Francotirador, El

Título en castellano El francotirador
Titulo original The sniper
Año de filmación 1952
Duración 88′
Pais Estados Unidos
Director Edward Dmytryk
Guion Harry Brown (Historia: Edna Anhalt)
Música George Antheil
Dirección de fotografia Burnett Guffey (B&W)
Reparto
Productora Columbia Pictures / Stanley Kramer
Sinopsis Eddie Miller, un modesto empleado, sufre mentalmente ante sus deseos de matar. Intenta, quemándose una mano, que lo detengan de alguna forma para no causar daño a nadie, pero su odio alimentado desde siempre por sus continuas frustraciones, le empuja sin cesar a liquidar mujeres a quienes acecha con su carabina.
Premios 1952: Nominada al Oscar: Mejor historia
Subgénero/Temática Asesinos en serie, Crimen

tomado de filmaffinity

Desconocidísima en España, «The Sniper» me parece, indudablemente, una de las mejores películas de Dmytryk, superior a otros títulos suyos muy conocidos, especialmente de su segunda etapa (tras su célebre «colaboración» con el HUAC), mucho menos interesantes que realizaciones más modestas, como la presente, que caracterizaron su labor durante los años cuarenta.

Esta historia de un psicópata que ha desarrollado un odio exacerbado hacia las mujeres -a las que asesina empleando las tácticas propias de un francotirador- hoy no nos sorprende, pero en su época, y a pesar del ninguneo de espectadores y críticos, constituía un acercamiento verdaderamente original a una problemática de difícil solución, como es la que plantean los asesinos en serie, víctimas a su vez de trastornos mentales. Así, el protagonista de la película es el asesino, y no tanto sus perseguidores, pues lo que interesa es mostrar la incapacidad de Eddie Miller para frenar su odio, lo que le empuja a autolesionarse y a delatarse a sí mismo.

Las mejores películas de Dmytryk suelen revelar los aspectos oscuros y desagradables de la sociedad estadounidense; ya en «Crossfire» se apuntaba algo parecido al hilo del antisemitismo, y en el presente caso se abunda en el retrato de una sociedad que sometida al miedo, al terror que generan los hechos descontrolados o incomprensibles, reacciona violentamente, buscando venganza en un chivo expiatorio. La tesis del filme es la contraria: el mal, o al menos este tipo de mal, puede prevenirse y tratarse, y los indivíduos que lo perpetran pueden ser salvados de sí mismos, para bien de toda la comunidad.

Más que por el argumento abordado, la película destaca enormemente en el aspecto formal, en el que Dmytryk alcanza aquí su plenitud como director. Para cerciorarse de ello basta con observar todas y cada una de las secuencias de los asesinatos, absolutamente brillantes; por destacar una, yo señalaría la de la mujer que tras haber intentado un infructuoso acercamiento al asesino en un bar, vuelve borracha a su casa (negociando con dificultad las cuestas típicas de San Francisco), a la que sube, y donde la vemos prepararse para acostarse a través de la ventana. Es entonces cuando el francotirador -a quien no hemos visto pero cuya presencia sí hemos intuido- quiebra dramáticamente la aparente rutina de la escena. También son especialmente reseñables el plano en contrapicado que nos muestra a Miller autolesionándose con los fuegos de la cocina, todo el fragmento ambientado en el parque de atracciones (de un peculiar y acertado sadismo), y la secuencia en que el francotirador mata a un deshollinador que le había descubierto desde las alturas de una chimenea. Son momentos de gran cine por parte de la realización, cuya calidad se mantiene hasta el plano final, del que no diremos nada.
Continúa en spoiler, sin revelar detalles.


Muy a propósito la ciudad de Los Ángeles para rodar este film psicológico por sus calles de empinadas cuestas que, se podría ver, cómo la cuesta arriba de la vida de un hombre torturado al máximo por sus traumas, y hay que añadir que las imágenes, eso sí, al servicio de la acción, nos muestran siempre unos planos interesantes de esa conocida ciudad tan peliculera. Son calles quebradas que rompen la simetría horizontal de las hileras de sus ventanales, metafóricamente podrían acompañar la confusión mental del protagonista.

La misoginia de este personaje, Eddie Miller, está explicada por el psicólogo de la policía, y razonada e incluso disculpada, y ya cada cual se hace sus composiciones, lo importante es que sirve perfectamente para exponer la conducta de un hombre, de apariencia incluso agradable, que actúa en el secreto dando cuenta de sus frustraciones con el crimen. Para que luego digamos de los americanos, las americanadas no existen, la buena conciencia acompaña en todo momento el drama y el espectador no termina nunca de condenar tajantemente la conducta expuesta; para ello además no olvida las víctimas y se nos ofrecen cuidadosos detalles: una mujer toca el piano, es guapa y la gente la quiere. Otra por ejemplo, nos la muestra aséptica y fríamente desde fuera de la ventana en el calor de su habitación, pero esa amenaza sobre su persona nos toca la fibra sensible cuando vemos que coloca su muñeca en la cama con sumo cuidado, ya no nos es indiferente esa mujer tierna que ama sus recuerdos y quiere tener un futuro esperanzador a pesar de la soledad en la que vive, pues así nos la han presentado.

La película es extraordinaria y para los que somos especialmente adeptos al género policial, diremos que es realista al máximo lo relacionado con la función policial, el viejo teniente, la maquinaria administrativa, la eficacia dirigiendo a la gente que se arremolina y corre ante la expectación, y excepcionales detalles con los agentes como esos subidos en los tejados, y ése en especial sorprendido tras la sábana que tiende la mujer al calor del sol. Tal vez uno no entre nunca en la mente del psicópata pero aquí nos lo acercan de manera muy cuidada y delicada.


tomado de thecinema

Me temo que el “Caso Dmytryk” es algo perdido definitivamente, para los pocos que valoramos en el ucraniano Edward Dmytryk, a uno de los narradores más personales de la generación intermedia del cine norteamericano. Su participación como delator en la Caza de Brujas de McCarthy, tras sufrir varios meses de cárcel –aspecto este que se suele omitir-, parece que condenó irremediablemente su valoración como cineasta. Uno puede cuestionar y condenar su actitud, que curiosamente fue menos criticada en figuras como Elia Kazan, Robert Rossen o el actor Sterling Hayden. Lo que no resulta tan pertinente, es condenar o ningunear su aportación cinematográfica, a todo aquello que rodara con anterioridad a dicha delación, dejando la importante parte posterior de su obra a una perezosa consideración. Nunca he visto algo igual en la historiografía cinematográfica, máxime cuando es en este periodo donde se sitúa lo más personal de su larga filmografía, que sobrepasa el medio centenar de largometrajes. Hasta el momento, son treinta y tres los títulos que he podido contemplar por él dirigidos, y he destacar las capacidades como narrador de Dmytryk y, sobre todo a partir de su delación, su capacidad para introducir en lo más valioso de su trayectoria, una apuesta por la redención, quizá intentando aplicar en sus ficciones, alguna inquietud personal en torno a su propia experiencia intelectual en aquel periodo convulso.

Sea como fuere, y pese a estar ubicada en el segundo periodo de su filmografía, tras su delación, justo es reconocer que THE SNIPER (1952) aparece como uno de los títulos más reconocidos de su obra. Una auténtica rareza para su época, sorprendente en algunos de sus elementos, más de seis décadas después de su realización –es posible que su existencia, pudiera ser la raíz de una propuesta tan excelente como MURDER BY CONTRACT (1958, Irving Lerner), y que de forma indirecta nos ofrece un severo retrato de la sociedad cotidiana USA de aquel periodo que iniciaba el American Way of Life. La película –jamás estrenada comercialmente en España-, narra de forma esencial y con un buen trazado de guión -Edward y Edna Anhalt- la historia de Eddie Miller (Arthur Franz), un sencillo empleado de una tintorería que en su fuero interno alberga una feroz misoginia –que se manifestó tiempo atrás en el incidente con una mujer, que lo llevó al psiquiátrico de una prisión-, dedicándose a matar mujeres inocentes… ya que en fondo con aquellas con las que se topa habitualmente lo fuerzan a ello. Conviene señalar que nos encontramos en una producción de Stanley Kramer –liberal caracterizado por el tono discursivo de los títulos que auspiciaba y posteriormente dirigiría-, y ello se nota en el enfoque ejemplarizante que se pretende brindar a este asesino. De Miller pronto se adivinarán sus ocultas intenciones –representado en el psiquiatra encarnado por Richard Kiley-, y al que se deja entrever que su captura e ingreso en prisión solo supondría un error más en la cadena de la justicia, en vez de intentar aplicar métodos terapéuticos.

De cualquier manera, si hay algo que destaca con una enorme fuerza en THE SNIPER es fundamentalmente la realización de un inspiradísimo Dmytryk. Partiendo de esa descripción a lo largo de todo el metraje de agudos apuntes sociales que podrían definirse como el lado oscuro de la cotidianeidad USA –que mostró de forma contundente en varias de sus realizaciones, hasta configurarse como uno de sus rasgos de estilo-, lo cierto es que de entrada la película se abre de forma sorprendente –Eddie asoma por una mirilla simulando que va a cometer un asesinato-. Es imposible a este respecto dejar de reseñar la indudable influencia que este personaje ejercería en su momento en el cinéfilo Peter Bogdanovich para su magistral personaje de Bobby (Tim O’Kelly) en su deslumbrante debut con TARGETS (El héroe anda suelto, 1968). Al igual que en el film de Bogdanovich –y como sucediera en otro ámbito en la magistral THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold)-, fue todo un acierto elegir un actor de perfiles grises y amables como Arthur Franz –en el mejor papel de su carrera-, que simboliza claramente el modelo de All American Boy de aquellos años.

A lo largo del metraje resulta evidente esa aversión el elemento femenino –es muy interesante a este respecto el hecho de que Eddie no posea voz en off y sus acciones se visualicen sin diálogos y solo con sonido directo, otorgando una extraña personalidad al relato. Esta latente misoginia da lugar a una serie de asesinatos, dos de los cuales son mostrados con extraordinaria dureza; una cantante que es eliminada delante de su propio anuncio y una mujer de vida nocturna que es morirá de un disparo en el interior de su casa mostrándose el impacto de la bala desde fuera del cristal de su ventana. Sus dos posteriores asesinatos serán señalados de forma elíptica, pero en la andadura del tormento interior de Eddie se debatirá al mismo tiempo el asesino y el ser arrepentido de sus acciones. Para ello se quema la mano derecha, duda el cargar su fusil e incluso deja una nota escrita a los posibles policías pidiéndoles que no les dejen que mate a más gente –como sucediera posteriormente con el asesino protagonista de la memorable WHILE THE CITY SLEEPS (Mientras Nueva York duerme, 1955) de Fritz Lang-. Eddie visita una feria y tiene ocasión de descargar su misoginia esquizofrénica tirando repetidamente unas pelotas contra una muchacha que se ofrece como atracción de feria… Poco a poco su círculo de acción se estrecha mientras la policía va cercando su rastro –que el propio asesino no se ha preocupado de ocultar en exceso-.  En este cerco tendremos ocasión de que Dmytryk incida en algunos de los mejores momentos de un film pródigo en estos; Eddie mata sin pretenderlo a un trabajador que enganchado en una chimenea le identifica, y es acorralado mientras la vecindad se asoma chismosa tras los ventanales sin temor a ser atacada, sin olvidar el excelente momento en que su casera lo descubre como el asesino al acabar de escuchar la definición ofrecida por la televisión de su quemadura en la mano –la planificación del realizador muestra en primer término la mano quemada y sin vendar de Eddie y al fondo del encuadre en contrapicado el rostro asustado de la anciana- La película concluye con una secuencia tan admirable y sorprendente como la inicial; el teniente Kafka encarnado por el veterano Adolph Menjou –¿Presencia no inocente de un actor tan excelente, pero al mismo tiempo tan vinculado al maccarthysmo?- entra en la habitación en la que está sentado Eddie, encuadrando al asesino llorando en primer plano. Sobre su rostro, surge el The End.

Si realmente todos los elementos comentados albergan un carácter positivo ¿Qué impide considerar THE SNIPER un logro absoluto? A mi juicio, algo que perjudica a algunas de las producciones policíacas de este periodo: la en ocasiones forzada incorporación de una trama detectivesca paralela –a la que habría que unir ese rasgo liberal hoy bastante envejecido-. En ocasiones parece que nos encontremos ante dos películas diferentes que no confluyen entre sí, puesto que pese al logrado empeño de Menjou de dotar de una evolución en el sentir de su personaje –varía desde su lucha por la captura de un criminal hasta una sutil comprensión de encontrarse ante un enfermo-, las secuencias detectivescas entorpecen la crónica apasionante de un ser aparentemente normal que se esconde en una ciudad, en una sociedad, que quizá le ha impulsado a ejercer su comportamiento anómalo y aparentemente criminal. Pese a esos reparos, tanto la valentía en afrontar un título de estas características en un periodo difícil para ello, la brillantísima –en ocasiones deslumbrante- puesta en escena de Dmytryk y la considerable influencia que ha ejercido en títulos posteriores, permiten destacar esta considerable aportación a un cine policíaco de índole social, lamentablemente poco conocida y apreciada en los manuales cinematográficos.


tomado de offscreen

Un francotirador que odia a una mujer que dispara con fuerza (Arthur Franz, el personaje de la película B de larga data) está suelto en San Francisco y, a medida que la inquietud de la ciudad aumenta con cada víctima femenina, la presión de arriba sobre los dos oficiales (Adolphe Menjou y Gerald Mohr) asignado a la captura del asesino en serie crece.

Al ver The Sniper nuevamente, estoy tan sorprendido por su visión apasionante, simple y brutal como cuando lo vi por primera vez en el Film Forum en Nueva York hace más de una década. No es necesariamente nada abiertamente violento en la película (las escenas de él en realidad disparando a su víctima, aunque poderosas, se presentan de manera inteligente y artística, para admirar su ejecución tanto como para ser perturbado por el hecho, aparte de la impresionante caída de acrobacias de el único hombre al que mata, un trabajador de la torre que lo descubre desde su percha cercana), pero más aún, la sensación palpable de odio e ira de género subyacentes revelaba hirviendo en esta sociedad estadounidense.

Esta no es la visión de comedia de televisión «Father Knows Best» de los años 50 del mundo en la que la seguridad, la comodidad y la construcción de bases sociales provienen de la unión de género. Uh uh Este es uno en el que el enfermero del hospital denigra en voz baja a su esposa y pregunta por qué incluso está casado («No lo entiendo») mientras inconscientemente cose la mano de nuestro francotirador, e incluso los policías en el rastro del francotirador comparten bromas sobre no molestarse en limpiar a su esposa, solo para cuando ella se vaya … y los celos y la embriaguez de los hombres conducen a intentos agresivos de controlar a las mujeres en sus vidas.

La primera mitad de la película sigue al francotirador angustiado; aprende poco sobre su pasado, aparte de eso, odia a su mamá (uno de los pocos tropos convenientes familiares para demasiadas películas, pero tiene un lugar en una película que se ve tan sombríamente en las profundidades del conflicto de género) y tiene una historia de violencia contra las mujeres, la película termina creando una figura de angustia existencial, con una sociedad circundante ignorando sus súplicas de ayuda (el personal del hospital está demasiado ocupado para prestar atención al hecho de que es claramente mentalmente inestable y se quemó deliberadamente su propia mano ) así como, lo que es más inquietante, permitir su profunda represión sexual y odio a las mujeres (incluyendo el trato brusco de varias mujeres, pero quién puede culparlos cuando hemos escuchado fragmentos de conversación por parte de mujeres transeúntes vengativas que dicen cuán mal han sido tratados por los hombres). Dmytryk hace un trabajo impresionante capturando la claustrofobia emocional del personaje.

La segunda mitad, si bien es menos poderosa (para ser justos, es difícil superar la primera mitad de lo que fácilmente podría haber sido un programador noir de película B bastante directo, pero terminó siendo algo muy personal), sigue siendo efectiva. Cambia de marcha para seguir la investigación policial (con el personaje del teniente de Menjou llamado inexplicablemente Frank Kafka, ya que podría reunir pocos comentarios o conexiones con el escritor absurdo o su trabajo), así como las presiones provenientes de los altos mandos. encuentra al asesino en serie que está aterrorizando a la ciudad. El francotirador tiene una trayectoria narrativa similar a, además de compartir una serie de otros puntos en común con la sorprendentemente efectiva nueva versión de 1951 de Joseph Losey de la obra maestra cinematográfica alemana M de Fritz Lang.(incluyendo compartir lo que se estaba convirtiendo en un momento cada vez más común en el que una figura de autoridad da un discurso compasivo que suena sospechosamente como una súplica a la audiencia para que comprenda psicológicamente al extraño abusado que comete el comportamiento psicótico y / o desviado en el que se centra la película) )

A medida que esta segunda mitad de la película se vuelve más familiar, algunos elementos fascinantes continúan desarrollándose, no solo una continuación de la misoginia subyacente en los propios policías, sino un poderoso mensaje anti-armas adelantado a su tiempo. Con la guerra en Europa a menos de una década de haber terminado en 1952, y el valor de un ejército de tiradores afilados ahora totalmente entrenados regresó a una sociedad en conflicto, la película parece decir, ¿qué esperas sino violencia y lucha? Volviendo a la realidad, el director Dmytryk construye unos pocos segundos bellamente concebidos que capturan perfectamente el mensaje en una simple disolución; mientras el atormentado personaje de Franz, capaz de resistir la tentación de disparar, esta vez de todos modos, se recuesta en el techo, con la cámara y luego cortando un primer plano de sus manos masajeando instintivamente su arma, como si tratara de encontrar un hogar para sus deseos reprimidos y la escasa necesidad de expresión en este instrumento de destrucción determinada … con el disparo que luego se disuelve en un nuevo par de manos: las de una jugadora de salón que encontró algo más constructivo que hacer, jugar maravillosamente en un piano. Sin embargo, no es sorprendente, teniendo en cuenta la visión del mundo de la película, un hombre borracho y feo pronto se acerca y le ordena que la reproduzca de nuevo a pesar de que no quiere, destruyendo el momento.

Quizás aún más sorprendente es que la película termina no con un tiroteo salvaje, o un merecido cumplimiento de deseo de la derecha, sino más bien en la cara abatida del asesino ahora atrapado, mientras una lágrima corre por su mejilla. Es casi como si, en ese momento, él mismo fuera el cineasta, culpable pero habilidoso, destructivamente odioso y odioso a sí mismo … pero finalmente lleno de una terrible tristeza no solo por lo que él / este asesino ha hecho, sino por lo que el mundo (y nosotros , la audiencia) se ha convertido.

Lo que es fascinante es que el director Dmytryk, solo unos años antes, era uno de los Hollywood Ten, incluido en la lista negra de Hollywood por inclinaciones comunistas (e incluso encarcelado por un tiempo) a instancias de la Casa de las Actividades No Americanas increíblemente temibles Comité. Tuvo que mudarse a Inglaterra para reanudar su carrera cinematográfica … y The Sniper , ¡esta visión completamente crítica de América fue increíblemente una de las primeras películas que hizo a su regreso! No es de extrañar que la película esté llena de ira. Una de las condiciones bajo las cuales Dmytryk tuvo que trabajar para The Sniper era que tenía que aceptar dirigir al chiflado de derecha (y ciertamente actor fantástico en el papel correcto) Menjou … pero yo diría que Dmytryk se rió por última vez, en su manejo del tema de la película, que tal vez todos se pasaron por alto La cabeza de Menjou.

Aunque se trata de un film bastante relegado al olvido hasta que no ha sido reivindicado décadas después, El Francotirador supone una de las obras clave a la hora de dar forma al psicópata moderno en el cine. Dicho film mostraba al psicópata no como al peligroso criminal al que la policía debía detener y que era presentado como el “malo” de la película, sino como un ser humano, como un enfermo mental digno de compasión y que actuaba movido por un trauma psicológico. Sería años después con personajes como Norman Bates que el psicópata psicológico acabaría de afianzarse en las pantallas, pero hasta entonces El Francotirador suponía un importante precedente a tener en cuenta.

El protagonista es Eddie Miller, un empleado de una tintorería que odia a las mujeres por algún trauma impreciso de su pasado. Su comportamiento hacia ellas es algo ambiguo: las odia cuando le tratan mal pero a veces también las odia porque están con otros hombres. Después de mucho tiempo conteniéndose, Miller estalla y una noche dispara con un rifle a una de las clientas de la tintorería. A partir de entonces ya no puede parar y va matando a diversas mujeres, provocando el pánico en la ciudad. El teniente Frank Kafka y el cuerpo de policía harán lo posible por capturarlo ante una presión cada vez mayor por parte de la prensa y los ciudadanos.

El hecho de que el director de El Francotirador sea Edward Dmytryk, autor de algunas obras esenciales de cine negro como Historia de un Detective (1944) o Encrucijada de Odios (1947) puede llevar a confusión, ya que este film no se trata de una película negra en el mismo sentido que las anteriores, sino que está planteada más bien como un estudio psicológico de una mente enferma. De hecho Dmytryk nos muestra sólo los dos primeros asesinatos, los siguientes no aparecen en pantalla porque lo que busca no es causar suspense. Y no es que no tuviera recursos suficientes para filmarlos, el segundo de ellos es una prueba de ello: un largo plano de la futura víctima llegando tambaleante a su casa sin ningún contraplano que nos muestre la situación de Eddie y su preparación. Ya sospechamos qué va a suceder, por tanto Dmytryk concentra la tensión en que veamos a la mujer paseando por el apartamento puesto que sabemos que de un momento a otro será asesinada.

En lugar de favorecer el suspense, la película apuesta por mostrar el comportamiento del personaje, la forma como observa a las mujeres y, sobre todo, cómo intenta detener ese impulso de diversas formas, ya sea automutilándose, intentando llamar al médico que le atendió en la prisión o escribiendo a la policía pidiendo que le detengan. Esta visión del criminal resulta muy moderna para la época y, pese a lo horrible de sus actos, se nos da una visión de Eddie Miller como un hombre que se guía por un impulso que sabe que es dañino pero no puede contener, de ahí que en el hospital prácticamente pida que le encierren.

La otra cara de la moneda es la investigación policial, que resulta menos llamativa y rompedora que el retrato de Miller, pero aún así se hace llevadera en gran parte gracias a la presencia del veterano Adolphe Menjou. En esta parte del film es cuando se enfatiza el mensaje de la película, que es expuesto en boca del psicólogo de la policía cuando éste intenta convencer a las fuerzas políticas de la ciudad para que creen una ley que sepa tratar convenientemente a los psicópatas sexuales para reformarlos. El discurso quizás rompe un poco el ritmo de la película, pero hay que tener en cuenta que el personaje en realidad se está digiriendo al público, puesto que el propósito del film era hacer esta reivindicación, como bien se remarca en el mensaje inicial. El film no es muy optimista al respecto: los dueños de los diarios y las fuerzas políticas de la ciudad hacen oídos sordos al discurso del psicólogo puesto que solo quieren que se capture y ejecute al asesino. Como bien dice el psicólogo, seguramente en unos años vuelva a aparecer otro criminal idéntico que no fue reformado a tiempo al no haber ninguna ley que contemple esos casos.

Por otro lado, más que basarse en una puesta en escena sombría, El Francotirador es un film que se aprovecha de forma muy inteligente de las posibilidades de la ciudad de San Francisco, con sus reconocibles calles empinadas para darle un tono más documental y verídico a la película. El final de hecho también huye de los tópicos del género criminal. Cuando Miller es localizado, se monta un despliegue policial alrededor del edificio donde se ha encerrado: hay policías armados en los tejados de las casas de alrededor y se habla de entrar utilizando gas lacrimógeno. Uno espera entonces el clásico final espectacular de enfrentamiento entre criminal y policía, pero en lugar de eso la película se desmarca con un desenlace totalmente diferente, en la línea del tono del relato, que en contraste resulta mucho más impactante que el típico enfrentamiento con la policía.

Una magnífica película a reivindicar.

A %d blogueros les gusta esto: