Mil ojos tiene la noche

Título en castellano Mil ojos tiene la noche
Titulo original Night Has a Thousand Eyes
Año de filmación 1948
Duración 81′
Pais Estados Unidos
Director John Farrow
Guion Barré Lyndon, Jonathan Latimer (Novela: Cornell Woolrich)
Música Victor Young
Dirección de fotografia John F. Seitz (B&W)
Reparto
Productora Paramount Pictures
Sinopsis La película arranca con el intento de suicidio de una rica heredera. En flash-back vemos cómo alguien que trabaja en un teatro y que posee la asombrosa facultad de adivinar el futuro, se siente cada vez más angustiado porque no puede impedir que se cumplan sus peores premoniciones. 
Premios  
Subgénero/Temática Drama

Añorando estrenos: 'Mil ojos tiene la noche' de John FarrowCINE - PROGRAMAS DE MANO: MIL OJOS TIENE LA NOCHE // JOHN FARROW ...

El cine de Solaris: Mil ojos tiene la noche

En 1947, el título de la película: la noche tiene mil ojos ...

tomado de filmaffinity

Olvidaros de encontrar explicación a todo lo que es inexplicable alguna vez en esta vida. Muchas personas han tenido experiencias que huyen de lo usual o normal, incluso seguro que en nuestra vida hemos encontrado situaciones a las que no hemos podido buscar una solución hábil cerca de toda duda.

Esto es lo que podemos encontrar en ‘Mil ojos tiene la noche’. Una película extraña, diferente, con un arranque que produce la misma incertidumbre que sostiene la cinta durante todo su metraje. A través de los recuerdos del protagonista vamos conociendo una historia, la cual se puede definir perfectamente como una montaña rusa. El personaje al que interpreta Edward G. Robinson esta vez, es la muestra de que todo lo bueno que se tiene, se puede venir abajo en cualquier momento. El caso es que en la película, no hay razón por la cual conozcamos un motivo coherente por todo lo que le ocurre al protagonista. Inverosímil o no, John Farrow, el director, nos somete a una hora y veinte minutos con la mosca detrás de la oreja.

Llegados al punto final, puede gustar o decepcionar. Es una cinta que funciona mejor si la vemos asemejada mayormente hacía el género fantástico. Los elementos de Cine Negro por supuesto que se aprecian, y por supuesto tampoco hablamos de una obra memorable. La trama no busca tener demasiadas pretensiones, lo que la hace disfrutable es su habilidad para mantener al espectador pendiente de cada secuencia y expectante con lo que viene a continuación seguido de cada acción. Si os apasiona el mundo de lo paranormal, esta es una cita recomendable.


Mil ojos tiene la noche de John Farrow (director con otros títulos interesantes del género como Donde habita el peligro o El reloj asesino, entre otros) constituye una película muy extraña y rara para la época en que fue rodada con elementos de parapsicología, telepatía, clarividencia e hipnotismo a través de un adivino-mentalista que siente premoniciones de lo que ocurrirá en el futuro, la mayoría de los casos, desgracias y catástrofes.

Como punto de partida es una propuesta inusual y prometedera pero, la resolución es poco afortunada en su última parte por unos diálogos forzados y una puesta en escena tan teatral. Sin duda, va de más a menos con la entrada de la investigación policial y pierde mucha fuerza en su desenlace. A su favor una atmósfera cargada de pesimismo y como mayor inconveniente, el uso de la voz en off resulta repetitiva en los diferentes flashbacks.

Edward G. Robinson en sus mejores años como un personaje atormentado y atrapado por el destino en la línea de La mujer del cuadro de Lang. Gail Russell (inolvidable en Moonrise) tiene una presencia magnética y radiante aunque en un papel menor y sin apenas evolución dramática.

Esta película queda como una grata curiosidad por una temática que oscila entre el cine negro y el fantástico, a pesar de sus deficiencias de guión.


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John Farrow es uno de esos directores pertenecientes a la época dorada de Hollywood, cuya obra no es demasiado conocida entre los cinéfilos de hoy día. Artesano que filmaba tanto un western, como una comedia, films de aventuras o, tal y como sucede en el caso que nos ocupa, mezclar Film Noir con fantasía, añadiendo ciertas gotas de ambigüedad. ‘Mil ojos tiene la noche’ (‘Night Has a Thousand Eyes’, 1948) es uno de sus films más recordados, una muy curiosa cinta de suspense que bien puede verse como precedentes de películas como ‘Plan siniestro’ (‘Seance on a Wet Afternoon’, Bryan Forbes, 1964) o ‘Luces rojas’ (‘Red Lights’, Rodrigo Cortés, 2012).

El mundo de los videntes o adivinos, que suele sonar a chorrada para mentes débiles en la vida real, y tan fascinante que queda su plasmación en el séptimo arte, casi siempre en un contexto policíaco o de misterio. En el film de Farrow el equilibrio entre lo real y lo fantasioso está muy logrado, aunque el film vaya evolucionando de fantasía a policíaco, quizá en busca de lo comercial. Un poderoso Edward G. Robinson es el eje de la función, alrededor de su atormentado personaje navega toda la trama

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Precisamente Robinson ya había filmado esas dos pesadillas a las órdenes del gran Fritz Lang tituladas ‘La mujer del cuadro’ (‘The Woman in the Window, 1944) y ‘Perversidad’ (‘Scarlet Street’, 1945) en las que el fatal destino era solucionado de dos formas muy diferentes, ambas muy coherentes. En ‘Mil ojos tiene la noche’ el protagonista decide huir del destino de las personas que le rodean, puesto que es capaz de vaticinar su muerte, aunque no en términos exactos. Una especie de maldición que surge de su espectáculo de adivino, sin explicación alguna, y que con el paso del tiempo no importará.

Misterio y fantasía

Farrow comienza su relato en mitad del mismo, introduciendo de lleno al espectador en el film mediante una secuencia de acción. En la misma, una mujer, Jenny (Gail Russell) está convencida de que morirá en el transcurso de una noche estrellada. Salvada por su pareja (John Lund) se reunirá con el que le auguró una muerte en una noche así, John Triton (Robinson), quien desvelará parte de su historia que veremos en un flashback que dura media película. De cómo su poder apareció sin más, de cómo no podía hacer nada para salvar a las personas que veía morir en extrañas visiones, y de cómo abandonó todo lo que amaba para perderse en el anonimato huyendo de un poder que sólo le traía la desgracia.

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Esa primera parte posee un equilibrio tonal absolutamente envidiable, una mixtura de fantasía y misterio, que en aquellos años era algo lógico y muy interesante de ver en films más o menos idénticos, alguno de ellos dirigido por Mitchell Leisen —ese director tan poco conocido gracias a lo bocazas que puede ser un genio como Billy Wilder—, a quien Farrow parece estar rindiendo un extraño homenaje en la parte final del film, con alusiones a ‘La muerte de vacaciones’ (‘Death Takes a Holiday’, 1934), otra de esas rarezas inimitables tan fascinantes filmadas en aquellos años. En cualquier caso, el film de Farrow va por otros derroteros, si se quiere decir así, más convencionales.

La vigorosa puesta en escena de Farrow —con impresionantes travellings laterales que rompen la cuarta pared en determinados momentos— logra que el interés no decaiga jamás, incluso cuando el film va cambiando su lado fantastique hacia la intriga policial, con las intenciones de ciertos personajes metidas a calzador como justificación a una de las muertes de la película. Una intriga policial que funciona por completo como concesión al espectador, y una ambivalencia en su lado fantastique bien servida por Farrow y su mano para la atmósfera casi onírica.


Mil ojos tiene la noche (The night has one thousand eyes, 1948), de John Farrow, adaptación de un relato de Cornel Woolrich (que publicó bajo el seudónimo de George Hopley), es una estimulante obra de intriga, sazonada con elementos sobrenaturales, sostenida sobre una doble incógnita: Por un lado, ¿el destino de Jean (Gail Russell) parece ineluctablemente señalado por la muerte como vaticina Triton (Edward G Robinson)? Y por otro, ¿las visiones de Triton son premoniciones, porque efectivamente posee ese don, o son hechos que él propicia por haberlos ‘imaginado’? La nocturnidad aletea abrupta ya desde su secuencia inicial, cuando Jean está a punto de arrojarse desde un puente a las vías del tren, acción impedida por su prometido Walter (John Lund). La desesperación de Jean ha sido sugestionada por la premonición de Triton de su pronta muerte bajo las estrellas, pero es equiparable a la que ha sufrido Triton. Es la desesperación de éste la que atraviesa la narración. Si su don es cierto, se asemeja más a una condena. En este primer tramo de la obra se sucederán una serie de flashbacks, que abarcan veinte años, en los que Triton narra a Jean y un escéptico Walter más que el por qué de su premonición, porque es un don que no controla, la serie de hechos que reflejan que su don es cierto por recurrente, y aún más, hacerles comprender, en especial a un remiso Walter, el cuál piensa que algún interés oculto guía lo que cree una escenificación sugestionadora, su condición torturada por sufrir ese don.
Triton actuaba en un espectáculo de vodevil como embaucador mentalista, asistido por Jenny (Virginia Bruce) y Whitney (Jerome Cowan) al piano, quien con los acordes le daba pistas sobre las personas que habían realizado la pregunta. Pero, desde el día en que avisó a una mujer entre el público que corriera a su hogar porque su hijo podría morir (y así se lo confirmó: por jugar con cerillas sufrió quemaduras, pero pudo salvarle por llegar a tiempo) empezó a sufrir auténticas visiones que vaticinaban no sólo posibles tragedias, sino tragedias que consideraba ineluctables, como cuando sintió la premonición de que Jenny, la mujer que amaba, moriría al dar a luz, lo que le determinó a desaparecer, y aislarse del mundo (durante cinco años en una mina), torturado por su don, y haciendo creer que estaba muerto. La ironía, o lo terrible, es que Jenny, tras casarse con Whitney (que se había enriquecido con inversiones gracias a las premoniciones de Triton) sí murió a dar a luz, y esa hija es Jean. Triton se torturó pensando si realmente había tomado la decisión adecuada al decidir huir para que ella no sufriera daño, si debería haberse quedado para impedir que así fuera. Por eso, cuando vislumbra esa muerte de Jean, decide que debe hacer todo lo posible para evitar que se produzca si interviene para que la combinación de factores no se combinen como entrevé con sus visiones premonitorias.
El segundo tramo, narrado con precisa y progresiva tensión, gira alrededor de la espera de la hora vaticinada de la muerte de Jean. En su premonición Triton no discierne quién ni dónde, sólo una serie de imágenes fragmentadas (un jarrón roto, una flor pisada, una pata de león). Por supuesto, se enfrenta no sólo a la puesta en duda de la veracidad de esas visiones, sino a la sospecha de cuáles sean sus intenciones, más bien siniestras: ¿Son ciertas? ¿Encubren una mera conspiración criminal encubierta en la sugestión de su vaticinio? El escepticismo, aparte de en Walter, está encarnado en la figura del teniente Shaw (el esplendido William Demarest, cuyas irónicas frases y su actitud parecen extraídas de sus papeles en las comedias de Preston Sturges). La ambivalencia domina este tramo, en el que se genera, de modo progresivo, una cautivadora atmósfera turbia (potenciada por la magnífica atmósfera tenebrista de la dirección de fotografía de John F Seitz), en la que la percepción de la realidad, o de lo que puede ser o no ser, ocurrir o no ocurrir, se sostiene sobre frágiles cimientos, entre sombras que irrumpen en las habitaciones, brazos que surgen de cortinajes para cambiar la hora de un carillón o un jardín de sombras con inquietantes esculturas.

 

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