Ultimo disparo, El

Título en castellano El ultimo disparo
Titulo original Railroaded
Año de filmación 1947
Duración 72′
Pais Estados Unidos
Director Anthony Mann
Guion John C. Higgins (Historia: Gertrude Walker)
Música Alvin Levin
Dirección de fotografia Guy Roe (B&W)
Reparto
Productora Producers Releasing Corporation
Sinopsis Duke Martin es un gánster que planea atracar, con la ayuda de su amante, la peluquería donde ella trabaja. El local no es más que la tapadera de una casa ilegal de apuestas. Durante el atraco, algo sale mal y un policía es asesinado. Duke se las ingenia para que la policía sospeche de Steve Ryan. Será la hermana de Steve quien decida investigar por su cuenta para desenmascarar al verdadero culpable.
Premios  
Subgénero/Temática Crimen, Drama

railroaded

tomado de filmaffinity

Supuso el paso de Mann por el cine negro un recorrido muy interesante en donde el director americano ejerció una importancia vital para el desarrollo del mismo. Como ya hiciera en otros géneros, el cineasta propone una visión renovada donde el realismo de lo contado supera cualquier estrategia o trampa cinematográfica. Es decir, sustentándose en las reglas del más sucio y oscuro serie b retrata a la convulsa sociedad de finales de los cuarenta haciéndolo además desde todas las perspectivas posibles y jugando magníficamente con el triángulo policía-hampa-sociedad.

Quizás, del puñado de películas que Mann filmó (“Raw Deal”, “Desperate”, “T-Men”) o fue partícipe (“He Walked By Night”, “Follow Me Quietly”) entre 1947 y 1950, año en que se estrenó su primer gran western (“Winchester 73”), es esta “Railroaded¡” la que mejor conjugó ese triángulo del que hablaba antes con el excelente universo putrefacto y sórdido que directores como Ulmer conseguían crear. No extraña pues señalar que la productora de la inolvidable “Detour” y el film que nos ocupa sea la misma: Producers Releasing Corporation.

Con el metraje corto de costumbre, todo comienza en una peluquería donde el hampón Duke Martin, junto con otro compinche, atraca lo que después se descubre como una casa de recaudación de apuestas camuflada. Duke contará con la ayuda de Clara Calhoun, una alcohólica a la que domina y que trabaja allí como peluquera. Lo que continúa no es nada nuevo: el atraco sale mal, muere un policía, el compinche también y todo es preparado por Duke y Clara para que la acusación recaiga sobre del joven Steve Ryan, un inocente mecánico que vive con su madre y con su hermana. Será ésta última la que comenzará, tras la injusta acusación y junto con el detective Mickey Ferguson, la búsqueda desesperada de la verdad. Como ven el elenco de personajes retratados es enorme. Mann también tiene tiempo para dar un toque sentimental a su trama, pero siempre en un segundo plano y más bien para poder jugar la baza del final feliz. Resulta sin embargo más resaltable la portentosa fotografía de Guy Roe cuya utilización de luces y de sombras y su juego con la profundidad de campo eleva la cinta a un nivel magnífico visualmente hablando.

Años prolíficos de Mann en el noirstyle y que darían paso a la etapa más gloriosa del director con sus inolvidables westerns y sus épicas históricas. Este corto e intenso período (tres años), aunque menos espectacular y conocido que el que le continuo, posee sin ninguna duda los aspectos más personales del director en un ámbito donde la libertad creativa y ausencia de recursos dieron luz a la mejor época del cine americano.


Segunda incursión de Anthony Mann en el género negro tras «Desperate», rodada ese mismo año, y que inaugura todo un ciclo de películas de temática negra con las que el director alcanzó su madurez realizadora, a la espera de sus más populares Westerns.

El argumento, bastante clásico, se basa en parámetros habituales: un atraco fallido, una muerte imprevista, un falso culpable, un malo que lo es mucho, un policía enamorado, una guapa mala y otra buena. A pesar de que todos estos elementos tienen su importancia dentro del filme, Mann deja claro desde el principio que quien le interesa es el malo, Duke Martin, soberbiamente interpretado por Ireland; en efecto, la película gana enteros cada vez que aparece este personaje sádico (véase la secuencia en la que observa, oculto, la pelea entre las dos mujeres), que disfruta matando y acaricia su arma con delectación, al tiempo que perfuma sus balas. Él es el gran urdidor de la trama que sustenta la narración de la película, mientras que los demás personajes no dejan de ser parte del paisaje, hasta el punto de que el falso culpable a Mann no le interesa lo más mínimo, y que la potencial pareja que forman su hermana y el policía resulta tópica y un tanto banal.

Tan intenso es el perfume del asesino que su influjo parece trasladarse también a las imágenes, que se oscurecen y dramatizan en su presencia, extendiendo ese tenebrismo a todos los que le rodean, ya formen parte de su entorno o no. La fotografía, debida a Guy Roe, maneja hábilmente ese dramatismo, por otra parte clásico en el cine negro de Mann, contrastando enormemente las imágenes y recurriendo a escasos y muy concretos puntos de luz, que apenas iluminan el rostro y las manos, dejando el fondo en la más absoluta oscuridad. A este respecto no deja de ser curioso que estas películas negras de finales de los 40, que trataban de ser realistas en sus personajes y ambientes, recurrieran a una fotografía que no lo era en absoluto, deudora como es del expresionismo alemán.

Si bien el guión no me parece nada del otro mundo, debe reconocerse que tampoco presenta carencias graves, contando con aceptables diálogos y alternando acertadas soluciones narrativas con otras más tópicas. La genialidad de Mann aparece en varios momentos, pero sobre todo en las secuencias que inician y culminan el filme; mientras que en la última lo más destacable es su absoluto tenebrismo (símbolo del mal que encarna Duke), en la primera, también dramáticamente fotografiada, llama la atención la perfecta planificación, la eficacia narrativa de todas las acciones mostradas (en este caso el atraco al falso salón de belleza), sin necesidad de recurrir a los diálogos.

Por todo ello, una película muy recomendable, buena muestra de lo que Mann iría perfilando y puliendo en sus siguientes siete películas y que, pásmense, se rodó en apenas diez días.


tomado de nosolocine

Comentario.- Película de Anthony Mann en sus comienzos, realizada con un muy escaso presupuesto y corta duración, rodada casi toda en decorados interiores y apoyándose en unos diálogos apropiados y una excelente fotografía contrastada, consiguiendo así una atmosfera típicamente negra y varias secuencias de un gran impacto visual. Los personajes están muy bien dibujados: Michey es un honesto policía que se enamora de Rose y es el único que cree en la inocencia del sospechoso detenido. Rosa es la hermana del acusado que junto con él y su madre forman una familia entrañable y unida, dispuesta a todo para demostrar su inocencia. Clara es la “mujer fatal” en esta ocasión insólita en el género, pues en vez de dominar a los hombres está dominada sexualmente por el gánster que acaba asesinándola. Duke es el auténtico protagonista, un frio y sádico asesino capaz de matar a su amante y a su jefe y que antes de disparar, acaricia suavemente el cañón de su revólver en un gesto con claras connotaciones sexuales y que sugiere el inmenso placer que siente al consumar el crimen. John Ireland un buen actor secundario en uno de los papeles más importantes de su carrera realiza una auténtica creación de su repelente personaje. Mann nos ofrece varias secuencias para el recuerdo: El atraco a la peluquería y el posterior interrogatorio de las dos empleadas en el despacho policial bajo una lámpara colgante que acentúa la expresión de sus rostros. Clara sentada de espaldas a la cámara, reflejado en el espejo vemos al mismo tiempo su rostro asustado y la entrada de Duke en la habitación, ella se vuelve, él dispara, ella le abraza y cae al suelo quedando su bella cara a oscuras e iluminado su esplendido cuerpo en una bellísima y sugerente imagen. El tiroteo en el club con un nivel de iluminación mínimo. El primer plano del jefe contando el dinero de la recaudación, al fondo Duke acaricia suavemente el cañón de su revólver mientras conversa plácidamente, repentinamente dispara y se apodera del dinero reflejándose en su rostro el inmenso placer que ha sentido.

Anecdotario.- La productora fue obligada a rodar nuevas secuencias, como consecuencia de la denuncia presentada por la 20th Century Fox por el parecido entre su argumento y el de “Yo creo en ti” dirigida por Henry Hathaway. John Ireland nació el 30 de Enero de 1914 en Vancouver (Canadá), se trasladó muy pronto a EE.UU. y llegó a ser un gran actor secundario, siendo nominado al Oscar en 1949 por “El político”, de Robert Rossen, frecuente en el western, entre sus películas más importantes: “Un paseo bajo el sol”, de Lewis Milestone, en 1945, que fue su debut en el cine, “Pasión de los fuertes”, de John Ford, en 1946, “Rio Rojo”, de Howard Hawks, en 1948 y en cuyo rodaje conoció a su compañera de reparto Joanne Dru con la que se casó después, ”Juana de Arco”, de Victor Fleming en 1948, “Balas vengadoras” de Samuel Fuller en 1949, “Duelo de titanes”, de John Sturges, en 1957, “Espartaco”, de Stanley Kubrick, en 1960 y en España intervino en “55 días en Pekín”, de Nicholas Ray, en 1963 y “La caída del imperio romano”, en 1964, de Anthony Mann. Jane Randolph nació el 30 de Octubre de 1919 en Ohio, fue una actriz secundaria de corta carrera artística aunque actuó en películas importantes como “La mujer pantera”, de Jacques Tourneur, en 1942, “El regreso de la mujer pantera”, de Robert Wise, en 1944, “La brigada suicida”, de Anthony Mann, en 1947 y “ Abbott y Costello contra los fantasmas”, un film cómico de terror de Charles Barton. Un año después se casó retirándose del cine y viniéndose a vivir a España. Clancy Cooper otro actor secundario con más de cien películas en su haber entre ellas: “El último refugio”, de Raoul Walsh, en 1941, con Humphrey Bogart, “Alma en suplicio”, de Michael Curtiz, en 1945, junto a Joan Crawford, “Los mejores años de nuestra vida”, de William Wyler, en 1946, “Tambores lejanos”, un western de Delmer Daves, de 1951, “Manos peligrosas”, de Samuel Fuller, en 1953, con Richard Widmark, y “La verdadera historia de Jesse James”, de Nicholas Ray, en 1957.


tomado de britannica

T-Men

Desesperado (1947) fue el primer éxito crítico y comercial de Mann y el primero de sus grandes noirs . Citó la historia original sobre un camionero (Steve Brodie) que se enfrenta a un gángster (Raymond Burr ) y sus ladrones de pieles y tiene que correr por su vida.Railroaded! (1947) fue el primero de los cuatro noirs que Mann dirigió para la pequeña Producers Releasing Corporation (luego Eagle-Lion); allí un policía duro (Hugh Beaumont) trata de salvar al personaje de Sheila Ryan de un barrio bajo (John Ireland). Railroaded! fue la primera película de Mann con guionistaJohn C. Higgins, quien escribió cinco de los noir de Mann. T-Men (1947) fue más ambicioso, con Dennis O’Keefe y Alfred Ryder como agentes del tesoro encubiertos para atrapar a una pandilla de falsificadores. Con esa película, Mann comenzó una colaboración de seis películas con el director de fotografía.John Alton , cuyo uso de sombras profundas e iluminación intensa ayudó a definir el aspecto del cine negro .


tomado de thecinema

Haciendo una valoración quizá un poco a la ligera, podría decirse que en RAILROADED! (1947. El último disparo) aún no se encontraban presentes suficientemente maduras las cualidades que labraron un lugar al norteamericano Anthony Mann entre los mejores realizadores de la generación intermedia del cine norteamericano. No cabe duda que en el desarrollo de la película se pueden detectar en todo momento destellos y momentos de verdadera inspiración, y en conjunto esta se describe como un atractivo y pequeño título policiaco, en la línea de los realizados en aquellos años por nombres como Richard Fleischer u otros exponentes de la denominada “generación de la violencia”. Sin embargo, cierto es que en ella se echa de menos esa oscuridad, impronta poética,  una inclinación visual expresionista o el alcance fatalista, que definieron los mejores exponentes de Mann en el contexto del policiaco estadounidense. Una aportación en la que, lógico es suponerlo, algo tendría que ver su reiterada colaboración con el operador de fotografía John Alton, con el que estoy seguro que logró no solo complementarse a la hora de incorporar un universo y una atmósfera muy especial a su cine, sino que incluso asesoró a Mann en esta faceta, brindándole una colaboración tan valiosa, como pudo manifestarla por otro lado la de Nicholas Musuraca con Jacques Tourneur. En esta ocasión, contó con la prestación como operador de fotografía de Guy Roe, y es evidente que a través de sus imágenes se deja entrever la impronta visual y atmosférica de un realizador que sabe potenciar claroscuros, sombras, encuadres recargados o espacios dominados por la amenaza. Es algo que manifiesta la modélica secuencia en la que un aparente y descuidado salón de belleza –que en realidad encubre una caso ilegal de apuestas-, se convierte en el marco de un atraco, azarosamente convertido en motivo de tragedia por el asesinato de un policía. Uno de los atracadores –Cowie Kowalski (Keefe Brasselle)- es herido de gravedad, mientras que el auténtico asesino, y promotor del atraco –Duke Martin (John Ireland)-, se encarga de implicar como falso culpable del mismo al joven Steve Ryan (Ed Kelly). La táctica logrará su resultado haciendo testificar en falso al atracador herido, al tiempo que hacer lo propio con una de las testigos del crimen cometido, la esteticién Clara. En realidad esta se encuentra relacionada sentimentalmente con Martin, sometiéndose en todo momento a los designios de este.

En este marco, Mann desarrolla una intriga policíaca que en buena medida se describe a partir de dos aspectos complementarios. De un lado ofrece una crónica cotidiana, por momentos melodramática, centrada en los esfuerzos de la familia de Ryan –especialmente por parte de su hermana-, para intentar lograr las pruebas que demuestren la inocencia de su hermano. Por otra parte, nos encontraremos con un relato policiaco que goza de secuencias impactantes y una demostrada concisión narrativa, que de alguna manera se entronca con el sendero que el cineasta abordaría con mayor profundidad en sus siguientes títulos. En la confluencia de ambas tendencias, podemos apreciar un relato que combina dureza y cotidianeidad, que aúna secuencias dominadas por una evidente blandura en su discurrir –definitorias del Mann primerizo-, entrelazadas con momentos, secuencias, elementos de montaje y planos caracterizados por su sordidez, que constantemente se intercalan, en un conjunto irregular pero siempre bien llevado en el que, lógicamente, alcanza una mayor intensidad toda esa vertiente sórdida, esos destellos de dureza presentes en su conjunto, antes que el elemento melodramático, propuesto por otra parte con una considerable sobriedad narrativa aunque, justo es reconocerlo, sin lograr trascender el contexto de la bienintencionada discreción.

Esa relativa poca profundización de los personajes, indudablemente impide que la película alcance unas mayores cuotas de brillantez. Sin embargo, ello no evita que podamos sentirnos a gusto en una pequeña historia de poco más de setenta minutos de duración, en el que podemos detectar esa presencia de un falso culpable. Un joven que podría ser perfectamente el precedente del Farley Granger que protagonizara el que para mi supone la apuesta más valiosa del cine policiaco de Mann. –SIDE STREET (1950)-.

En el cómputo de aciertos de RAILROADED! destacaremos de nuevo la fuerza, atmósfera y percutante planificación de la secuencia del atraco. Incluso la apertura del film –mostrando la fachada del salón de belleza-, está planteada de tal forma que deja entrever una extraña sensación de amenaza. Todo lo referente al personaje del joven Kowalsky alcanza un notable grado de intensidad –especialmente impactante son sus primeros planos en los que, instantes antes de morir, adquiere conciencia de la ausencia de su mandíbula, y sus ojos reflejan una gran desesperación-, y de forma oportuna, Mann inserta detalles y elementos que contribuyen a mantener el interés de la función. Detalles que van desde el fundido que nos muestra el agujero de bala sobre el bolso de la compañera de Clara –anunciando que ha sido eliminada por Martin, para evitar que las debilidades de esta puedan poner en duda la falsa acusación que ha urdido-, o incluso la fuerza de la secuencia final. Sin embargo, no se puede decir que personajes como el del agente de policía o incluso la relación que mantendrá la hermana de Ryan con Martin, aparezcan con un mínimo de entidad, desaprovechando de alguna manera el conflicto interior que se establece entre este, su inicial apreciación sobre el joven Steve como culpable, y la progresiva consideración que este le ofrecerá como inocente, coincidiendo con el tímido inicio de una relación con su hermana.

 

En definitiva, una película de corto alcance, atractiva a partir de la asunción de la limitación de su material de base, y que de alguna manera sirve de puente entre los primeros títulos de Anthony Mann, caracterizados por una mezcla de atractivo, intuición e insuficiencias cinematográficas, y un posterior estadio de su cine, definido por una mayor hondura expresiva y temática.

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