Isla del infierno, La

Título en castellano La Isla del infierno
Titulo original Hell’s Island
Año de filmación 1955
Duración 85′
Pais Estados Unidos
Director Phil Karlsom
Guion William H. Pine, Maxwell Shane, William C. Thomas (Argumento: Martin Goldsmith, Jack Leonard)
Música  
Dirección de fotografia Lionel Lindon
Reparto
Productora Pine-Thomas Productions / Paramount Pictures
Sinopsis Contratan a Mike Cormack para volar a una isla del Caribe y recuperar un rubí desaparecido. Ya en la isla, encuentra a su ex novia, que tal vez esté relacionada con la desaparición del rubí
Premios  
Subgénero/Temática Drama

La isla del infierno

tomado de filmaffinity

Es posible que las otras 2 películas anteriores de John Payne con el mismo director sean más plenas, o más completas, o de más contenido, pero esta tiene una aventura igual de dramática, llena de peligros, de acción, golpes y tiros en la medida que para cualquier adepto a este tipo de películas de antes, quedará contento con ella.

Puede catalogarse como una aventura pero podría entrar por derecho propio en el cine negro porque el planteamiento del negocio al señor encargado del orden en una sala de juegos, Mike Cormack, y el negocio en sí mismo, es reflejo de la famosa El Halcón Maltés (1941) pero no por eso hay que censurarla, son casos que se dan, y muy a menudo, cuando hay intereses económicos por medio. Transcurre la aventura en escenarios muy típicos para señalar que es caribeño, con unos personajes tan acertados y en situaciones tan peligrosas que nos recordarán a hechos similares en otras películas, y eso sumará puntos para agradecerlo. El tema es que John Payne es un actor con carisma, imprime carácter al personaje. Aquí es Mike Cormack, un hombre aún marcado por una novia que tuvo de lo más sensual, Janet, (merece la pena conocerla). Ella le hizo la cobra y se fue con otro, no sabemos exactamente porqué… Sería por dinero. El caso es que van a volver a encontrarse en esta Isla del Infierno.


tomado de cinemablogia

Si tuviera que elegir una pequeña selección de momentos o secuencias que más me hayan impactado, dentro de aquellos que he contemplado a lo largo del tiempo en el ámbito del cine bélico, entre ellas sin duda situaría uno de los instantes más impresionantes de HELL TO ETERNITY (1960, Phil Karlson) –jamás estrenado comercialmente e España, aunque editado en DVD bajo el título DESDE EL INFIERNO A LA ETERNIDAD-. Se trata de la larga, extenuante y sobrecogedora panorámica de izquierda a derecha, que la cámara describe en un suelo atestado de cadáveres, después de la batalla que se ha producido tras el aterrizaje acuático en una isla japonesa. Tras una cruenta lucha, ninguno de los supervivientes se atreve a romper el fúnebre silencio que sugiere esa ingente masa de cadáveres, sea cual sea la nacionalidad de sus cuerpos ya ausentes de vida. Será sin duda un instante que marcará un punto de inflexión en esta interesante película de Phil Karlson –demostrando de nuevo que sabía desenvolverse con acierto en otros géneros que no fueran el policiaco o el noir– en la que, bajo el pretexto inicial del tratamiento biográfico de la figura del marine Guy Gabaldón, se atreve a discurrir por senderos muy poco frecuentados no solo en el género en que sustenta su propuesta, sino incluso en el del cine norteamericano de su tiempo.

HELL TO… se inicia mostrando los años de infancia del protagonista –aún niño-, cuando unas azarosas circunstancias familiares le llevarán a ser adoptado por una familia japonesa, en cuyo seno será acogido como si fuera un componente más. Allí crecerá –bajo los rasgos de Jeffrey Hunter, demostrando una madurez como actor que, lamentablemente, tuvo poca continuidad en una andadura personal y profesional abocada a un declive lamentable-, permitiendo esta dramática circunstancia el planteamiento de uno de los episodios más tristes y poco tratados en la actuación USA durante la II Guerra Mundial. El ataque de Pearl Harbor provocó que decenas de miles de ciudadanos norteamericanos de ascendencia japonesa, fueran confinados durante años a campamentos –una problemática que solo recuerdo fue tratada en la muy posterior, y escasamente distinguida, SNOW FALLING ON CEDARS (Donde nievan los cedros, 1999. Scott Hicks)-. Hasta ese momento, Karlson sabe plasmar con sensibilidad la integración del protagonista con su nueva familia adoptiva, y al mismo tiempo mostrar la fácil tendencia del norteamericano medio a exteriorizar ese componente racista que esconde su superficial textura democrática. Es algo que advertirá el propio Gabaldón al comprobar como su cuñada es increpada en el momento que unos ciudadanos tienen noticia del ataque japonés. De manera inescrutable, el devenir de los hechos llevará a Guy a alistarse entre los voluntarios de lucha contra el Imperio Japonés, tras la declaración de guerra establecida por Rooswelt. Una decisión en la que tendrá una capital importancia el conocimiento que este tiene del lenguaje nipón. A partir de esa voluntad, participará en un proceso de adiestramiento en el que mantendrá como estrechos amigos a Bill (David Hansen) y Pete (Vic Damone), con los que incluso vivirá una noche de juerga nocturna con mujeres, en la jornada previa a su embarque definitivo con destino a Japón –bajo mi punto de vista el episodio más prescindible de la película-.

Será no obstante un contrapunto en buena medida necesario, para a partir de ese momento introducir la segunda mitad del relato, la más cruel, desesperanzada, en la que indudablemente Karlson se emplea a fondo, ofreciendo no solo una mirada dura y despiadada sobre el absurdo de cualquier lucha bélica. Más allá de esa impresión, que en buena medida fue compartida por tantas y tantas muestras del género, la gran cualidad de HELL TO… reside en aportar en su propuesta una mirada personal y, sobre todo, una definición del héroe protagonista, al que se describirá con una inusual capacidad de ambivalencia, mostrándonos en su experiencia bélica una vertiente negativa e incluso demoniaca, en esas secuencias de insólita dureza en las que Guy se venga por la muerte de sus dos amigos –especialmente del terrible episodio que acaba con Bill descuartizado a manos de unos soldados japoneses-, realizando bombardeos indiscriminados en cuevas en donde estos se refugian. Esa capacidad para mostrar el horror, los métodos y la dureza de la vida en combate, y al mismo tiempo en la ternura que realiza ese apego de Gabaldón por los niños –representando en ellos sus propios orígenes-, parecen prefigurar algunos de los momentos más recordados de la fulleriana MERRIL’S MARAUDERS (Invasión en Birmania, 1962).

Esa complejidad a la hora de expresar por un lado un contexto bélico que nada tiene de heroico, en el que no se olvida el sufrimiento de sus propios habitantes –ese sobrecogedor instante en el que la población civil prefiere suicidarse antes que entregarse a los norteamericanos, al haber sido convencidos del mal trato que les podían proporcionar estos-, descrito además por una fisicidad sobria y ausente de cualquier alcance victorioso, se imbrica de manera admirable con los conflictos interiores vividos por el marine protagonista, deseoso de servir a su país, pero de forma paralela consciente de la importancia que ciudadanos japoneses tuvieron en su propio crecimiento y vida afectiva. Una dualidad que, a fin de cuentas, proporcionará al relato una palpable singularidad, que permite ante todo una segunda mitad absolutamente modélica en la que lo cruel, lo masivo, lo íntimo, lo doloroso, el instinto asesino e incluso el honor, tendrán cabida a lo largo de una experiencia real, que tiene en su episodio final un alcance sorprendente. Será el encuentro de nuestro protagonista con el General Matsui (el veterano Sessue Hayakawa), al cual mantendrá retenido en la cueva en la que tiene instalado su mando, y contra cuya superioridad psicológica luchará en unos minutos intentos, dado que ha dado una orden desesperada de aniquilar a cualquier precio a todos aquellos norteamericanos con quien se encuentren, aún reconociendo que están al borde de la derrota y el límite de su resistencia. Será un fragmento en el que finalmente un rasgo de humanidad aflorará en el rígido y casi suicida militar, entendiendo las razones que le esgrime, a punta de pistola, ese Guy Gabaldón que igualmente comprende y siente en carne propia el sufrimiento del pueblo japonés –sin duda en su mente está presente el recuerdo del confinamiento que padecen sus padres adoptivos-, y de alguna manera entiende que se puede luchar por salvar el máximo número de vidas posibles. Es por ello que la arenga de rendición pronunciada por Matsui ante miles de japoneses, desahuciados de cualquier esperanza pero al mismo tiempo dispuestos a inmolarse en contra de los soldados norteamericanos, alcanza un matiz conmovedor con el lento discurrir de la masa por los caminos serpenteantes, mientras su superior se suicida en un último gesto de dignidad.

Será, en última instancia, el gran logro de ese soldado que en aquellos momentos –los de la batalla de Saipan-, logró emerger de un infierno personal –acentuado por las crueles experiencias de la guerra que vivió, y en cuyo contexto de atrocidad él mismo contribuyó con sus injustificados asesinatos cometidos tras el asesinato de Bill-, aportando un grado de humanidad a su tarea final, emanada a partir de ese contexto de vivencia personal, que sus propios Estados Unidos intentaron arrebatar de manera injusta. Paradojas, ambivalencias, crueldad y esperanza, en una muy interesante aportación bélica que demostraba el buen pulso que Karlson aún conservaba en su cine, aunque muy pocos años después su solvencia se rindiera a títulos de consumo bastante poco perdurables. Al menos, lo hecho, hecho estaba… y no era poco.


tomado de cineforum

Es la historia de un hombre empleado como jefe de seguridad de un casino de Las Vegas al que un turbio magnate contrata para rescatar un joya perdida en un accidente aéreo. Averigua que quien le recomendó es su antigua amante (a la que sigue amando pese a que por su culpa se dio a la bebida, quebrando su prometedora carrera profesional) y ahora esposa del magnate

Segunda entrega del «Triciclo Noir in Color of 50s». En la primera entrega (para «Inferno» (1953)), relataba mi entrevista con Thelion para conseguir que me prestase a John Pine, que habría de aportar el imprescindible audio español de «Hell’s Island» (1955).

Sé que sois fieles seguidores de nuestros lanzamientos, y por eso, de vez en cuando, me gusta que sepáis lo que se cuece en nuestras oficinas. John Pine nunca había visitado el edificio de la Theycame Corporation, y yo, como de costumbre, había convocado la asamblea del día, que estaría mayoritariamente centrada en el lanzamiento de «La Isla del Infierno».

-Amigos, -empecé a hablar, una vez que todos mis técnicos y artistas estaban reunidos- permítanme presentarles a John Pine, de los estudios Noirestyle.

Inmediatamente todo mi personal se puso en pie para aplaudir a Pine. Aquello no estaba preparado, fue totalmente espontaneo. Todos conocíamos a Pine. Sabíamos que era un hombre modesto y discreto. No hablaba mucho, y posteaba poco. Pero cada uno de sus lanzamientos era una perla exquisita.

– Bueno, John, espero que te sientas como en casa -le dije.

– ¿Como en casa? Thelion no le daría un aplauso como éste ni a Dashiel Hammet.

Era una broma, claro, y todos reímos.

– Pues yo creo que ha sido muy amable al permitirnos contar con John Pine -dijo Florita, una de mis principales redactoras.

– Sí -contesté- Thelion es muy amable. ¡Lo que no entiendo es por qué se empeña tanto en disimularlo!, jajjaj. Bien, amigos, ¿algo interesante que decir acerca de «Hell’s island»? ¿Qué os ha parecido?

– Antes de continuar -dijo Ebelio, cartelista jefe-, ¿cómo no ha venido John Drake?

– Le fue imposible venir -dije-. Ya sabéis que tiene mucho trabajo en los estudios de Karagarga, pero me manda un saludo para todos vosotros, y me dijo que cuando hayamos sincronizado el audio VO que él nos entrega, a la copia alemana que vamos a postear, le encantará proponerle a pa6sur, unos de los directores de KG, un upgrade de «Hell’s Island», con nuestro nuevo montaje. Ya sabéis lo importante que es esto para nosotros. Tenemos muchas cosas que traer de KG, entre ellas un Siodmak inédito: «Deported» (1950).
John Pine escuchaba muy atento. Cuando por fin hubo un silencio, dijo:

– En cuanto a esta película, he leído que se trata de un remake de «El Halcón Maltés» (1941). Pero yo no he visto ninguna semejanza, excepto en las escenas inicial y final.

– ¡Es absurdo! -contesté-. No tienen nada que ver. A mí, lo que más me ha gustado es la maravillosa dosificación del argumento.

– ¡Fantástica! -dijo Pine-, llena de eficacia, más que de inventiva. ¿Recordáis aquel ciclo que TVE le dedico a Phil Karlson en los primeros 90? Era un triciclo, como uno de los tuyos, Theycame.

– Sí -dije- ¿cuáles eran? «Calle River 99″ (1953), The Phenix city story» (1955), y ¿cuál era la última?

– Un bélico, «Hell to eternity» (1960), con Jeffrie Hunter -dijo Pine-. ¿Y qué me decis sobre el aspect ratio de la peli? ¿Vistavisión?

– Sí, creo que 1.85:1. Lo cual quiere decir que este video alemán está cropeado por los lados, pero indudablemente es la mejor copia existente -dije-. Ahora una pregunta: ¿qué opináis de la banda sonora?

Una vez más, John Pine tenía la respuesta correcta:

– Aunque en el IMDB da una gran lista de músicos no acreditados (Hugo Friedhofer, Heinz Roemheld, Leo Shuken, Ernst Toch, Franz Waxman, Victor Young, etc), lo que se oye durante toda la obra es la música de «El extraño amor de Martha Ivers» (1946), de Miklos Rozsa, y sólo en un momento del final (en una espléndida escena de la mujer fatal), se oye un fragmento de «The uninvited» (1944), de Victor Young. Indudablemente, la Paramount tenía los derechos de ambas composiciones

– ¡Impresionante, Pine! Este dato lo tenía preparado, pero contigo no hay quién pueda. ¿Y la chica, os ha gustado?

– Como mujer fatal es muy buena, y tiene un toque de sospechosa extrañeza. Tiene todo el aspecto de tener horchata en las venas, y de pasar todo el día tumbada, leyendo revistas -dijo Ebelio-. Pero pronto se revela como una farsante, al estilo de Kathie Moffat en «Retorno al pasado». Lo que no me queda claro es hasta qué punto merece la pena complicarse la vida por esta mujer. ¡No es Rita Hayworth!

– No, no lo es, jajaj. Pero me ha gustado mucho en el papel, y me gusta la perversidad con que fuma. A mí, Karlson me encanta lo que hace con las historias -dije-. Es capaz de entretenerte con la historia más aburrida y absurda, simplemente por la forma en que hace que el momento instantaneo sea emocionante. ¡Sencillamente te olvidas de la historia! Sólo importa cada pasaje que estás contemplando. Tenemos que reunir una buena colección de duales de este director, con los mejores videos que encontremos. Tengo que mirar cómo está el tema de «Phenix city Story» (1955).

– La verdad -dijo John Pine- es que resulta interesante esta producción Paramount de los 50. Como sabéis, el film noir se tambaleaba en esta década, tan retrógada y puritanista. El enfoque era casi siempre policial, reformista, pero aún así se multiplicaron los ejemplares de serie B en blanco y negro. En cambio, los noir en color eran tan escasos como siempre, y sin embargo, la Paramount nos sale con este «Hell’s Island» en color y VistaVisión. Es curioso.

– Sí, lo es -reconocí-, y más aún que sea de la Paramount, y no de la Warner, como «Hell on Frisco Bay» (1955), pero ello hace más difícil que podamos acceder algún día a un dvd. Por cierto, muchachos, que os recuerdo que John Pine nos proporcionó otra peli VOSE de este director: «Five against the house» (1955).

– Sí -dijo Pine-, y creo que en Karagarga está también el bélico «Hell to eternity». No obstante, el tratamiento visual de este noir en color, no se parece al de un ejemplo típico, como «Niágara» (1953), que tiene una fotografía en color mucho más densa y contrastada.

– No, efectivamente -respondí-. Parece más bien anticipar el estilo visual de «El código del hampa» (The killers, 1966), cuyo color es mucho más suave y apastelado…

– Por cierto, Theycame -dijo Pine-, quiero agradecerte en mi nombre y el de Thelion, de forma muy especial, que le hayas sincronizado la VO a esta copia alemana, y gracias también, como no, a John Drake de KG.

– De nada. Pues te digo una cosa: esta película, en particular, cautiva mucho más en versión original. Lo he comprobado!

Nuestra charla se alargó considerablemente, al igual que espero que se alargue en este hilo

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