Título en castellano | Ligeramente escarlata |
Titulo original | Slightly Scarlet |
Año de filmación | 1956 |
Duración | 99′ |
Pais | Estados Unidos |
Director | Allan Dwan |
Guion | Robert Blees (Novela: James M. Cain) |
Música | Louis Forbes |
Dirección de fotografia | John Alton |
Reparto | |
Productora | RKO Radio Pictures / Benedict Bogeaus Production |
Sinopsis | Solly Caspar es un gánster que se ocupa tranquilamente de sus negocios porque tanto el alcalde como el jefe de policía se han dejado sobornar por él. En vísperas de unas elecciones, Caspar asesina a un periodista que lo hostigaba continuamente desde las páginas de su diario. Mientras tanto, el candidato a alcalde, que es un político reformista, hace una durísima campaña contra el crimen organizado. Entonces Caspar, temiendo perder el control de sus negocios, ordena que lo investiguen con el fin de encontrar en su pasado algo que lo descalifique. |
Premios | |
Subgénero/Temática | Crimen, Drama |
Aunque suene raro el cine negro no es incompatible con el color. Chinatown de Roman Polanski es uno de los ejemplos coloristas más notables. Sin embargo los claroscuros y la mezcla en sabias proporciones de luces y sombras le sienta al «noir» como anillo al dedo, máxime cuando, como sucede en Ligeramente escarlata de Allan Dwan, la película resulta irregular, juntando momentos interesantes con otros en lo que se resquebraja casi por completo. Es entonces cuando el trabajo fotográfico puede echarle un capote a los guiones con agujeros. No sucede así en el caso que nos ocupa donde el color impregna la cinta de tonos kitsch y barrocos.
No obstante hay una razón de peso para estos colores años 60 y a lo Corman. Las dos pelirrojas. Estoy plenamente convencido de quienes sitúan al film un par o tres escaños por encima de su ubicación natural lo hacen plenamente impresionados de estas dos féminas de vestidos ajustados, cruzados mágicos y red hair, Rhonda Fleming y sus pantaloncitos así como Arlene Dahl con sus necesidades vitales pidiendo «raining men, aleluya» después de un período de reclusión, desvían la atención de una trama que, interesante al principio, va decayendo a medida que el film avanza.
Y el caso es que la cosa empieza bien, con un tal Marlowe (no Philip) luchando desde los medios de comunicación contra la mafia local y auspiciando a un candidato a la alcaldía capaz de acabar con la corrupción. Aquí debo decir que Dwan no nos propone un juego de ilusos. No. Se impone la realidad. Y a mafia muerta, mafia puesta. Y en el interín el tal Norman Marlowe pasando, a través de la ventana a mejor vida. Hasta ahí todo correcto, interesante y con ciertas dosis de originalidad. Sin embargo la segunda parte del film es un estudio de las consecuencias para la vida diaria de la corrupción municipal. Y ese es el punto donde se plantea el siguiente dilema moral: Si usted quisiese liberar a un familiar querido del peso de la justicia y pudiese acudir a estas vías de solución. ¿Lo haría o mantendría su integridad? Esta moralina es la que no me acaba convenciendo aunque reconozco que Allan Dwan la incardina aceptablemente en el contexto de la trama.
Eso sí, las dos pelirrojas en la «bagarre» que dirían los franceses, se dejan ver.
Excelente ejemplo de como una «típica» película de serie B puede sublimar sus limitaciones y convertirse en un clásico a la altura de otras obras aparentemente mayores y realizadas con más medios y nombres más famosos en su ficha técnica y artística.
Ligeramente escarlata es un soberbio estudio sobre la corrupción institucionalizada, enmarcado en un ambiente agobiante, malsano y cerrado, con unos personajes entre ambiguos y decididamente canallescos, que ofrece mucho más de lo que aparenta y cuyo visionado supone una grata e inteligente sorpresa. Mención aparte para sus dos fabulosas protagonistas femeninas, las pelirrojas Arlene Dahl y Rhonda Fleming que dotan de voluptuosidad y cierto encanto decadente, con sus cabelleras escarlatas, a este gran ejemplo de cine negro, espléndido trabajo del artesano Allan Dwan, que requiere una urgente reivindicación y al que su falta de pretensiones coloca en un lugar privilegiado del policiaco de los años 50.
No deja de ser curioso que siendo Allan Dwan uno de los directores estadounidenses que durante más años trabajaron -desde el mudo, datando su primer largometraje de 1914, hasta el sonoro y el color, estrenando su último filme en 1961- esta sea la primera vez que veo una película suya, más aún si se tiene en cuenta que se estima que trabajó en más de 400 películas (él reivindicaba unas 600), siendo la mitad de ellas cortos de la época muda.
«Ligeramente escarlata» aborda el característico ambiente de corrupción de una pequeña ciudad en la que un hampón local domina el ayuntamiento, la policía y los principales negocios, pero también trata con considerable énfasis las dicotomías morales que tal situación genera, estableciendo comparaciones entre personajes que tratan de ilustrar las diferentes actitudes, si bien no siempre logra el guión dejar claras sus intenciones, por lo que el espectador puede confundir indefinición con ambigüedad. Pese a ello, resulta interesante Ben Grace, subalterno del hampón local, que más allá de la mencionada ambigüedad, resume con su proceder esa triste realidad que expreso en el título, siguiendo a Lampedusa y su príncipe de Salina, aportando así un considerable pesimismo al filme. Quizá el único personaje que permanece a salvo es Jansen, así como el editor cuyo asesinato precipita los acontecimientos. Por el contrario, la contraposición de las dos hermanas, aunque muy resaltada en la película, se resiente por el desequilibrio mental que se achaca a Dorothy, despojándola así de culpabilidad y desvirtuando su perfil de «mujer fatal».
Formalmente la película es notable, conteniendo secuencias narrativamente eficaces, en las que la definición del carácter de los personajes es lo importante, muy por encima de las acciones que realizan. Pero lo que verdaderamente destaca en el plano técnico es la fotografía, a la que se puede aplicar la misma máxima del título. Su responsable es John Alton, un maestro del blanco y negro que siempre destacó por sus soberbias y dramáticas iluminaciones, llenas de puntos de luz indirectos, consiguiendo así un protagonismo impresionante de los rostros o del aspecto que el realizador deseaba resaltar en el plano; en este caso, hace uso del color, y aunque esto es un cambio fundamental, él sabe utilizarlo de tal modo que logra mantener los mismos efectos citados. Así, frente a las secuencias luminosas y coloridas rodadas en exteriores, las interiores y nocturnas recurren a esos mismos focos de luz indirectos, ensombreciendo todo salvo aquello que más interesa mostrar (magníficos ejemplos son las secuencias del hampón cuando habla en su despacho con Ben, o la del asesinato del editor).
Por lo demás destacar la interpretación de ese magnífico secundario que es Ted de Corsia, interpretando al hampón, y de Arlene Dahl, que aporta complejidad, desequilibrio y sensualidad a Dorothy, superando claramente a la otra pelirroja, una Rhonda Fleming que, eso sí, resulta muy atractiva.
llan Dwan fue uno de esos realizadores pioneros que se pasaron la vida haciendo cine. Así su dominio del lenguaje cinematográfico era innegable. Es de esos directores-artesanos desconocidos que trabajaron en cientos de películas. Sin embargo su nombre no suena entre los grandes pero de vez en cuando vemos una de sus películas y nos pega un trallazo. Parece que nos dice, eh, tú estoy aquí. Dwan hizo cine silente y sonoro, trabajó en todos los géneros, y manejó distintos presupuestos. Es de esos realizadores de los que se ha perdido parte de sus películas (porque su conservación no ha sido adecuada) y la distribución de sus obras no ha sido abundante. Sin embargo aquellos que descubren su obra se quitan el sombrero. Él es uno de los directores entrevistados por Peter Bogdanovich en los volúmenes de El director es la estrella. Y uno de los directores nombrados por Martin Scorsese en su maravilloso y particular documental Un recorrido personal por el cine norteamericano.
Reconozco que apenas he visto obra cinematográfica de Dwan como para tener una radiografía del director pero muy poco a poco le voy descubriendo. Ahora le toca el turno a Ligeramente escarlata, adaptación de una novela de J. M. Cain que no he leído (que parece ser éste ya escribió con miras a que sería adaptada al cine). Cine negro a todo color. Con el ambiente turbio necesario, la moralidad oscura, el amor fatal, el mundo del hampa corrompiendo a una ciudad, la lucha contra la mafia, el político que trata de ser incorrupto, el papel de los medios de comunicación, el policía que se deja llevar por la mafia, los personajes ambiguos…, las sombras.
Y detrás de una película sin pretensiones aparentes, sin estrellas del firmamento (pero sí carismáticas), sin presupuesto desorbitado, se ve la mano maestra de Dwan. Sobre todo en las escenas previas al asesinato de un periodista que trata de combatir la corrupción. Y también en el continuo detalle de su puesta en escena. El director-artesano se mueve a gusto por una historia de sensualidad y corrupción.
La sensualidad va de la mano de las dos protagonistas femeninas, las pelirrojas más populares de los años 50, Rhonda Fleming y Arlene Dahl que se adueñan de la película de principio a fin. Con sus cabelleras rojas, sus modelitos exóticos, y su exuberante y algo salvaje a la vez que decadente belleza. Ambas son dos hermanas de relación dependiente y extraña. Una, Arlene Dahl tiene problemas de salud mental que la hacen vulnerable pero también cleptómana y ninfómana. La otra, ha estudiado, ha trabajado duro y ha llegado a un buen puesto junto al político honrado que pretende llegar a la alcaldía y de paso casarse con su empleada favorita, ella. Arrastra un sentimiento de culpa que hace que siempre esté al pendiente de su hermana y no parece que le halague en exceso el amor de su jefe…, sin embargo, siente un amor a primera vista hacia uno de los chicos malos y corruptos.
Y ese chico malo y corrupto no es otro que un olvidado actor, John Payne, al que solían juntar con pelirrojas indómitas (también actuó junto a Maureen O’Hara y quizá su película más recordada sea la navideña De ilusión también se vive) que se enamora de la chica buena, aunque algo compleja, de la historia. Él es el chico listo y ambicioso que trabaja para el mafioso que lleva realmente la ciudad, Solly Caspar que tiene el rostro de Ted de Corsia, un solvente actor secundario con cara de duro y presente en varias joyas del cine negro. El joven juega sus cartas para quitarle el poder y apartar a Caspar del camino. Así queda un entramado de relaciones complejas en un ambiente de corrupción y asfixia moral donde las cabelleras de las pelirrojas bailan por doquier.
Como es habitual en estas películas de presupuesto no desorbitado, emplean soluciones y escenas que entran en el terreno del culto. La imaginación siempre es de agradecer. Aquí ocurre con un arma que emplean en dos momentos distintos las pelirrojas en cuestión y es un arpón (sofisticado que se dispara cual pistola) como arma homicida. Así como también entran en el terreno de la leyenda alguno de los modelos que exhiben las damas. Como la boina negra de Dahl o los shorts de la Flemming.
Siéntese una tarde en su sillón, con una buena cena, y si quiere inmiscuirse en un ambiente de cine negro de colores chillones, deleitese con Ligeramente escarlata.
Dos actrices de refulgentes cabelleras pelirrojas concentran toda la atención en esta adaptación de la novela de James M. Cain dirigida en 1956 por el “artesano” canadiense Allan Dwan: Rhonda Fleming y Arlene Dahl. Ambas presumen de curvas, sensualidad y armas de mujer en esta película de Dwan, uno de los cineastas más longevos y prolíficos de esa segunda línea de directores que desde los tiempos del cine mudo, a menudo dirigiendo a estrellas como Douglas Fairbanks o Gloria Swanson, ejerciendo de ayudantes de dirección de grandes maestros de la etapa silente, o descubriendo nuevos talentos como Rita Hayworth, Carole Lombard, Ida Lupino o una niña llamada Natalie Wood, lograron desarrollar una importante carrera a menudo confinada en los estrechos márgenes de la serie B, pero con pocos títulos estimables que exceden con mucho esa categoría. Uno de ellos puede ser este clásico de la literatura negra llevado a la pantalla a todo color y en la que esas dos cabelleras pelirrojas y sus espectaculares propietarias tienen mucho que hacer y que decir.
Como de costumbre, la trama es de lo más intrincada. Ben Grace (John Payne, inexpresiva y monolítica presencia frecuente en esa etapa de la filmografía de Allan Dwan) registra fotográficamente la salida de prisión de Dorothy Lyons (Arlene Dahl), una vulgar ladrona algo desequilibrada, a la que espera su hermana June (Rhonda Fleming). Ella, y no su hermana delincuente, es precisamente lo que interesa a Ben, ya que June es la secretaria -y se rumorea que bastante más que eso- del candidato a alcalde con más probabilidades de ganar las próximas elecciones en la localidad californiana de Bay City, el millonario Frank Jansen (Kent Taylor), sondeo que irrita especialmente al hampón Solly Caspar (Ted de Corsia) debido a que Jansen se ha erigido en adalid de la lucha contra la corrupción y el crimen organizado, que tiene en nómina no sólo al alcalde anterior, sino también a buena parte de la cúpula policial y judicial de la ciudad. Por ello, Caspar ha enviado a Ben a investigar los trapos sucios de Jansen, a fin de encontrar algo oscuro que le permita desacreditarlo o neutralizarlo. Sin embargo, como Ben no encuentra nada que poder usar, Caspar ha decidido eliminar a uno de los aliados más importantes de Jansen, el director de un periódico local que ataca sin cesar a Caspar y sus hombres. Ben, sin embargo, discrepa de esa decisión, y eso le ocasiona un enfrentamiento con Caspar que a punto está de costarle la vida. Resentido, Ben graba el asesinato del periodista y ofrece a Jansen, a través de June, la oportunidad de aprovecharlo en la campaña electoral. Como resultado, Jansen gana la alcaldía y Caspar tiene que huir. Pero Ben Grace tiene sus propios planes, y no pasan por eliminar la corrupción en Bay City, sino más bien por adaptarla a la nueva situación y hacerse con el monopolio en exclusiva… Dos circunstancias vienen a complicar los planes de Ben, ambas pelirrojas. June es la mujer sofisticada, encantadora y sensual, con buenas intenciones y sueños por cumplir; Dorothy es una loca que sólo piensa en satisfacer sus caprichos, el aquí y ahora. La mezcla de ambas es una bomba de relojería cuyo detonador es el retorno de Caspar.
La primera sensación tras el visionado de la película es que, en manos de otro director y con otro reparto, el resultado habría dado mucho más de sí. Una vez superado el planteamiento inicial, repleto de expectativas favorables y promesas apetecibles, el material criminal se entremezcla de manera demasiado ampulosa y rígida con el drama sentimental, sin que uno ni otro terminen de explotar ni ligar adecuadamente, y sin que el conflicto traspase verdaderamente la pantalla para implicar al espectador. Probablemente, las limitaciones de John Payne como protagonista, su atractivo impersonal y su falta de carisma, tienen mucho que ver. Lo mismo sucede con el villano, De Corsia, un histórico del cine de intriga que no logra componer aquí sin embargo un gángster con auténtica dimensión más allá de los lugares comunes, del estereotipo casi caricaturesco. Ni Jansen ni el amigo policía de Ben, Dave, resultan personajes bien construidos, quedándose en la mera etiqueta, en un breve apunte moral cuyo papel en la trama no es que sea reducido, sino meramente circunstancial, simples herramientas necesarias para que puedan articularse los giros que pide la trama. Esta falta de profundidad y de desarrollo acertado del argumento, unida a cierta morosidad y al estatismo de las composiciones y las situaciones (apenas hay secuencias de acción antes del tiroteo final, no hay persecuciones, momentos de suspense ni una intriga auténticamente construida sobre la base del descubrimiento o la captura de un delincuente), hace que los 94 minutos de metraje puedan resultar densos y ralentizados, poco dinámicos. Como contraste, en otros momentos el guión avanza de manera excesivamente precipitada (el cambio en la relación entre June y Ben, por ejemplo, desde el primer instante desagradable en que se conocen hasta el momento de su primer morreo, de manera un tanto casquivana, por cierto, si pensamos en el personaje de ella…), con un abuso de sobreententidos más que de elipsis. El drama o incluso el melodrama sentimental ganan la partida a la vertiente negra del asunto, y por eso la novela de Cain queda convertida, a grandes rasgos, en una historia de redención personal en la que cada una de las pelirrojas simboliza un camino vital para el personaje de Ben Grace, que le ofrece distintas opciones, cada una con sus pros y sus contras (la vía de la delincuencia organizada, con sus trampas y sus lujos junto a la chica del gángster, o la de una vida tranquila y feliz pero pobre con una mujer a la que amar), y cuya puesta en escena alterna unos pocos decorados y localizaciones en interiores (la casa de Caspar, la casa de la playa, la casa de las Lyons, tres despachos y para de contar) que confieren a la cinta un aire teatral casi casi claustrofóbico, sin transiciones que ayuden a oxigenar o a alterar esa percepción de rigidez y estatismo.
Esta esquematización del desarrollo narrativo (ni siquiera llega a existir un verdadero triángulo amoroso entre Jansen, June y Ben, ni tampoco entre June, Dorothy y Ben) deviene inevitablemente en una falta de garra de todo el conjunto, que sólo viene compensada por dos factores: la formidable presencia de ambas actrices, Fleming y Dahl, que, si bien dan vida a personajes cuyas evoluciones resultan por momentos aceleradas o incomprensibles, sí aportan en cambio sus poderosas presencias, en ocasiones, únicamente en el caso de June, de un romanticismo casi podría decirse que empalagoso, pero trocado luego en un desengaño entre furioso y conmovedor construido con notables elegancia, estilo y fuerza; y además por la secuencia final, la reunión violenta de todos los personajes en un único escenario sobre el que se produce la eclosión de esa idea de redención, de forma un tanto precipitada y repentinamente sanguinolenta. Esta película negra en technicolor, producida por RKO, renuncia a explotar en todas sus posibilidades las corruptelas y los otros temas ligados al género negro por excelencia y cede su espacio al drama de sentimientos con trasfondo criminal, y aunque se deja ver con agrado gracias a la colorista fotografía de John Alton, al oficio de Dwan y al dúo femenino protagonista, no permite hacerse una idea exacta de los turbios ambientes, las amenazas veladas, las asfixiantes atmósferas y los peligros acechantes que contiene la novela de Cain, unos de los grandes del género traducido aquí a imágenes sin demasiada fortuna por un Allan Dwan que, demasiado lírico en una historia que exige quizá otros puntos de vista más convenientes, apenas disfruta de tres o cuatro tomas en las que soltarse la melena. Cosas del bajo presupuesto.