Título en castellano | Brigada 21 |
Titulo original | Detective Story |
Año de filmación | 1951 |
Duración | 103′ |
Pais | Estados Unidos |
Director | William Wyler |
Guion | Philip Yordan, Robert Wyler (Teatro: Sidney Kingsley) |
Música | Miklós Rózsa |
Dirección de fotografia | Lee Garmes (B&W) |
Reparto | |
Productora | Paramount Pictures |
Sinopsis | Adaptación de una obra de Broadway que describe la vida cotidiana en una comisaría de policía de Manhattan. Un temperamental policía (Kirk Douglas) recurre a los métodos más implacables para obtener información de cualquier sospechoso de un crimen. Obtuvo cuatro nominaciones a los Óscar de 1952: mejor director, mejor actriz principal (Eleanor Parker), mejor actriz secundaria (Lee Grant) y mejor guión adaptado. |
Premios |
1951: 4 Nom. al Oscar: Director, actriz (Parker), actriz sec. (Grant), guión adaptado
1951: Globos de Oro: 3 nominaciones, incluyendo Mejor película (drama)
1951: Premios BAFTA: Nominada a mejor película
1951: Sindicato de Directores (DGA): Nominada a Mejor director
1951: Sindicato de Guionistas (WGA): Nominada a Mejor guión drama
1951: National Board of Review: Top 10 Mejores películas
1952: Festival de Cannes: Mejor Actriz (Lee Grant)
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Subgénero/Temática | Drama, Crimen, Policiaco |
Producida y dirigida por William Wyler, se rodó en estudio, salvo unas pocas escenas exteriores. Se basa en la obra de teatro «Detective Story», de Sidney Kingsley, de gran éxito en Broadway. Ganó el premio a la mejor actriz de reparto (Lee Grant) del Festival de Cannes y el Edgar Allan Poe Award a la mejor película de detectives.
La acción tiene lugar en la Comisaría 21 de Manhattan en un día de primavera de 1950. Narra la historia del policía Jim McCloud (Kirk Douglas) y de su esposa Mary (Eleanor Parker), cuyo matrimonio entra en crisis por causas diversas. La película, vista con ojos actuales, constituye un documento sobre el ambiente vertiginoso que se vivía en una Comisaría, de sala única, donde se amontonaban agentes, delincuentes, mesas, máquinas de escribir y teléfonos. Se ve con reiteración un cartel de la Cruz Roja pidiendo donaciones de sangre, que aporta un contraste humanitario. También aporta un valioso testimonio sobre los métodos de unos policías enfrentados a la delincuencia con escasísimos medios técnicos, científicos y personales, lo que les llevaba a investigar a las personas más que a los hechos, a dejarse llevar más por la intuición que por las pruebas y a usar métodos violentos. El eje de la obra no es un caso de investigación policial: es una juxtaposición de casos menores (una anciana loca, una joven cleptómana, etc.). Sobresale con fuerza el drama que se cierne sobre el matrimonio, sometido a la presión del trabajo del marido, obsesiones de infancia, prejuicios, falta de compensión, rigidez personal y escasa inteligencia. La obra ofrece las mejores secuencias en el crescendo dramático de la pareja, con algunas imágenes de terror de Eleanor Parker que han pasado a la historia del cine. Es destacable el encuadre en picado sobre la calle vista desde lo alto de los rascacielos neoyorquinos. Fue una de las primeras películas en las que se habla (de modo muy matizado) del aborto, durante muchos años tema exluído de toda mención.
La música está presente en la secuencia inicial y final. La banda sonora reproduce con gran realismo el sonido ambiental de la calle y del interior de la Comisaría saturada de personas. La fotografía se mueve con eficacia en el interior de un espacio limitado que acoge más de 15 actores. El blanco y negro refuerza el clima de tensión y tragedia de la obra. El guión, a pesar de su raíz teatral, desarrolla una narración fluída y coherente. El espectador tarda en advertir que el eje de la película no es policíaco. La interpretación de los dos protagonistas es soberbia: Douglas está insuperable y E. Parker, en un papel breve, está magistral trasmitiendo ternura, tolerancia, terror y decisión. La dirección mueve los actores con maestría y crea un clima de realismo descarnado y sobrecogedor.
Película que con el tiempo ha adquirido un gran valor documental. Obra muy bien interpretada, bien escrita y dirigida con sabiduría cinematográfica.
Buena película de Wyler con guión de origen teatral. Está llena de detalles que contribuyen a dotarla de realismo, tanto en la ambientación como en el tratamiento de los personajes. En el inicio nos encontramos con unos interesantes planos de la ciudad que hacen que deseáramos que los títulos de crédito, que se superponen a ellos, duraran más.
La historia trascurre en un solo día dentro de una comisaría de Nueva York. En ella se van presentando todos los personajes, con sus propias tramas, que se intercalan con sabiduría, añadiendo o suavizando la tensión, que con todo no deja de crecer hasta el clímax final. El guión no es nada previsible y contiene varios giros que acrecientan el interés de lo que vemos.
Kirk Douglas, en el papel de detective, nos ofrece una gran interpretación, con esos estallidos de rabia y violencia que tan bien sabe representar. Eleanor Parker, bellísima en esta película, demuestra que merece la nominación al Oscar por su papel de la esposa del detective. Los secundarios acompañan a la perfección y todo el conjunto contribuye a la veracidad de lo que vemos, ayudado por una dirección artística que hace creíble el espacio, la comisaría, donde transcurre la historia.
Particularmente, aunque hay otras obras de este director que me gustan más, la recomiendo como una buena película. Teniendo en cuenta que fue filmada en 1951, pienso su ritmo e intensidad anticipan realizaciones posteriores.
William Wyler elabora en Brigada 21 una riquísima exposición de las bases del arte cinematográfico mostrando primeros planos que producen intensidad (cabe destacar el excelente trabajo de iluminación y matización llevado a cabo por el fotógrafo Lee Garmes), zooms de suave progresividad con el objetivo de lograr aumentar el grado de inmersión del espectador en lo narrado y subrayar los momentos de mayor intimismo, utilizando los escenarios con fines dramáticos: el filme transcurre mayoritariamente en un escenario, la sala principal de una comisaría (que por distintos motivos Wyler logra convertir en una asfixiante cárcel para los policías que allí trabajan), pero se utilizan habitaciones y espacios anexos al mismo para fragmentar la historia y abordar determinados asuntos con mayor detenimiento. Además, se utilizan escaleras, vehículos y objetos del escenario para explicar con mayor entidad algunos sucesos, se planifica exhaustivamente la colocación de los actores en el plano con plena coherencia dramática… Todo en Brigada 21 es fruto de una cuidada aplicación de la técnica a la narrativa.
El orígen teatral de la obra en la que se basa el guión de Philip Yordan no supone contratiempo alguno para William Wyler, excepcional director que había trasladado con significativo acierto otro texto teatral en el sobresaliente Callejón sin salida (Dead End, 1937), eludiendo inteligentemente el aspecto estático inherente a este tipo de textos.
Kirk Douglas, en un alarde interpretativo, se muestra patético, histérico, desdesperadamente enamorado, atormentado por los fantasmas del subconsciente, Eleanor Parker interpreta de manera formidable a un personaje de cierta complejidad dramática y los actores secundarios que los rodean (todos excelentes) realizan una labor de depurada técnica interpretativa que redondea el resultado del filme.
Brigada 21 es una muestra de pericia ténica y artística que, como cualquier gran tragedia, permanecerá vigente mientras existan indicios de sensibilidad y de apreciación profunda.
Un carismático Kirk Douglas interpreta al temperamental detective Jim McLeod, hombre de métodos expeditivos y convicciones férreas. En el día a día de su comisaría neoyorkina las cosas son blancas o negras para él. El bien y el mal. La autoridad y el crimen. Sin embargo, su parcial perspectiva vital y profesional se verá en entredicho cuando la investigación de un caso destape oscuros secretos del pasado de su esposa (Eleanor Parker). Será entonces cuando su monolítica moralidad se tambalee.
La concepción teatral original de la historia se deja ver en su coralidad y en su consecuente desarrollo de personajes, además de en el hecho de que todo el film discurra en el escenario único de una comisaria. William acierta al trasladar ese espíritu a la gran pantalla. El ritmo es constante, entrando y saliendo de plano policías y delincuentes, y siendo las réplicas entre personajes fluidas y brillantes.
La trama principal, la que nos cuenta el acoso del detective McCleond a un criminal y las consecuencias personales que estos actos le conllevan, así como las tramas secundarias, aquellas que protagonizan la retahíla de deslumbrantes secundarios que pululan por la comisaría (desde una señora que asegura que sus vecinos están construyendo una bomba, hasta el procesamiento de dos ladrones, pasando por una inofensiva cleptómana o un joven despistado que roba por amor), se entretejen magistralmente con el telón de fondo de llamadas, interrogatorios y demás formalismos rutinarios de la vida diaria de un policía. No es difícil ver aquí un precedente lejano de ese realismo policiaco que en literatura populizarían autores como George Pelecanos y en televisión series como Homicidio o Canción triste de Hill Street.
Pero, por encima de todo, Brigada 21 expone a los espectadores de mediados de siglo pasado un procedimiento policial áspero y a todas luces fallido, mientras saca a colación la necesidad de renovar este sistema e invita al debate acerca de la reinserción del criminal, la flexibilización de la moralidad y la necesidad de redención.
El maestro William Wyler, uno de los más grandes directores de la historia, nos deleita con otro título que sin estar entre los más conocidos y destacados de su filmografía es otra maravilla. Un título muy notable.
Wyler adapta la obra de Sidney Kingsley, “Detective Story”, que describe la vida cotidiana en una comisaría de Manhattan. Allí un policía interpretado por Kirk Douglas, un fanático de la justicia, usará todos los métodos disponibles para lograr información.
La forma de rodar de Wyler es simplemente portentosa, un perfeccionista obsesivo. Aquí nos deleita con una clase magistral de cómo rodar en un escenario único, la mayor parte del tiempo, del aprovechamiento perfecto del espacio y precisión para el encuadre. Bien es cierto que la película no logra deshacerse de su carácter teatral pero el talento de la dirección es incuestionable.
Como haría también en “Horas desesperadas” (1995), por ejemplo, Wyler reúne a un grupo de personajes en un escenario y explota todas las posibilidades dramáticas que los conflictos entre ellos y la propia claustrofobia del encierro provocan.
Desde el inicio Wyler va dejando interesantes aspectos de dirección y montaje. Acortará los encuadres, del plano general nos situará en uno medio para centrar la acción que le interesa en un aspecto determinado, esto lo hará con asiduidad. Un estilo clásico, depurado y preciso.
Ni que decir tiene que podremos disfrutar de la precisión geométrica de la puesta en escena de Wyler.
Wyler ira contando su historia mezclando la rutina general y habitual de la comisaría con los conflictos personales de los personajes principales. Además tendremos varios casos que irán evolucionando a la vez, entretejiendo todo un fresco de la vida cotidiana de los policías en su trabajo.
Un texto muy bien escrito que saca partido e interrelaciona a la perfección todas sus tramas.
El cansancio, la rutina, el sudor de los policías, pequeños gestos de abatimiento y pesadez en los actores, nos recrean perfectamente el mundo en el que Wyler nos introduce, dotándolo de fisicidad y veracidad. Una policía ante la que se tiene mucho respeto, como vemos en el gesto del taxista cuando recibe un choque en su coche de uno de ellos, como si no pasara nada.
La tesis principal de la cinta es el conflicto entre ley y justicia, profundizándose en ellos de forma notable, en las dificultades de la una y la otra, y la necesidad de ambas. Douglas representará la justicia pura y dura, lo que conlleva saltarse la ley, y la moral, cuando lo cree necesario para lograrla.
En este retrato sobre la vida en la comisaría se nos mostrarán las propias leyes que siguen los policías con respecto a los detenidos, con todos se mostrarán generosos y les darán de comer… salvo con los asesinos. Veremos, y disfrutaremos, de las técnicas policiales. Sus medios son limitadísimos, casi inexistentes, dependían de la propia convicción y capacidad de sugestión para sonsacar información, se entiende que en su frustración, en muchas ocasiones, pierdan los papeles por impotencia. Aquí veremos en acción la clásica táctica del “poli bueno-poli malo”. Nos explicarán sus distintas preocupaciones por los distintos delitos, reseñando claramente su jerarquía.
Asistiremos también a casos cotidianos breves, como la señora paranoica o el señor al que le han robado la cartera, un gran fresco realista.
Es magistral el manejo de los ambientes y las situaciones opresivas, una sensación de tensión y claustrofobia, las dos vinculadas, que va creciendo de forma constante en una perfecta progresión dramática. Wyler siempre se ha mostrado dotado en este tipo de situaciones, a la mencionada
“Horas desesperadas”, podemos añadir “El coleccionista” (1965), “La calumnia”
(1961), “Callejón sin salida” (1937)…
Si por algo destaca el film es por su portentosa planificación y puesta en escena, por el movimiento de los actores en la misma. Wyler además nos deja siempre meridianamente claro dónde estamos, en qué lugar, su precisión es total y saca partido a todos los elementos, puertas e instancias del escenario. Wyler demostrará su absoluto dominio clásico del lenguaje cinematográfico eligiendo siempre acertadamente el uso de sus instrumentos, así unas veces recurrirá al montaje, como señalé anteriormente, para centrar la acción y en otras recurrirá al travelling de acercamiento, buscando un sentido emotivo. Sencillez, sutileza y precisión.
Es reseñable la sutileza en la escena del reconocimiento,
con Gladys George y su visón, y ese breve desvío disimulado de la mirada al
reconocer al culpable.
El personaje de Kirk Douglas recuerda en ciertos aspectos al
de Orson Welles en “Sed de mal” (1958), el detective Quilan. Las dos películas se cruzan en ciertas reflexiones sobre la ley y la justicia, y el personaje de Douglas tiene el mismo talento para intuir delincuentes como el policía interpretado por Orson Welles. Además los dos usarán en ocasiones métodos poco legales para lograr sus propósitos. Luego, evidentemente, tienen otras muchas diferencias. Esa disyuntiva entre Ley y Justicia se vuelve a tratar en la escena que acontece en la “Record Room”, donde Douglas se sincera y nos explica que las leyes impiden en muchas ocasiones aplicar la justicia debida.
Douglas es tenaz, muy profesional, obsesivo hasta el punto de subordinar su vida familiar a la profesional, intransigente con la injusticia y el delito, inflexible, intolerante, profesional vocacional y acomplejado por el recuerdo e influencia negativa de su padre. Es cruel, vengativo, mercancía averiada producto de la influencia paterna que logrará expiar sus pecados al final. Está bañado en resentimiento y trata de canalizarlo a través de su trabajo, deteniendo delincuentes. Un gran personaje muy complejo, que casi opta por inmolarse, buscar la muerte, cuando ve que su mentalidad no tiene arreglo y le ha alejado de su mujer.
La escena del furgón es una de las más destacadas, de las pocas veces que abandonamos la comisaría. Es extraordinaria la explicación que se da a la entrega voluntaria del villano doctor y la reacción que mantienen ambos actores, Douglas y George Macready. Si Welles–Quinlan abusaba de las pruebas falsas, Douglas–McLeod lo hace de la violencia.
La película divide en actos también su narración haciendo fundidos en negro. El segundo acto se iniciará con un gran picado sobre la comisaría, el microcosmos en el que indaga Wyler. No acabo de creerme al teniente Monaghan, interpretado por Horace McMahon, con esos morritos que pone constantemente.
Todas las historias evolucionan paralelas a la central y de forma perfecta. La de la chica que comete el hurto menor que vemos al inicio,
interpretada por Lee Grant, que estuvo nominada al Oscar; la del joven que comete un robo por amor; la de los delincuentes habituales con el alocado histérico interpretado por Joseph Wiseman…
Wyler sigue demostrando su maestría en la dirección, haciendo el relato muy cinematográfico con escenas donde los juegos de miradas
son esenciales. También a destacar la escena de las tres llamadas simultáneas donde los encuadres se van acortando cuando alguna de las mencionadas llamadas
Wyler no se olvida de los pequeños detalles, las bromas, la camaradería, los breves momentos de asueto o de confesiones entre los policías.
Una escena simpática al respecto la tenemos en la broma de Douglas a un compañero con la puerta que aquel para con el pie cada vez que alguien sale.
La trama pega un giro en el último tercio cuando se unen las tramas del médico abortivo con la historia personal del propio detective McLeod, con su mujer en concreto. La película es moderadamente transgresora ya que el tema del aborto no se había tratado apenas en el cine, aquí sin explayarse en demasía es una parte importante de la trama.
La escena de la confesión entre Douglas y su mujer, una magnífica Eleanor Parker que es de lo mejor y más destacado de la película, nos deja intensos momentos emocionales. Wyler situará la cámara sobre Douglas, de pie, ante su sentada mujer, minimizándola, mostrando su dignidad. Momentos y diálogos duros. Esa planificación, con Douglas en un estado de superioridad moral, de mayor dignidad, varía cuando llama “golfa” a su mujer, en ese momento Wyler volverá a situar a cámara y actores en una posición de igualdad, la superioridad de Douglas desaparece.
“No se puede abandonar a una persona”.
Wyler usa en varias ocasiones la escalera, que acaba resultando especialmente simbólica en una de las escenas finales donde conversan Douglas y el abogado de Schneider (Warner Anderson), es el escenario de la indefinición, que muestra su incapacidad para avanzar o cambiar.
Hay estupendos detalles de guión como el eco que supone el robo del arma del histérico delincuente interpretado por Joseph Wiseman a uno de los policías que anteriormente fue advertido sobre esa posibilidad, y que desencadenará la tragedia final.
El final resulta bastante desolador y redentor a partes igual, un final que se ve venir en esa atmósfera cada vez más tensa y cargada que presagia la tragedia, perfectamente modulada por Wyler. La cinta concluirá con otro picado sobre la comisaría y otro posterior sobre la calle adyacente mientras vemos salir al joven detenido por robo y su novia. Un final para nada feliz.
“Brigada 21” posee una magnífico guión y dirección y unas soberbias interpretaciones, Douglas está muy bien y Parker magnífica, que también estuvo nominada al Oscar. Destacar a William Bendix en el papel de ese policía bondadoso. En ningún momento se oculta el carácter teatral de la propuesta lo que puede pesar al espectador en algún momento al estar casi todo el metraje ambientado en un único escenario, aunque la historia es atractiva y está muy bien regulada, posee un gran ritmo y una gran intensidad. Algunos de los postulados son algo cuestionables, a pesar de todo.
BRIGADA 21 es una de las aportaciones más notables del maestro Wyler a la corriente temática del cine negro, que tantas obras maestras alumbró durante las décadas de los cuarenta y cincuenta. La base argumental del film fue una obra teatral del prestigioso dramaturgo Sidney Kingsley, pieza que había sido estrenada en Broadway con gran éxito. En los escenarios neoyorkinos, el papel de McLeod había sido interpretado por Ralph Bellamy, muy elogiado por la crítica especializada. Junto a Bellamy actuaron Lee Grant, Michael Strong y Joseph Wiseman, que fueron contratados por la Paramount, a instancias de Wyler, para que repitieran sus roles en la adaptación al cine. Dicha adaptación pudo realizarse gracias a la tenacidad del propio Wyler, que supo descubrir el gran potencial cinematográfico que encerraba la pieza de Kingsley. La Paramount, reacia a rodar la película, acabó cediendo a las pretensiones del director, más por confianza en su labor como realizador de notorios éxitos de taquilla, tales como CALLE SIN SALIDA (DEAD END, 1937); EL FORASTERO (THE WESTERNER, 1940); LA SEÑORA MINIVER (MRS MINIVER, 1942) o LOS MEJORES AÑOS DE NUESTRA VIDA (THE BEST YEARS OF OUR LIVES, 1946) que por el argumento en sí, considerado por los jefazos del estudio como extremadamente delicado. De todas formas, parece ser que impusieron a Wyler unas condiciones bastante duras para hacer la película. El presupuesto sería reducido y el rodaje debería durar lo menos posible. Wyler no se arredró y consiguió terminar la película en sólo 36 días, todo un récord si tenemos en cuenta que el metraje final del film es de 105 minutos.
En un principio, Wyler confío la redacción del guión a su gran amigo Samuel Dashiell Hammett, aclamado novelista que había obtenido fama universal gracias a novelas como COSECHA ROJA y, sobre todo, EL HALCÓN MALTÉS, magníficamente adaptada a la gran pantalla por John Huston diez años antes. Por razones poco claras, aunque quizá relacionadas con la Caza de Brujas del infausto McCarthy, que convirtió al escritor en blanco predilecto de los inquisidores anti izquierdistas, Hammett abandonó el proyecto al poco tiempo, siendo reemplazado en su labor como guionista por Philip Yordan y Robert Wyler, hermano del director. El guión definitivo se diferenciaba muy poco del libreto teatral, pues tan sólo se potenciaron algunos pasajes determinados del relato, a fin de añadirles mayor carga dramática, y se concedió un poco más de protagonismo a personajes que en la versión teatral eran poco relevantes.
Wyler tenía claro que un buen reparto y una puesta en escena eficaz bastarían para lograr un buen resultado en taquilla, y acertó de lleno. Exceptuando a Kirk Douglas y Eleanor Parker, las únicas grandes estrellas de la cinta, el resto del cast lo integraron un puñado de buenos profesionales, casi todos ellos con larga experiencia en cine y teatro, que estuvieron más que correctos en sus interpretaciones. Lee Grant, casi una recién llegada a la gran pantalla, compuso un personaje conmovedor, al que ya había dado vida en los escenarios de Broadway: el de la frágil y tímida raterilla que acaba de cometer su primer robo. William Bendix bordó su papel de hombre duro pero comprensivo ante las debilidades de los demás. Wiseman y Strong están geniales como paranoicos en potencia. Ese gigantesco secundario que fue el impagable MaCready consiguió la mejor actuación de su carrera, recreando el personaje del doctor Schneider, el galeno que se dedica a practicar abortos ilegales. Y otro tanto puede decirse de McMahon, en el rol del teniente Monahan, el recto policía que ha de dominar la violencia de su subordinado McLeod. Sin embargo, la imagen que ha quedado grabada para siempre en las retinas del autor, es la de la delicada Cathy O´Donnell junto a Craig Hill, como una joven pareja que consigue enternecer al espectador con su amor.
Douglas, por su parte, está inmenso, como siempre, en un papel hecho a su medida: el de un irascible policía obsesionado con atrapar al médico que efectúa abortos ilegales, en cuya clínica abortó su propia esposa; y que ante la frustración y la desesperanza de su vida familiar, decide refugiarse en la acción y el peligro que conlleva su dura profesión. En cuanto a Eleanor Parker, logró dibujar su personaje, el de esposa de McLeod, con notable tacto y sensibilidad, sin peligrosas sobreactuaciones.
Esta pequeña gran joya del cine negro retrata el quehacer diario de un puñado de agentes de la ley, mostrando su intimidad, revelando sus bajezas y resaltando las ocasiones en las que la ternura que ocultan puede apreciarse al trasluz. En determinados momentos, la cinta semeja una especie de análisis psicológico de policías y delincuentes, que interactúan en el vestíbulo de la comisaría en una aparentemente anárquica mezcolanza, en la que no es fácil distinguir entre unos y otros.
Lo más destacable del film, aparte de su tensa atmósfera, es la valentía con la que Wyler y la Paramount abordaron el tema del aborto, cuestión tabú en el cine de la época. Se trataba de una apuesta muy arriesgada, ya que el generalmente conservador público norteamericano podía darle la espalda a la película, al tratar ésta un asunto tan desagradable para las límpidas conciencias de los americanos de clase media. Wyler apostó alto y ganó, porque BRIGADA 21 no sólo fue un éxito de público, sino también de crítica, a pesar de algún que otro columnista (mejor debiéramos decir calumnista) que arremetió contra ella.
Antes de empezar el rodaje, Douglas se ocupó de producir unas representaciones teatrales de la obra, que habrían de servir, según él, de ensayos para el film. Esta idea no gustó a Wyler, al menos al principio; no obstante, acabó aceptándola y asistió a las representaciones, que le ayudaron a retocar algunos puntos flojos del guión.
Douglas, actor perfeccionista donde los hubiera, quería tener una visión lo más correcta posible del ambiente en que se desenvolvían los policías en el desempeño de sus funciones, así que obtuvo autorización para trasladarse al Precinto (comisaría) de la calle 47 de Nueva York, de incógnito, por supuesto. Mientras estuvo allí, observando cuanto se podía observar y aprendiendo las rutinas de los agentes, sucedió una anécdota que el actor narraría en su autobiografía. Un negro fue arrestado por robo, y uno de los agentes permitió que fuera Douglas quien le tomara las huellas dactilares. El ladrón no dejaba de mirar fijamente al tipo que le entintaba los dedos, y por fin se decidió a preguntarle si era Kirk Douglas. Éste respondió: ¿Crees que si lo fuera estaría haciendo esto?
Uno de los policías de ficción de la película era negro, y además tenía diálogo. Enterados del asunto los mandamases de la Paramount, pusieron el grito en el cielo y llamaron a órdenes a Wyler, quien preguntó por qué no podía ser negro, a lo que los jefazos del estudio respondieron: Debe haber una razón para ello. Wyler alegó que no creía necesario que la hubiera, ya que, de hecho, en aquel momento había muchos policías negros en la vida real. Los ejecutivos tardarían bastante tiempo en darse cuenta de que, con la inclusión de tal personaje, el realizador no buscaba ningún efecto subversivo.
Nominada a cuatro Oscars de la Academia, en las categorías de dirección, guión adaptado, actriz y actriz secundaria, BRIGADA 21 no obtuvo ninguno de ellos. Los dos primeros se los llevó UN LUGAR EN EL SOL (A PLACE IN THE SUN, George Stevens); los otros dos fueron para UN TRANVÍA LLAMADO DESEO (A STREETCAR CALLED DESIRE, Elia Kazan) concretamente para la maravillosa Vivien Leigh como mejor actriz, y para Kim Hunter como mejor actriz secundaria. Esta vigésimo cuarta edición de los Oscar se celebró el 20 de marzo de 1952 en el RKO Pantages Theatre de Hollywood. Lee Grant, que había aspirado al premio a la mejor secundaria, se resarció poco después, al conseguir el premio a la mejor actriz en el prestigioso Festival Internacional de Cine de Cannes.
BRIGADA 21 nos presenta una amplia variedad de situaciones típicas que se dan en una comisaría; pero gracias al genio de Wyler, uno de los más grandes directores que han existido, cada una de ellas nos es ofrecida con entidad propia, atrapando de inmediato el interés del espectador, que se ve incapaz de apartar sus ojos de la pantalla hasta el The End. Estamos, pues, ante uno de los films más intensos y logrados del cine negro americano. Una película para ser saboreada como si de un vino añejo se tratara. Que la disfruten.