Calle sin nombre, La

Título en castellano La calle sin nombre
Titulo original The street with no name
Año de filmación 1948
Duración 91′
Pais Estados Unidos
Director William Keighley
Guion Harry Kleiner
Música Varios
Dirección de fotografia Joseph MacDonald (B&W)
Reparto
Productora 20th Century Fox
Sinopsis Stiles (Richard Widmark) es un jefe mafioso en alza que lucha por imponerse en el submundo criminal. Los archivos del FBI rebosan de historias sangrientas, pero hay un caso concreto que tiene desconcertado al inspector Briggs (Lloyd Nolan). Se trata de dos asesinatos: un ama de casa y el guardia de seguridad de un banco, abatidos ambos por el mismo arma, pero sin que exista ninguna otra conexión entre ellos. Decidido a llegar hasta el fondo del asunto, Briggs encarga a su mejor agente secreto que se infiltre en la cúpula de la tristemente famosa banda de Stiles… (FILMAFFINITY)
Premios  
Subgénero/Temática Thriller, Crimen

 

tomado de filmaffinity

Basada en hechos reales, fue dirigida por William Keighley. Escrita en estilo semidocumental, fue nominada al WGA al mejor guión sobre los problemas del país. Siete años después fue objeto de un «remake», «La casa de bambú» (1955), de Sam Fuller. Fue producida por Samuel G. Engel y se estrenó el 14-VII-1948.

La acción tiene lugar, a partir del 14-XI-1947, en «Center City», símbolo de todas las ciudades estadounidenses de tamaño medio. Narra la historia de Alec Stiles (Richard Widmark), que pretende dirigir una nueva banda criminal con métodos científicos, aprendidos durante su participación como soldado en la IIGM. El FBI infiltra a uno de sus mejores agentes, Gene Cordell (Mark Stevens), en la banda de Stiles.

La película muestra la proliferación de bandas cirminales que tras la IIGM afectó a las ciudades medias del país. Muestra, también, la respuesta de la policía y del FBI ante el problema, los nuevos medios técnicos de que dispuso y el eficaz entrenamiento de sus agentes. Desarrolla una historia dramática llena de intriga y grandes peligros. La tensión dramática se apoya en la personalidad neurótica de Stiler, la crueldad y brutalidad de sus métodos, su inseguridad personal, su ambigüedad sexual, la imprevisibilidad de sus reacciones y la desmesura de sus ambiciones. Frente a él se alza la maquinaria policial y, sobre todo, la figura de un agente de élite, que obtiene la confianza de Stiles y se infiltra en la banda, asumiendo enormes riesgos, patentes cuando surgen los contratiempos. El papel del malvado Stiles corre a cargo de un más que inspirado Richard Widmark, en su segunda intervención en cine. Había debutado el año anterior en «El beso de la muerte» (1947). Su interpretación, memorable, confiere al film fuerza, credibilidad y capacidad de sugestión.

La música, dirigida por Lionel Newman, incluye melodías inquietantes, de profundo aire dramático, tomadas de composiciones originales, como las canciones «Baby Face» (Harry Akst), «Beg Your Pardon» (Craig y Smith) y «I’m Looking Over A Four Leaf Clover» (Harry M. Woods). La música adicional aporta títulos tan acertados como «All Dressed Up With A Broken Heart» y «Bye Bye Blackbird». La fotografía destaca los claroscuros, los ambientes sombríos, las escenas nocturnas y los grandes espacios misteriosos. Se beneficia de un excelente juego de luces, en el que las cerillas tienen un protagonismo especial. El guión incluye un narrador que habla como un ser superior. Usa el silencio como elemento narrativo, anticipándose a obras como «Rififí». Desarrolla unos diálogos breves y bien construídos. La interpretación de Widmark llena la pantalla y la cinta de fascinación. Destaca la sobria presencia de Lloyd Nolan («La casa de la calle 92», 1947). La dirección impone a la obra un ritmo prodigioso y un magnífico pulso narrativo.

Película emblemática del cine policíaco de la segunda mitad de los 40. Muestra la otra cara de la sociedad. Exalta la figura, muy discutible, de Edgar Hoover.


Se dice por ahí que quien algo quiere algo le cuesta. A veces hay que escarbar mucho, quizá demasiado, para encontrar el tesoro enterrado, y en algunos casos no debería ser así. Obra totalmente devaluada, injustamente. Me atrevería a decir que está entre las mejores películas de cine negro que se han hecho desde que un tio cogiera una cámara y empezara a grabar algo.

Expongo mis razones:

La linea temporal que sigue la película es practicamente perfecta. En algunas pelis basadas en hechos reales de este tipo se tiende a pegar saltos bruscos en el tiempo, perjudiciales para la trama (Véase «La ley del Hampa», 1960). Sim embargo, la película de la que me ocupo sigue una estructura sobresaliente.

Lo de Richard Widmark no es normal. No diré que hace uno de los mejores papeles de su vida, porque no he visto todos sus films, pero se come cada escena, algunos pensaréis que las engulle, otros que las saborea, pedazo a pedazo. El caso es que se las zampa, de una manera u otra.

El juego de luces y sombras es soberbio, cine negro en estado puro, y cuando me refiero al término puro lo hago al concepto más exacto de la palabra. William Keighley se sabía lo que hacía, conocía la teoría y la puso en práctica, con pulso y precisión pero con la agresividad necesaria.

De obligado visionado para los amantes del cine negro y de… ¡Qué coño!, obligado visionado también para amantes del cine en general.

Y recordad: el cine es la vida, pero la vida no es móvil, es peliculón.


Excelente muestra de la tendencia documental que impregnó algunos títulos policiacos o negros a finales de la década de los 40, «La calle sin nombre» me parece también el mejor trabajo de Keighley dentro del género, superior a «Muero cada amanecer» y a la más conocida «G-Men».

En este filme el afán documental se mezcla con el también habitual elogio de las fuerzas del orden -en este caso el FBI-, que se plasma a través de una minuciosa descripción de los procedimientos investigadores e incluso del entrenamiento de sus agentes, en la que la voz en off tiene una importante presencia. Hasta aquí, poca diferencia respecto a modelos anteriores o coetáneos, como «La casa de la calle 92» o «Call Northside 777» («Yo creo en ti»), ambas de Hathaway, y que junto con algunas tentativas más logradas, como «La ciudad desnuda» (Dassin) o «T- Men» («La brigada suicida», de Mann), asientan los principales rasgos de estas películas de aire naturalista. Afortunadamente, en esta ocasión el filme incorpora algunos aspectos que trascienden la mera plasmación cinematográfica del entorno urbano y de la actuación policial, acercando el argumento a las coordenadas más clásicas del cine negro, en el que siempre late cierta crítica social y existen personajes arquetípicos.

La crítica social viene aquí ligeramente sugerida por la alusión a la corrupción de un importante miembro de las fuerzas del orden, matiz relevante, pues contribuye a aligerar la tendencia moralizante y a veces casi autoritaria en la que frecuentemente caen estas películas, resintiéndose en tales casos el desarrollo dramático. Hay dos personajes arquetípicos en la película. De un lado el agente infiltrado, personaje siempre valiente y heróico pero, a veces por eso mismo, también un tanto plano, cuando no soso. Sin embargo, el otro personaje arquetípico, el malo, en este caso dibujado como un personaje carente de escrúpulos y maniático (obsesionado por los gérmenes y las corrientes de aire, siempre con el inhalador a mano), resulta enormemente atractivo, elevando notablemente la película, que sin él quedaría huérfana de auténticos personajes.

Excelentemente realizada, con una fotografía en la que los acusados contrastes del claroscuro y la iluminación lateral proporcionan imágenes muy bellas, la película, tras un primer cuarto de hora un tanto premioso a causa de la voz en off y su constante encomio del FBI y sus métodos, salta a la calle, y es entonces cuando los aciertos estéticos de este subgénero documental cobran sentido; los paseos nocturnos del infiltrado por el centro de la ciudad y la perfecta ambientación de los mismos -con una elección de localizaciones realmente acertada- bien apoyada por una adecuada pléyade de secundarios característicos, tienen la virtud de «zambullirnos» en la historia. Otra secuencia meritoria es la que nos muestra al malvado Alec averiguando que alguien ha estado en su guarida bajo el gimnasio gracias a su finísimo olfato.

El guión resulta correcto, al igual que las interpretaciones, si bien ambos aspectos alcanzan otra dimensión cuando los estudiamos desde el punto de vista de Alec Stiles; el trabajo de Widmark es apabullante, y como bien han apuntado otros usuarios su creación entronca con la del personaje de «El beso de la muerte» (Hathaway), si bien aquí el personaje de malvado casi demoníaco presenta una mayor evolución, mostrándolo bajo el signo de la esquizofrenia, por lo que oscila entre momentos de frialdad y de ira (con una misoginia evidente y cierta ambigüedad sexual), todo ello adornado por multitud de pequeñas manías, que lo hacen enormemente atractivo (su sola aparición, en el gimnasio, ya causa impacto).

Por todo ello, una película muy recomendable que disfrutará todo buen aficionado, y cuya influencia en obras posteriores es notable; aparte del remake de Samuel Fuller («La Casa de Bambú»), algunas secuencias serán retomadas en obras posteriores, como el tramo final, ambientado en un entorno industrial, que encontraremos también en «White Heat» («Al rojo vivo» de Walsh), o una escena en la que Stiles se enfada con uno de sus compinches, que ha regalado un costoso abrigo de piel a su novia, y que muchos años después parece haber inspirado a Scorsese para una secuencia de «Goodfellas» («Uno de los nuestros»).


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Es comprensible que al encontrarnos ante cierto tipo de cine cuya principal finalidad es hacer propaganda de la infalibilidad del F.B.I se nos disparen las alarmas y optemos por pasar de largo; pero, como por encima de los dudosos propósitos siempre está el talento de los que hacen las películas, una vez superados los prejuicios podemos encontrarnos con obras más que dignas e incluso estupendas que, de paso, pueden ayudarnos a ver la evolución del policiaco americano a lo largo de los años, desde el cine de gánsters en que se situaría G Men contra el imperio del crimen (G Men, 1935) de William Keighley, pasando por el cine de espías en lucha contra los nazis de La casa de la calle 92 (The House of 92nd Street, 1945) de Henry Hathaway, hasta la adopción de ciertos elementos del cine negro que podemos observar en La calle sin nombre (The Street with no Name), también dirigida por Keighley.

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La calle sin nombre, mi preferida, comparte con las otras dos, además de la exaltación de la labor del F.B.I, ciertos aspectos documentales con los que se pretende hacer más reales y creíbles la historia y la propaganda, la presencia del secundario Lloyd Nolan en el papel de uno de los agentes y el elemento argumentativo de la infiltración de un “topo” de los servicios secretos en la banda criminal de turno, aquí interpretado por Mark Stevens. Pero, por otro lado, en ella coinciden determinados elementos que la enriquecen hasta situarla muy por encima de lo que suele ser habitual en este cine al servicio de la causa.

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Tanto la planificación de un Keighley especialmente inspirado que no se conforma con el encuadre más sencillo como la fotografía de puro cine negro a cargo de Joseph MacDonald, que deslumbra en las abundantes escenas donde la oscuridad se rompe solo al encenderse una cerilla o una linterna, y el complejo guion original de Harry Kleiner, que se preocupa de que los malos no sean meras caricaturas y de dar empaque a los estupendos secundarios, hacen de La calle sin nombre un film repleto de una ambigüedad ante la que la mera lucha de las autoridades contra el crimen se va difuminando. Y como guinda del pastel, un Richard Widmark que llena la pantalla interpretando a Stiles, el jefe de los criminales, un tipo inteligente y cruel de tintes homosexuales sutilmente mostrados que supone una evolución a partir del tarado que empujaba ancianas inválidas por las escaleras en El beso de la muerte (Kiss of Death, 1947) de Hathaway.

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tomado de elcinedesolaris

‘La calle sin nombre’ (1948)de William Keighley, pertenece a aquella variante génerica dentro del cine negro, recurrente en los años posteriores a la II guerra mundial, del seguimiento de las acciones de las fuerzas policiales, en donde se pretendia transmitir un cierto substrato fiel al retrato real de los procedimientos de sus investigaciones; de ahí que a estas obras se las califique de cine procedural. Un ánimo de documento, tanto por empleo de una voz en off que pareciera relatara el informe de la evolución de un caso, como por las localizaciones reales (desastradas y sombrías, como la zona del puerto o la fábrica donde tiene lugar el tiroteo final), pasando por detalladas descripciones de las fases de la investigación (por ejemplo, en este caso, las técnicas de balistica), se conjugaba con los claroscuros, con la turbiedad expresiva, descarnada, como la impactante secuencia inicial del atraco en un night club en el que uno de los atracadores dispara sin piedad sobre una asustada clienta. En estas obras, ocasiones,era más manifiesto en su estilo ese prúrito documentador, impregnado de un aire más naturalista, como sería el caso de ‘La ciudad desnuda’ (1948) de Jules Dassin, ‘Relato criminal’ (1949), de Joseph H Lewis, o ‘la casa de la calle 92′ (1945) de Henry Hathaway. Pero en otras se propulsaba la atmósfera enrarecida donde los claroscuros parecía que sangraban veneno, como en ’13 Rue Madeleine’ (1946) de Hathaway, ‘The mob’ (1951), de Robert Parrish, ‘Pánico en las calles’ (1950), de Elia Kazan, o la magnifica ‘Brigada suicida’ (1947) de Anthony Mann.

‘La calle sin nombre’ está más cerca de estas últimas y rezuma nocturnidad por todos sus poros. Su argumento, el seguimiento de un agente del FBI, Cordel (Mark Stevens), al que se le encarga que se infiltre en una banda de gangsters, sospechosa de haber sido quienes realizaron el atraco al night club, y un posterior a un banco. Aparte de la tensión de que le descubran desde el momento en que llama la atención de Stiles (Richard Widmark), quien mató a la mujer en el night club y al guardia en el banco, en el gimnasio que regenta, se añadirá la amenaza de otra incertidumbre, ya que se tardará en descubrir la identidad de otro inflitrado en las fuerzas del orden (sí, parece un antecedente inspirador de la película hongkonesa, ‘Internal affairs’ de la que hizo remake Scorsese en ‘Infiltrados’. Pero, más allá del tenso brío narrativo y del portentoso trabajo lumínico de Joseph McDonald que logra hacer sentir que se habita entre las sombras, e incluso que éstas habitan a los personajes, destacada la formidable interpretación de Richard Widmark como el frio y contundente gangster y jefe de la banda: Inolvidable su primera aparición, en el gimnasio, cuál emperador, y comiendo una manzana despreocupadamente. O, sobre todo, en esa silenciosa escena en la que apreciamos en su mirada cómo va deduciendo que alguien ha entrado en el cuarto oculto del almacén donde tienen guardadas las armas de los atracos (acción que ha realizado Cordell para conseguir una bala del arma de Stiles -disparando sobre un saco- como prueba que pueda inculparle).

La crudeza de la obra se refleja en escenas como aquella en la que Stiles abofetea a su novia porque cree que es la que los ha delatado, o en la escena final en la fábrica, con abruptos estallidos de violencia descritos con una rasgante sequedad. Pese a que la obra parece construirse como una loa a la eficacia de los procedimientos de las fuerzas de la ley, la conseguida malsana atmósfera, perturbadora, no deja de reflejar la agitada y convulsa situación que vivía el país en aquellos años, en donde los margenes entre el orden y el caos parecían haberse difuminado.

‘La calle sin nombre’ (1948), de William Keighley, es una notable muestra de cine negro, en su vertiente procedural, enérgica y sombría, de la que Samuel Fuller realizaría una versión en 1955 con ‘La casa de bambú’. Destaca un excepcional Richard Widmark,que este mismo año interpretaría otros dos grandes villanos en las esplendidas ‘Cielo amarillo de William A Wellman y ‘El parador del camino’ de Jean Negulesco.


tomado de elcinenegromemento

Richard Widmark es Alec Stiles Un icono del cine negro que confirma su capacidad para los papeles violentos con este papel del jefe de una organización criminal, el segundo después de Kiss of death (El beso de la muerte-Henry Hathaway-1947). Vendrán después: Road House (El parador del camino-Jean Negulesco-1948), No way out (Un rayo de luz-Joseph L.Mankiewicz-1950),Panic on the streets (Pánico en las calles-Elia Kazan-1950), Night and the City (Noche en la ciudad-Jules Dassin-1950), Don’t bother to knock (Niebla en el alma-Roy Ward Baker-1952) con Marilyn Monroe, Pick-up on South Street (Manos peligrosas-Sam Fuller-1953), The Trap (La trampa-Norman Panama-1959).           

          

Lloyd Nolan es el Inspector George A. Briggs del FBI (ver La casa dela calle 92)

Barbara Lawrence es Judy Stiles Tiene 18 años cuando interpreta este papel. Después de Carta a tres esposas de Mankiewicz, rueda Thieves’Highway (Mercado de ladrones-Jules Dassin-1949). Deja el cine y pasa a la TV en 1957

ohn McIntire es  Cy Gordon. Rueda el año anterior Call Northside 777 (Yo creo en tí-Henry Hathaway-1947). Después: Scene of the crime (Roy Rowland-1949), The Asphalt Jungle (La jungle del asfalto-John Huston-1950), The Raging Tide (Geprge Sherman-1951),Under the gun (Ted Tetzlaff-1951), interviene como sheriff en Psycho de Hitchcock.

Joseph Pevney es Matty. Lo vimos en Nocturne (Nocturno-Edwin L.Marin-1948). Trabaja en Body and Soul (Cuerpo y Alma-Robert Rossen-1947),  Thieves’Highway (Mercado de ladrones-Jules Dassin-1949), Shakedown (Joseph Pevney-1950),

Ed Begley es el jefe de policía Bernard Harmatz Acaba de rodar su primer papel en Body and Soul (Cuerpo y Alma -Robert Rossen-1947) y Boomerang (El justiciero-Elia Kazan-1947). En el cine negro, sigue con Backfire (Vincent Sherman-1950), Convicted (Henry Levin-1950), Deadline USA (El cuarto poder-Richard Brooks-1952), On dangerous ground (La casa en la sombra-Nicholas Ray-1952),

Dos años después de La casa en la calle 92 de Henry Hathaway, Lloyd Nolan interpreta al Inspector Briggs del FBI, que interviene en esta investigación sobre una banda criminal que opera en el barrio de Dock de una ciudad que podría ser Chicago o Nueva York –aunque la película está rodada en California. Cómo en La casa de la calle 92, nos encontramos con un guión extraído de los archivos del FBI, con la habitual propaganda enfática y pedagógica sobre en funcionamiento de la institución.

La referencia a Edgar Hoover, el tan controvertido jefe del FBI, lo sitúa a la  altura de un jefe de Estado.  Después del habitual himno militar, escudo del FBI… leemos un texto de Hoover: “La calle donde florece el crimen es la calle que cruza toda América. Es la calle sin nombre. El crimen organizado vuelve una vez más. Si se le permite actuar, tres de cada cuatro americanos se convertirán con el tiempo en sus víctimas. Donde la ley y el orden fracasan, allí surgirá la indiferencia de la gente. Una América alerta y vigilante será una América más segura” J.Edgar Hoover.

Sin embargo, el estilo “procedural” semi-documental y propagandista tan notable en películas como 13 Rue Madeleine, La casa de la calle 92 de Hathaway o La ciudad desnuda de Jules Dassin se difumina en el momento en que el agente del FBI designado para infiltrar las bandas que operan en la ciudad se instala en el barrio Dock. O sea, menos de un cuarto de hora después de los títulos de crédito, nos encontramos en el mundo del billar y del boxeo, la jerarquía de las organizaciones criminales… el ruido de las calles, la noche, el Hotel Royal –menudo hotelucho” dirá el jefe de la banda – …un remolino de violencia que irá crescendo hasta que se aplique la ley de las instituciones.       

Después de una oleada de crímenes y atracos en la ciudad,  Ralph Demory, Presidente de la Junta consultativa de la policía,  se encuentra con el jefe de policía Bernard Harmatz, el teniente Paul Staller de la Brigada de homicidios, Richard Atkins del FBI. Después de un atraco a un banco, es le FBI que se hace cargo de desenmascarar la organización criminal.  Edgar Hoover designa al inspector George A.Briggs para llevar la investigación.

Briggs y Harmatz interrogan a Robert Dunker, un sospechoso, que será liberado bajo fianza por un desconocido.  El cuerpo de Dunker aparece acuchillado.

En la zona de ejercicios del FBI,  Gene Cordell resalta por su performance y el inspector Briggs le elige por un plan de ataque, con Cy Gordon de ayudante. Antigua relación de Gene, éste bromea: Yo le metí en la Agencia (FBI).Le enseñé a disparar al blanco adecuado… para que no fuera un rico abogado.
Briggs, siguiendo los datos acumulados sobre Dunker, el sospechoso asesinado, enseña el barrio donde vivía y el Hotel Royal donde se alojaba. Así como el gimnasio de la calle Dock.
Briggs: Desde la guerra al menos media docena de bandas han aparecido en esta zona…. Los que de jóvenes eran delincuentes; ahora son todos más listos, más despiadados que las viejas mafias
Gene Cordell tiene que infiltrarse en el barrio y ser “un calco de Dunker.

Se instala en el Hotel Royal mientras Cy Gordon se instala en el hotel de en frente: comunican por señales luminosas. Cy comunica con el Inspector Briggs por radio.

Excelente ambientación del barrio de noche…

…y de día.

Gene se llama ahora George Manly. Su actuación para llamar la atención de las bandas del barrio tiene resultado: después de disputar un partido de boxeo en el gimnasio de la calle Dock, el propietario del gimnasio,  Alec Stiles le ofrece entrar en su organización. Las pruebas de que Alec Stiles está implicado en los recientes crímenes y atracos se hacen cada vez más evidentes.

Stiles revela a su querido “Georgie” que tiene conexión con alguien en el departamento de  policía de la ciudad. La relación entre los dos hombres es ambigua: aunque Alec se confía a George, no se fía de él y lo hace seguir por Matty, su hombre de confianza.

Éste sigue a George hasta un transbordador: Gene tiene cita en un barco con Briggs y hace creer a Matty que tiene novia del otro lado del río…

Preparación del atraco de la mansión Willard: Judy, la mujer de Alec,  lee algunos datos sobre el atraco y Alec la pega. Cuando su contacto del departamento de policía le informa que hay un chivato, Alec piensa que es Judy y la pega de nuevo. Aunque Judy nos hace pensar a la mujer de Elisha Hood en Atraco perfecto de Kubrick, no tiene la menor intención de comprometer a su marido, a pesar de la violencia que soporta.  El papel de Judy Stiles fue ofrecido a June Haver , actriz de comedias musicales y mujer de Fred McMurray, pero ella lo rechazó, diciendo que era un «papel poco importante«. Añadió: «Después de jugar ese papel, me voy a quedar… sin nombre«. Como resultado, los estudios de la Fox la echaron.

George, en su investigación para confundir a Alec,  se traiciona: excelente secuencia en el sótano del gimnasio,  refugio de la organización, donde las sospechas de Alec se hacen más precisas: conseguirá desenmascarar a Gene/George con la ayuda de su contacto en la policía. ¡A todas por Georgie en la secuencia final en “Anderson Manufacturing Company!

William Keighley realizador de comedias, películas de aventuras y dramas al servicio de la Warner, da una muestra de su talento más bien en el cine negro y el thriller como, por ejemplo:  Bullets or Ballots (Balas o Votos-1936) con Edward G.Robinson o Special Agent (Agente Especial-1935) con Bette Davis y George Brent o G-men (Contra el imperio del crimen), el mismo año, con James Cagney. Con The street with no name, Keighley se encuentra en la 20th Fox con Daryl Zanuk y utiliza la idea “procedural” para lanzarse en un ejercicio de realismo de cine negro con la ayuda del Director de fotografía Joe McDonald. Este acaba de participar en Call norhside 777 y tendrá una larga carrera: Panic in  the streets (Elia Kazan-1950), Fourteen Hours (Henry Hathaway-1951), Niagara (Hathaway-1953), Pick-up on South Street (Samuel Fuller-1953)…

La ambientación del barrio Dock de esta Central City imaginaria es perfecta. El ritmo seco que impone el realizador se encuentra potenciado por el trabajo de McDonald que aprovecha la narración –persecuciones, reuniones secretas en refugios, transbordadores o en fábricas…

… para crear un verdadero festival de contrastes de luces. El montaje de William Reynolds da el toque necesario a la fuerza de esta ambientación inquietante con acentos trágicos y profundamente humanos.

Sin embargo, el equipo tuvo que contar con la interpretación de Richard Widmark en su segunda película después de Kiss of Death de Hathaway. El jefe de la organización criminal, Alec Stiles, es un personaje que maneja la ambigüedad: habla de métodos “científicos”  probablemente para calmar su estado psicopatológico.

Se pasea con un inhalador, tiene una actitud suave, cariñosa con los hombres y particularmente con su querido Georgie, el infiltrado Gene Cordell,  o los jóvenes boxeadores. Yuna violencia incontrolada con las mujeres o… el barrendero.

William Keighley acentúa, con la magnifica interpretación de Richard Widmark,   su preferencia por el mundo de los gánsteres, los agentes del FBI o la policía local trabajando con un tono más neutro, clásico y Mark Stevens va de bueno a la Gregory Peck o Rock Hudson. Cuando la caracterización de los “malos” está muy conseguida, como es el caso, lo más probable es que la película lo sea.  Siete años más tarde, The street with no name inspira Samuel Fuller que rueda el excelente The House of Bamboo.

 

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