por dificultades técnicas, la trama se resuelve casi por completo reduciéndola a una serie de escenarios cerrados en los cuales Montgomery puede planificar con tranquilidad los movimientos de cámara y actores. Los exteriores son los grandes sacrificados de la historia: cuando el personaje se ve obligado a desplazarse a algún lugar (por ejemplo, al lago que tan fundamental resulta en el original, como indica el título), debe referirse a ello mediante la narración en off, haciendo aparecer al mismo actor-director dirigiéndose al público frente a la cámara (por ejemplo, en el mismo arranque del film).

Marlowe en un espejo

Este alejamiento momentáneo de la subjetividad tiene un efecto aún más distanciador. En primer lugar, el plano fijo sobre Robert Montgomery aumenta la artificiosidad del relato: la presunta intimidad entre personaje y público se hace demasiado enfática. Además, no convencen ni el rostro de Montgomery ni su rígida performance ante la cámara (intenta ostentar una cínica seguridad en sí mismo, pero sólo consigue resultar untuoso): este hombre, sentimos, no puede ser de verdad Philip Marlowe.

Pese a todo, La dama del lago ofrece unas cuantas curiosidades. En primer lugar, su ambientación en días navideños, que da pie a la gracia inicial de unos títulos de créditos adornados de tal modo que parecen anticipar una película de Frank Capra… sólo que al retirarse la última postal, la que acredita al director, debajo de ella aparece una pistola, lo cual supone el detalle más divertido de toda el film. Otro dato curioso es que el guión inventa, como excusa para que Marlowe se sitúe en el ambiente editorial donde se le encomendará su nuevo caso, que el detective, ante días poco bonancibles, ha escrito un relato policiaco que ha enviado a una revista de tipo pulp (!!). La gracia esta vez es autorreferencial: Raymond Chandler empezó su carrera, precisamente, publicando relatos en este tipo de magazines, como Black Mask, y de hecho sus primeras novelas sobre Marlowe partían de la unión de al menos dos relatos previamente publicados en aquella revista. En fin, al menos señalaré que ese mismo año Montgomery rodó una segunda película, también dentro del cine negro, ésta sí espléndida y admirable, aunque, ironías, apenas conocida: Persecución en la noche (1947).


 
Suele ser moneda de cambio corriente que, en el relato prototípico del cine negro, confluyan una mirada interna (la del sujeto protagonista que o bien dirige la investigación o bien narra los hechos mediante el recurso de la voz en off) y una mirada externa (la que cabría identificar con la del propio realizador de la película) sobre los acontecimientos que se narran en el film. El contraste existente entre ambas podría hacer sospechar que, en un momento cualquiera de la evolución del género, algún director intentase –mediante la cámara subjetiva– unificar el punto de vista del personaje con el de las imágenes, eliminando, de paso, la contraposición y, lo que es peor, la tensión interna entre ambos puntos de vista.

El paso definitivo en esta dirección lo dio Robert Montgomery en La Dama del Lago, película basada en la novela homónima de Raymond Chandler, publicada en 1943 y que forma parte de la serie protagonizada por el detective Philip Marlowe. En este film, que supuso la debut como cineasta del actor Robert Montgomery (Enlace They Were Expendable, 1945) y donde colaboraría inicialmente como guionista el propio escritor, la identificación narrativa de ambas miradas resulta ya casi total, pues, además de ser aquel el director y, al mismo tiempo, el protagonista de la historia, la cámara subjetiva actúa, de manera artificiosa, dentro de la ficción como si se tratase de los ojos del personaje. Este recurso narrativo provoca que, salvo breves excepciones, Marlowe no aparezca si nunca como tal en la pantalla y que ésta refleje tan sólo las imágenes que surgen ante el campo de visión del detective.

            La voluntad experimental que, contrariamente a los criterios imperantes en Hollywood a lo largo de su historia, destila la construcción de la película se pone de relieve desde el inicio del film, donde el propio protagonista cuenta, frente a cámara y a los espectadores, el extraño caso en el que se halla envuelto desde que ha decidido convertirse en escritor de relatos policíacos. Un procedimiento que volverá a surgir más tarde dentro del film y desde el que se insta a participar al espectador, como nueva prueba de ruptura de las convenciones dramáticas del género, en la resolución del enigma y a no dejarse sorprender por la irrupción súbita, dentro de la trama, de los acontecimientos más inesperados

            La circunstancia añadida de que un personaje literario (convertido junto a Sam Spade, en el paradigma del detective privado) decide iniciarse como escritor para sacarse un sobresueldo ante los bajos salarios que percibe como investigador introduce, de manera subrepticia, una suerte de autorreflexión irónica sobre el género negro y sobre la evolución del propio personaje. Reflexión que, sin duda, debía producir un cierto efecto de distanciamiento de los espectadores ante la historia que comenzaba a desenvolverse antes sus ojos.

            En realidad, la entrevista que, en el arranque de la narración, Philip Marlowe mantiene con Adrienne Fromset (Audrey Totter), la redactora jefe de una importante editorial de revistas sobre el crimen, con el fin de escribir un relato de misterio no es más que un mero pretexto utilizado por aquella para que el detective se encargue de buscar a la desaparecida mujer de Derace Kingsby (Leon Ames), el jefe de Adrienne y con el que ésta intenta casarse cuando aquel se divorcie de su esposa.

            A partir de aquí se desarrolla una intriga enrevesada donde todo el mundo trata, desde el comienzo, de engañar  a todo el mundo, y donde nada ni nadie es lo que aparenta ser a primera vista. En el camino de esa trama quedan, entre tanto, varios cadáveres, una mujer fatal que utiliza casi tantos nombres falsos como Brigid O´Shaughenessy –la protagonista de El Halcón Maltes (1941) –, una dama desconocida asesinada en un lago y cuya identidad va variando a medida que avanza la investigación y una historia de amor entre Adrienne y Marlowe que sirve, entre otras cosas, para cerrar la narración con un final feliz.

            Una estructura argumental que carece, sin embargo, de fuerza y efectividad dramática en las imágenes porque el interés de Robert Montgomery camina en una dirección muy distinta, subordinado estos elementos al ensayo visual y estético que la película propone desde la utilización abusiva de la cámara como protagonista absoluta del filme. Este punto de vista tan férreo y estricto, que condiciona todo el entramado temático y formal de la película, conduce a una planificación muy forzada y estrambótica, que se disuelve, por lo demás, en el mero artificio, y a la asunción de un punto de vista exclusivo y excluyente que, además de limitar la existencia de otros enfoques, impide el nacimiento de la necesaria tensión dramática y, por supuesto, la progresión de ésta dentro del relato.

            Excesivamente connotada en el plano formal por la presencia reiterada de la cámara, la película se diluye en el puro ejercicio de virtuosismo. Dentro de ese ejercicio no faltan, sin embargo, algunos hallazgos visuales sorprendentes, sobre todo cuando Marlowe se convierte en víctima de la violencia (el golpe que recibe de improviso y que deja la pantalla en negro, el licor que vierten encima del protagonista y, por lo tanto, sobre la superficie de la cámara) o cuando se encuentra en situaciones difíciles o arriesgadas (reptando por la calle, con los planos filmados a la altura del ojo de un perro, en busca de un teléfono, mirando de frente al revólver que apunta al objetivo de una cámara).

            Pero no siquiera estos hallazgos formales, ni la abundante presencia de espejos cuya función parece ser, sobre todo, reflejar el rostro del protagonista en su superficie, ni la brillantez que adorna algunos de sus diálogos levantan el interés de un film que, por momentos, resulta monótono y aburrido y donde su verdadera importancia, dentro del género, radica en lo arriesgado de su propuesta de estilo. Una propuesta cuyo fracaso cerraría, definitivamente, la vía para otras experimentaciones de este tipo dentro del marco del cine negro.


tomado de vertigoexistencial

Ya desde el propio cartel, y por supuesto en el tráiler promocional, la Metro quiso implicar al espectador haciéndole protagonista de la aventura, apelando a nuestra propia capacidad para ayudar a Marlowe a resolver el misterio de una desaparición que desembocará en asesinatosvarios, puñetazos con fundido a negro, bellas mujeres que no son lo que parecen, accidentesprovocados, policías buenos y policías malos, inesperados giros argumentales, apasionados e improbables enamoramientos y, por encima de todo, la arrolladora personalidad del detective por antonomasia, maestro en su oficio y a cuyos pies caen rendidas todas las damas sin excepción. Y eso a pesar del constante vapuleo dialéctico, el desdén casi misógino con que Marlowe agasaja a cuanto ejemplar del género femenino se cruza en su camino, especialmente a la turbia, ambiciosa y rubia Adrienne ojos-como-puñales Fromsett (Audrey Totter). La redención vendrá finalmente cuando la fría y calculadora Mrs. Fromsett admita que sí, que le pone que le den caña, que se ha enamorado como una perra y que está dispuesta a olvidar su deshonesta vida anterior para lanzarse en pos de una dudosa felicidad al lado de Marlowe. ¿Aceptará el insobornable y autosuficiente Marlowe?

El Montgomery-Marlowe en el espejo y el Montgomery director

Volviendo al asunto de la cámara subjetiva, en su momento se vendió como una innovacióntécnica comparable a la llegada del cine sonoro. Quizá no sea para tanto, pero sí es innegable la audacia de un director poco experimentado como Montgomery (apenas dirigió media docena de títulos, la mayoría posteriores) al lanzarse a una aventura como esta. No es sólo la dificultad narrativa de un planteamiento que impide, por ejemplo, el recurrente plano contra plano, sino también la complicación técnica que supone poner una cámara a la altura de los ojos de un actor y desarrollar una serie de herramientas mecánicas que permitan a esa cámara moverse con la libertad de un detective tan inquieto como Marlowe. Y la verdad es que lo consigue. Cierto es que toda la cinta está plagada de trucos, como las abundantes escenas con espejos en las que los ángulos de las miradas no se corresponden con las de los actores sino con el ojo de la cámara. Pero la verosimilitud lograda es admirable, y el clima que se crea al colocarnos en todo momento bajo el sombrero de Marlowe es, cuando menos, inquietante. Resulta curioso también que sea el propio director tras la cámara quien interprete al Marlowe tras la cámara. Es decir, Montgomery podía dirigir y actuar al mismo tiempo porque durante la mayor parte del metraje sabemos que está en el plató porque escuchamos su voz, pero no le vemos. Podía ir en mangas de camisa y dar órdenes a los cámaras mientras esperaba su pie, soltar su frase y seguir dirigiendo como si tal cosa. En este sentido, Lady in the Lake es una película única en la historia de Hollywood.

Nota para los (muchos) amantes de Philip Marlowe: si no estoy equivocado, esta es la única película en la que Marlowe hace sus pinitos como escritor. Es su relato If a should die before I live el que le lleva a la editorialgore en la que se trabaja Mrs. Fromsett, y sus habilidades como escritor volverán a ponerse sobre la mesa en varias ocasiones incluso como alternativa de futuroal detectivismo. Dejo aquí una de las magníficas réplicas a este respecto en el primer y prometedor encuentro de ambos:

Adrienne Fromsett: Y es un detective privado muy conocido. Eso es lo que hace el relato tan auténtico. Tan lleno de vida y de fuerza y de corazón. Tan lleno de… ¿de qué diría usted que está lleno, Sr. Marlowe?

Philip Marlowe: De frases cortas.


tomado de nosololeo

RESEÑA, LA DAMA DEL LAGO

RAYMOND CHANDLER

La dama del lago” es una novela negra publicada en 1943 del escritor estadounidense Raymond Chandler. Es la cuarta entrega de la serie dedicada al detective Marlowe. Esta novela fue el resultado de la unión de tres relatos publicados con anterioridad por Chandler. Existe una adaptación cinematográfica del director estadounidense Robert Montgomery que se estrenó en el año 1947.

 La trama nos sitúa durante la Segunda Guerra Mundial, entre la ciudad de Los Ángeles y varios pueblos de los alrededores.

Allí vive Philip Marlowe, un detective privado, y será él mismo quién nos cuente la historia. A través de cuarenta capítulos y de una extensión más bien corta, la novela nos mantendrá en la intriga hasta las últimas páginas.

El señor Derace Kingsley acaba de contratar a Marlowe para que busque a su esposa que lleva un mes desaparecida, lo que en principio parece un caso sencillo se va complicando poco a poco. En ciertos momentos tal vez parezca demasiado enrevesado pero como se suele decir, el señor Chandler  no da puntada sin hilo, por lo que hay que estar muy atentos a las pequeñas pistas.

Merece la pena descubrir a este escritor y a su famoso detective Marlowe;  me ha gustado el tono y la forma de narrar, todos esos detalles concisos y breves que permiten hacerte una pequeña idea del paisaje y de los personajes y sobre todo de lo que está sucediendo, dándole agilidad a la historia.

Nos encontraremos con varios personajes, y casi todos tendrán importancia en la trama, por eso hay que estar pendiente de los detalles, porque parece que todos tienen algo que ocultar, para así poder descubrir lo que se esconde detrás de la desaparición de la señora Kingsley.

Sin duda el punto a destacar es Marlowe; es todo un personaje, carismático, que busca la verdad y no cejará hasta encajar las piezas. Gracias a él asistiremos a conversaciones de lo más originales, llenas de humor y se podría decir que hasta de cierto encanto. Tampoco hay que olvidar la trama, muy bien hilada, que se va complicando con el paso de los capítulos para llegar a un final de esos que se podrían calificar de impecables.

Y poco más se podría decir, que he disfrutado mucho con la lectura y que os recomiendo esta novela, sobre todo para lectores que quieran recordar a los detectives a la vieja usanza, cigarro y alcohol incluidos, elegantes y acompañados de ese razonamiento que te lleva paso a paso hasta descubrir al asesino.

La dama del lago” una novela negra donde conoceremos a  Marlowe y sus desplantes, y ya solo por eso merece la pena.

-No me gustan sus modales.

-No se preocupe por eso. No los vendo.”

Un detective privado puede molestar a cualquiera. Somos tercos y estamos acostumbrados a los desplantes. Nos pagan por día y lo mismo nos da emplear el tiempo en molestarle a usted que en cualquier otra cosa.”

De pronto apareció a mis pies un pequeño lago ovalado hundido entre follaje, rocas y prados, como una gota de rocío prisionera en el cuenco de una hoja.”

Con el polvo que tragué en aquel recorrido se habría podido hacer una bandeja entera de bollos de tierra.”


 

A %d blogueros les gusta esto: