Beso del asesino, El

Título en castellano El beso del asesino
Titulo original Killer’s Kiss
Año de filmación 1955
Duración 67′
Pais Esados Unidos
Director Stanley Kubrick
Guion Stanley Kubrick
Música Gerald Fried
Dirección de fotografia Stanley Kubrick
Reparto
Productora Minotaur Productions. Productor: Stanley Kubrick
Sinopsis Un boxeador rescata a una cantante de las lascivas garras de su jefe. Intriga y melodrama para una película de bajo presupuesto producida, dirigida, escrita, fotografiada y montada por Stanley Kubrick.
Premios  
Subgénero/Temática Boxeo, Crimen

Stanley Kubrick: 'El beso del asesino'

tomado de filmaffinity

“El beso del asesino” no es una obra maestra ni un clásico.
Como en su anterior largometraje, el joven Kubrick sigue ‘en prácticas’, aprendiendo facetas del cine que aún está lejos de dominar.

La historia flaquea. De corte negro, está tramada de modo convencional, con diálogos pretendidamente acerados. Dentro del gran flashback general hay otros que no se justifican del todo. Uno de ellos incluye el episodio del ballet, un largo relato en off poco acoplado. Los actores no son de primera, y dan un rendimiento rutinario…
El final está encajado forzadamente…

Pero, sabido esto, lo que importa son los aspectos visuales de diferentes escenas, los valiosos avances del excelente fotógrafo que Kubrick ya era.
El microcosmos claustrofóbico de los diminutos apartamentos conectados por un patio de luces, donde viven los protagonistas, y se estudian con disimulo mientras Kubrick los explora para nosotros con su lente, es fascinante. Los rostros se duplican y deforman en espejos y cristales, a través de la pecera, en el reflejo de los buzones. Él deja la vista ir mientras habla por teléfono; ella también mira, taza en mano, suspendida.
En el ring, la cámara baila con los pugilistas, se mete entre ellos. En el instante del KO se vuelve subjetiva. Una primitiva TV lo retransmite con imágenes borrosas.
También se adentra la cámara en un sueño, que construye con tomas callejeras en negativo, aceleradas.
Rodando exteriores sin licencia (Times Square y Broadway, sus carteleras luminosas, la muchedumbre transeúnte bajo marquesinas de bombillas), Nueva York se capta con espontánea viveza de reportaje.
Los célebres encuadres simétricos, los contrastes de las poderosas sombras, juegan a fondo en la escena de la paliza del callejón, a manos de siniestras siluetas.
Y enorme potencia expresiva tienen también los paisajes de los muelles desiertos, las solitarias calles de almacenes y naves de ladrillo en Brooklyn y el bajo Manhattan, así como, especialmente, la escenificación hipnótica de la lucha a muerte en medio de maniquíes…

En la perspectiva del tiempo queda patente la inteligencia de Kubrick, su gran capacidad de aprendizaje. Comprendió que el guión no era lo suyo y no volvió a escribir ninguno. Todas sus películas siguientes se basan en sólidas novelas, adaptadas en equipo.
En cambio, su extraordinario talento para el lenguaje puramente visual, que siembra “El beso del asesino” de magníficos destellos, fue desarrollado hasta cotas culminantes en su obra posterior.


Simple, sí, es simple. Un guión de lo más simple en el cine negro, unas actuaciones simples, una dirección simple y en vías de desarrollo, una duración simple…
¿Y quién dijo que lo simple no puede ser genial? Lo es. No creo que esta película sea odiada por nadie, no es una obra maestra (casi) pero no desperdicias para nada el tiempo.

Kubrick no pierde el tiempo ni en hacer un buen guión ni en poner mucho dinero, se centra en la fotografía y el montaje. Es de la mejor fotografía que se ha hecho jamás. Planos muy distintos se unen en esta película: Panorámicas de azoteas, espejos, ventanas, sombras, etc.
Y no se crean que no se nota su huella (de Kubrick) está presente sobre todo (aparte de la mencionada fotografía) en la escena inicial con la voz en off, que presenta el Flashback; recuerda a Atraco Perfecto, o al menos a mí.

Película llena de grandes momentos: Persecuciones, peleas a muerte entre maniquíes, flashbacks largos, buenos y con sentido, un baile de ballet con una historia del pasado tormentoso…
La banda sonora, buena también. No pega mucho en el contexto, pero queda muy bien.

Para todos aquellos amantes del buen Cine Negro, Kubrick, y a la buena fotografía en blanco y negro.


tomado de espinof

Como dije en su momento, me hubiera gustado empezar el especial sobre Stanley Kubrick por su tercera película, ‘Atraco perfecto’ (‘The Killing’, 1956), a partir de la cual la carrera del cineasta neoyorkino comienza a ser verdaderamente interesante. De hecho, si no fuera porque Kubrick firmó algunas de las obras maestras más importantes de la historia del cine, creo firmemente que ‘Fear and Desire’ y ‘El beso del asesino’ no serían objeto de estudio, y se habrían perdido en el olvido. Es obvio que en ambas películas se pueden percibir maneras y apuntes que más tarde desarrollaría Kubrick con mucho mayor ingenio. Porque tanto en una como otra, el director demostraba ser un principiante, preocupado nada más por el aspecto visual de sus films, en lo que siempre fue un maestro, descuidando prácticamente todo lo demás.

Kubrick nunca fue un narrador clásico, en el más estricto sentido del término. Su mirada pretendía ir más allá de sus personajes, a los que siempre colocaba en situaciones que les superaban. Distanciándose de ellos, y con cierta frialdad, pretendía abarcar temas universales y trascendentales. Pero eso fue más adelante, en ‘El beso del asesino’ pueden verse claramente las tendencias de una época en la que las consecuencias de la guerra reflejaban un mundo lleno de corrupción, y en el que la línea entre el bien y el mal empezaba a estar muy difuminada. El carácter realista que se daba en muchos documentales, se aplicaba a muchos films del llamado cine negro —film noir para los franceses—, y Kubrick optó por ello en éste y el siguiente.

‘El beso del asesino’ está narrada en flashback, como mandan los cánones del film noir —permitidme utilizar a partir de ahora esta expresión, pues siempre la he encontrado mucho más sugerente y atractiva—, que parte de la escena inicial, en la que vemos al protagonista de la historia —Davey Gordon, un boxeador de poca monta— andando por el andén de una estación, sumido en sus pensamientos. Kubrick nos relata cómo se ha llegado a esa situación, a través de una historia que mezcla demasiadas cosas, la traición, el amor desesperado, la obsesión, el poder, la esperanza, y sobre todo un pasado del que se desea escapar. Dentro de todo lo narrado, Kubrick opta por volver a utilizar el flashback, rizando el rizo sin necesidad alguna. De hecho, hay instantes en los que los flashbacks sobran de forma alarmante, realizados únicamente para que la película fuese considerada un largometraje.

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Al respecto cabe citar la escena en la que el personaje femenino —Gloria Kane— habla de cómo su padre siempre prefirió a su hermana, una bailarina de ballet que se suicidó. Fue añadida posteriormente por el propio Kubrick —en la que apareceía su esposa por aquel entonces— simplemente para que la película fuese más larga —recordemos que estamos hablando de una duración de 67 minutos—, y aunque dicha secuencia posee una magnífica fotografía, que le confiere un aire irreal y fantasmagórico, lo cierto es que no aporta absolutamente nada a la historia central. Y he aquí uno de los grandes problemas de la cinta. Kubrick firma por última vez un guión original, consciente de que lo suyo no es escribir, sino filmar. ‘El beso del asesino’ posee varias secuencias asombrosas en las que se puede ver el talento de Kubrick a ráfagas.

Instantes de innegable talento para la composición de encuadre, inmejorable fotografía y tiempo rítmico. A la mencionada secuencia —sin duda el flashback menos malo del film—, creo que hay que añadir la escena del asesinato del manager de Davey, con quien lo confunden. Kubrick deja la cámara fija casi a ras de suelo, y deja que los personajes se muevan por el encuadre, hacia un callejón oscuro, donde fuera de campo se comete el asesinato. Aquí Kubrick consigue más, al sugerir la fatalidad en su historia de una forma tan marcada y directa, por no decir terrible. Un asesinato que se produce por una simple y lógica equivocación, y que demuestra que el poder a veces está en manos de los más incautos, que actúan por miedo. Dicha fatalidad puede verse en el resto del film, con esos protagonistas hartos de su existencia, buscando una nueva oportunidad, pero no se transmite como en esta magistral secuencia, una de las mejores escritas por Kubrick. Una pena que en conjunto la película no funcione, debido a lo mal hilvanada que está la historia, con situaciones muy forzadas, por no hablar del único happy end que ha hecho Kubrick en su vida, totalmente forzado e incoherente con los que nos estaba contando hasta ese momento.

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Así, ‘El beso del asesino’ está marcada por un subrayado excesivo por parte de su autor, quien nos recuerda una y otra vez la situación actual de Davey esperando en la estación. El espectador no pierde en ningún momento esa referencia, y muchas veces no siente el posible peligro por el que pasan los personajes, ya sea una persecución por los tejados de Manhattan —la película fue filmada en escenarios reales—, o la sugestiva pelea final dentro de un almacén lleno de maniquíes, en la que se ponede manifiesto la crudeza con la que Kubrick se enfrenta a una pelea cuerpo a cuerpo, una pelea en la que ambos contrincantes saben que es a muerte.

Frank Silvera fue el único actor profesional con el que Kubrick contó para ‘El beso del asesino’, y lo cierto es que es el único destacable de todo el reparto, a pesar de lo mal que está escrito su personaje —nunca queda lo suficientemente clara su obsesión por Gloria— . Tanto Jamie Smith como Irene Kane, que dan vida a Davey y Gloria respectivamente, adolecen de una inexpresividad alarmante, sobre todo el primero, que en la escena de la lucha con maniquíes, éstos parecen expresar mucho más que él.

Repito: ‘El beso del asesino’ se tiene en cuenta sólo por estar firmada por Stanley Kubrick. De hecho, se creía que el propio director había quemado los negativos, renegando del trabajo, hasta que en 1994 se proyectó en el New York Film Festival´s Video. Ahora puede conseguirse fácilmente en DVD, pero su valor no va más allá de algunas secuencias impecablemente filmadas. El resto es para olvidar.


tomado de larealidadnoexiste


tomado de cinemaldito

La enorme calidad fílmica de la obra de Stanley Kubrick, que ha dejado un puñado de obras para la posteridad, ha hecho que uno de sus primeros trabajos pasase a un inmerecido olvido. El Beso del Asesino supuso el segundo film del director después de su reconocida insatisfacción con su ópera prima, esa Fear and Desire que siendo su primera incursión en el cine bélico fue tal el descontento que le produjo al propio Stanley que él mismo se encargó de que la mayoría de las copias del film desapareciesen. Por lo tanto, no es descabellado considerar a El Beso del Asesino la primera película auto-reconocida de Kubrick, en lo que además fueron sus pasos iniciales en el ‹noir› justo un año antes de rodar una obra maestra absoluta del género, la majestuosa Atraco Perfecto.

Para la realización de El Beso del Asesino Kubrick se auto-impuso la condición de hombre orquesta encargándose de diversos apartados del film, algo que a lo largo de los años se asentaría como una tremenda ‹rara avis› en su obra. Además de la dirección, el director de La Naranja Mecánica llevó a cabo las labores de producción, fotografía, montaje y guión, como mandan los cánones del bajo presupuesto y saliendo bastante bien parado en la mayoría de esas funciones. La narración nos traslada a la etapa crepuscular de un boxeador a punto del retiro (un Frank Silvera que ya venía de trabajar con el director en la anteriormente citada Fear and Desire) que desde su apartamento ve como su flamante vecina es atacada por un hombre que luego resultará ser su jefe. El hecho unirá las vidas de la pareja protagonista, estando su relación hasta ese momento establecida como un devenir de miradas y leves insinuaciones además de hacer entrar al acabado boxeador en una espiral de hechos que pondrán incluso en peligro su vida.

La película avanza a través de ciertas constantes del ‹noir› sobre todo en lo que a aspectos formales se refiere, no siendo así algo tan palpable en su desarrollo estético y narrativo. Y es que un guión algo insulso y plano es sustituido por un inmenso torbellino visual con el especial cuidado que Kubrick le da a la composición del plano, la fotografía, la iluminación y puesta en escena. La película hace residir su encanto en la originalidad del planteamiento de ciertas secuencias (con un mimo enorme por cosas habitualmente desaprovechadas como el fondo de escena y la ambientación del mismo) que además de elevar la condición ‹noir› del film dejan auténticos derroches de calidad tanto en la recreación de algunas de las secuencias de acción, así como los pequeños trucos de cámara (excelente utilización de espejos, del sufrimiento latente en los rostros de los protagonistas y de la utilización un plano general que pasa a componer una de las escenas visualmente más bonitas de la cinta) que llegan hasta proponer una claustrofobia dentro de ese grupo de viviendas donde se desarrolla la acción.

A pesar de su endeble guión (siendo claramente el punto más flojo de la propuesta, con una fallida celeridad en el diálogo y unos estereotipos malamente disimulados) la película conquista por su enorme atractivo visual, además de algunos recursos narrativos (dentro del ‹flashback› inicial, en uno de los puntos de la historia se vuelve a recurrir a esa táctica de forma gratificante y enriquecedora) que perfeccionan su decorativa estampa. El rodaje por las calles de Nueva York (sin permiso, cabe añadir) también ofrece la caricatura ‹noir› de la ciudad que nunca duerme que complementa enormemente su particular ‹look›. El Beso del Asesino posiblemente sea una película que, sin venir firmada por quien viene, es fácil que estuviese destinada a caer en el más profundo de los olvidos. Hoy en día, a pesar de ser considerada por una amplia mayoría como una película muy menor dentro de una obra plagada de auténticas joyas del séptimo arte, la cinta se emerge como las primeras y originales pinceladas de la inquietud cinematográfica y la potencia narrativa y visual de una de las figuras más representativas del cine, un Stanley Kubrick que al año siguiente comenzaría escribiendo su leyenda con una obra maestra como Atraco Perfecto dentro de unos terrenos primeramente explorados en esta enriquecedora experiencia visual llamada El Beso del Asesino.


tomado de lamadraza

El beso del asesino: Un arbitrario y anárquico relato

Un boxeador, en la recta final de su carrera deportiva Davey Gordon (Jamie Smith), debe defender aquella noche su titulo de los welter; y una “taxi girl”, Gloria Price (Irene Kane), que trabaja en un decadente local donde sufre el acoso sexual de su jefe, Vincent Rapallo (Frank Silvera), un delincuente de espasmódicos ataques. Piezas todos ellos de un arbitrario y anárquico relato a lo largo de tres días y que sienta las primigenias bases de la debilidad de Kubrick por comprimir las acciones en un breve espacio de tiempo: Una semana en Atraco perfecto; cuatro días en Senderos de gloria; dos horas en ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú y cuarenta y ocho horas en Eyes Wide Shut (1999).

Tanto Davy como Gloria son dos personajes a la deriva que residen en apartamentos colindantes y las ventanas representan una entrada a sus vidas. Presentados con monótona indiferencia, casi atrapados en sus pequeños microcosmos, vivirán una abrupta y accidentada relación evocada inicialmente por Davy en la estación de Pennsylvania, en Nueva York, mientras espera la llegada de Gloria y partir juntos a Seattle, a la granja de los tíos del protagonista. El segundo flashback está ubicado después de la súbita entrada de Davy a la estancia de la chica y escuchar sus gritos que despiertan al púgil de su tormentoso sueño, montado con material negativo, después de haber perdido el combate. Gloria hace una quebrada confesión del encuentro con Vincent, de la dramática desaparición en el pasado de su padre y el suicidio de su hermana, una prometedora bailarina de ballet clásico. El corolario de la trama es una alambicada persecución entre el mafioso y el boxeador, después del secuestro de Gloria, por las azoteas y lúgubres callejuelas de una desértica urbe a la manera de La ciudad desnuda (The naked city, 1948), de Jules Dassin, y exento de cualquier recreación o artificio. La rocambolesca huida concluye en un bizarro duelo, trasladado a un almacén de maniquíes a la manera de túnel de los horrores; Vincent armado con un hacha y Davy esgrimiendo una pica que clava en el cuerpo de su antagonista. Retrocedemos en el tiempo a la situación inicial en la estación y el obligado “happy end” impuesto por la United Artists, distribuidora que no mostró excesivo entusiasmo por dar a conocer el film.

Uso del flashback en El beso del asesino

El uso del flashback –al que recurriría más tarde en Atraco perfecto y Lolita de una forma más precisa y coherente- define un intento de distanciamiento del cine negro ad hoc, pero uno de los puntos de interés de El beso del asesino radica en la planificación visual que él mismo llevó a cabo. Las primeras secuencias del film se corresponden con la labor de Kubrick de foto-fija: La imagen de una tienda de souvenirs, la portada de un diario anunciando el combate entre los pesos welter Kirk Rodríguez y Davy GordonKubrick muestra una concepción documentalista sobre la ciudad de Nueva York, pero introduce en primera instancia al personaje central. La cámara de Kubrick nos muestra un individuo que espera en la estación un tren con destino a Seattle. A partir de aquí, el film emplea el flashback para relatar una historia que ha tenido lugar en los últimos días, siendo el viajero Davy Gordon el narrador de la misma. El beso del asesino supone la primera evidencia de que el elemento primordial de análisis para Kubrick es la especie humana por encima del marco o la época en la que se sitúa. Ante el posible desconcierto que pudiera provocar la integración de un par de flashbacks más dentro de otro flashback, Kubrick retorna al presente –Gordon en la estación ferroviaria-. Es un recurso que, si bien ayuda a resituar la historia, ralentiza la acción. La capacidad visual de Kubrick permite mantener la atención en el espectador hasta el desenlace final, sobre todo debido a la lucha que sostiene Gordon con los raptores de Gloria en una fábrica de maniquíes, que presumiblemente hubiera servido de inspiración para el guión de Chantaje contra una mujer (Experiment in terror, Blake Edwards, 1962).

Cierre

Merced al tibio recibimiento por parte de la crítica y una discreta aceptación del público, El beso del asesino hizo recapacitar a Kubrick. A partir de entonces, tuvo constancia de su “mayor debilidad”: La escritura de historias propias. El respeto que Kubrick siempre sintió por los escritores -incluso por encima de sus propios colegas de profesión-, a partir de entonces, le impulsó a trabajar con los autores de los propios textos adaptados en la medida de lo posible.

Pese a reivindicar El beso del asesino como un intento más logrado que Miedo y deseo, el resultado final es una mescolanza de distintos géneros que abarca desde el submundo del cine negro, trasladado a los escenarios reales del Greenwich Village y Broadway filmados con el ojo de un documentalista que da cabida en la historia al melodrama exacerbado, el onirismo enfermizo y un “voyeurismo” presente desde los primeros planos no exento de una interpretación escéptica y fatalista de los hechos y los personajes.


tomado de elcultural

Película de callejones vacíos, de púgiles, bailarinas y gángsters, de ambientes en los que rezuma la peste de garitos y pensiones, El beso del asesino es la única historia original en la filmografía de Kubrick -exceptuando su debut no oficial con Fear & Desire-, y se adscribe de pleno al llamado film noir hasta el punto de poder entenderse como una antología del género. Davy Gordon, un boxeador fracasado de Greenwich Village, recuerda su historia en una estación de tren. En un largo flashback, que ocupa la totalidad de la película, reflexiona desconsolado (“Mi problema es que me tomo la vida demasiado en serio”) sobre los acontecimientos recientes que le han empujado a huir de la ciudad. Todo empieza cuando rescata a su vecina, la bailarina Gloria Price, cuando es golpeada por su jefe, un gángster de poca monta (interpretado por Frank Silvera), enamorado de la chica, que finalmente acabará persiguiendo al púgil por los tejados de Nueva York para darle muerte. En apariencia es la clásica historia de dos almas solitarias (y enamoradas) enfrentadas a una ciudad hostil, pero en su interior hay más misterio y zonas oscuras de lo que cabría esperar. En su debut oficial, aun mirando a Hollywood (de ahí el happy end), Kubrick demostró que su cine buscaría la singularidad por encima de todas las cosas.

La originalidad comienza en la propia estructura del film, ese largo flashback que a su vez recoge otras voces y otros saltos temporales de naturaleza extraña -con la trampa, perdonable, de que el protagonista recuerda escenas que no ha podido vivir-. El sorprendente segmento en el que Gloria Price relata su tragedia familiar está visualmente resuelto de un modo tan bello como enigmático: el fantasma de su hermana (¿o es su madre?) baila en un escenario oscuro y vacío, de calidad onírica, durante tres minutos. No será la única escena desconcertante y hasta irrelevante para la trama, pues también hay un sueño precediendo el encuentro de los enamorados que evoca el final de 2001, y una voz en off leyendo una carta familiar que por su gélida amabilidad sienta el primer precedente de HAL 9000. Hallamos también en El beso del asesino un magníficio empleo de la imagen sin necesidad de palabras, evocando el mejor cine mudo -antes de conocerse, los protagonistas bajan las escaleras del edificio en un montaje paralelo muy expresivo-, o escenas de acción -la pelea final en una fábrica de maniquíes- que parecen rodadas con mucho más oficio del que se espera de un joven de veintisiete años como era Kubrick entonces. Sólo su genio incipiente explica la calidad de la escena en el ring, donde gracias a un eficaz ritmo y a la cámara subjetiva, el espectador, y no sólo Davy Gordon, también es noqueado.

Un estilo elocuente
En el peor de los casos, Kubrick mostró con El beso del asesino -título tan acertado, enigmático y paradójico como La naranja mecánica o Eyes Wide Shut– que con un presupuesto muy limitado, de producción independiente, era capaz de orquestar un siniestro film de serie negra con mejor estilo y mayor elocuencia que otras producciones de su época bastante más caras. El aprovechamiento del espacio, con habitaciones que revelan la historia de sus habitantes; la expresiva puesta en escena (los amantes espiándose por ventanas que parecen rejas), el empleo de un estilizado, inquietante blanco y negro, o el score de jazz festivo en contraste con el drama que sucede, dan fe de la claridad de ideas de su director, que siempre parecía saber a dónde iba y cómo llegar, aunque el resultado se resiente en ocasiones de un guión con fisuras, de subtramas que no se cierran y motivaciones no justificadas. En todo caso, es estimulante asistir a la historia de amor menos escéptica y más ingenua filmada por Kubrick, quizá porque todavía está concebida desde la pasión y la fe de un veinteañero. En este sentido, no deja de ser irónico el significado fonético del nombre de la chica (“el precio de la gloria”), o la posibilidad apuntada de que el condescendiente final con el reencuentro de los amantes en la estación, empañado por la elocuente sobreimpresión del título del film, se revela en última instancia como un inquietante y falso happy end.

Detrás de la pantalla
-El filme costó apenas 75.000 dólares que Kubrick recopiló de amigos y familiares. Se rodó durante el otoño y el invierno de 1954.
-Las escenas callejeras, rodadas con cámara al hombro o desde un coche, están rodadas sin permiso de las autoridades.
-La bailarina del segmento de ballet es Ruth Sobotka, la primera esposa de Kubrick.
-Las voces están dobladas debido al deficiente sonido directo grabado con un magnetófono no profesional. La protagonista, Irene Kane, no pudo asistir a la postproducción del sonido, por lo que su voz es en realidad la de la actriz de radio Peggy Lobbin.


 

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