Título en castellano | El justiciero |
Titulo original | Boomerang! |
Año de filmación | 1947 |
Duración | 86′ |
Pais | Estados Unidos |
Director | Elia Kazan |
Guion | Richard Murphy |
Música | David Buttolph |
Dirección de fotografia | Norbert Brodine |
Reparto | |
Productora | 20th Century Fox |
Sinopsis | En una pequeña ciudad de Connecticut, un sacerdote es asesinado en plena calle, y los ciudadanos exigen una intervención contundente de la policía. Todos los testigos identifican a John Waldron como el autor del crimen, pero éste se declara inocente, aunque nadie le cree |
Premios |
1947: Nominada al Oscar: Mejor guión
1947: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor director
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Subgénero/Temática | Crimen, Drama judicial, Basada en hechos reales |
«En la duda, a favor del reo». Este es un aforismo jurídico latino que se ha de tener muy en cuenta en el ejercicio de la justicia o de los juicios, sobre todo por parte de los fiscales y de los jueces. «In dubio pro reo», es la más clara manifestación de la trascendente misión que debe desempeñar el poder judicial en una sociedad civilizada, donde lo honesto y digno es antes absolver a un culpable que condenar a un inocente. Y este aforismo resume el fondo de la motivación y resolución en el presente filme.
El fiscal (interpretado con una parsimonia excelente por el actor Dana Andrews), se haya ante un reo al que todos los testigos y pruebas acusan de haber cometido un crimen; sin embargo, según las propias investigaciones que él y su equipo de la fiscalía llevan a cabo, hay muchas cosas que no encajan para que el acusado sea verdaderamente el asesino.
Cierto que aquí el fiscal hace en realidad la función que le corresponde al abogado, ante la sorpresa de éste, quien viendo como le facilitan su labor ni rechista; pero es que el fiscal ha de mostrarle a la mayoría del pueblo (fanatizado por creerse en posición de la «verdad» evidentísima) que él ha descubierto perspectivas insospechadas de esa misma «verdad».
Una muy buena película, donde se ejemplifica de forma sobresaliente la forma de conducirse de un hombre honesto, honrado: no se amilana ante las presiones de sus jefes, políticos, partido o gente poderosa; no siente temor a perder su puesto de trabajo o poner en grave riesgo la comodidad de su futuro; simplemente hace lo que en conciencia cree que debe de hacer, dejando a los demás que a su vez actúen como crean que deben actuar —lamentablemente Elia Kazan, que supo describir de maravilla aquí y en otras películas suyas, el prototipo ideal de hombre honrado y valiente que no se rebaja en sus convicciones por más presiones o amenazas que reciba, no tuvo valor él mismo de conducirse así en la vida real, según esa ejemplaridad, por esto cuando recibió las presiones de la caza de comunistas desatada en los EE.UU. sucumbió a las mismas de forma cobarde—.
Película en un estupendo y encantador blanco y negro. Muy recomendable y educadora para recordar y enseñar el sentido noble de la «Justicia» que nunca deben perder de vista los funcionarios a sueldo de la misma.
Segundo largometraje de Elia Kazan (1909-2003) (“La ley del silencio”, 1954), escrito por Richard Murphy y basado en hechos reales ocurridos en Connecticut en 1924. El guión se basa en el artículo “The Perfect Case”, de Anthony Abbot, publicado en el “Reader’s Digest” de diciembre de 1945. Se rueda en localizaciones reales de Connecticut, Stamford (Connecticut), White Plains (NY) y NY. Producido por Louis De Rochemont para la Fox, se estrena el 5-III-1947 (NYC). La acción principal tiene lugar en una pequeña población de Connecticut, que comienza el 29 de septiembre de 1945 y se extiende durante varios meses.
Los protagonistas son el fiscal del Estado, Henry L. Harvey (Andrews), profesional recto, riguroso, independiente y enemigo de presiones y componendas. El jefe local de policía es Harold R. “Robbie” Robinson (Cobb), honesto, veterano y tozudo. John Waldron (Kennedy), acusado del asesinato del P. Lambert (Birch), anciano pastor espiscopaliano, rector de la parroquia desde su fundación hace algo más de 30 años. La víctima era un hombre justo, comprensivo, amable, servicial y querido de todos. Dave Word (Lavene), cronista de sucesos del diario local “Morning Record”, es severo en sus escritos, crítico implacable, pero honesto.
El film es un trabajo modesto, breve, sencillo, relativamente previsible, pero consistente y convincente. Explica y justifica algunos principios básicos de la justicia, cuya aplicación requiere rigor, independencia y fortaleza. La narración es conducida por un narrador omnisciente que introduce el relato, lo contextualiza y lo explica de modo objetivo, veraz y sin prejuicios. Los hechos ponen de manifiesto las dificultades que con frecuencia ha de afrontar la investigación de un crimen cuyas causas y móviles no se conocen.
Elia Kazan aprovecha el desarrollo del drama para componer una denuncia social a su gusto. Ésta alcanza a los políticos y a sus manejos egoístas y cortos de miras, a los poderosos que tratan de influir sobre el curso de los acontecimientos en beneficio de intereses particulares, a la afición de la prensa al sensacionalismo y a los resultados rápidos, a las presiones ciudadanas que reclaman respuestas eficaces inmediatas, etc. Elabora las denuncias en paralelo al desarrollo de la historia y como factores de potenciación del drama. Prisas, intereses espurios, presiones interesadas y acciones movidas por celos excesivos, van formando gradualmente un entramado causal de difícil control que genera tensión y conflictos. La atmósfera que envuelve el film adquiere una textura densa y agobiante, que cala en el ánimo del espectador, le interesa y retiene su atención.
Cuando en 1999 se entregaron los Oscars correspondientes al año 1998 muchos famosos de Hollywood mostraron su inconformidad cuando se le entregó un Oscar honorífico a Elia Kazan. Era la forma de algunos de responder al comportamiento que Kazan tuvo en los años 50 durante la famosa Caza de Brujas delatando a muchos de sus compañeros. Curioso, siempre tenía entendido que los Oscars se entregan por trabajos cinematográficos y la gente que allí acude va por esos motivos y no por comportamientos políticos o por inclinaciones sexuales. Si sólo por esas dos cosas tuviéramos que juzgar a los cineastas me parece que más de medio Hollywood ya estaba crucificado. Afortunadamente, aún estamos aquellos que nos fijamos en lo que verdaderamente importa cuando se habla de cine: en la película en sí. Kazan fue, y siempre será, uno de los grandes. Películas como ‘Un Tranvía Llamado Deseo’ o ‘Al Este del Edén’ así lo atestiguan. ‘El Justiciero’ pertenece a su primera época, cuando aún no era un director famoso pero ya su forma de hacer películas levantaba alguna que otra ampolla, sobre todo política.
El film, basado en un hecho real, narra cómo en una pequeña localidad es asesinado un cura muy querido por todos. La policía no tiene más pista que la descripción del asesino: un hombre alto vestido con un traje oscuro y un sombrero. Con tremenda descripción es imposible obtener nada, pero pronto la gente empieza a ponerse nerviosa y exigir a las autoridades todo tipo de responsabilidades. También aparecerán las presiones políticas. Hay que encontrar un culpable, sea cómo sea. Detendrán a un pobre don nadie que tuvo una pequeña discusión con el párroco, y que porta una pistola con la que pudo cometer el asesinato. Siendo una película de Elia Kazan es fácil deducir que no nos encontramos ante un film cómodo de ver, sino más bien todo lo contrario. Kazan pone en tela de juicio todo el sistema judicial de un país reflejado en esa pequeña comunidad, y va más allá cuando sugiere que el poder político está por encima del bien y del mal siendo capaz de determinar quién puede ser ajusticiado o puesto en libertad dependiendo de si hay que ganar o no unas elecciones. Espinoso terreno de rabiosa actualidad, y eso que la película es de 1947.
Kazan va directo al grano con un comienzo de lo más espectacular y atrayente: un asesinato cometido en plena noche en una calle casi concurrida de gente. A partir de ahí y con un clarísimo dominio del ritmo nos va envolviendo en toda una espiral de acontecimientos a cada cual más tenso hasta llega a unos 15 minutos finales verdaderamente prodigiosos en los que un fiscal del distrito expone un caso presentado unas pruebas de lo más sorprendentes. Ya dije antes que el film está basado en un hecho real, y también procuraron mantener casi todos los nombres auténticos de los que se vieron involucrados en dicho hecho. No obstante nos encontramos ante una película y por mucho hecho real que haya sido, el cine siempre se mueve dentro de unos parámetros de pura ficción. Aún así, resulta estimulante imaginarse al verdadero fiscal exponer el caso con la misma energía y convicción con la que lo hace Dana Andrews en la película (muy cinematograficamente).
Andrews, actor un poco mediocre, esta bastante convincente en su papel. Jane Wyatt interpreta a su mujer y es el típico papel femenino de relleno y que no pinta nada. Arthur Kennedy, casi siempre secundario, interpreta al preso que todos quieren ver muerto. Y luego nos encontramos con dos actores típicos en el cine de Kazan. Lee J. Cobb, como siempre tan efectivo, en el papel de jefe de policía duro, y Karl Malden como uno de sus ayudantes que aunque sale poco protagoniza una de las escenas más fuertes del film. Sin desvelar nada diré que se trata de aquella en la que Malden quita del juzgado y por la parte de atrás al acusado y un montón de ciudadanos, desesosos de venganza lo están esperando. Una escena incomodísima genialmente resuelta y con la que Kazan se permite el lujo de criticar la inutilidad de las masas movidas por absurdos motivos de venganza, los cuales provienen de la ignorancia.
Al film sólo hay que reprocharle cierta trampa argumental que por supuesto no revelaré, pero hay una información que se le oculta al espectador de forma descarada, con lo que ciertas reacciones de algún personaje están de más. Aún así, un film muy bueno, muy en la línea de su director, poniendo siempre el dedo en la llaga y ofreciéndonos gran cine, como casi siempre era habitual en él. Una pena que luego muchos se dejaran cegar por otros temas y le dieran la espalda como cineasta. Entre aquellos que ni se levantaron ni aplaudieron había gente como Ed Harris, cuya cara de cabreo era antológica, y uno que aplaudió pero no se levantó fue el señor Steven Spielberg, quien sólo se moja en sus películas.
tomado de lasmejorespeliculasdelahistoria
El tercer escalón cinematográfico en la trayectoria de Elia Kazan, actor, director de teatro, de cine y novelista, es este clásico, producido por la Twentieth Century Fox, estrenado entre nosotros con el poco apropiado título de «El Justiciero«. La trayectoria personal y profesional de Elia Kazan, que nos proporciona sin duda de una mirada muy particular dentro del engranaje del cine americano, estuvo profundamente marcada, hasta su muerte el 28 de septiembre de 2003, por su posición ante la Caja de Brujas, la expresión más paranoica de esa compulsiva persecución al comunismo emprendida en EEUU a partir de 1947. El título español de esta película, poco preciso y muy equívoco, da a entender que el protagonista de la cinta pueda ser una especie de “vigilante”, alguien que se toma la justicia por su mano. El guión está inspirado en el artículo periodístico The Perfect Case, escrito por el periodista Anthony Abbot, para el magazine, Reader´st Digest, publicado en diciembre de 1945. El protagonista de esta historia, es el Fiscal Henry Harvey (interpretado de manera un tanto pétrea, como es de costumbre, por Dana Andrews), un Acusador Público de la ciudad de Stamford, en el estado de Connecticut, poco convencido de la autoría de John Waldron (Arthur Kennedy), un joven excombatiente, arrestado tardíamente, en medio de cierta paranoia por detener a todo aquél que encaje en unos patrones demasiado comunes, sospechoso en el terrible asesinato del padre George A. Lambert, un reputado sacerdote local.
La muerte violenta del religioso, conmociona a la comunidad, que exige la detención y procesamiento de un culpable, mientras los políticos locales, miembros de un Gobierno excesivamente reformista, que esconden una trama de corrupción urbanística, realizan sus jugadas para obtener el mayor rédito posible con la condena del sospechoso, o para colocar en entredicho, la labor del Fiscal. El específico e implacable peso de la prensa, enseguida se hace notar con implacables diatribas contra la policía, la fiscalía y por ende contra la Alcaldía de la ciudad. Nacido el 7 de septiembre de 1909 en Estambul, de familia de ascendencia griega, Elias Kazanyoglou pronto emigraría con su familia, vía Berlin, a Estados Unidos, en 1913, instalándose en el West Side de Manhattan, zona poblada principalmente por inmigrantes, donde la comunidad de ascendencia griega tenía un peso específico. Rápidamente toma contacto con el teatro, medio al que estaría vinculado toda su vida, uniéndose al Group Theatre, creado como alternativa al teatro más convencional estandarizado en Broadway. Durante los años 30, se sintió atraído por la ideología del Partido Comunista, convirtiéndose en militante activo del mismo en el verano de 1934, época en la que dirigió algunos montajes teatrales de carácter marcadamente propagandístico.
La discrepancia con los líderes del partido y el “pacto de no agresión” suscrito entre Stalin y Hitler en agosto de 1939, terminaron por alejarle definitivamente de la militancia política de izquierdas. Realiza sus primeros coqueteos con el cine participando activamente en la realización de cortometrajes, documentales, así como con algún puntual papel secundario como actor. Es el cierre definitivo del Group Theatre en 1941, lo que precipita su debut en la dirección de obras teatrales en Broadway, donde consigue un éxito fulminante, que, a su vez, le sirve como plataforma para un cómodo salto al cine, donde debuta como realizador en 1945, al suscribir un muy ventajoso contrato con la Twentieth Century Fox, que le permite alternar un compromiso inicial de cinco películas para dicho estudio, con los montajes teatrales que tanto le siguen interesando, así como con la dirección de películas para otros estudios. Al cine, Kazan acude con una filosofía marcadamente liberal, con un interés por la temática social y con un tratamiento marcadamente realista de la narración, patrones éstos que cultivaría con mayor y menor fortuna, en sus andanzas en la séptima de las artes.
En los instantes álgidos de su cine, se preocupa en filmar el estallido del conflicto psicológico de sus personajes, proporcionando grandes momentos interpretativos a sus actores. Tuvo la fortuna de dirigir nada menos que a mitos del calibre de Marlon Brando, James Dean, Montgomery Clift, Katherine Hepburn, Spencer Tracy, Warren Beatty o Natalie Wood, entre otros. Para abordar su tercera película, después de dos largometrajes filmados íntegramente en plató, el realizador puede dar rienda suelta a su interés de rodar en la calle, en localizaciones exteriores, debido a esa predilección del cine en general de la posguerra, liderado por el neorrealismo italiano, de filmar de un modo casi documental, en escenarios naturales, con uso de algunos actores no profesionales, potenciada por el desencanto de un mundo que todavía sufre las secuelas de una guerra brutal. «El Justiciero«, por otra parte, es una película que emplea muchos de los recursos que se hicieron famosos durante el cine americano de esos años. Un estilo seco, directo, una voz en off, con estilo radiofónico, situándonos en una historia real (que podría ocurrir en cualquier parte del país), insertando planos de portadas y titulares de periódicos, en momentos puntuales de la narración, etc.
Este ilustre realizador, fue tristemente célebre, como decíamos al principio, por delatar a compañeros suyos de profesión ante el nefasto Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso de los EEUU (House Comité of Un-American Activities, HCUAC), liderado por ese personaje entre caricaturesco y patético, el Senador Douglas McCarthy. El Comité había comenzado en 1947 una investigación sobre la infiltración Comunista en Hollywood. La decisión de los estudios de no dar trabajo a ningún miembro del Partido Comunista o afín a esa ideología y una Sentencia del Tribunal Supremo que avalaba la investigación del Comité, convirtieron en infernal la purga emprendida por esta “Caza de Brujas”, que supuso para muchos actores, guionistas y realizadores el calvario del ostracismo profesional para los más afortunados, y el suicidio o muerte por infarto, para los menos. El historiador de cine Román Gubern, escribió hace unos años un libro emblemático sobre el tema, y existen excelentes películas que abordan, desde diversas y enriquecedoras perspectivas, este oscuro episodio de la historia americana reciente. Destacan por derecho propio «La Tapadera (1976)«, de Martín Ritt, protagonizada por Woody Allen, «Caza de Brujas (1991)«, de Irwin Winkler, protagonizada por Robert De Niro, y «Buenas noches, buena suerte (2005)«, de George Clooney, protagonizada por David Strathairn. Kazan compareció ante el Comité por primera vez el 14 de enero de 1952 y se negó a dar nombres.
El 10 de abril de ese año, se lo pensó mejor y compareció voluntariamente a la sede del comité, nombrando a antiguos compañeros del Group Theatre, algunos fallecidos, aportando, entre otros, los novedosos nombres de dos amigos suyos, Clifford Odets y Paula Strasberg, dejando claro que él mismo había dirigido películas que carecían de carácter subversivo y expresando un “odio permanente hacia la filosofía y los métodos comunistas”. A los dos días de esa comparecencia, publicó una declaración en el periódico New York Times, donde defendía de un modo claro y tajante la postura vertida ante el Comité y llamaba a combatir “el secretismo de los comunistas, a favor de la causa liberal”. Ese año de 1952 acepta el encargo de dirección de la película «Fugitivos del Terror Rojo (1953)«, su última película para el magnate Daryl F. Zanuck, una película claramente de propaganda anticomunista. Posteriormente dirigió la mencionada «La Ley del silencio«, estrenada con mucho éxito en 1954, película que le reportó el Oscar al mejor director, y donde puede rastrearse un intento de justificar su delación ante el Comité, tema que plantearía en algunas otras películas posteriores, como «Un Rostro en la Multitud (1957)«, o en «Los Visitantes (1972)«, y en su autobiografía, donde dejaba claro haberse arrepentido de sus declaraciones ante el Comité.
El 21 de marzo de 1999 la Academia de Hollywood, decide entregarle el premio honorífico a toda su carrera, y lo recibe de la mano del director Martín Scorsese y del actor Robert de Niro, protagonista de su despedida del cine, que adaptaba la novela inacabada de Francis Scott Fitzgerald, «El Último Magnate (1976)«. Kazan recibe el premio en medio de una gran polémica y ante manifestaciones fuera del recinto, contrarias a la entrega del premio. El guionista Bernad Gordon, uno de tantos que sufrió las consecuencias de estar incluido en las listas negras de McCarthy, comentó a la prensa días antes de la ceremonia, que el testimonio de Kazan en 1952 había sido más dañino que el de otros en una línea similar, porque era un realizador de éxito, lo que le colocaba en una posición idónea para haber roto la Lista negra y haber hecho descarrilar al HUAC. A juicio de Gordon, Kazan era más culpable que otros, pues acudió voluntariamente a denunciar, actuación que no necesitaba para proteger su carrera, que se hallaba en la cumbre.
«El Justiciero«, este exponente relevante en la maravillosa filmografía del realizador de origen griego, invita a al reflexión respecto a la labor del Ministerio Fiscal (Prosecutor, District Attorney, Country Solicitor, denominaciones más comunes utilizadas para la acusación pública en EEUU), en el proceso penal. Su labor, no es formular acusación, simple y llanamente. Su posición es la de garante de la legalidad. Ello implica que si en algún momento el Fiscal considera que los indicios, las pruebas, no son suficientes, debe interesar de modo inexcusable la absolución de la persona investigada, o retirar la acusación, si ya la ha formulado. La impecable película de Kazan resulta tremendamente emblemática y de visionado enriquecedor para todos los operadores del derecho. Es cierto que en Estados Unidos, los Fiscales de Distrito son cargos electos y, por tanto, la presión para que acusen y formulen cargos en nombre de la sociedad a la que sirven (cuyos derechos deben inexcusablemente ser contemplados) y de sus electores, es enorme.
Si no consiguen un cupo de condenas, o son demasiado blandos, no tienen muchas opciones para resultar reelegidos. Si bien el realizador no se mostró demasiado satisfecho con el acabado de esta película, al fin y al cabo una producción un tanto impersonal, sujeta a las rígidas reglas del estudio, con sus personajes bastante edulcorados y excesivamente maniqueos, este estupendo film, le sirvió como entrenamiento-borrador para el abordaje posterior de obras mayores y más prestigiosas. Sus propias palabras en el libro “Mis películas, conversaciones con Jeff Young”, son bastante elocuentes al respecto, y las citamos textualmente “Considero que en El Justiciero está la base de Pánico en las Calles y, en ésa, el germen de La Ley del Silencio. Si ves las tres películas juntas, ves la evolución. Ni en Pánico ni en la Ley hay platós”. Dos obras mayores, sin duda, «Pánico en Las Calles (1950)«, ambientada y rodada en Nueva Orleáns y «La Ley del silencio (1954)«, ambientada y filmada en los muelles de Nueva York.
Secuencias como el interrogatorio de Waldron en sede policial, donde el detenido, pese a haber solicitado asistencia letrada, es acosado incansablemente durante horas, hasta que firma la declaración en los términos redactados por los agentes, con el único propósito de poder dormir, o ese intento de secuestrar y linchar al detenido, por fuera del juzgado, aprovechando el traslado a comisaría, por parte de miembros “respetables” de la comunidad, amigos del Sacerdote fallecido, que termina con un contrapicado en plano general, acreditan el dominio del realizador del medio cinematográfico y justifican el visionado de esta maravillosa película, donde brillan por específicos méritos, las interpretaciones de actores sensacionales como Karl Malden, Lee J. Cobb, Sam Levene, o Ed Bigley, entre otros.