| Título en castellano | El asesino anda suelto |
| Titulo original | The Killer is Loose |
| Año de filmación | 1956 |
| Duración | 73′ |
| Pais | Estados Unidos |
| Director | Budd Boetticher |
| Guion | John Hawkins, Ward Hawkins, Harold Medford |
| Música | Lionel Newman |
| Dirección de fotografia | Lucien Ballard (B&W) |
| Reparto | |
| Productora | Crown Productions |
| Sinopsis | En una pequeña ciudad unos ladrones atracan un banco y se produce un asesinato, que parece haber sido cometido por un apocado empleado de la entidad asaltada. Se trata de Leon Poole, que resulta ser el cómplice que había proporcionado a los ladrones la información necesaria para realizar el atraco. |
| Premios | |
| Subgénero/Temática | Crimen, Drama |
Drama criminal realizado por Budd Boetticher (1916-2001) a partir de un excelente guión de Harold Medford, que desarrolla un argumento de John y Ward Hawkins. Se rueda en exteriores de L.A. (CA) y en interiores reales, con un presupuesto de serie B. Producido por Robert L. Jacks para Crow Productions, se estrena el 2-III-1956 (EEUU). La acción dramática tiene lugar en L.A. en diciembre de 1954.
Olvidado durante años y desconocido por gran parte de los cinéfilos, el film constituye un trabajo de gran interés que brinda al aficionado la oportunidad de gozar del descubrimiento de un pequeño tesoro oculto durante años, pese a la buenas críticas que tuvo en su momento y a las advertencias que dejaron publicadas algunos críticos eminentes.
La historia incluye un atraco cometido por una banda criminal en una oficina bancaria de L.A. con la ayuda de un cómplice que trabaja en ella. Juzgado y condenado a 3 penas de 10 años de presidio, a los 3 años consigue escapar. Lo hace con el propósito de vengarse. La narración de la huida y la persecución de la que es objeto, se desarrollan con admirable intensidad y con un pulso sostenido que absorbe la atención del espectador, al que no se concede ni un segundo de tregua. La escena en la que el film alcanza el clímax está construida con gran habilidad, tanto desde el punto de vista visual, como desde el punto de vista emocional. La lucha entre contrarios topa con incidencias que permiten al relato crear un crescendo dramático vigoroso, potente y fascinante.
La historia es sencilla, el realizador resuelve las dificultades del oficio con aparente facilidad y culmina su labor con un metraje de solo 73 minutos. No es el único drama criminal de Boetticher: en 1960 dirige la historia de gángsters titulada “La ley del hampa”. El guión de la obra que comentamos introduce en el género la figura del criminal psicópata, que prefigura personajes de autores tan eminentes como Hitchcock (“Psicosis”, 1960) y otros. La esposa del policía, Lila Warner (Fleming), también anticipa rasgos característicos de personajes futuros.
Las interpretaciones de Joseph Cotten (“El tercer hombre”, Reed, 1949) y Rhonda Fleming (“Duelo de titanes”, Sturges, 1957) son convincentes, pero por encima de ellos se sitúa el trabajo de Wendell Corey («El farsante», Anthony, 1956) en el papel de Leon Poole, el malvado que ha perdido la razón por causas que el espectador conoce y comprende. En este caso y en otros el guión facilita al espectador información que los actores no conocen.
Dejó Budd Boetticher unas cuantas muestras cercanas al cine negro donde no solo se limitó a tratar la típica historia del criminal acorralado por la policía, sino que se inmiscuyó en los porqués y en las razones últimas de esta situación. Como fino estilista, director de recursos inacabables y de trayectoria inmaculada, vista con el paso de los años, aprovechó su enorme capacidad narrativa para ir dejando sus puyitas a una sociedad americana que se recuperaba de la traumática SGM a la par que se le aparecían los fantasmas comunistas por todos lados.
De esta manera, y como ya hiciera en “Behind Locked Doors” (la historia de aquel juez corrupto que conseguía escapar de la policía refugiándose en un manicomio), para Boetticher el asesino anda suelto, sí, pero porqué. Quién es ese asesino. Cómo se ha llegado a esta situación. Quiénes deben ser los responsables de que en esta sociedad de la que tanto nos vanagloriamos sucedan estas cosas. Y mientras se hace esas preguntas va atacando sigilosamente los pilares en los que se basa este orden establecido: desde la incompresible, en muchas ocasiones, justicia hasta los dudosamente efectivos métodos policiales, pasando por el sagrado y mil veces vilipendiado sacramento del matrimonio. El que vea solo un policíaco se equivoca, aunque disfrutará, claro. Porque en el breve metraje (muy característico en el genial director) el tiempo de respiro es nulo y la historia, excelentemente narrada, avanza como las estampidas de “Jumanji”, poderosa y atronadora.
Un veterano de la guerra mundial, Leon Poole (Wendell Corey), trabaja en la ventanilla de un banco donde es compinche desde dentro de un atraco en el que pronto las cosas no saldrán bien. Acorralado por la policía en su apartamento, tras el asalto del mismo resulta muerta accidentalmente su mujer, ajena a las intrigas de su querido marido. Encarcelado, condenado y ávido de venganza, Leon planeará su huida y preparará el asesinato de la mujer del policía que le disparó, Sam Wagner (Joseph Cotten). Mientras intenta llevar a cabo su plan conoceremos a Leon, un tipo al que Boettticher trata de psicópata pero al que también le da una posibilidad de redención para con el espectador, tratando de explicar mediante una serie de acontecimientos y personajes la situación límite a la que ha llegado. Y es que, recordemos, de ser compinche en un atraco a perder a tu mujer hay un mundo.
Con un final magnífico y una esplendorosa Rhonda Fleming como Lila Wagner, mujer del Detective Sam Wagner, el film se finiquita dejando un regusto bastante bueno de cine policíaco donde el estudio de los personajes termina adquiriendo más protagonismo que una trama que, dicho sea de paso, posee momentos vibrantes y llenos de fuerza. Demasiados alicientes para dejarla pasar.
del empleado bancario, la esposa de este será abatida por los disparos del detective de policía Sam Wagner (Joseph Cotten). Tras el juicio, Poole será condenado a diez años de prisión, sin embargo, antes de salir de la sala camino de la penitenciaria, jura vengarse de Sam. Pasarán los años y Poole que está cumpliendo su condena en una granja agrícola por buen comportamiento, atisba una oportunidad de fuga que materializará tras matar a uno de los guardas. Ese asesinato desencadenará la alarma y el consiguiente aviso sobre Sam de que Poole pretende vengarse y matar a Lila (Rhonda Fleming) su esposa. Un objetivo que, por el camino, irá cobrándose otras víctimas hasta que, finalmente el asesino sea abatido por la policía sin lograr consumar su venganza.
frecuentado con más asiduidad el género negro, en el que nos regaló otra perla como La ley del hampa(1960). Con El asesino anda suelto, su tratamiento atmosférico, amén del juego habilidoso del factor noche, han de conjugarse perfectamente para ilustrar un episodio que basculará tensionalmente entre el drama y el ejercicio angustioso. Una percepción sumamente curiosa ya que los parámetros en los que se mueve el film van diseñando una cotidianeidad ambiental que ha de ir mutando progresivamente. Al principio presenciaremos estampas de trabajadores bancarios en su quehacer habitual y diversas escenas hogareñas de los distintos personajes que se van diseminando por el film. Del mismo modo, intuimos que sobre todos ellos pende la percepción de amenaza. El atraco al banco y una presunción de estallido de violencia en algún momento que viene del pasado en la persona de un personaje insignificante y taciturno, tan confuso como su el apodo por el que le conoceremos —Foggy— y que se parapeta tras unas lentes –metafóricamente- han de ir desenfocando la realidad que se presume en la rutina del día a día de los protagonistas. En esos actos cotidianos, también veremos como Sam, al principio, utiliza (mucha) parte del tiempo de su trabajopasando horas muertas en escuchas telefónicas y/o leyendo el periódico. Unos actos que no nos hacen presumir en absoluto del cambio de rumbo que han de tomar los acontecimientos. Y Boetticher y su guionista, juegan contextualmente con esa ambigüedad que han esbozado para los personajes. Recordemos que la situación personal de Poole, a raíz de la accidental muerte de su esposa, nos convida a la sensación de condescendencia hacia su persona, comprendiendo (en cierto modo) sus impulsos (en el affiche original del film se puede leer “he was no ordinary Killer…). Unos impulsos agravados por su pase por el ejército en el que fue ninguneado por sus compañeros y superiores, como certificaremos al inicio del film, cuando Poole se encuentra con su sargento (John Larch) en el banco como un presagio de los malos tiempos que han de venir. Unos augurios que se saldarán en el futuro, ya fugado Poole, con el asesinato del sargento y su esposa. En todo momento Boetticher se centra en Poole. Es el corazón del film. Sabemos que ha
formado parte del atraco, pero nunca discerniremos nada de sus cómplices ni de los pasos previos al atraco. En cambio, Sam el otro personaje, no juega con la misma estimación por parte de los responsables del film. Es un policía. Está haciendo su trabajo y las circunstancias han provocado que se convierta en el arma involuntaria del asesinato de la esposa de Wendell Corey. Empero, contraponiéndolo a Poole, el personaje de Joseph Cotten se nos antoja menos humano, más mecánico. Apenas percibimos arrepentimiento en su acto, ya que intuimos que se ampara en su obligación profesional. Y en esa distancia versus el personaje que representa a la Ley y la aproximación hacia un culpable“no ordinary” radica el éxito (y la virtud) de la propuesta de Boetticher. El asesino anda suelto se centra tanto en el (sutil) padecimiento del asesino como en su necesidad de venganza. Y ambas emociones, se materializan en pantalla sin apenas profundidades psicológicas. Se orquestan mediante un tono (de distancia emocional) basado en el fin. En la materialización de esa venganza que, en definitiva, se significa como el motor que mueve la historia, con un Wendell Corey totalmente acertado en su composición. Sus (taciturnas) miradas y sus actos, alojados en cierta manera en algo parejo al empecinamiento, adquieren en el intérprete de Las furias (1950) la estilización necesaria para conferir credibilidad al personaje. Reseñable es su grado de aflicción cuando muere su esposa. Un instante equilibrado de igual modo por el trabajo de su antagonista en el cast. Joseph Cotten estabiliza de un modo harto completo su perfil de héroe cotidiano con un deber (profesional) de relevancia que además debe lidiar, en lo doméstico, con esa esposa que pretende organizárselo todo, y que, por designios del destino se verá inmiscuida en un caso que traspasa de lo profesional a lo personal. Y como advertíamos más arriba, en ese traspaso, de una existencia monótona al estallido de la violencia y de la tragedia, reposa El asesino anda suelto. Y a ello, no es ajeno su tono, sus personajes, su marco con pequeñas sucursales bancarias, ciudades pequeñas con poco flujo de tráfico y casas, iluminadas y perfectamente puestas (en armonía) una al lado de la otra. Nada parece que haya de alterar esa calma. Durante el día, con tomas anchas, luminosos instantes delway life american presiden el centro del film. Sin embargo, con la fuga de Poole, El asesino anda suelto se aloja en la noche. Luces de neón. Sombras siniestras. Lila (retornando al affiche she was no ordinary victim…) expuesta a una amenaza que la sobrepasa.
Es más, incluso a esa noche, se le añade otro elemento como la lluvia, de manera que ello sirva tanto para que el neón haya de reflejarse en los charcos como que la aludida cotidianeidad vuelva a cobrar forma en la otra cara de la moneda del día. Además, es esa lluvia la que ha de permitir que Poole “se esconda” en un impermeable de mujer.Ella era más grande que la propia vida, confiesa abatido el villano. El asesino anda suelto muestra por primera vez una premisa argumental -el duelo irreparable por la pérdida del ser amado- con la que, en adelante, Budd Boetticher trabajará en otras ocasiones dentro del encomiable ciclo Ranown, esta vez en los polvorientos villorrios del viejo oeste -y desde otra perspectiva bastante distinta-.
Un doble castigo, una doble pena máxima, subyace en El asesino anda suelto. En primer lugar, la condena desproporcionada que recibe el apocado cajero Leon Poole (Wendell Corey), que se ha involucrado en el atraco a su propia sucursal y que, andando la trama, resultará en la muerte accidental de su esposa. El segundo, que adopta el disfraz de la venganza contra el detective que apretó el gatillo homicida, es la revancha que Pool, paradigma del perdedor marginado, emprende contra una sociedad que no admite a quienes no son capaces de colmar las expectativas creadas en su contra.
El asesino anda suelto es un noir dotado de un enemigo atípico. “Nos está ganando por la mano un cegato vestido de granjero”, se retuerce una de las voces fuertes de la jefatura de Policía. Entre risas, su antiguo sargento en la campaña del Pacífico ya había descrito al sujeto como un manazas inútil que no sabía ni dónde tenía el pie derecho. Sobre esta base anómala, el filme construye un personaje que inunda sus escenas con una atmósfera tremendamenta violenta por lo inesperado de su reacción, tan visceral como obsesiva, siempre en contraste con el minimalismo altamente inestable que Corey imprime a su gestualidad. Porque, como sentencia Poole cada vez que recuerda la memoria de su difunta, aquella infausta bala mató a dos personas. Es un muerto en vida.
La coartada sentimental alcanza de este modo una explosiva virulencia, que unida a los matices de fragilidad que puntean la interpretación del actor -las inflexiones de la voz del agotado forajido en su diálogo con la señora Flanders-, da lugar a escenas de enorme tensión, como la de la cocina del matrimonio.
Con su concisión narrativa y su habilidad en el manejo del pulso del relato, Boetticher dosifica de manera ejemplar el crescendo de inquietud, distribuyéndolo a cada paso que progresa una amenaza que, por momentos, parece delirantemente implacable, para desasosiego del curtido agente puesto en la diana -otro tipo de apariencia corriente como Joseph Cotten-. La auténtica lástima es que, para hacer avanzar la historia, el libreto recurra a decisiones de lógica muy cuestionable, si no tramposa -el nombre delator, la presencia de la pareja del policía en la sala de juicio, su actitud posterior-, lo que afecta de manera especialmente grave al desenlace.