Título en castellano | Al caer la noche |
Titulo original | Nightfall |
Año de filmación | 1956 |
Duración | 79′ |
Pais | Estados Unidos |
Director | Jacques Tourneur |
Guion | Stirling Silliphant (Novela: David Goodis) |
Música | George Duning |
Dirección de fotografia | Burnett Guffey (B&W) |
Reparto | |
Productora | Copa Productions |
Sinopsis | Un hombre inocente se convierte en fugitivo de la justicia mientras trata de reconstruir los hechos que le implicaron en un asesinato y un robo que no cometió. |
Premios | |
Subgénero/Temática | Crimen, Serie B |
Es imposible (o debería serlo) encontrar a un cinéfilo que no le guste el cine negro. El género tiene todos los elementos necesarios para el éxito; normalmente está basado en buena literatura, interpretaciones audaces y con carácter, directores de postín, magnífica fotografía en blanco y negro, y por si fuera poco suelen ser películas que gustan a todos, hombres y mujeres, grandes y pequeños… cosa nada fácil. Por eso suelen estar muy bien valoradas. A mi juicio incluso demasiado. Sobre todo las obras claramente menores.
Esto no ocurre en el western o en otros ambientes, en el cine negro en cambio, todo parece ser sublime aunque no lo sea. Pasa con “Al caer la noche”. Una película casi de serie B, realizada eso sí por un maestro de la cuestión como Jacques Tourneur, que después de haber dado algunos de los más grandes títulos al género en los años 40, había abandonado posteriormente esos menesteres para dedicarse a producciones más variopintas como las de aventuras o las del oeste.
“Al caer la noche” fue casi una especie de regreso al género que le hizo grande, y a mi juicio con resultados bastante discretos. La narración está ralentizada, y como la trama es más sencilla que el mecanismo de un lapicero, se intenta dar más empaque al introducir algún flashback, una asimetría temporal en la trama y una historia de amor poco convincente. Todo ello al conjunto le perjudica notablemente, estos intentos de agrandar casi un mediometraje no funcionan, si hubiera sido lineal la historia creo que ganaría infinitamente porque la tensión la tendríamos desde el principio y sería progresiva, así lo único que tenemos es una primera parte confusa, donde para rellenar bobina se aprovecha la siempre efectiva presencia de Anne Bancroft.
Una película resultona, interesante, pero en ningún caso adorable y que está muy, muy lejos de aquellas obras maestras que hacen al cine negro el género más valorado por los espectadores de todo el mundo.
“Al caer la noche” no es más que otra estupenda película de Tourneur, que bien podría ser un western, una película de cine negro (como es el caso) o un thriller de nuestros días. La historia es tan simple y buena que funciona a todos esos niveles.
Y si la coge un todo terreno y genio como Tourneur la transforma en otro ejercicio de buen cine en menos de ochenta minutos, donde Aldo Ray y sobre todo Anne Bancroft lucen con luz propia.
Algunos no perdonaran su final y que su protagonista esquive tantas veces a la muerte. Los que tenemos a “Con la muerte en los talones” en un altar haremos más concesiones mientras no se nos trate como idiotas. Algo habitual en el cine de nuestros días.
“Al caer la noche” es uno de los últimos mejores momentos de Tourneur, cuando todavía estaba en estado de gracia y le quedaba por colocar su último granito al cine de terror y misterio con la estupenda “La noche del demonio”.
El estreno de ¡Ave, César! (2016) y los veinte años de Fargo (1996) son dos buenas excusas para rebuscar en nuestra filmoteca y traer a colación Nightfall, el interesantísimo noir de 1957 firmado por Jacques Tourneur que, de alguna manera, comparte con el clásico noventero de los hermanos Coen más de una pista sobre una puesta en escena donde la nieve es siempre de una pureza bastante engañosa.
La distancia por carretera entre Moose (en el estado de Wyoming) y Fargo (Dakota del Norte) es de aproximadamente catorce horas –en avión algo más de cuatro-, pero habría que preguntarse si el trayecto cinematográfico –más abstracto- no está, sin embargo, aún mucho más próximo entre ambos puntos de lo que al resto le podría parecer a simple vista. En la primera localización el director francés afincado en Estados Unidos Jacques Tourneur -responsable de obras maestras como La mujer pantera (1942), Yo anduve con un zombie (1943), La mujer pirata (1951), Retorno al pasado (1947) o La noche del demonio (1957)- nos invita a un día campestre de caza y pesca interrumpido bruscamente por la aparición en lontananza de un coche que, a gran velocidad, acaba saliéndose de la carretera y estampándose contra la valla de un arcén, muy cerca de la nieve que inunda el resto del paisaje. Del automóvil salen dos hombres, portando uno de ellos un maletín que, pocos segundos después, sabremos contiene una importante cantidad de dinero. Llegados a ese punto no sería difícil imaginar a Steve Buscemi y Peter Stormare (la pareja de secuestradores de Fargo) saliendo del futuro para repartirse el botín del suegro de Jerry Lundegaard y teniendo este mismo percance del que quien sale herido es, sin embargo, el intérprete de innumerables westerns y películas bélicas clásicas Brian Keith.
En Nightfall –basada en la novela homónima de David Goddis, quien a través de otra de sus obras diera pie para el guión de otro clásico de la gran pantalla como La senda tenebrosa (1947)- no se habla de un rocambolesco rapto, sino del asalto a un banco cuyo trofeo acaba, por despiste, en poder de los dos excursionistas testigos del accidente, siendo finiquitado uno de ellos minutos después y haciendo del superviviente –el artista James Vanning, interpretado por un impertérrito Aldo Ray– un anti-héroe de la misma calaña que William H. Macy en la película de los Coen, al que parece que le sobrepasan los acontecimientos dé el paso que dé-.
Es importante resaltar también la ambivalencia que subyace en la relación de la pareja de malhechores de Nightfall siendo esta inconsistencia, llegado el momento –no diremos cuál-, la que provoque que la convivencia entre ambos salte por los aires, dando lugar a un receso clave cara al desenlace de la trama, muy en la línea de la connivencia desatada entre los delincuentes de Fargo. Todos ellos responden al estereotipo que les ha sido encomendado: duros, peligrosos y bastante sádicos, con una desconfianza hacia su respectivo socio –y, en general, hacia todo bicho viviente- que sacará a la luz toda su amoralidad y desprecio por los previos –y feos- compromisos adquiridos.
Nightfall también tiene un tercer vértice representado por la ley, claro. No es una oficial de policía de un estado vecino como en Fargo, sino un agente del seguro del banco donde se cometió el robo que, no obstante, vigila con la misma tenacidad y detallismo que la policía embarazada interpretada por Frances McDormand, oficiando de sustitutivo de una hipotética voz en off y mostrándonos la cotidianeidad desde el lado de la restitución del delito. Cotidianeidad personificada en la abnegada esposa del agente, que escucha con resignación las aventuras de su infatigable marido, el cual, a medida que avanzan los flashbacks, corre el riesgo de mimetizarse con el falso culpable (Vanning).
El climax final en la cabaña en mitad del paisaje blanco tiene el nervio necesario y contiene otro ingrediente –de índole mecánica, por seguir dejando pistas- que nos vuelve a hacer pensar en los minutos finales del guión de Ethan Coen, el cual, nos atrevemos a aventurar, debió tomar buena cuenta de la cinta del francés. Eliminen en todo momento, eso sí, el tono de comedia que se imprime desde Dakota.
Nightfall casi nunca aparece destacada dentro de la filmografía de Tourneur –son más socorridas las que se citan al principio del artículo-, pero conviene valorar muy mucho su agilidad discursiva y su apreciable fotografía –llena de excelentes contrastes-. Pero sobre todo, su condición de fiel representante de un tipo de film noir intermedio dentro del género, entre el clasicismo dentro de los años cuarenta, la “edad dorada”, y su revalorización en las últimas décadas, sirviendo de (¿inconsciente?) referente en películas como “Fargo”.
tomado de elgabinetedeldoctormabuse
James Vanning es un diseñador gráfico que deambula sin rumbo por las noches, como temiendo algo y, al mismo tiempo, esperando que suceda de una vez. En cierto momento, un hombre le pide fuego y charla con él brevemente. Poco después sabemos que es un investigador de seguros llamado Ben Fraser, que lleva días siguiéndole por un delito que no conocemos. Mientras tanto, James conoce en un bar a una modelo, Marie, que le saca un poco de su ensimismamiento hasta que dos hombres, John y Red, aparecen por sorpresa a la salida y se lo llevan en coche.
Si algo me gusta del cine negro es que es uno de los pocos terrenos en que los guionistas podían permitirse la libertad de escribir sus historias de la forma más confusa posible. De hecho en ese universo tan inestable que es el noir puede resultar en ocasiones hasta contraproducente narrar las películas en su orden adecuado. En este caso por ejemplo esta forma de plantear el conflicto nos hace dudar hasta mitad de la película sobre si James es un hombre honrado o no. Obviamente, sospechamos que el bueno de Aldo Ray no está encarnando a un criminal pero, siendo el cine negro un género en que las fronteras entre el bien y el mal aparecen tan desdibujadas, resulta muy apropiado que no sepamos si estamos ante alguien que ha cometido un delito y está siendo acosado por sus ex-cómplices o ante un falso culpable buscado erróneamente por la compañía de seguros.
Gracias a la afortunada circunstancia de que el tiempo suele poner las cosas en su sitio, a día de hoy no creo que haga falta reivindicar a un cineasta de la talla de Jacques Tourneur. En su momento considerado un eficiente artesano, hoy día su estatus ha acabado eclipsando incluso a su padre Maurice, una de las figuras clave del cine americano de los años 10 que es en estos momentos quien necesita volver a ser recordado.
Volviendo a Tourneur hijo, si bien es innegable que su gran contribución al noir es Retorno al Pasado (1947), yo reconozco que siento debilidad por Al Caer la Noche. Quizá porque es un noir atípico, menos asfixiante, en que los antagonistas no son los clásicos matones (el personaje de John resulta, en su papel del tipo listo del dúo de delincuentes, muy carismático con ese temperamento reposado y cruel) y en que la femme fatale en realidad ha acabado ejerciendo ese papel por accidente (estupenda Anne Bancroft). No por ello hay menos dosis de violencia, de hecho el asesinato del doctor todavía pone un nudo en la garganta por lo terriblemente cruel que nos parece. Al situarnos en un contexto aparentemente inofensivo, alejado de los clásicos escenarios del noir en que la violencia y la muerte están a la orden día, la irrupción del mal resulta más chocante, y dicho asesinato se nos antoja especialmente cruel, en parte por lo prolongado de la escena y la fría planificación de los responsables.
También me gusta mucho el trabajo de fotografía de Burnett Guffey, alejado de los clásicos claroscuros del noir en las largas escenas montañosas, como si Tourneur intentara dar algo de aire a un género que a esas alturas necesitaba renovarse y probar con nuevos enfoques. Además, todas las escenas que suceden en la nieve me recuerdan a otra de mis películas negras favoritas, La Casa en la Sombra (1951) de Nicholas Ray, donde de nuevo la imagen pura que ofrece la naturaleza contrasta con esa civilización oscura y corrupta de donde proceden los personajes.
De hecho, Al Caer la Noche podría ser vista como el contraste de Retorno al Pasado, como si ambos films, separados en diez años, propusieran dos enfoques diferentes a un mismo género: Retorno al Pasado es una evocación perfecta del noir más clásico por la tipología de personajes, el tono fatalista, la estética y el tipo de trama; en cambio, Al Caer la Noche hace un uso de escenarios poco habitual, tiene como protagonistas a personajes más bien inofensivos (incluso el representante de la ley nos resulta extrañamente dócil, un hombre que trabaja sin armas y comparte continuamente sus inquietudes con su mujer) y cuenta con una trama alejada de los elementos criminales tradicionales (de hecho no vemos en ningún momento el atraco al banco que propicia todo).
Una perla negra en un joyero blanco
Después de la sombría atmosfera de Perdición, aquí tenemos otra historia de compañía de seguros con un buen guión. Con Al caer la noche, Jacques Tourneur nos hace descubrir la » gran respiración» y el puro aire de las montañas nevadas del Wyoming, fondo blanco para un tema muy negro. El detective Fraser, contratado por la compañía de seguros de un banco atracado, es (aparentemente) más honrado que el empleado de Pacific Risk, Fred MacMurray, en Perdición Sus investigaciones le llevan a Jim, veterano de la guerra con Japón, en Okinawa, zopenco y bonachón, metido en una infame trampa criminal que lo enfrenta a unos personajes sin escrúpulos, incluso psicópata en el caso de Red. Fraser tiene su teoría sobre el asunto. Con un encanto y una presencia elegante e inteligente, Marie (Anne Bancroft) nos deleita con una secuencia agitada en medio de un pase de modelos para la colección de primavera, antes de ponerse un buen chándal y perderse en las montañas del Wyoming. Aunque los malos se castigan a ellos mismos, los buenos no lo son tanto… Al fin y al cabo, ¿qué importa si nos quedamos con el dinero robado al banco, puesto que la compañía de seguros lo cubre y que nosotros vivimos esperando las rebajas? pensaran Fraser, Jim y Marie…
Unos magníficos paisajes, unos diálogos que hacen sonreír en los momentos más violentos, dan a Nightfall una dimensión particular, más espontanea que la excelente Out of the past (Retorno al pasado) del mismo Tourneur de la cual hablaremos pronto en este Dossier. El director sabe distanciarse de la violencia sin perder la emoción, con un ritmo que deja exhausto al espectador. De los actores al montaje, de la dirección musical a la fotografía, se puede apreciar el trabajo de un equipo que nos ofrece un disfrute de calidad. El tema del inocente preso de un engranaje fatal, los flash back –nada menos que tres–, unos suspenses que mantienen el ritmo: Con Nightfall , Jacques Tourneur ensalza los artificios de la novela policiaca. La originalidad está en el paso de la típica atmosfera de ciudad de noche a la blancura resplandeciente de las montañas de Moose en el Wyoming, escenario para un final de gran maestro.