Título en castellano | Barba azul |
Titulo original | Bluebeard |
Año de filmación | 1944 |
Duración | 72 minutos |
Pais | Estados Unidos |
Director | Edgar G. Ulmer |
Guion | Pierre Gendron (historia Arnold Phillips, Werner H. Furst) |
Música | Leo Erdody |
Dirección de fotografia | Eugen Schüfftan (B&W) |
Reparto | |
Productora | Producers Releasing Corporation |
Sinopsis | Un peligroso asesino, apodado Barba Azul, tiene aterrorizados a los habitantes de París. A todos menos a Lucille, una modesta costurera que, desoyendo el clamor popular, decide salir a dar un paseo nocturno por la ciudad. Gracias a ello conocerá a Gaston Morrell, un titiritero que le ofrecerá trabajo como modista en su espectáculo de marionetas. La llegada de Lucille a la compañía provocará los inevitables celos de Renee, la amante de Gaston. Lo que ninguna de las dos conoce es que Gaston posee una cara oculta que desearían no conocer jamás. |
Premios | |
Subgénero/Temática |
Asesinos en serie, Serie B, Siglo XIX, Marionetas |
El checo Edgar G. Ulmer, por algunos conocido como «El rey de la serie B», un cineasta tan desconocido como soberbio y notable, materializará tras abandonar sus natales tierras, y abandonar el continente europeo, la mayor parte de su filmografía, una serie de filmes en suelo yanqui, en muchas de las cuales se siente el indeleble y vigente eco de la poderosa corriente expresionista, que fluye vigorosamente por las venas de Ulmer. En esta oportunidad se basa el realizador en un cuento verídico, basado tristemente en una historia igual de tristemente célebre y verídica, sobre un trastornado individuo que liquidaba féminas tras pintarlas en cuadros. Retratará pues la historia de Barba Azul, en Francia, que se gana la vida como titiritero, pero su pasión y pasatiempo es la pintura, a cuyas mujeres, tras posar para él, estrangula. Todo cambia cuando parece enamorarse de una bella joven, cuya hermana, novia de un policía, iniciará severa búsqueda del asesino que estrangula mujeres, desatándose intensa y apremiante persecución, con fatales consecuencias. El excelente filme está estelarizado por un descomunal John Carradine en el papel del patológico asesino serial, toda una magistral encarnación la de Carradine, que tendrá en Jean Parker a una acompañante a su altura, la jovencita que hará vacilar al inmisericorde asesino, en un filme donde el director hace las delicias de una gran y cierta historia, un filme necesario de ver, pequeña joya del cine que pasa con perfil bajo entre otras obras maestras de mayor valía mediática.
En tierras parisinas, un cadáver aparece flotando por las aguas del Sena, tras lo cual, se pegan anuncios en las paredes urbanas, se está buscando al asesino conocido como Barba Azul, se advierte a los parisinos de la presencia del criminal entre ellos. Por las calles, la bella Lucille Lutien (Parker), se encuentra caminado con sus amigas, cuando se topan ellas con el espectáculo de marionetas de Gaston Morel (Carradine), individuo con quien tiene Lucille cierta química, se citan al día siguiente para que le muestre los títeres. Así es, a la noche siguiente ellas van al espectáculo, observan trabajar a Gaston, que luego llama a Lucille aparte, le habla ella de su ocupación de modista, y de que podría ayudarle con las vestimentas de las marioneta; Gaston le cuenta su trágica historia de un amor frustrado, tras lo cual, se altera y marcha. Después, Morel va a buscar a Renee Claremont (Sonia Sorel), ella ya está en casa del titiritero, posesiva y celosa mujer, termina siendo liquidada por Gaston. Cuando la policía halla el cadáver, interrogan a Gaston, conocido de la finada, que se descarta de culpabilidad. El embelesado Morel manda a su casero Jean Lamarte (Ludwig Stössel) a buscar a Lucille, la invita a su casa, donde, tras tenerla ya allí, se decide a no pintarla.
Luego, el avaricioso Lamarte, que ha vendido varios de los cuadros de Morel, vendió una de las obras al distinguido Duque de Carinneaux (George Irving), un colaborador inspector suyo reconoce a la fémina retratada, se despiertan suspicacias sobre el origen de los cuadros, mientras llega a Paris Francine Lutien (Teala Loring), hermana de Lucllle, y novia del Inspector Jacques Lefevre (Nils Asther), que comienza a investigar el caso, pero no logra obtener pistas significativas sobre la identidad del pintor. Entonces, el padre de Lucille y Francine, Deschamps (Henry Kolker), ofrece una jugosa cantidad de dinero a Lamarte por ubicar a su pintor, a lo cual accede el servidor. Lamarte consigue engañar a Morel para que pinte a Francine, actividad que pronto comienza, Mientras Lamarte distrae a Deschamps, Morel pinta a Francine, que descubre su identidad, y tras esto, el asesino la estrangula con una chalina. Lamarte desmaya a Deschamps, y después, tras ser descubierto por Morel como soplón la policía, es liquidado también, la policía solo llega a encontrar los cadáveres. Lucille, por su lado, gracias a la chalina, descubre que Gaston es Barba Azul, y éste le profesa su amor, le cuenta cómo pintó a su primer amor de enferma, y ya de lúcida su despreciable actitud lo obligó a liquidarle, y siempre ha sido así, solo con Lucille vacila. Ante el rechazo de Lucille, intenta matarla, pero llega la policía, y Gaston, huyendo por techos, cae al Sena y fenece.
Prontamente, el filme nos deja en claro su directriz, la lóbrega ambientación queda poderosamente plasmada, severa oscuridad impregna y plaga todo, la lobreguez se vuelve dominante, el notable director checo deja de manifiesto su arte sensiblemente marcado e influido por el expresionismo germano. Su estupenda vena expresionista se manifiesta en severos y poderosos contrastes, los marcados claroscuros que extrae y genera de los exteriores citadinos, el notable checo Edgar G Ulmer manifiesta su capacidad creadora de contraluces, que desemboca en su estupenda habilidad creadora de la atmósfera lóbrega e infectada de oscuridad que sabe gobernar en un film decente expresionista, corriente de la que es Ulmer un buen heredero. Asi, las sombras y los contrastes que estas generen serán las principales aliadas del realizador, que posará los oscuros dominios muchas veces sobre los expresivos rostros de sus protagonistas, son pues poderosos rostros expresionistas los de Carradine y Ludwig Stössel, severas sus modulaciones, severos sus registros, multiplicando y generando siempre ese oscuro ambiente, que impregna también a sus graves personajes, corrompidos por esa infectada lobreguez. Asimismo, otro importante elemento a ese efecto colabora decididamente, desde un comienzo la irrupción de John Carradine es de notar, con su imponente y demencial presencia, con su singularmente alargado rostro, en el que mayormente se derraman las sombras, sus aquilinos, particulares y saltantes rasgos faciales se complementan y resaltan en la elegante y siniestra atmósfera del filme.
Materializa el actor, en su excelente y memorable encarnación -la que por cierto señalara el propio Carradine como su trabajo personalmente favorito-, una desbordante y siniestra ecuanimidad, una imperturbable seriedad y calidad de casi mórbida actitud de abstracción, dotando de una singular y bizarra elegancia, de sórdida y sofisticada distinción al sensible artista, malogrado pintor que deviene en patológico y serial asesino. Naturalmente, las secuencias de asesinato extraen, con una abrumadora y escalofriante precisión quirúrgica, los registros más salvajes e impactantes del gran Carradine, solo en esos segmentos su imperturbable actitud varía, se desiguala su estabilidad, se manifiestan súbitos agitamientos de su ánimo, en la que la tensión se apodera inconteniblemente de la acción, del protagonista y de los primerísimos planos que su faz abordan, transmitiendo todo su desenfreno y demencia, centrándose en sus demenciales ojos, que potencian al máximo su escalofriante expresión, el asesino está en sus segundos más extremos, su incontenible patología se manifiesta fatalmente. Con una excelente aportación actoral y con una igual de notable y remarcable puesta en escena, enriquecida con ese exquisito toque expresionista del viejo continente, se configura un filme que, por los aberrantes temas que trata, me rememoraron en ciertos aspectos a la mayúscula obra del maestro francés Jean Renoir, La bestia humana (1938), filmes explorando severas y oscuras patologías que desbordan el control humano, se vuelven irreprimibles élanes asesinos. Y se manifiesta más su impensada debilidad con su patética confesión final, el asesino desgrana su alma, pone al descubierto esa enferma alma, la patológica bestia está enamorada, el sensible artista por instantes aflora otra vez, y explica cómo se volvió a ese oscuro mundo cuando no pudo tolerar que se mancille la perfección que inspira el milagro de la creación artística, de la perfección que se plasma en sus cuadros, su severa intolerancia deviene en el nacimiento de su faceta homicida. Excelente colofón a su cinta materializa Ulmer, la toma y encuadre finales conforman una imagen epítome del trabajo audiovisual presenciado, su particular versión de expresionismo tiene ahí uno de sus puntos altos, las nubes que cortan como lóbregos gigantes el cielo de la ciudad, el gran director Edgar G. Ulmer pone punto final a su obra, un artista que pasa desapercibido, pero que deja bastante claro que se trata de un cineasta muy a tener en cuenta, con un filme tan poco expuesto a lo mediático como inolvidable.
tomado de unlagartoconplumasdecristal
Son numerosas las aproximaciones y variaciones sobre el tema de Barba Azul, el asesino de mujeres. A partir del cuento de Perrault, que a su vez era una adaptación de un personaje (tristemente real) como Gilles de Rais, se han construido toda clase de historias.
ramas de suspense como las de «Rebeca» de Hitchcock (a su vez basada en la novela de Daphne Du Maurier), «Secreto tras la puerta» de Fritz Lang o «Luz que agoniza» de George Cukor, e incluso aproximaciones cómicas, como la descacharrante «La octava mujer de Barbazul», de Lubitsch o la mucho más negra y por lo general infravalorada «Monsieur Verdoux»de Chaplin. Todas ellas tienen en común el acercamiento, con mayor o menor fidelidad, al mito.
En el caso de Ulmer, su «Barba Azul» presenta un tratamiento profundamente romántico y cinematográficamente satisfactorio. Con toda seguridad, a ese carácter contribuye el hecho de situar la trama en el París del siglo XIX. Y la elección de un actor como John Carradine, intérprete de extensísima trayectoria, estrechamente ligada al género fantástico.
Carradine posee unos rasgos que le hacen perfecto para el personaje. Unos rasgos equívocos que para nada son los del típico galán conquistador, sino que más bien están dotados de un indudable tono turbio. Pero al mismo tiempo también presentan una apariencia de cierta vulnerabilidad, al modo del clásico antihéroe fatalista romántico. Y en eso consiste su personaje, ni más ni menos. Un asesino, pero también un artista. Que pinta cuadros, diseña y dirige espectáculos de marionetas… y estrangula mujeres.
La película tiene la suave consistencia del cine más clásico y artesanal, con una fabulosa fotografía y un tono visual que por momentos la emparenta a las formas del cine mudo (no en vano uno de los directores de fotografía proviene del expresionismo alemán), pese a tratarse de una producción de mediados de los cuarenta.
Y a pesar de contar con una trama similar a la de otras clásicas historias de asesinos en serie, como las que se hicieran sobre la figura de Jack el Destripador y otros muchos personajes de similar índole, también frecuentes en la época, Ulmer imprime a ésta una entidad propia y reconocible.
Puede decirse que con este filme, el cineasta checo afincado desde muy joven en los USA, consigue de nuevo una de sus pequeñas joyas cinematográficas, al igual que hiciera con maravillas del calibre de «Satanás» o «Detour». Películas caracterizadas por una hipnótica fuerza narrativa y unas atmósferas sombrías e inolvidables. Obras que no suelen aparecer casi nunca en las listas de mejores de la historia, pero que resulta imposible no adorar.
tomado de conelcineenlostalones
Dicen que el cine serie B tiene su rey y el más coronado es Edgard G. Ulmer, director austriaco que fue colaborador del mismísimo Murnau en la genial Sunrise. No tengo ningún problema en sumar mi voz a los muchos vítores aclamando a su Majestad Ulmer. Incluso, diré más, películas como Detour son B porque la pela es la pela y si la bolsa no sona pues no hay nada que hacer. Pero en calidad, es A con A mayúscula y superlativa. La imaginación de Ulmer suple las carencias de la economía y la resultante es altamente positiva y gratificante para el espectador.
Ahora, no confundamos las cosas. Ni todo lo que hizo Ulmer lo hizo con escaso presupuesto ni todo estuvo repleto de imaginación. Y aunque se que estoy nadando a contracorriente me atrevo a decir que Bluebeard (Barba azul) enseña un poco las vergüenzas del monarca. La película es aceptable, eso sí, incluso incluye algunos momentos de esos que se recuerdan, por ejemplo la función de las marionetas, romántico oasis en un paisaje que evoca mas las nieblas y brumas londinenses, Tamesis incluido, que los atardeceres parisinos à la rive droite ó gauche del Sena. Por su parte la interpretación de John Carradine está bien aunque no se si será suficiente para calificarla como una de las mejores de este actor, dado que no soy experto en su filmografía. Pero Bluebeard es muy predecible. Lo sabemos todo. No esperamos nada. Suspense cero. Tensión la justita. Si es que la historia de Barba azul aparece hasta en los cuentos infantiles. Claro que, esto lo estoy escribiendo en el 2008 con ojos que han visto cosas que no se veían en 1944. 64 años no es nada diría el tango. Pero en este caso el tango se equivocaría y probablemente yo también me estoy equivocando al valorar esta película. Pero esto es lo que he visto y lo que les he contado. Ni más ni menos ni menos ni más. Pero eso si. Ulmer sigue siendo el rey.
ALGUNAS ESCENAS MEMORABLES DE LA PELICULA
- El primer encuentro de Gaston y Lucille se produce en la calle y detrás de ello aparece un cartel con la palabra WARNING.
- Uso de iluminación expresionista con fondos oscuros, y luces en los rostros para acentuar las emociones y miedos de los protagonistas.
- Escena en la casa donde está Gastos, en la pared se ve la sombra de los titeres que parecen personas ahorcadas, la iluminación tambien ayuda a crear una sensación de desasosiego.
- El titiritero lleva a Lucille un muñeco para que le haga un traje, y la caja parece un ataud.
- Escenas del marchante de arte que va hacia la casa de Gastos por las alcantarillas, recordando a la película El Tercer Hombre.
- Escena en la que pinta a la hermana de Lucille usando un sistema de espejos para que ella no pueda verlo.
- Las escenas del primer asesinato, el de Jeanette, se muestran con los horizontes totalmente inclinados, un mecanismo muy propio del expresionismo.
- Iluminación de la cara de Gastos y expresión de los ojos cuando está estrangulando a Lucille.
- Caida de Gastón al rio, teniendo el mismo final que sus victimas.
Un peligroso asesino en serie aterroriza a todo el París fin de siècle. Sus víctimas propiciatorias son mujeres jóvenes, por lo que la alarma social se circunscribirá a ese target, presa desde el primer instante de una psicosis generalizada que interiorizará alteraciones en su conducta cotidiana, como por ejemplo pasear por las calles de la capital francesa al caer la tarde… Así arranca Bluebeard, el retorno del director austrohúngaro Edgar G. Ulmer al terror puro tras la imprescindible Satanás, realizada diez años antes. Como ocurriese en esta, y anticipándose en más de una década a las adaptaciones inverosímiles de otro mago de la serie B más sobrecogedora como fue Roger Corman, Barba Azul se toma infinitas licencias respecto a la historia original. Basada remotamente en el caso de Henri Désiré Landru: un asesino de carne y hueso que, a principios del siglo XX, tenía como objetivo estafar a viudas de posición desahogada de las que luego se deshacía por los medios más expeditivos. Su juicio fue uno de los más publicitados de la época. El encargado de encarnar en la gran pantalla tan escalofriante personaje no será otro que John Carradine, que venía de interpretar a otro villano insolente y desgraciadamente real: el sádico dirigente nazi Reinhard Heydrich en Hitler’s Madman de Douglas Sirk. sensación constante de opresiónCarradine es en Barba Azul Gustave Morrell, presumible variación fonética inspirada en el pintor Moreau, ya que Morrell es igualmente en el film un heterodoxo artista del lienzo no del todo comprendido. Su principal ocupación, por la que le conoce el público parisino, es la de marionetista, a través de la cual Ulmer acentuará las pulsiones manipuladoras —hasta extremos altamente coercitivos— del presunto criminal. Todo cambiará al conocer a Lucille (Jean Parker), que representa la valentía, la sensibilidad y lo más alejado de la mediocridad: todo un reto para Morrell. Adscrita a la más incondicional serie B (por obra y gracia de la productora subterránea PRC), Bluebeardse beneficia del paciente esmero de Ulmer frente a las mil y una adversidades que supone trabajar con un mísero presupuesto: suple las deficiencias en los decorados a base de incontables tratamientos de sombras —resultado del conocimiento de primera mano de soluciones expresionistas—, logrando de paso una constante sensación de opresión e impenetrabilidad a lo largo y ancho de la cinta. La planificación secuencial se solventará con puntuales movimientos de cámara utilizados de manera magistral, únicamente ahí donde la acción y el suspense lo reclaman. El reparto, pese a tantos inconvenientes, saldrá airoso del envite con actuaciones discretas pero no por ello menos efectivas. En definitiva, y como era acostumbrado en el director de Detour: sacando petróleo a partir de unos recursos irrisorios. Teñida de alusiones (con un punto de erudición) a la Margarita de Goethe o a Juana de Arco para simbolizar indistintamente las pasiones e idealizaciones arrebatadas del personaje principal, Bluebeard hace del asesinato —como dejó tan bien dicho De Quincey— un más que bello arte a través de este Morrell que tan pronto nos puede recordar a Landru como al mismísimo Jack el Destripador.Jesús Fernández* * * * * * *