Amantes de la noche, Los

Título en castellano Los amantes de la noche
Titulo original They live by night
Año de filmación 1948
Duración 95 minutos
Pais Estados Unidos
Director Nicholas Ray
Guion Nicholas Ray, Charles Schnee (Novela: Edward Anderson)
Música Leigh Harline
Dirección de fotografia George E. Diskant (B&N)
Reparto
Productora RKO Radio Pictures
Sinopsis El joven Bowie acaba de escapar de prisión con otros dos reclusos. En la guarida donde se refugian vive Keechie, una joven que pronto se siente atraída por él. Poco después de atracar un banco con sus compinches, sufre un accidente de tráfico que complica la situación: uno de sus colegas se da a la fuga después de disparar a un policía que acudía a socorrerlos. En el coche accidentado la policía encuentra la pistola de Bowie, que se ve obligado a emprender una huida sin rumbo fijo en compañía de Keechie. Una noche, viajando en autobús, aprovechan una parada para casarse. Más tarde alquilan una cabaña en la montaña con la esperanza de poder vivir en paz
Premios  
Subgénero/Temática  Melodrama, Robos y atracos, Años 30, Serie B, Road movie

  

 

tomado de filmaffinity

No hace tantos años que Nicholas Ray estaba considerado un director menor, un director con un puñado de grandes obras pero poco más. Después de su muerte, Ray fue tenido cada vez en mayor consideración (en parte gracias al reconocimiento de Win Wenders) y hoy en día poca gente duda de que se trate de uno de los más grandes, una figura clave del cine americano. Con They Live by Night debuta en 1947 para RKO, una productora que en esta década estaba especializada en films negros de medio y bajo presupuesto (en este mismo año presentaría Retorno al Pasado, la obra maestra de Tourneur, sin ir más lejos). En esta primera película ya están patentes muchas de las claves del cine de Ray: el individualismo frente a la hipocresía de lo colectivo, un exacerbado sentido de la modernidad, sobre todo una especia de fatalidad que llevan marcados todos los personajes de Ray y la continua necesidad de huir, un pesimismo que hace pensar que las cartas están marcadas y poco se puede hacer para cambiar el destino (Nicholas Ray fue víctima de la Gran Depresión, trabajó en aquella época para el ministerio del interior y le pilló de lleno). 

Todas estas constantes están en sus grandes obras maestras, en mi opinión “En un lugar solitario”, “Johnny Guitar” y “Chicago, Años 30” (a mí “Rebelde sin Causa” no me llega tanto, pero quizá sea el mejor exponente de su cine y de todo lo que he expuesto antes). Por último, antes de entrar a saco con la peli, decir que otra de las características fundamentales de Nicholas Ray era su independencia y su inconformismo, lo cual le llevó a enfrentarse a los grandes estudios y como consecuencia empezó a tener grandes problemas para dirigir, por lo que su filmografía no es tan extensa como cabía esperar, su carrera prácticamente se vio truncada en los sesenta.

En cuanto a “Los Amantes de la Noche” comenzar situándola en el subgénero negro “pareja chico/chica que huye de la justicia”, con un antecedente claro en “Solo se vive una vez”, de Fritz Lang y tres grandes secuelas: “Gun Crazy” de Joseph H. Lewis, “Bonnie & Clyde” de Arthur Penn y “La Huida” de Peckinpah, basada en la fantástica novela de Jim Thompson (y muchas más que no he visto o no me acuerdo, claro, por ejemplo “Al Final de la escapada” de Goddard también estaría relacionada, aunque hay diferencias importantes que la excluirían del grupo, en mi opinión, pero no quiero hacer esto eterno). 

Decir que la primera que abre el filme es también histórica, Nicholas Ray convenció a John Houseman (productor) en utilizar un helicóptero para rodar en una sola toma la huida de la cárcel de Bowie y sus compinches, todo un prodigio técnico que luego sería continuamente imitado en escenas similares hasta la extenuación. Y que no se me olvide la casa esa en la que se agencia bodas a 500$ (creo recordar), un pequeño toque de humor para darle al espectador un respiro.


Siento un especial cariño por Cathy O’Donnell, una actriz a la que seguramente muy pocos recuerdan, pues jamás ganó un Oscar y tampoco tenía el menor aspecto de diva como para llenar carátulas de revistas. Pero, Cathy nos legó un puñado de interpretaciones colmadas de sinceridad y de ternura, que dejaron honda huella en aquellas películas que interpretó: “Los mejores años de nuestra vida”, “Brigada 21”, “El hombre de Laramie” y “Ben–Hur”, fueron, junto a “LOS AMANTES DE LA NOCHE”, un conjunto de roles que recordaré siempre porque pude ver en ellos a un ser humano digno de amarse. Cathy sabía fluir desde su interior, era plenamente capaz de extraer el ángel que había en ella, y conseguía que su figura menuda y su rostro bastante común, consiguiéramos verlos con un encanto que no es fácil explicar con las pocas palabras que conocemos.

Debut en la dirección de ese notable director que fuera Nicholas Ray, “LOS AMANTES DE LA NOCHE” está basada en el libro de Edward Anderson “Thieves like us”, que luego Robert Altman readaptara con el mismo título en 1974. Algo hay en ella de “Sólo se vive una vez” de Fritz Lang, pero conjugando los principales elementos del cine romántico y del film noir, Ray consigue contarnos una original y trágica historia de amor, donde cuestiona profundamente los poderes judiciales y de prensa, cuyos modelos de funcionamiento suelen hacer imposible que un hombre se redima por más que se empeñe en lograrlo.

Bowie (Farley Granger), es un chico de 23 años, quien pasó siete años en la cárcel bajo el cargo de asesinato por haber acompañado a unos amigos a realizar un asalto. Liberado por ellos en una fuga grupal, se siente obligado a seguir acompañándolos en sus fechorías… y pronto la prensa, en su afán sensacionalista, lo convierte en motivo central de sus crónicas policiales atribuyéndole acciones y un liderazgo que jamás realizó ni poseyó. 

Cuando conoce a Keechie (Cathy O´Donnell), la vida para Bowie adquirirá un nuevo sentido y un propósito edificante surgirá en sus vidas, pero para lograrlo, tendrán que luchar contra el empeño de los grandes poderes que sólo creen en el infame y trasnochado lema que dice que “el que la hace la paga”.

Profundas reflexiones saldrán a flote en su largo camino y un singular policía sabrá expresarse, con particular sensatez, sobre las cosas que ocurren en esta desajustada sociedad. 

Un verdadero autor había nacido con esta película.


Los amantes de la noche versa en torno a un preso que escapa de la prisión y que, para demostrar su teórica inocencia, comete más crímenes (¿?)… Se enamora de una chica que vive en una familia desestructurada, como él. Juntos, unidos frente al destino trágico que sin duda les espera, intentan ser felices.

Creo que ya es hora de que alguien intente romper convenciones absurdas: ¿Por que se critica a determinados autores americanos por su pretendido mensaje militarista, derechista o conservador…? ¿Acaso Nicholas Ray (autor que es objeto de mis pasiones cinematográficas, que no necesariamente ideológicas) en esta película y en otras no extiende su manto idelógico de manera clara y reiterativa afirmando constantemente que la culpa de la delincuencia es de la sociedad, tan malvada?¿Eso es un mensaje progresista o es un mensaje retórico y relativista?¿A alguien le gustaría sufrir los crímenes de estos seres «inocentes» no debidamente presentados a la sociedad?

Creo que si algunos catalogan a DeMille, incluso a Ford de conservadores, de fascistas incluso, es justo que reconozcan, en coherencia con sus principios de crítica ideológica, que Ray hace lo mismo. Los amantes de la noche (totalmente de acuerdo contigo Father Caprio) es una exposición ideológica, panfleto descarado a favor de la comprensión de los delincuentes, con evidentes virtudes cinematográficas (convincente tensión, ritmo electrizante durante todo el desarrollo, buena ejecución técnica, magnífica interpretación de la protagonista).

Si observan ustedes otras críticas que he escrito con anterioridad, no soy partidario de las críticas ideológicas. Pero observo como algunos autores reciben críticas y otros no, cuando tienen un mensaje relativista de fondo como mínimo igual de discutible.

Filme romántico, con buen ritmo y buenas interpretaciones, Los amantes de la noche es una notable película que constituye la pieza maestra de su autor en cuanto a la exposición de su ideología, pero no en cuanto a su carrera cinematográfica. La cual tendría exponentes más ricos en filmes como Johnny Guitar, En un lugar solitario o La casa en la sombra, por poner algunos ejemplos.

Nota importante: Prefiero Sólo se vive una vez, del maestro Fritz Lang, realizada una década anterior con planteamientos más convincentes e imágenes de muchísima más fuerza.


tomado de lafilmotecadesantjoan

El más secreto, el más grande; sin duda alguna, el más espontáneamente poeta”
Jacques Rivette
“El cine es Nicholas Ray”
Jean Luc Godard
 

La profunda admiración por parte de los jóvenes críticos europeos apasionados por el nuevo cine americano, como los jóvenes pre-autores franceses de la nouvelle vague, defensores de la independencia de los estudios, le valieron a Nicholas Ray su merecido nombre entre los primeros directores de culto del cine moderno. Sin embargo, ser un director de culto también viene acompañado por connotaciones de rechazo y olvido por gran parte de la crítica y público de su tiempo. Muchos de estos directores de la “generación perdida” del cine americano fueron negados, rechazados y culpables de remover los intocables cimientos de la industria cinematográfica norteamericana con su rebeldía ante los oportunistas estudios desde comienzos de los 40 hasta finales de los 60, ya en su declive.

Nicholas Ray fue un cineasta atípico en su tiempo, como muchos otros grandes genios, adelantado y aventurado en un momento de transición hacia la modernidad del cine americano. Apodado Nick, el maldito, por su continua inestabilidad profesional, y personal, fue uno de los atormentados de Hollywood cuya vida cinematográfica se resentía por momentos, como si de una maldición se tratara, y se cruzaba inexorablemente con una vida personal cargada de fatalismo. Conocido por sus adicciones al alcohol y al juego, el cineasta de origen alemán y noruego, vio como sus lazos con el mundo real se vertían en su carrera profesional sin remisión. Su matrimonio con la actriz Gloria Grahame, que más tarde se casaría con su hijo Tim, o el fatal accidente de James Dean, su espejo icónico en la gran pantalla, marcarían una carrera posterior marcada por su tormento personal.

Estudiante de arquitectura en su juventud, se inicio en el grupo de “teatro de la improvisación” de la mano de Elia Kazan, quien mas tarde lo inicia en el cine como asistente de dirección de su primera película en Hollywood, Lazos Humanos, en 1945. A través de Kazan, y de sus particulares métodos de enseñanza, un siempre impetuoso y apasionado Nicholas Ray, saca el mayor provecho como alumno aventajado de las rompedoras técnicas del moderno teatro americano de los años 40, y sólo dos años después de colaborar en la primera película de Kazan, tan sólo dos años mayor que él, comienza el rodaje de su primer largometraje como director en 1947 con Los amantes de la noche.
Nacido en 1911, poco es conocido de los primeros 30 años de la vida de Nicholas Ray, más allá de su difícil infancia, con 3 hermanos mayores, dos hermanastras, un padre alcohólico y una madre dedicada al mundo del espectáculo, en plena depresión. Tal vez, sea esta la parte esencial de su vida para poder contemplar al cineasta en su totalidad, tan marcada por la esencia de juventud, el miedo a su pérdida, la dependencia emocional y la nostalgia de felicidad. Sin embargo, es fácilmente deducible en la mayoría de su filmografía, sobre todo en sus primeras obras, donde ese alarde autobiográfico es más que evidente.

Bowie (Farley Granger) y Keechie (Cathy O’Donnell) viven de noche… presos de un entorno social que los aparta negándoles continuamente su ingenua imitación de la vida y su intimidad. La composición de Nicholas Ray es rica en matices líricos.

Desde Los amantes de la noche, film en el que comenzó a trabajar en 1947, hasta finales de los años 50, Nicholas Ray completó el grueso de sus joyas en el séptimo arte. Es por ello, uno de los cineastas más relevantes de la década de los 50, marcada por una abierta tendencia de modernidad en la cinematografía, tanto americana como europea. Obras maestras como En un lugar solitario (1950)Johnny Guitar (1954) o la archiconocida Rebelde sin causa (1955), destacan por su impulsividad y lírica narrativa, su particular técnica autodidacta y el estudio psicológico de sus protagonistas. Sus personajes son vulnerables, marcados por la fatalidad del destino e incomprendidos del sistema que les rodea. Con un cine disfrazado genéricamente de NoirWestern e incluso peplum histórico, Nicholas Ray consiguió despertar el estilo de autor desenfrenado y sin límites retóricos de los jóvenes cineastas de todo el mundo desde entonces hasta hoy día.
Es por ello, que entre su filmografía hemos elegido su primera obra, Los amantes de la noche, estrenada en 1949, como ejemplo mas impulsivo, mas relevante de ese estilo tan personal que Ray mostrará a lo largo de su posterior filmografía.

Los amantes de la noche, comienza con algo tan inusual para el momento, como un prólogo donde los jóvenes protagonistas Bowie (Farley Granger) y Keechie (Cathy O’Donnell), son presentados líricamente ante los espectadores en un romántico primer plano de ambos junto a una frase de presentación, “Este chico y esta chica, nunca fueron presentados adecuadamente al mundo en que vivimos. Para contar su historia… Viven de noche.”Con esta frase y esta presentación, Nicholas Ray se presenta a si mismo en su primera película como representante de la juventud perdida, desorientada y solitaria. Este prólogo es un aviso de que lo que se va a ver en pantalla no es exactamente una película de cine negro, sino más bien una película romántica disfrazada de género noir. Mas tarde, veremos como la narración va progresivamente enmarcando a la pareja protagonista y su particular imitación de la vida de la sociedad que les rodea, en detrimento de la acción y de la persecución policiaca. Bowie y Keechie, son dos jóvenes desorientados, con una infancia muy común con padres alcohólicos y una madre que huyó de su miseria. Al salir de la prisión tras 7 años condenado injustamente por homicidio involuntario, llega junto a sus compañeros fugitivos al refugio de estos. Allí conoce a Keechie, hija del hermano de uno de ellos, y sus vidas se unen compulsivamente como dos clavos ardiendo. Ambos reconocen en el otro los mismos vacíos emocionales y su obsesión por una vida normal, lejos de la delincuencia y la miseria. Sin embargo, el destino y la fatalidad tan comunes en las historias de pasión fugitiva, son reconocibles en muchos detalles de la historia como la reiteración del tiempo y los relojes, las constantes interrupciones de la intimidad de la pareja. Nicholas Ray también enfatiza el destino en los personajes secundarios como Chickamaw, líder de la familia de fugitivos delincuentes, o Mattie, personaje oscuro y fatalista, mujer de uno de los miembros del grupo todavía encarcelado. Estos dos personajes funcionan como la partición opuesta de la pareja protagonista. Nicholas Ray, renuncia a una narración más populista en el género noir, a favor de los momentos más costumbristas y románticos.

De esta forma, y ya en su primer film, Nicholas Ray deja constancia de su estilo moderno y ligero, con una narración a golpes de secuencia, con verdaderos momentos poéticos en forma de elipsis, y una sutil ironía en los personajes más secundarios, como en una de mis secuencias preferidas, la de la Boda Express, algo muy atípico en el cine de los años 40.

Esta película fue producida por John Houseman, conocido por producir entre otros a Orson Welles. Tanto Welles como Ray comenzaron su carrera cinematográfica con un ímpetu rompedor, muy parecido, tan innovador como rechazado por el anquilosado clasicismo de la industria americana. Sin embargo Ray, con Los amantes de la noche, no tuvo la suerte de contar con gran presupuesto en la RKO como Welles y, por lo tanto, es prácticamente un film de serie B. El mérito de Ray se esconde pues, tras su lirismo visual, su talento para enfatizar los detalles narrativos menos usuales, la puesta en acción, y su perfil psicológico sobre los personajes.

Técnicamente, Los amantes de la noche contiene tantas virtudes e innovaciones como narrativamente dentro de su bajo coste. El uso que Nicholas Ray hizo de la cámara y la iluminación influyó más directamente a las posteriores generaciones, sobre todo a la nouvelle vague. En esta película se incluyen los primeros planos aéreos tomados desde un helicóptero, según Ray, para enfatizar el ojo del destino que se cierne sobre los protagonistas. También el cuidado uso de los primeros planos, y de la iluminación con claroscuros para describir el estado anímico de los personajes, con un estilo muy personal y poético.
Cabe destacar que Los amantes de la noche, cuyo título original es They live by night (Ellos viven de noche), inicialmente tuvo dos títulos muy diferentes; Thieves like us (Ladrones como nosotros), en referencia directa a la novela en la que se basa la película, y Your Red Wagon (Tu vagón rojo), tema musical que se puede escuchar a mitad de la película. Ambos títulos hacen referencia al momento histórico en el que sucede la historia, la depresión americana. Por una parte, Thieves like us, es una afirmación que se repite constantemente en la película haciendo alusión a los daños colaterales del capitalismo y a la decadencia en la que se mueven económicamente todos los personajes, agraviados por la depresión y lanzados a una moral egoísta, tan miserable como la de los propios delincuentes.

El verdadero leitmotiv escondido en Los amantes de la noche es, por lo tanto, la desesperada huida de esa miseria, económica y social. Ambos, Bowie y Keechie, viven en un espejismo del que creen poder huir, con su imitación de la vida social que les rodea. Irónicamente, el dinero, protagonista absoluto en muchas de las secuencias, no tiene ningún valor real para la pareja, al no poder hacer uso en los momentos cumbres de la historia. Ni el dinero le sirve a Bowie para conseguir un buen abogado, ni a la pareja para huir del país. Paradójicamente, también, el personaje de Bowie es relanzado por la prensa como Bowie the Kid, un violento delicuente líder del grupo; un personaje tan alejado del Bowie real, como el propio Bowie de la sociedad que lo rechaza.

“Este chico y esta chica, nunca fueron presentados adecuadamente al mundo en que vivimos. Para contar su historia… Viven de noche.”
Con este magnífico prólogo de presentación seguido de los títulos de crédito y una innovadora secuencia de seguimiento aéreo en helicóptero, debutó como director uno de los cineastas más impulsivos y modernos de la Historia del Cine, el rebelde Nicholas Ray.
Los amantes de la noche, cuyo título en castellano hace honor a la verdadera historia narrada tras el género negro, es comúnmente hermanada a una serie de clásicos como Sólo se vive una vez (1937) de Fritz Lang, Bonnie & Clyde (1967) del recientemente desaparecido Arthur Penn, Pierrot le fou (1965) del propio Godard, o Malas Tierras (1973) de Terrence Malick. Sin embargo, tal vez, el mayor mérito de Nicholas Ray con Los amantes de la noche en particular, y de su filmografía en general, sea el de conseguir el consenso de muchas generaciones a través de su visión de los jóvenes y de su rebeldía. Su cine siempre mantiene la esencia fundamental del arte cinematográfico, la atemporalidad, el retrato eterno, joven y apasionado de un artista cuyo reflejo en la gran pantalla queda marcado en la Historia del Cine como un relámpago sobre el agua.

tomado de solaris

 
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Ya la opera prima de Nicholas Ray, ‘Los amantes de la noche’ (They live by night, 1949) está tramada, y protagonizada, por el aliento del ‘outsider’, del que está, o se siente o se queda ‘fuera’, ‘al margen’, inclusive, al margen de la ley, como es el caso de Bowie (Farley Granger), quien, a sus 23 años, acaba de fugarse de la cárcel, a la que fue condenado por matar siete años atrás. Junto a sus dos compañeros de fuga, Chicamaw (Howard Silva, un papel al que aspiró Robert Mitchum, rapándose incluso la cabeza, pero era una estrella emergente con lo que no era el tipo de papel que podía obtener) y T-Dub (Jay C Flippen), se dedicará a lo único que parece puede hacer (¿qué conoce en los márgenes?), atracar bancos. En su camino se cruza Keechie (Cathy O’Donnell, con la que formará pareja en otra excelente obra, de 1950, ‘Side street’ de Anthony Mann), entre ambos surge el amor; representa el hogar, la raíz, y a la vez representa la fuga de una vida marcada, condenado por la sociedad y por un absurdo azar: creen que es él el cabecilla de la banda de atracadores, cuando no hace más que conducir el coche. Se convierte en todo un enémigo público, cuando él, como Keechie, son dos jóvenes que anhelan ante todo realizar y vivir su amor, vivir una vida tranquila, salir de esos márgenes, de la ley, y de la precariedad, dejar de ser criaturas que viven en la noche porque son proscritos, fugitivos (They live by night); esa sensación de impetuosa fuga en precipitación palpable desde las primeras imágenes, el plano de la furgoneta en la que van los tres fugados ( rodado desde un helicóptero; fue la primera vez que se rodó de este modo un plano que no fuera sólo el de un paisaje). La obra adapta una novela de Edward Anderson, ‘Thieves like us’; la RKO compró los derechos en 1941; tras varios intentos frustrados de convertirlo en guión, John Houseman se interesó por el libro y se lo propuso a Nicholas Ray, a quien le entusiasmó, y realizó un primer tratamiento, pero se toparon con la reticencia del Estudio de que el proyecto lo realizara un director sin previa experiencia; pero en 1947 Dore Schary, de miras más amplias, y más inclinado a las apuestas arriesgadas, tomó las riendas, y se propulsó el proyecto, rodándose a mediados de 1947; pero, tras la entrada de Howard Hughes al mando del Estudio, el estreno se demoró dos años. 
 
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 Aunque sorprendiera su naturalizador tratamiento de los delincuentes, se pueden percibir ecos de la magistral ‘Sólo se vive una vez’ (1937), de Fritz Lang, sobre todo en su tratamiento, entre cotidianizador de la figura del delincuente (no es un delicuente, es alguien que se encuentra por circunstancias ejerciendo la delicuencia), y romántico (la unión amorosa de una pareja frente a un mundo en oposición), aunque la de Ray no sea tan tenebrosa y descarnada, tan áspera en su visión de la mezquindad de una sociedad que estigmatiza y es incapaz de dar una nueva oportunidad de reintegrarse en la sociEdad, ni tan nihilista en su fatalismo (el destino es caprichoso y hasta cruel). Pero transita afines senderos, aunque el tono sea más cálido, no tan lóbrego: el hecho de que estén sus huellas en la pistola con la que Chicamaw mató al policía, que les interrogó cuando sufrieron el accidente de coche porque se cruzó una furgoneta en su camino; doble fatalidad; es sutilmente cruel el detalle, en la reaparición de Chicamaw, cuando encuentra a los profugos, Bowie y Keechie, y toca con su dedo los adornos de navidad mientras propone a Bowie que colabore en un nuevo atraco; el dedo de la fatalidad). Durante buena parte del metraje se transfigura la percepción de la narración, como si asistiéramos ante todo al nacimiento, gestación y desarrollo de la relación de una pareja, con sus colisiones, dudas y efusiones, hasta que hay algo que nos recuerda que son prófugos que pueden ser detenidos en cualquier momento.  
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 Hay hermosos detalles en su sutil elocuencia, como esos premonitorios barrotes de la cama que se ‘interponen’ en el encuadre en la secuencia en la que se da el primer brote de electricidad de deseo por el primer contacto (cuando Keechie masajea la espalda dolorida de Bowie; como brotan, como espasmos, sus inseguridades a la hora de exponer sus sentimientos); vibrantes secuencias hilvanadas por una subteránea modulación de gestos, miradas, luces y sombras, como aquella en la que se detiene el autobús en el que viajan y ambos se tantean entre líneas, entre palabras temblorosas, miradas indecisas, gestos escurridizos, cuando advierten al fondo del encuadre, un lugar donde se realizan casamientos, y tras entrar en el autobús, que arranca, manteniendo el encuadre sobre ambos, con la negrura de la sombras más espesas, Bowie se decide a plantearle si se casa con él. Pero donde el lirismo, ese que se desplegará sin parangón, en los momentos más soberanos del cine de Ray, ya se expande con doliente intensidad es en su desenlace, ese que culmina con el bellísimo plano, que se va ensombreciendo, de una mujer que declara su amor, un amor que no distingue entre la presencia y la ausencia, entre la vida y la muerte.

 

Notable debut de Nicholas Ray, mucho antes de “Rebelde sin causa”, de “55 días en Pekín”, de “Rey de Reyes” o de “Johnny Guitar”, Nicholas Ray ya había demostrado su talla como auténtico genio. Es el caso de “Los amantes de la noche”, rodada en 1948, solo un año antes que “Side Street”, con la que comparte pareja protagonista y también -como aquella- catalogada serie B por su bajo presupuesto.

 

Se trata de una película muy negra, que muestra sin demasiadas concesiones unos personajes irremisiblemente marcados por un destino que actúa como tela de araña en la que sólo pueden enredarse más y más hasta ahogarse por completo. Unos créditos de inicio espectaculares para la época marcan el tono definitivo de la película: la fatalidad cerniéndose sobre los personajes y la huida como medio para escapar de sus certeras garras. Aunque, a medida que avanza el metraje, la parte más negra de la historia se va disolviendo narrativamente entre el mundo íntimo de unos amantes que intentan huir de ese destino implacable. El triunfo del amor sobre la maldad, vencida por un final tan emocionante como lírico.

Una joya, una maravillosa mezcla de melodrama y cine negro. Al estilo de las tragedias griegas, los protagonistas no pueden abandonar el destino al cual están abocados desde el primer plano de inicio. A destacar los primeros planos de los protagonistas y el uso de la música y el blanco y negro. El egoísmo por parte de todos los personajes y la falta de esperanza en la sociedad, la hacen, al cabo de los años totalmente vigente y llena de fuerza. Para disfrutar con el buen cine y buenas historias.

 

Además de los personajes principales, me encanta el casador exprés. Por si no los llevas tiene un surtido de anillos de varios tamaños y dos testigos a mano. Si no tienes coche te lo proporciona, cobrándote una señora comisión, eso sí. Y hasta se ofrece como agente de viajes.

Farley Granger, al que recuerdo muy acertado en La Soga y en Extraños En Un Tren, aquí está muy convincente, con ese rostro marcado casi siempre por la tragedia, pero el gran hallazgo a mi juicio es Cathy O’ Donnell, una actriz que no recuerdo haber visto antes y que aquí está a la altura de las circunstancias, también con la angustia y la desesperación tatuadas en la frente.

Supongo que, con este film, los bolígrafos y las libretas de Arthur Penn y Terrence Malick echaron humo antes de acometer, respectivamente, Bonnie And Clyde y Malas Tierras.

 

Una sociedad empobrecida que está sumida en una fuerte crisis económica da pocas alternativas para cambiar de vida.

Vemos en este retrato de la delincuencia las bases del desencanto de “Rebelde sin causa”, protagonizada por Natalie Wood y James Dean. Nicholas Ray refleja en su cine la transformación social. Testigo de los cambios en la sociedad.

La noche y la oscuridad están presentes en la cinta debido al dramatismo de las escenas y como recurso barato en las películas de bajo presupuesto.

La noche marca las huidas, accidentes y viajes. Un túnel oscuro en el que los protagonistas nunca llegan a ver la luz de su final.

Una extraordinaria secuencia inicial, pero hay muchas más en la película, cuya característica más sobresaliente es estar filmada con nervio y ritmo trepidantes. Cine negro que, más de sesenta años después, mantiene una frescura que realmente asombra. El cine, decía Godard, es Nicholas Ray.

Cuando la noche cae.

Cuando los amantes se encuentran.

Cuando las balas silban a tu lado.

Cuando ya no queda esperanza.

Cuando la salida más próxima no parece llegar.

Cuando la soga roza tu gaznate.

Cuando la desesperanza es la única compañera.

Cuando los besos están fríos.

Cuando sólo conoces soledad.

Cuando el destino ya está marcado…

 

Nicholas Ray, un verdadero autor había nacido con esta película. Y muchos espectadores desheredados, interpretaban a sus actores.


Sería John Houseman —fundador del Mercury Theatre junto a Orson Welles y productor de sus primeras películas, además de obras del calibre de Carta de una desconocida y Los contrabandistas de Moonfleet— quien facilitaría el debut de Ray como director en el seno de la RKO, inolvidable productora responsable de varios de los mejores thrillers de su época. Para ello, puso en sus manos una novela a la que el tiempo ha convertido en un clásico del género negro literario: Ladrones como nosotros, publicada en 1937 (Robert Altman volvería a llevarla a la pantalla, ya su con su título original, en 1973). En ella, el director no sólo encontró un material con el que empatizar desde la primera página sino que encontró uno de los hilos temáticos más reconocibles de su cine: la peripecia de una joven pareja de enamorados, sometida a una fatalista incertidumbre determinada por los actos de él y por el peso del destino. Llamad a cualquier puerta (1949), Rebelde sin causa (1955), incluso La verdadera historia de Jesse James (1957), transitarían, de diversa manera, el mismo camino, si bien ninguna de ellas consiguió superar, y ni siquiera igualar, el grado de acierto de esta primera película.

En concreto, Los amantes de la noche aborda el tema, no nuevo en el cine (ahí está, por ejemplo, Sólo se vive una vez, 1937, de Fritz Lang), de la pareja de amantes que huye de todo y de todos en una carrera contra el destino cuyo final sólo puede concluir de modo trágico. Una historia inspirada en las innumerables bandas de atracadores rurales que asolaron el Medio Oeste de los Estados Unidos en los años 20/30, provocando la definitiva cristalización del FBI, y convirtiendo a sus principales protagonistas en efímeras leyendasa ojos de la impresionable población de esos mismos escenarios que asolaban: el dúo Bonnie y Clyde es buen ejemplo de ello y, en cierto modo, un eco de dicha pareja se encuentra, a su pesar, en la que protagoniza la película de Ray.

Siempre me ha causado emoción que el primer plano de la carrera de Ray, antes de los créditos y sin continuidad con el arranque inmediato del film, muestre a los jóvenes protagonistas felices y abrazados, toda una declaración de principios al tiempo que un ilusorio espejismo para lo que luego vendrá. Bowie tiene 23 años y ha pasado los últimos siete en la cárcel, de donde acaba de fugarse; Keechie tiene 18 y su único horizonte es la sórdida vida que lleva con su anciano y alcoholizado padre en la estación de servicio que regentan en pleno campo, y que también sirve de refugio ocasional a los delincuentes.

Estupenda foto fija de Los amantes de la noche, con Cathy O'Donnell y Farley GrangerDesde su primera e inolvidable escena en común, Ray deja bien claro que, para él (como luego serán todas las parejas protagonistas de su cine), y a lo largo de hora y media, esos dos jóvenes van a ser el centro absoluto del universo. Si su primer encuentro rezuma hosquedad, es significativo que tan pronto se ven rodeados de adultos (a los que contemplan siempre con desconfianza y aprensión) se cruza entre ellos una corriente de protección mutua. Enseguida, el director encontrará un símbolo de su amor «único», un par de relojes que marcan una hora particular y distinta a la de los demás, la suya propia. Un símbolo tal vez demasiado fácil, pero no importa, pues cada vez que los dos personajes se funden en el mismo plano, se abrazan, discuten, hablan o sencillamente uno se recuesta sobre el hombro del otro para poder dormir, ninguna otra cosa importa en Los amantes de la noche. En su viejo estudio para el nº 146 de la revista Dirigido, Quim Casas y Enrique Alberich supieron dar con una de las claves del film: que Ray rueda cada escena romántica entre Keechie y Bowie como si fuera la última.

Y justo es señalar que los dos actores están espléndidos, aunque hay que reconocer que si Farley Granger da muy bien el tipo frágil que precisaba su personaje, un joven inmaduro marcado por la compañía de unos adultos muy duros que lo tomaron como «aprendiz» en los años de la cárcel, Cathy O’Donnell está absolutamente inolvidable en su personaje de muchachita fuerte pero también muy necesitada de cariño.

Por otro lado, es muy notable la seguridad con que este debutante ejecuta su trabajo de realización, empezando por un recurso narrativo que, según indican las fuentes, se hizo por primera vez en cine: los planos aéreos realizados desde un helicóptero, y que da lugar a imágenes brillantísimas en la presentación del film, que muestra la huida de tres fugitivos (Bowie y los dos torvos gángsters que lo tienen como su chico para todo) hacia la gasolinera del padre de Keechie. Pues si Ray se luce en todas y cada una de las secuencias que comparten Keechie y Bowie, ello no quita que la película tenga tiempo para exhibir una galería de personajes secundarios también espléndida, compuesta por un coro verdaderamente sórdido que permite actuaciones memorables de Jay C. Flippen (quien habitualmente tenía a su cargo papeles de anciano entrañable y aquí supo exhibir una dureza temible) o Howard da Silva (siniestramente caracterizado de tuerto: Ray incluso no se resiste a darle un primer plano de una película de terror, concentrado en la órbita blanquecina de su ojo malo).

Los amantes de la noche le perjudica cierta tendencia al subrayado en el diseño de personajes o en el plano simbólico, así como la irregularidad en el tono y la tensión. Asimismo, el guion no está cuidado del todo, desdibujando la trayectoria final de sus dos protagonistas hacia la nada, quizá porque Ray insiste demasiado en el fatalismo del que no podrá escapar su relación. Con todo, y como casi siempre en su director, esos defectos, en la memoria, acaban difuminándose poco después de finalizar el visionado del film, y resplandecen las numerosas, y admirables, virtudes de la historia.

 

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