Motin en el pabellon 11

Título en castellano Motin en el pabellon 11
Titulo original Riot in Cell Block 11
Año de filmación 1954
Duración 80′
Pais Estados Unidos
Director Don Siegel
Guion Richard Collins
Música Herschel Burke Gilbert
Dirección de fotografia Russell Harlan (B&W)
Reparto
Productora Allied Artists
Sinopsis Tras salir de prisión, donde cumplió una condena por haber disparado contra un presunto amante de su esposa, el productor Walter Wanger se propuso hacer una película sobre su experiencia carcelaria. Un grupo de presidiarios se amotinan y se les une la mayoría de los presos, que toman como rehenes a numerosos guardia. Su intención es protestar contra las infrahumanas condiciones de vida que tienen que soportar.
Premios
1954: Premios BAFTA: Nominada a mejor película y actor extranjero (Neville Brand)
1954: Sindicato de Directores (DGA): Nominada al Mejor director
Subgénero/Temática Drama carcelario

Motín en el pabellón 11 (1954) - Filmaffinity

tomado de filmaffinity

Seguramente la mejor película que realizó Siegel en sus inicios como director junto con «La invasión de los ladrones de cuerpos», la presente cinta nos relata un motín carcelario en el que los presos tratan de mejorar sus condiciones de reclusión.

En otras ocasiones los dramas carcelarios se centran precisamente en las penalidades y vejaciones sufridas por los presos, pero en este caso Siegel elude tal opción, prefiriendo centrarse en el desarrollo del motín y en las dinámicas internas y externas que este produce, tanto entre los reclusos como entre las autoridades; las duras condiciones no se nos muestran y sólo sabemos de ellas de modo indirecto, a través de las peticiones de los presos («Aire para respirar, más luz para ver…», etc).

Pronto se dibujan las mencionadas dinámicas internas y externas; en ambos casos se basan en el enfrentamiento entre un sector duro y otro blando, de modo que aquéllos presos que tratan de forzar la negociación (Dunn y «El Coronel») se ven obligados a coexistir con los que apuestan por la fuerza y la violencia (Carnie). Igualmente, en el exterior, las autoridades se debaten entre la postura negociadora (protagonizada por el Alcaide) y la solución intransigente (encarnada por Haskell). Toda la carga dramática del filme reposa en esos dobles enfrentamientos, que hacen oscilar la narración entre la espera y la tensión desatada.

En cuanto a la estética, con unos toques iniciales de corte documental, es uno de los aspectos más logrados de la película, cuyos planos enfatizan la longitud y sordidez de los corredores, al tiempo que captan perfectamente la profundidad de campo, hábilmente empleada con fines dramáticos (véase el plano en el que los presos se precipitan hacia un teléfono, o un travelling que sigue a un recluso mientras corre, etc). Siegel demuestra ya su gran capacidad para rodar secuencias de acción, como queda de manifiesto en las escenas en las que los presos toman los patios, en plena furia desatada; el dominio del que hace gala el director en los movimientos de masas y en la captación de los espacios hacen de estas secuencias las más espectaculares del filme.

A todo ello se añade un correcto guión y unas estupendas interpretaciones a cargo de un gran número de secundarios, todos ellos creíbles y acertados, destacando la interpretación de Neville Brand como el recluso Dunn, líder de los amotinados y encarnación de su destino.


Película de denuncia sobre las miserables condiciones de los presos en las cárceles de EEUU en los años 50, bien dirigida por el notable y valiente Don Siegel. El hábil director estadounidense pone el dedo en la llaga sobre un tema incómodo y que, desgraciadamente sigue de actualidad, del que nadie quiere oir hablar y en el que los máximos responsables se llaman andana y si te he visto no me acuerdo. Pero no puede ser que el que roba una salchicha para comer comparta celda, pabellón o patio con un asesino reincidente o con un drogadicto o con un psicópata. Tampoco hay derecho a las condiciones inhumanas de muchas cárceles en el mundo. No sé. Tal vez los responsables de estas destrucciones humanas, un día, se den cuenta, de que Dios les pedirá cuentas de su desidia, indolencia, crueldad, etc.
Siegel, en su película, maldice a estos tipos. Lo hace con sutileza. Le basta un plano del tipo tranquilo en su cálido hogar con su batín y sus pantuflas. Dejémosle ahí. Con el resto no toma partido, sólo narra los hechos. El coherente y sobrepasado por las circunstancias alcaide de la prisión lo dice bien claro: » hay presos buenos y presos malos, como policías o dirigentes los hay también buenos y malos». Siegel, con crudeza, muestra los desvaríos del preso loco pero también los del delegado del gobernador. Hay luchas internas entre los presos y luchas internas en la cadena de mandos de las instituciones gubernamentales. Las familias sufren en ambos bandos. Y, al final, un perdedor por cada bando: el alcaide y Dan. No han conseguido nada. Bueno sí. Probablemente ambos sean juzgados con benevolencia.


tomado de espinof

 

‘Motín en el pabellón 11’ (‘Riot on Cell Block 11’, Don Siegel, 1954) es una de las películas pertenecientes a la etapa menos conocida de su director, en la que el film más famoso es ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’ (‘Invasion of the Body Snatchers, 1956), también producida por Walter Wanger, quien quiso personalmente hacer una película que reflejase la vida en las cárceles, lejos de los típicos films de prisiones que solían hacerse. La propia experiencia de Wanger —encarcelado por disparar al supuesto amante de su mujer, Joan Bennet— bastó como motor impulsor.

Siegel, salido del cine clásico y convertido en uno de los mejores narradores del cine estadounidense, capaz de conjugar clasicismo y modernidad como pocos, fue apreciado, y nunca lo suficiente a mi parecer, a partir de mediados de los sesenta, y sobre todo los setenta. Films como ‘Código del hampa’ (‘The Killers’, 1964), ‘Brigada homicida’ (‘Madigan’, 1968), y sobre todo ‘El seductor’ (‘The Beguiled’, 1970) se llevan, merecidamente, los elogios más destacados. Pero su época anterior está llena de joyas “escondidas”.

 
 
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‘Motín en el pabellón 11’ (‘Riot on Cell Block 11’, 1954) es una de ellas, juntos a las imprescindibles ‘Crimen en las calles’ (‘Crime in the Streets’, 1956) y ‘Contrabando’ (‘The LineUp’, 1958). Una película directa, sombría, narrada e interpretada a la perfección. Aspecto de film pequeño, pero de gran trascendencia, al plasmar sin ningún tipo de rubor la injusticia cometida dentro de las prisiones, esos lugares que se suponen son para reformar a los convictos. El argumento, además de la experiencia personal del productor, se inspira en algún que otro motín en una prisión estadounidense.

El film da comienzo precisamente con ese dato, a modo de documental, informando sobre la necesidad de reformar las prisiones americanas, que acogían a más reclusos de los que podían. El sobre exceso de las cárceles se muestra en varias secuencias llenas de extras, y en las que Siegel maneja hábilmente espacio y planificación. Poco presupuesto no significa baja calidad cuando uno tiene talento, y a Siegel le sobraba. Manejaba la tensión como pocos, y de eso en ‘Motín en el pabellón 11’ hay mucho.

El espectador que se acerque a la película, a día de hoy, se quedará muy sorprendido por el parecido argumental, excesivo, con la popular ‘Celda 211’ (Daniel Monzón, 2009) —aunque el film de Monzón desarrolla hilos aquí solo apuntados, como por ejemplo la mujer embarazada del novato—, hasta existe el cabecilla del motín que pide a las autoridades mejoras en la prisión, a cambio de guaridas secuestrados. Pero Siegel se centra en la tensión del conflicto, mientras dispara una fuerte crítica al sistema.

Tensión y realismo

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Para manejar la citada tensión, Siegel no echa mano del corte de planos en secuencias importantes, las filma del tirón. Sirvan como ejemplo aquellas en las que el alcaide se dirige al pabellón 11 para comunicarse con el cabecilla —excelente Neville Brand—, primero desde el lado derecho del plano, más tarde desde el izquierdo. Siegel filma todo el trayecto sin un solo corte. Al final del film, cuando cierto teléfono suene en el interior de la cárcel en un momento clave, repite la operación, pero los personajes corren en lugar de caminar. La duración de la secuencia es la misma, la tensión en el límite.

Ese manejo de la planificación —con el alcaide desplazándose hacia un lado del encuadre, y en el caso de los presos en plano fijo, apareciendo del fondo del mismo— infiere al film un crescendo dramático importante. La situación es de por sí muy violenta, pero podría ser la perdición para todos. Además ‘Motín en el pabellón 11’ juguetea con el Film Noir en las subtramas que se producen entre los presos, de la más diversa índole.

Siegel volvería a filmar al otro lado de los barrotes en su última gran película, ‘Fuga de Alcatraz’ (‘Escape From Alcatraz’, 1979), en la que los ecos de una de las obras maestras de Jacques Becker son más que evidentes. ‘Motín en el pabellón 11’ fue parte del comienzo, y antes ‘Fuerza bruta’ (‘Brute Force’, Jules Dassin, 1947)


 

 
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