Título en castellano | La dama de Shangai |
Titulo original | The Lady from Shangai |
Año de filmación | 1947 |
Duración | 87 minutos |
Pais | Estados Unidos |
Director | Orson Welles |
Guion | Orson Welles (Novela: Sherwood King) |
Música | Heinz Roemheld |
Dirección de fotografia | Charles Lawton Jr. (B&N) |
Reparto | |
Productora | Columbia Pictures |
Sinopsis | Michael O’Hara (Orson Welles), un marinero irlandés, entra a trabajar en un yate a las órdenes de un inválido casado con una mujer fatal (Rita Hayworth) y queda atrapado en una maraña de intrigas y asesinatos. |
Premios | |
Subgénero/Temática |
Crimen, Mujer fatal |
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«Una de las mejores película de Welles (…) inquietante, morbosa, trágica»Carlos Boyero: Diario El Mundo
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«El guión es farragoso y está lleno de agujeros que necesitan la ayuda de una narración tensa y una acción más directa.»Variety
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«La trama es un caos magnífico de tejemanejes y revelaciones, llegando al clímax con una de las secuencias más vistosamente inventivas del cine.»Tom Huddleston: Time Out
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«La mejor película extraña que se ha hecho jamás.»Dave Kehr: Chicago Reader
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«Para un hombre que tiene tanto talento con la cámara como Orson Welles y cuyos poderes de invención pictórica son tan fluidos y tan contundentes como el suyo, este señor sin duda tiene una extraña manera de estropear las películas con su descuido.»Bosley Crowther: The New York Times
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«La trama (…) no es especialmente ingeniosa, pero Welles se dio cuenta de que había algo especial en la naturaleza engañosa de las superficies brillantes (…) Puntuación: ★★★★ (sobre 5)»Joshua Rothkopf: Time Out
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«El brillante y audaz noir de Welles va de la ciudad al mar, de un juzgado a un salón de espejos, crepitando con la química entre él y Hayworth (…) Puntuación: ★★★★★ (sobre 5)»Peter Bradshaw: The Guardian
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Un guión complejo, cómo toda película de cine negro que se precie, sostenido en ocasiones por finos hilos argumentales, pero servido con la sabiduría de un Welles que de nuevo vuelve a moldear la imagen con un gusto barroco que no deja de atraparnos. La mítica de Hollywood cuenta que Welles estaba buscando dinero para montar una obra de teatro y que decidió llamar al despótico Harry Cohn, dueño de la Columbia, ofreciéndole una película. Cuando Cohn le preguntó sobre el proyecto, Welles le dio el título de una novela barata que había en el kiosco, y de ese material de desecho salió una de las películas más fascinantes del maestro que, en aquel entonces, terminaba su tormentoso matrimonio con Rita Hayworth.
La mítica Gilda realiza aquí realmente su primer papel de femme fatale. A diferencia del recordado personaje, la maldad de Elsa Bannister no es aparente, sino el único modo de sobrevivir en ese nido de víboras que nos muestran (fascinante la presentación de Rita: Un primer plano de su rostro, fotografiado por la turbia mirada de Charles Lawton Jr, que pica para terminar en el plano de un perro negro, casi diabólico…). Para conseguir esta transformación, Welles da una vuelta más de tuerca, casi una herejía: cortar su famosa cabellera pelirroja (un año antes había hecho la mítica “Gilda” que la había convertido en la sex symbol de los años 40) y teñirla de un rubio platino. Con estos cambios y la mano maestra de su marido, Rita Hayworth hará una interpretación de altura, llena de matices, pero siempre recorrida por una maldad que no la abandona ni en los instantes de amor; pero aún así tan fascinante que quedamos presos del delirio que su presencia provoca. A su lado, Everett Sloane, abogado criminalista y en su debilidad (está tullido), un tiburón de dientes afilados. Ese terceto maléfico se completa con Glenn Anderrs, en una actuación sorprendente, delirante, como hermano de Sloane que teme que llegue el fin del mundo por lo que hace una alucinante oferta a Welles, que interpreta aquí a un marinero irlandés, casi un maestro de ceremonias, pues pese a lo que ha vivido en ningún momento olfatea el peligro que encierra esta historia tan turbia y morbosa.
La imagen final con que se cierra esta película ha pasado con justicia a la historia del cine al ser una secuencia tan fascinante como compleja en su juego de apariencia y realidad, pero de maldad multiplicada hasta el infinito. Incomprensiblemente, con esta obra maestra Welles iniciará su peregrinaje por Europa para poder realizar el cine que él quería; no volverá a Hollywood hasta diez años después para rodar “Sed de mal”.
Quinto largometraje de Orson Welles, protagonizado por Rita Hayworth. Welles interviene como guionista, productor, actor y director. Se basa en la novela «If I Die Before I Wake» (1938), de Sherwood King. Se rueda en escenarios naturales de NY, Méjico (Acapulco) y California (Sausalito, San Francisco, San Luis) y en los platós de Columbia Studios (Hollywood, CA), con un coste agregado de 2 M dólares. Producido por Welles para Columbia, se estrena el 24-XII-1947 (Francia).
La acción dramática tiene lugar en NY, Méjico, Sausalito y San Francisco, en 1947, a lo largo de varias semanas. El marino americano de origen irlandés Michael O’Hara (Welles), salva de un atraco en Central Park a Elsa Bannister (Hayworth). Su marido, Arthur Bannister (Sloane), prestigioso abogado criminalista, con discapacidad motora, le contrata como capitán de su yate de recreo, con el que quiere visitar la costa occidental del país. Durante el viaje conoce a George Grisby (Anders), socio de Bannister, y a Sidney Broome (Corsia), detective privado contratado por Bannister. Michael es ingenuo, honesto, enamoradizo, apasionado, débil de carácter y desarraigado. Participó en la guerra civil española y mató a un hombre en Trípoli durante la IIGM. Elsa es fría, contradictoria, manipuladora y ruin. Luce una presencia seductora y deslumbrante.
La obra es un «film noir» singular y en cierto modo único. El realizador consigue crear una atmósfera malévola, siniestra y turbia, que se apoya en una magnífica fotografía, una música rotunda e inquietante, unas situaciones impregnadas de misterio, unos personajes oscuros y retorcidos y un protagonista que prodiga comentarios fatalistas y lacerantes. Imágenes y acompañamiento sonoro se presentan llenos de sugerencias e indicaciones simbólicas. La tergiversación de la verdad, la ocultación de las intenciones y la manipulación de las personas, se acompañan de imágenes y sonidos distorsionados. Los sentimientos de amenaza y peligro se potencian con tomas elevadas que producen percepciones inquietantes: presencia de un abismo, un rompiente de mar… La agitación dependiente del fatalismo y del acecho del mal se ve incrementada por la pulsión del deseo y del interés sexual de los protagonistas. Elsa juega con las pasiones de tres hombres, con quienes forma un cuarteto amoroso de infaustos augurios. La trama parece enrevesada y compleja hasta que Michael descifra sus claves. La cinta está impregnada de una violencia latente, oculta y solapada, pero irrefrenable y furiosa.
Welles compone una crítica acerada del sueño americano, de la figura mítica del triunfador, del poder del dinero y del sistema judicial. Muestra a dos abogados de éxito repulsivos y miserables. Descubre cómo un letrado de prestigio proyecta burlar la justicia con argucias y artimañas ignominiosas. Dibuja una sesión judicial en la que luce una inusitada violencia verbal entre letrados y un autointerrogatorio esperpéntico.
LA DAMA DE SHANGHAI
Lanzarse a ver “La dama de Shanghai” (1948) es toda una aventura cinematográfica. En ella el gran Orson Welles mezcla ingredientes propios y ajenos, para acabar componiendo un film que atrapa al espectador desde sus escenas iniciales. Sus diálogos excepcionales nos arrastrarán por un universo de intrigas y perdición.
Encuadrada dentro del cine negro e intriga, introduce, un tratamiento de los temas morales y de las obsesiones propias de la ética wellesiana, haciendo especial énfasis sobre la libertad del individuo para elegir entre el bien y el mal. La trama policíaca es la excusa perfecta para desarrollar su simbolismo moral y analizar los comportamientos humanos. “La dama de Shanghai” es considerada por muchos la antesala de la magnífica “Sed de mal” (1957).
FICHA TÉCNICA: LA DAMA DE SHANGHAI “The Lady from Shanghai”
AÑO: 1947. DURACIÓN: 87 min. PAÍS: Estados Unidos.
DIRECTOR: Orson Welles.
GUIÓN: Orson Welles. MÚSICA: Heinz Roemheld.
FOTOGRAFÍA: Charles Lawton Jr. (B&N).
REPARTO: Orson Welles, Rita Hayworth, Everett Sloane, Glenn Anders, Ted de Corsia, Erskine Sandford, Carl Frank, Gus Schilling.
PRODUCTORA: Columbia Pictures. Productor: Harry Cohn, Orson Welles.
GÉNERO: Film Noir. Intriga.
SINOPSIS: Michael O’Hara es un marinero irlandés que durante una estancia en New York conoce fortuitamente a Elsa Bannister, una bella y misteriosa mujer de la que queda prendado. Elsa convence a su marido Arthur Bannister, un afamado y rico abogado criminalista, para que contrate a Michael como contramaestre en su yate durante un crucero de placer por el golfo de México.
Allí O’Hara se verá envuelto en horribles y oscuras las intrigas criminales.
EL RODAJE
La película está basada en la novela policíaca de Sherwood King “If I die befote I wake”, para la que Welles escribió una adaptación de sólo 15 páginas. La Columbia accedió en confiar la dirección a Orson Welles, un director por aquel entonces con fama de díscolo y poco rentable, ante la insistencia de Rita Hayworth, su mujer en ese momento, y por las garantías que Sam Spiegel ofrecía de él. Además La Columbia creyó que la adaptación al cine de la novela de Sherwood, policíaca y comercial, conseguiría limitar la fantasía de Welles.
Pero por supuesto, nada más lejos de la verdad. Welles empezó por hacer que Hayworth se cortara su vistosa melena pelirroja en presencia de la prensa, y se la tiñese de rubio. Con lo que consiguió que los preparativos de la película estuviesen rodeados de escandalosa publicidad.
Después partieron hacia Acapulco (México), donde se rodaría buena parte del film. Welles alquiló el Zaca, el famoso yate de Errol Flynn que el actor tripulaba personalmente, para rodar las escenas marítimas. Aprovechando tal coyuntura para disfrutar de un estupendo crucero de siete semanas por el golfo de Méjico. Mientras tanto la Columbia no tuvo noticias del equipo, e iba pagando las elevadas facturas que le llegaban.
No menos onerosos resultaron los preparativos del rodaje en tierra, donde Welles hizo trasladar un poblado indígena entero a otro emplazamiento más adecuado para el rodaje. Los habitantes quedaron tan encantados con el cambio que nunca volvieron al antiguo enclave.
Mientras tanto la Columbia seguía pagando las facturas, de la que a priori habría de ser una producción barata.
El film se completó con el rodaje de escenas en las calles de San Francisco y en los estudios de la Columbia. Cuando por fin el rodaje acabó, Harry Cohn quedó aterrado por el resultado de los rollos, y ofreció mil dólares a quien pudiera explicarle la historia. ¡Más tarde Wellesconfesó que él tampoco hubiera podido hacerlo!
Orson escribió, protagonizó y dirigió “La Dama de Shanghai”, pero Harry Cohn (director de producción y mandamás de la Columbia) no le permitió montarla, por lo que el resultado final nunca satisfizo al genio.
UNA PELÍCULA DE CINE NEGRO
El film destila negrura por los cuatro costados, tanto en su argumento como por el tratamiento de los personajes. Sin embargo, sus poderosas imágenes representan la gran innovación que Welles aportó con esta película al género.
Michael O´Hara (Orson Welles) es a la vez la voz en off que nos relatará su propia historia: “…la de un imbécil que cuando empieza a hacer el imbécil nada en el mundo le puede detener”.
Todo el film se desarrolla en un ambiente opresivo, una pesadilla fatalista de principio a fin, que mantiene al espectador en una tensión in crescendoque culmina con la famosa escena de los espejos. Magnífica visualmente y toda una metáfora del papel de los protagonistas durante la historia. El marinero que cae por el tobogán sin control, tal y como ha sido arrastrado por los acontecimientos en la historia, y las mil caras del Sr. y la Sra. Bannister (Everett Horton y Rita Hayworth), reflejados en los espejos en el momento en el que se atacan mutuamente cual tiburones presas de un delirio de sangre y destrucción.
El protagonista interpretado espléndidamente, con sobriedad y tensión contenidas por Orson Welles, es el héroe acorralado, manipulado y en busca la verdad. Toda la trama gira entorno a la mujer fatal: Rita Hayworth da vida a Elsa Bannister, una mujer sensual y manipuladora, que maneja al héroe a su antojo para arrastrarle con su maraña de engaños hacia la perdición.
O’Hara siente una atracción fatal por la misteriosa Elsa y se enamora de ella desde su primer encuentro, incapaz de resistirse a su poderoso influjo al pasar junto a él en su coche de caballos.
La voz en off nos irá guiando por los entresijos de los sentimientos de O’Hara, y culminará con la frase final de la película: “Muerta, tengo ahora que intentar olvidarla. Mi inocencia es clara como la luz del día….pero inocente o culpable, eso no significa nada, lo esencial es saber envejecer”.
La película fue un éxito de crítica, pero no de público, y es que el espectador de la época no estaba preparado para ver como el héroe abandona a la mujer fatal agonizante, mientras ella le suplica que no la deje sola.
André Bazin apunta un aspecto interesante sobre el tratamiento de la mujer en esta película, señalando que Rita Hayworth fue una de las primeras víctimas de la misoginia en el mundo del cine, y tras este papel permanece como su “más gloriosa mártir”.
Excelente en su interpretación, Everett Sloane nos retrata al Sr. Arthur Bannister, un hombre retorcido, resentido, invalidado por unas piernas que no le sujetan y que se ve obligado a desplazarse con gran dificultad con la ayuda de unas muletas, es un abogado de éxito, que nunca a perdido un caso.
Otro personaje secundario, es Glenn Anders que da la medida en su interpretación del Sr. Grisby, un abogado socio del Sr. Bannister, sudoroso, sibilino, falso y resentido.
Orson Welles demuestra una vez más su genialidad para la puesta en escena, en esta película filmada en blanco y negro y que va mecida por la música de Heinz Roemheld y la fotografía de Charles Lawton Jr. Ambos colaborarán en la consecución de la atmósfera turbia y tensa por la que los protagonistas bullen y se estremecen.
Son muchas las escenas que merecen ser comentadas en profundidad, tanto por los magníficos diálogos como por las imágenes y las tomas, de forma que invito a todos nuestros amigos cinéfilos a explayarse en el cine fórum que inmediatamente queda abierto para tal fin.
En la célebre secuencia final de La dama de Shanghai(1948), el laberinto de los espejos impide saber con certeza quién va a morir puesto que las figuras, multiplicadas por el reflejo, se escinden ilimitadamente en su huida hacia el vacío. Pero el laberinto atrapa a los personajes de la película desde la primera escena: una presunción agobiante de muerte acota las vidas de quienes se devoran ávidamente mientras penetran sin remedio en falsos caminos y senderos prohibidos. Viven como si ya hubieran nacido en el laberinto o como si no quisieran salir de él o como si, simplemente, hubieran olvidado dónde estaba la salida.
Maestro único en este tipo de paisajes, Orson Welles consigue en La dama de Shanghai una atmósfera de amenaza tanto más asfixiante cuanto más indeterminada es en su origen y en su despliegue. El espectador tiene pronto la convicción de que está asistiendo a la representación de un destino funesto, si bien ignora las causas profundas que hacen inevitable la tragedia. Es cierto que el remolino está infectado de tiburones sedientos de poder y de sangre, y que la ambición desborda nítidamente los cauces del cinismo, pero al mismo tiempo esos tiburones, que se arrancan la carne a dentelladas unos a otros, aparecen tan frágiles y desesperados que el espectador llega a tener fácilmente piedad de los depredadores.
En el centro del remolino rojo, brillando con una luz distinta a cualquier otra, Rita Hayworth en el papel de Elsa Bannister, la dama de Shanghai: ella es la más ambiciosa aunque asimismo la más frágil y desesperada. Sus palabras son lejanas y ausentes, perdidas ya en el horizonte de una imposible supervivencia. Le basta su mirada, tan triste como el fin de las ilusiones, tan ardiente también como la brasa que todavía resiste bajo el efecto de un hielo mortal. En sus ojos está concentrado con una dignidad especial el dolor de la vida y el miedo a reconocer ese dolor.
Le acompaña alguien, su marido Arthur Bannister -interpretado por uno de esos imprescindibles actores secundarios, Everell Sloane-, que ya ha atravesado la última frontera moral: sufre, humilla y mata con la misma elegante facilidad mientras se desliza por el tobogán de la propia destrucción. El tercer vértice del triángulo, el marinero Michael O’Hara, encarnado por Orson Welles mismo, es empujado por la corriente hasta el fondo del remolino pero, como los buenos marineros de las viejas leyendas, emerge al fin de las profundidades para volver al punto de partida de hombre errante, impulsivo, inclinado a pasiones que le invitan a hundirse.
O’Hara, narrador de la historia, percibe el cercano olor a sangre, observa con temor las furiosas embestidas de los tiburones, pero no puede escapar. Cada intento de huida es un nuevo fracaso. Le paraliza el espectáculo, repulsivo y fascinante, de los escualos destrozándose. Por encima de todo queda hipnotizado por la mirada de Elsa, un fulgor húmedo que lo desconcierta, le promete el paraíso, lo aprisiona en el purgatorio y lo arrastra, quizá sin saberlo, hasta las puertas del infierno.
Una danza a tres cuyo ritmo está magistralmente controlado por Welles. A veces lento y majestuoso como esas aguas de la costa de Acapulco en las que el marinero va olvidando el antiguo poder del mar; y, a veces, frenético como los ojos de los bailarines que acechan el porvenir desde su teatro de Chinatown. En cualquier caso los tiburones, deseosos de océano, están encerrados en una gigantesca pecera, similar a las del acuario de San Francisco donde transcurre el mejor momento del amor.
Cuando finalmente el disparo rasga los espejos del laberinto ya es demasiado tarde para escapar. Menos para el que ha vivido la pesadilla como si, en efecto, fuera un sueño del que, después de todo, es posible despertar.
Si se ha perdido, mire el plano: Ud. está en una película de Orson Welles |
Muy buena esta película del maestro Welles, dándose una vez más el papel principal del filme, una muestra más de la versatilidad del norteamericano. Probablemente es uno de los directores que más veces hacen recaer sobre sí mismo el peso del protagonista, y sobre todo en las más importantes de sus obras, y en este apartado el artista cada vez lo hace mejor y mejor. En esta película de intriga, misterio, muerte e incertidumbre, Welles comparte roles con la hermosa Rita Hayworth, la mujer fatal de la película, que en esta ocasión lucirá una blonda cabellera, pero cualquier color de cabello no haría más que enmarcar la tremenda belleza de esta mujer. La película contiene escenas que sólo pueden salir del prodigioso talento de Welles, escenas míticas, profundamente psicológicas, escenas que sirven décadas después como referencia para hacer cine, pues Welles fue sin duda un director de élite, entre los mejores exponentes, entre los realizadores con la más alta capacidad y excelencia en la puesta en escena. Su dominio de cámara y creatividad para la narración audiovisual es abrumador, soberbio, referencia innegable.
La historia comienza con el director interpretando a Michael O’Hara, un marinero irlandés duro y curtido, que conoce a Elsa Bannister, una mujer arrebatadoramente hermosa, que no tendrá problemas en encantar a Michael. Ella, esposa del viejo y afamado abogado Arthur Bannister (Everett Sloane), recién han llegado a Nueva York, vienen de Shanghái. Michael se convierte en tripulante de la embarcación donde están viajando. Pronto se desatan las intrigas y enredos cuando George Grisby (Glenn Anders) le propone a Michael –sabedor de que Michael tiene un antecedente de asesinato- que colabore con él para fingir su muerte y cobrar el dinero del seguro, delito del que Michael saldría libre debido a las leyes (corpus delicti) sobre asesinatos del ese tiempo. A todo esto, Elsa sabe que su esposo planea evitar un divorcio costoso, que pretende deshacerse de ella sin darle ni un centavo, y ha puesto a un detective a seguir todas sus actividades, éste es Sidney Broome (Ted de Corsia). Una vez que Grisby elaboró completamente su plan y va a ejecutarlo con la ayuda del marinero, es encarado por Broome, que se ha enterado de todas sus intenciones. Broome es abandonado creyendo que ha sido eliminado, pero sobrevive para alertar a Michael de que una emboscada le espera. Y cierto es, aunque la emboscada no sale precisamente como se esperaba: Grisby es asesinado, y Michael es inculpado. El señor Bannister toma la defensa de Michael, que es declarado culpable. Pero Michael ha logrado identificar al verdadero asesino, y escapa de los guardias del juicio. Michael se entrevista con Elsa, luego va a esconderse en un parque de diversiones donde tendrá lugar una secuencia espectacularmente memorable.
Para la secuencia final Welles da rienda suelta a todo su genio audiovisual, a su tremendo dominio de la cámara como medio narrativo y expresivo, y a través de imágenes distorsionadas y manipuladas para poner en relieve un momento de demencia, de descontrol total, de desenfrenada violencia, presenta el momento del delirante clímax del filme. Es realmente notable la secuencia en la casa de los espejos, una secuencia de surrealismo en la que se adentra en el interior desquicio y descontrol de los protagonistas, Welles lo hace de una manera casi lúdica, con imágenes y formas oníricas, que recuerdan por momentos al expresionismo alemán. Veremos el enfrentamiento final entre Elsa y Michael, que desenmascara completamente los planes de la mujer fatal, veremos secuencias con reminiscencias del Ciudadano Kane, la sucesión de espejos que multiplica al personaje hasta el infinito, enmarca una discusión a la que se aunará Arthur Bannister, víctima principal de los planes de Elsa, que pretendía usar a Grisby para esto, y luego liquidarlo también. Pero la irrupción de Broome trastocó los planes. Descubierto todo, los esposos se asesinan mutuamente, sus rostros, enmarcados por primeros planos que a la vez están enmarcados por los espejos (excelente detalle por cierto), se resquebrajan, todo se quiebra, todo se rompe finalmente, las intrigas, mentiras, tienen un múltiplemente fatal desenlace.
Es de esta forma que culmina una gran película, de cinco estrellas, que si bien no alcanza el cartel de otras películas de Welles, ni su poderoso impacto mediático, logra estar muy impregnada, empapada de la maestría del genial Orson, y dicho esto, quisiera realizar un matiz sobre el tema. A Welles alguna vez un respetabilísimo director como Ingmar Bergman criticó duramente, aseverando que Kane le parecía un producto terriblemente aburrido –fucking boring es el calificativo dado por el nórdico si mal no recuerdo-, y quizás el norteamericano no descolle como cine arte estrictamente hablando, al estilo de un Fellini, de un Bergman propiamente, un Tarkovsky, o Kurosawa, brillantes creadores de imágenes, además de aunar esto a historias profundamente reflexivas, existenciales incluso; el genio de Welles reside más en lo técnico, su repertorio pareciese no conocer límites por momentos, una auténtica enciclopedia de hacer cine. Dos tipos de genialidad cinematográfica relativamente diferentes, de importancia vital ambas, cuya diferencia creí pertinente mencionar. Dicho eso, y volviendo al filme que nos ocupa ahora, éste se enriquece con las actuaciones, muy buenas, Welles no incursionaba en ello por mera diversión, y la Heyworth cumple como la bella y fatal fémina; esto se suma a la impecable puesta en escena, buen ritmo, una historia bien entretejida, que mantiene el suspenso y la intriga hasta el final, atributos que acompañan a toda película de Welles. Infaltable este título cuando se revise lo más selecto de su filmografía, un verdadero clásico. Para la posteridad la secuencia final, de esas escenas que solo pueden ser generadas cuando un virtuoso está manejando los hilos. Nosotros tenemos la suerte de poder gozar al prodigioso maestro Welles, el maestro de la cámara.