Carta, La

Título en castellano La carta
Titulo original The letter
Año de filmación 1940
Duración 91′
Pais Estados Unidos
Director William Wyler
Guion Howard Koch (Teatro: William Somerset Maugham)
Música Max Steiner
Dirección de fotografia Tony Gaudio (B&W)
Reparto
Productora Warner Bros.. Productor: Hal B. Wallis
Sinopsis La fría y calculadora esposa del propietario de una plantación de caucho en Malasia asesina a un hombre, supuestamente en defensa propia. Pero, de repente, aparece una comprometedora carta cuyo contenido echa por tierra la versión de los hechos de la protagonista
Premios 1940: 7 nominaciones al Oscar, incluyendo actriz (Bette Davis), actor sec. (Stephenson)

1940: Círculo de Críticos de Nueva York: Nom. Mejor director y actor (Stephenson)
Subgénero/Temática  Crimen, Melodrama

la carta cartel

tomado de filmaffinity

A la media hora de película, el abogado Howard Joyce ( magistral James Stephenson) se encuentra en la habitación de la penitenciaría con Leslie Crosbie (Bette Davis). El abogado pregunta a la acusada sobre sus últimas conversaciones con el asesinado Geoffrey Hammond. Stephenson gira sobre sí, se dirige al fondo de la habitación, vuelve a girar, pasa al lado de Davis y se sienta delante de ella dando la espalda a la cámara. Desde que ella entra en la habitación, Wyler usa un plano secuencia donde sólo ha realizado unas correcciones mientras los actores se mueven por la habitación.

La conversación entre los dos actores continúa. Él pregunta, ella responde. Pero no existe contra-plano. Wyler, durante esta conversación mantiene todo el rato a Stephenson de espalda, y nos regala unos silencios entre pregunta y respuesta y unos gestos de Davis que son minutos de oro en el cine.

Cuando Leslie Crosbie le dice a Howard:
Howard, te juro que yo nunca he escrito esa carta.
Por fin llega el contra-plano. Y es entonces, cuando Wyler da por terminado este hermoso plano secuencia de cuatro minutos que percibo la magia de lo que he visto.

Hay películas cuyas escenas están planificadas por arquitectos del encuadre. Wyler era un arquitecto y “La carta” su edificio.


Dirigida por William Wyler, obtuvo siete nominaciones a los Oscar (director, actriz principal, película, edición, música original, fotografía y actor secundario). Producida por Hal B. Wallis («Casablanca»), se inspira en una obra de Somerset Maugham.

La acción tiene lugar en Malasia, en una plantación de caucho, relativamente próxima a Singapur, en 1937/8. Narra la historia de Leslie Crosbie (Bette Davis), que mata a un amigo, Geoffrey Hammond (David Nowell), alegando defensa de su integridad. Explica al marido, Robert (Herbert Marshall) y al abogado defensor, Howard Joyce (James Stephenson), los detalles del incidente. No se prevén problemas hasta que inesperadamente Howard recibe la copia de una carta escrita por Leslie dirigida a Hammond, que puede incriminarla. El desarrollo de la obra gira en torno a la pregunta sobre las razones por las que Leslie mató a Hammond. Su versión de los hechos no resulta creíble ni para el abogado defensor ni para el espectador. Por ello, la película contiene desde el principio un elemento capital de incertidumbre y de intriga. Destaca el cariño con el que el director trata a la protagonista, de la que exalta el encanto personal, su belleza singular y el magnetismo de sus ojos, grandes, penetrantes y expresivos. Se incluye una referencia al racismo del Jurado, compuesto sólo por blancos, que no condenará a Leslie, porque el difunto estaba casado con una mujer asiática. El director crea un clima denso, de tensión y dramatismo, que se mantiene sin pausa y que confiere a la obra una fuerza inusual. Destacan las escenas de la explicación de Leslie a Bob y Howard de los detalles de la visita de Hammond, la conversación en la prisión entre Leslie y Bob, el juicio con la intervención fría y angustiada de Howard, la visita de Leslie a la viuda de Hammond (Gal Sondergaard) y la íntegra escena final.

La música es orquestal y acompaña las secuencias con intervenciones que explican y ralzan los matices emocionales de cada escena. La fotografía hace una exhibición de maestría con el incomparable travelling inicial, que avanza de izquierda a derecha, muestra el descanso de los trabajadores nativos y se aproxima hasta encuadrar el rostro de la protagonista. La escena de cierre se desarrolla con un travelling tan largo como emocionante. La cámara se mueve en busca de la excelencia de la composición y del dibujo. El guión hace una buena descripción de los personajes, especialmente del de Leslie, mujer astuta, pérfida y de bajos sentimientos. La interpretación de Bette Davis, extraordinaria, es una de las mejores de su carrera. James Stephenson, en el papel de Howard, obtuvo una nominación al Oscar al mejor secundario. La dirección aporta una espléndida puesta en escena y muestra, más que en otras obras, su amor por los detalles.

Película de extraordinaria fuerza, que en su momento cosechó un gran éxito de público. Conserva su vigor inicial y su interés. Es un magnífico melodrama clásico.


tomado de historiasdelceluloide

Hay películas cuya primera escena ya te indica la calidad de la misma, obras cinematográficas que te atrapan desde el primer momento y ya no te sueltan hasta pasadas horas de su final. Esto sucede con “La carta” (“The letter”, 1940), excelente drama, dirigido por William Wyler y protagonizado por una Bette Davis en estado de gracia.

En dicha primera escena, la cual está rodada desde una grúa que se mueve lentamente a metro y medio de altura, se puede observar que estamos en una plantación de caucho en plena noche, se ven los árboles desprendiendo dicha sustancia, así como las chozas donde duermen los trabajadores nativos. De repente, se oye un disparo y la cámara se traslada a la entrada del edificio principal, de la que vemos salir a un hombre herido, tambaleándose. Tras él aparece Bette Davis, la cual continúa disparando a ese hombre hasta vaciar el cargador.

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El argumento continúa de la siguiente forma: Leslie Crosbie (Bette Davis) es la mujer del propietario de la plantación y al darse cuenta de lo que ha hecho, manda avisar a su marido (Herbert Marshall) que está en el muelle preparando un envío. A continuación y con la presencia de su marido, su abogado y del ayudante del oficial del distrito, les relata que el hombre al que ha matado, un antiguo conocido del matrimonio con el que habían perdido la relación, se había presentado bebido en la casa y tras varios intentos de flirteo había intentado forzarla, por lo que ella se había visto obligado a dispararle.

El guión, escrito por Howard Koch y el propio director Wyler, está basado en un relato corto del reputado escritor de novelas y obras teatrales, Somerset Maughan, el cual ya había sido representado en el teatro y tenía otra adaptación cinematográfica del mismo título realizada en 1929 por Jean de Limur para la Paramount.

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Se podría pensar que esta película es  otro más de los muchos melodramas de la Warner, un vehículo de lucimiento para la diva Bette Davis, pero en esta ocasión el excelente trabajo de la actriz se ve superado por una labor aún superior de  William Wyler. Este, junto a su director de fotografía Tony Gaudio, consigue crear una auténtica obra maestra cinematográfica en la que los largos planos secuencia y el uso de las luces y sombras mantienen en tensión  al espectador de forma constante durante su visionado.

Pero vamos por partes, Bette Davis realiza en esta película una de sus mejores actuaciones delante de una cámara de cine, componiendo un personaje complejo, alguien con dos caras una de las cuales se ve obligada a reprimir constantemente. Para ello, el personaje de Leslie se refugia en la tarea de tejer un chal, con ello consigue liberar su mente de todos los fantasmas que la atormentan. Sin embargo cuando la prenda ya está terminada es el momento en que esa doble personalidad salga a la luz.

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No es Davis el único miembro destacable del reparto ya que Herbert Marshall en su papel de marido abnegado y absolutamente enamorado de su mujer, realiza una labor destacadísima, de tal forma que las escenas entre ambos intérpretes son un prodigio de credibilidad y buen gusto.

Respecto a la labor de dirección de Wyler, es excelente se mire por donde se mire. Su elaborada puesta en escena en las secuencias de interiores, junto con los suaves y constantes movimientos de cámara, consiguen crear un ritmo vivo y de tensión creciente. Algo que es más notable aún, teniendo en cuenta que la mayor parte de la trama se desarrolla en escenarios de interior.¨Unicamente se nos muestran breves insertos de escenas exteriores, que refuerzan el contraste entre unas y otras.

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La fotografía de Tony Gaudio, heredera del expresionismo alemán de entreguerras, está realizada en tonos bajos con mucho contraste de luces y sombras, lo que refuerza el tono negro y misterioso de este supuesto melodrama. En muchas ocasiones utiliza el pretexto de la luz lunar, en las escenas nocturnas, para iluminar al personaje de Leslie en función de su estado emocional.

La película tuvo un gran éxito cuando se estrenó, llegando a convertirse en uno de los films más taquilleros de los años 40. Así mismo obtuvo 7 nominaciones a los premios Oscar, entre ellas Película, director, actriz y actor secundario. Sin embargo no obtuvo ningún premio a los que aspiraba, siendo “Rebeca” (Alfred Hitchcock”), la ganadora ese año del Oscar a la mejor película en una edición en la que los premios estuvieron muy repartidos.

Respecto al mercado doméstico nos tenemos que conformar con una edición de la misma en DVD que ya tiene unos cuantos años, sin apenas extras. Habrá que esperar y confiar en que la Warner se decida a editar esta gran película en Blu-ray en una edición que le haga verdadera justicia.


tomado de pinceladasdecine

William Wyler dirige esta magnífica cinta de cine negro cuyo guion, de Howard E. Koch, está basado en la obra de teatro homónima de 1927, escrita por W. Somerset Maugham y que ya había dado lugar a otra película del mismo título dirigida por Jean de Limur y estrenada en 1929. Un excelente trabajo donde destaca la brillante fotografía en blanco y negro de Tony Gaudio y la grandiosa interpretación de Bette Davis, algo a lo que nos mal acostumbró durante toda su carrera. Cine en estado puro.

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Sinopsis: En una noche de luna llena, Leslie (Bette Davis), la esposa del administrador Robert Crosbie (Herbert Marshall), mata de varios disparos a un hombre en la puerta de su casa alegando que ha sido en defensa propia ya que el hombre, conocido del matrimonio Crosbie, ha intentado propasarse con ella llegando a ponerse violento. De su defensa se encarga Howard (James Stephenson), intimo amigo de su marido, aunque todo se complicará cuando aparezca una carta que puede echar por tierra la versión de Leslie.

El director: William Wyler nació en Mulhouse, hoy perteneciente a Francia, pero por aquellos entonces a Alemania, un 1 de julio de 1902. Tras educarse en Lausana (Suiza) y estudiar violín en el Conservatorio de París, se trasladó a los Estados Unidos en 1921.

Letter, carta, William, WylerWyler dirigió películas de todo tipo, sin ningún tipo de tema que fuera su marca personal en el cine. Pero sus películas estaban siempre bien hechas, resultaban bellas y su forma de rodar era reconocible, incluyendo innovaciones como la profundidad de campo (luego usada por Welles). Era conocido por realizar decenas de tomas de cada una de las escenas de sus películas, y por exigir gran control sobre la historia, las localizaciones y el personal de cada producción.

Durante unos años fue un director no muy bien considerado, algo que el tiempo acabó por cambiar. De su primera etapa destacan títulos como ‘ Jezabel’ (1938), ‘Cumbres borrascosas’ (1939), ‘La Carta’ (1940), ‘The Westerner’ (1940) y ‘La loba’ (1941). Bette Davis dijo en varias ocasiones que fue el único director que supo dirigirla correcta y completamente.

En los años 50 y 60 dirigió varias películas muy aclamadas por la crítica, entre las que cabe destacar ‘Detective Story’ (1951) galardonado en Cannes con el premio de mejor actriz para Lee Grant; ‘Vacaciones en Roma’ (1953) que presentó a Audrey Hepburn al público estadounidense y le llevó a ganar su primer Óscar; ‘La heredera’, que hizo ganar a Olivia de Havilland su segundo Óscar, ‘La gran prueba’ (1956), con el cual Wyler ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes y ‘Ben-Hur’, con la que consiguió todos los Óscar de la edición de 1959; los once premios que ganó sólo han sido igualados dos veces, por ‘Titanic’ en 1997 y ‘El Señor de los Anillos: el retorno del Rey’ en 2003. Posee 4 Oscars, 3 como Mejor director por ‘La señora Miniver’, ‘Los mejores años de nuestra vida’ y ‘Ben-Hur’, además del Premio Irving G. Thalberg a toda su carrera.

La película: Hablar de ‘La carta’ es hablar del magnífico tándem que formaban el director William Wyler y la actriz Bette Davis, que a lo largo de la historia de este arte nos dejó otro par de trabajos, ‘Jezabel’ (1938) y ‘La loba’ (1941), ambos igualmente recomendables. De la hora y media que dura el film no podemos decir que le sobre un solo minuto, una sola toma, un solo diálogo. Todo está perfectamente estructurado y planificado para que así sea, algo que caracteriza a este brillante director que tanto hizo por el cine.

A el le debe Bette Davis gran parte de la inmortalidad que alcanzó con trabajos como el que aquí nos ocupa, hechos a su medida para que brillase como lo que era, una de las mejores actrices que ha pisado un estudio en toda la historia. El director, famoso por ser minucioso hasta la saciedad, exprime al máximo el elegante y brillante guión resultante de la adaptación que Howard Koch realizó de la obra de teatro de W. Somerset Maughan, con la que comparte nombre la película.

Dicho guión no solo nos regala diálogos brillantes y una historia en la que la intriga y el suspense nunca flojean o nos abandona, sino que es capaz de poner encima de la mesa temas tan trascendentales para los seres humanos como el amor, la amistad, la infidelidad, el engaño, la duda, el sentimiento de culpa y, como no podía ser de otra forma, los celos. He de confesar que nunca tuve la suerte de disfrutar la obra de teatro, pero con toda seguridad, lo haría con los ojos cerrados.

 
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Y claro, a un perfeccionista como el señor Wyler le das un guión de semejante calidad y es capaz de hacer con el maravillas como la que tenemos delante. Su uso de la cámara resulta esplendido en todo momento, como cuando nuestra protagonista, una Leslie magistralmente interpretada por Bette Davis, relata lo sucedido a su esposo junto a dos amigos (uno de ellos acabará haciéndose cargo de su defensa). Mientras ella cuenta lo sucedido, la cámara busca cada punto en el que ha pasado lo que cuenta, de forma muy parecida a como el maestro Hitchcock lo hace en ‘La soga’, en la famosa escena en la que el sospechoso habla con la policía en el apartamento, o el maravilloso plano secuencia que el director nos regala a la media hora de película, en la entrevista entre Leslie y Howard, su abogado al que da vida James Stephenson, en la peculiar sala de visitas de la cárcel. Son solo dos ejemplos, aunque podría mencionar varios mas.

Otra de las cosas que hay que valorar de ‘La carta’, es la espléndida fotografía de Tony Gaudio (‘El caballero Adverse’, ‘Kid Galahad’, ‘Robin de los bosques’ o ‘El último refugio’). Su dominio de los contrastes y el juego que hace con las luces y sombras son de una belleza incuestionable. Destacar las imágenes filmadas en penumbra y en las que solo la luz de la luna ilumina a los protagonistas. Una maravilla para los sentidos, al igual que la magnífica banda sonora compuesta por Max Steiner (‘Desde que te fuiste’, ‘La extraña pasajera’ o ‘El delator’, las 3 ganadoras del Oscar), un compositor austriaco considerado, junto con Victor Young y Alfred Newman, como el padre del sinfonismo clásico estadounidense.

En cuanto a las interpretaciones se refiere, destaca por encima de todas la de una Bette Davis deslumbrante, que aquí realiza uno de los mejores papeles de su carrera, que no es decir poco en una actriz de tal magnitud. Tiene la capacidad innata de transmitir un cambio de estado de animo con tan solo un gesto, algo al alcance de muy pocos. Junto a ella brilla James Stephenson, que interpreta con enorme maestría al abogado que la defiende, amigo intimo también de su esposo, al que interpreta de forma correcta Herbert Marshall, aunque sin llegar a la genialidad de los dos anteriormente mencionados.

 
 

Como curiosidad comentaros que la película estuvo nominada a siete estatuillas (Mejor película, actriz principal, director, fotografía, música, actor de reparto y montaje), aunque tuvo la mala fortuna de competir con la brillante ‘Rebeca’ de Hitchcock, que le arrebató los entregados a la mejor película y a la mejor fotografía en blanco y negro, la excelente ‘Historias de Filadelfia’ de George Cukor(Mejor guión adaptado), ‘Las uvas de la ira’ de John Ford (Mejor director), ‘El forastero’ de William Wyler (Mejor actor de reparto para Walter Brennan) o ‘Espejismo de amor’ de Sam Wood (Mejor actriz principal para Ginger Rogers), por lo que al final se vino de vacío.

Conclusión: Puede que haya quien os diga que estamos ante un trabajo que puede resultar previsible, o que podría haberse desarrollado mas la parte del juicio o la posterior hasta su final, pero lo que no creo que nadie haga sea negar la enorme calidad de este trabajo en todos y cada unos de sus aspectos. Por ello no debéis dejarla pasar si no la habéis visto, ni dejar de volver a disfrutarla si tenéis la ocasión. Esto es cine, huele a cine y brilla como el cine, por lo que debería ser de obligada visión para los amantes de este arte. Disfrútenla y después me cuentan, no se arrepentirán. Sean felices, que no es poco.


tomado de 39 escalones

La carta (The letter, William Wyler, 1940) da toda una lección de cine en el primer minuto de metraje. Después de un pequeño barrido en el que el célebre cineasta americano oriundo de la Alsacia alemana sitúa visualmente la acción (una plantación de caucho en los dominios británicos de Malasia y Singapur dirigida por blancos y cuyos peones y empleados intentan descansar sobrellevando como pueden los húmedos calores del trópico), nos encontramos de sopetón con el clímax del guión: en la quietud de la noche, en la casa señorial que domina la propiedad, suena un disparo; la puerta se abre y aparece una figura tambaleante, un hombre que se lleva las manos a la zona de su cuerpo donde ha sido herido. Tras él, una mujer esgrime un arma y, cuando el hombre llega a la escalera de acceso al porche, ella dispara, y dispara, y dispara, hasta vaciar el cargador sobre la víctima. El hombre se desploma, y muere. William Wyler abre así la cinta por la cumbre, por el punto álgido que es a la vez conclusión y detonante de un poderoso drama que crece, se concentra y se expande alrededor de este hecho criminal para extender sus tentáculos de maldad y manipulación como una mancha de aceite sobre el resto de los personajes.

La autora de los disparos, Leslie Crosbie (Bette Davis), confiesa su culpa sin necesidad de que la interroguen. El hombre, un amigo del matrimonio Crosbie al que hacía mucho que no veían y con una notable fama de mujeriego pese a su conocido matrimonio con una mestiza, se había presentado en la casa de improviso. Sabedor de que Robert Crosbie (Herbert Marshall) andaba fuera de la plantación negociando un cargamento, había acudido con la intención de seducir, por las buenas o a la fuerza, a la señora Crosbie que, temiendo por su integridad e incluso por su vida, buscó en un cajón uno de los revólveres de su marido y se defendió en consecuencia. El detective asignado por la policía, un joven novato, asume sin dudas la versión de la mujer y su actuación en defensa propia, así como también Howard Joyce (James Stephenson), el abogado del matrimonio. Pero una misteriosa y comprometedora carta que obra en poder de la esposa del fallecido parece poner en cuestión la lógica de los hechos que presenta la señora Crosbie. La víctima, al parecer, acudió a la casa convocado por la asesina…

Basada en una obra de teatro de Somerset Maugham traducida a guión cinematográfico por Howard Koch, la película gira desde el instante inicial en torno a la existencia de esa enigmática carta y, como resultado, a la verdad de las relaciones de la señora Crosbie con su víctima. Construída sobre una doble base melodramática y judicial, los progresos de la investigación y de los intentos y las pesquisas del abogado Joyce por liberar a su amiga se combinan con las maniobras y los requiebros dialécticos de Leslie Crosbie por eludir su auténtico papel en los hechos que llevaron al muerto a su casa, y las posibles consecuencias que la verdad puede tener para su matrimonio. Estos dos aspectos, sin embargo, no terminan de estar bien ensamblados, ni el desarrollo termina de explorar todas las posibilidades debido a la brevedad del metraje y a las necesidades de atenerse a los dictados de la censura. En una película que trata abiertamente la cuestión del adulterio, llama la atención la forma elegante pero liviana, aséptica y poco concreta en la que Wyler y Kock evitan los temas más escabrosos, concediendo tintes dramáticos, románticos y líricos a cuestiones que podían resultar mucho más sórdidas y negras. La magnífica fotografía de Tony Gaudio, la excepcional dirección de Wyler, la habilidad del guión en la construcción y dosificación de los giros y recovecos del guión, y la interpretación de Bette Davis en un papel diseñado a su medida, una de esas mujeres fuertes, frías, calculadoras y dominantes que la hicieron inmortal en la gran pantalla, chocan con un final abiertamente complaciente con la moral impuesta por el Código Hays, por la cual todo infractor debía recibir un castigo proporcional a la medida de su pecado, lo cual condiciona en exceso el desarrollo del guión.

Otro aspecto, aparentemente menos crucial para el drama pero sintomático en cuanto al enfoque y la importancia que los distintos personajes y su origen tienen en la historia, es la presentación del fenómeno colonial. La película transcurre en una zona, Singapur y Malasia, dominada por los británicos, tanto la asesina como su esposo, el abogado, el policía y también la víctima, son blancos anglosajones. Solo dos personajes nativos adquieren un protagonismo determinante: el joven ayudante de Joyce, el abogado, pieza fundamental en las negociaciones de Leslie y Joyce por hacerse con la dichosa carta, incluso cometiendo la ilegalidad de pagar un soborno por ella, como la esposa del fallecido, cuyos motivos para no entregar la carta a las autoridades no se sabe si pertenecen al terreno de su propia avaricia personal o bien a alguna clase más refinada y letal de plan de venganza. El resto, tanto la localización del argumento como la presencia nativa, se limitan a ser mero decorado, simple puesta en escena irrelevante para la esencia del melodrama.

Necesitada de mayor duración, y también de más ambición en cuanto a explotar todas las implicaciones de una situación riquísima en vertientes pero a cuya mayor parte se renuncia, la película también posee algunas concesiones al humor que van desde la agudeza y la ironía de ciertos diálogos al momento en que el joven ayudante nativo del abogado protagoniza en el aparcamiento del tribunal. En el extremo contrario, las tensas y dramáticas secuencias que domina Bette Davis en sus intercambios con Marshall y Stephenson, en las que se come el fotograma y a sus compañeros de reparto con sus cabriolas, saltos emocionales, cambios de estado de ánimo y miradas gélidas y circunspectas, vienen acompañadas de un puñado de momentos en los que es el escenario, el entorno hostil y amenazante el que adquiere protagonismo: así, la secuencia del dormitorio y la puerta abierta al jardín, con su toque de alucinación y su atmósfera fantasmal y pesadillesca, y el violento desenlace en la reja de la mansión durante una fresca e inhóspita noche de lluvias y vientos monzónicos.

Una fenomenal película de William Wyler, una de las que cimentaron la fama de Bette Davis como actriz de carácter, por la que hoy, sin embargo, puede decirse que se resiente en exceso del paso del tiempo. Aun así, de visionado obligatorio.


tomado de lamadraza

Una nueva versión de La carta

LA CARTA ya había tenido una primera versión para el cine, La carta (The letter, Jean de Limur, 1929), con Jeanne Eagles, la actriz que más admiraba Bette Davis en sus comienzos. Gracias a que Jack Warner, de los estudios Warner Bros, quiso hacer una nueva versión de la obra de Somerset Maugham, Davis puso todo su empeño en retomar el personaje de Leslie Crosbie, y volver a encontrarse con William Wyler. El inicio de LA CARTA es un relato de magnífico crescendo en sí mismo. El cadencioso movimiento de la cámara propone un gesto de introducción en los escenarios y personajes del drama, desde lo alto de un árbol en una plantación, hasta los trabajadores que descansan en hamacas (con una asombrosa composición de luces y penumbras a cargo del director de fotografía Tony Gaudio) y la casa colonial de la que sale Leslie (Bette Davis) bajando la escalera con frialdad y determinación mientras dispara varias veces a un hombre que queda abatido en el jardín. A continuación da la orden de llamar al fiscal del distrito y a su marido: “Ha habido un accidente”, dice. Ese comienzo marca el sustrato noir, la intriga para dirimir la culpabilidad o las razones de la actuación de Leslie como proceso de investigación a lo largo del film, y que se entrelaza con el puro melodrama a partir de una mujer que se debate entre la pasión frustrada, la justificación de su oculta relación con un amante y el debate interno entre la voluntad de satisfacer sus deseos sexuales con determinación y el remordimiento por la idea de pecado, un tema muy propio de Somerset Maugham y no precisamente con un talante censurador. Tras el asesinato, uno de los sirvientes recoge la tela que estaba tejiendo LeslieLa costura es un elemento simbólico que puntea todo el relato, el refugio de Leslie para canalizar y disimular su tormento interior. El velo que teje será además un elemento estético visualmente poderoso en el momento en que se dirige a comprar la prueba que puede condenarla, prenda de autoafirmación que refuerza el tono misterioso y sombrío de todo el film, muy apoyado visualmente en el fascinante ambiente de fuertes contrastes de luces y sombras que producen los listones de madera de las contraventanas de los edificios coloniales, tan frecuentes en la búsqueda de exotismo y atmósfera noir de la época, pero que Wyler utiliza de forma especialmente estilizada.

Un relato en tres partes

Quería hacerme el amor y le disparé”, es la explicación que Leslie da a su marido Robert (Herbert Marshall), que pasa largas temporadas de ausencia de la finca campestre en la ciudad de Singapur por cuestiones de trabajo, y el abogado amigo de la familia Howard Joyce (James Stephenson), que trata de defender a Leslie cada vez con más dificultad. La víctima es Hammond (David Newell), un viejo amigo de la pareja que apareció repentinamente en la finca, después de un tiempo sin saber de él y trató de seducir a Leslie, se abalanzó sobre ella y la cogió en brazos. Ella se soltó, cogió el revolver y “sin saber lo que hacía”, le disparó. O eso cuenta ella. Wyler resuelve visualmente todo ese relato en tres partes: Leslie medio tumbada en un sofá como centro de atención de los tres hombres que la rodean (el marido, el abogado y su ayudante); ella levantada y mirando al vacío, mientras ellos la observan desde atrás como si fueran espectadores en una obra de teatro; y el momento en que Leslie recrea su acción, desde la ofuscación de verse atacada, y que queda magníficamente recogido por la cámara de Wyler al reproducir el movimiento de Leslie el día del crimen por el salón y la salida al jardín a través de la escalera sin personajes, como en un vacío autómata en el que se quiere situar la acusada. Hay en esos tres pasos un clímax de fascinación, la que ejerce Leslie (con una actuación contenida y precisa por parte de Bette Davis) sobre los hombres que la escuchan, en la creación de un personaje inocente, que trata de asumir su propia culpa si la hubiere. “Robert, ¿qué he hecho?”, pregunta. “Lo que cualquier mujer hubiera hecho en tu lugar aunque pocas hubieran tenido el valor de hacerlo”, responde su marido. “Daría lo que fuera por devolverle la vida. Es horrible pensar que le he matado”. Más tarde ella mira la luna, recurrente elemento simbólico del film. La segunda parte del film se centra en el descubrimiento de la existencia de la carta, a través de un nativo chantajista que opera para la esposa china de la víctima (Gale Sondergaard), una mujer de oscuro exotismo permanentemente reforzado por el vestuario y por la luz de Gaudio. En la carta, Leslie es la que pedía a Hammond que fuera a verla. El abogado se plantea el doble dilema moral de defender a una mujer a la que ve cada vez más claramente culpable y de romper sus códigos profesionales comprando la carta que puede incriminarla, y además con el dinero del marido, en principio sin contarle nada a él.

Cierre

Wyler va construyendo esa tela de araña en la que se ven envueltos todos los personajes con largas secuencias de creciente intensidadJoyce revelando a Leslie el contenido de la carta que ella niega, hasta que en un acercamiento al primer plano del rostro de Bette Davis, con un pequeño cambio en el semblante de la actriz en silencio, el personaje pasa de impasible a implorante, y entra en una nueva fase de autodefensa; Leslie pidiendo al abogado que la salve en un extraño y muy sugerente plano, con ella tumbada con su cabeza vista desde atrás y un brazo en alto en primer plano, y Joyce al fondo, hasta que se levanta y ejerce todo su poder de convicción, reforzando la fatalidad del personaje y su ambigüedad moral, su inocencia y perversión, marcada por una luz cambiante sobre su rostro; el recorrido de Leslie en un gran travelling, tapada con el velo que refuerza su ambigüedad, con Joyce, desde la casa al barrio oscuro y peligroso donde está la mujer que posee la carta y les conduce hasta el fumadero de opio del chantajista, ambas mujeres enfrentadas con su imagen de engaño, exotismo y seducción, envuelta en la música de Max Steiner; Leslie recogiendo la carta del suelo que ha tirado la otra mujer, como gesto de sumisión; el plano general de la sala del juicio con el movimiento de los ventiladores en el techo y los abanicos entre el público creando un sugerente efecto visual; la gran elipsis de todo el juicio, al pasar de la presentación inicial del abogado al veredicto de inocencia; y Leslie confesando a su marido, (estoico y resignado como tantas veces en los personajes de Herbert Marshall), que mantenía una relación con el hombre que mató y que sigue enamorada de él. Leslie vuelve a salir al balcón, un gesto que se repite una y otra vez como eco del momento del asesinato. Pero ahora es ella, bajo el influjo de la luna, y tras un estilizado recorrido en la noche, la que cae asesinada en el jardín, oculta tras una valla mientras la fiesta que la cámara muestra al elevarse continúa inmutable al fondo. Un cierre en perfecta armonía de estilo y sugerencia con muchos de los temas y planteamientos formales del resto del film.

 

 

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