Dama de Shangai, La

Título en castellano La dama de Shangai
Titulo original The Lady from Shangai
Año de filmación 1947
Duración 87 minutos
Pais Estados Unidos
Director Orson Welles
Guion Orson Welles (Novela: Sherwood King)
Música Heinz Roemheld
Dirección de fotografia Charles Lawton Jr. (B&N)
Reparto
Productora Columbia Pictures
Sinopsis Michael O’Hara (Orson Welles), un marinero irlandés, entra a trabajar en un yate a las órdenes de un inválido casado con una mujer fatal (Rita Hayworth) y queda atrapado en una maraña de intrigas y asesinatos. 
Premios  
Subgénero/Temática
Crimen, Mujer fatal

tomado de filmaffinity

  • «Una de las mejores película de Welles (…) inquietante, morbosa, trágica»
    Carlos Boyero: Diario El Mundo 
  • «El guión es farragoso y está lleno de agujeros que necesitan la ayuda de una narración tensa y una acción más directa.» 
    Variety 
  • «La trama es un caos magnífico de tejemanejes y revelaciones, llegando al clímax con una de las secuencias más vistosamente inventivas del cine.» 
    Tom Huddleston: Time Out 
  • «La mejor película extraña que se ha hecho jamás.» 
    Dave Kehr: Chicago Reader 
  • «Para un hombre que tiene tanto talento con la cámara como Orson Welles y cuyos poderes de invención pictórica son tan fluidos y tan contundentes como el suyo, este señor sin duda tiene una extraña manera de estropear las películas con su descuido.» 
    Bosley Crowther: The New York Times 
  • «La trama (…) no es especialmente ingeniosa, pero Welles se dio cuenta de que había algo especial en la naturaleza engañosa de las superficies brillantes (…) Puntuación: ★★★★ (sobre 5)» 
    Joshua Rothkopf: Time Out 
  • «El brillante y audaz noir de Welles va de la ciudad al mar, de un juzgado a un salón de espejos, crepitando con la química entre él y Hayworth (…) Puntuación: ★★★★★ (sobre 5)» 
    Peter Bradshaw: The Guardian 

Un guión complejo, cómo toda película de cine negro que se precie, sostenido en ocasiones por finos hilos argumentales, pero servido con la sabiduría de un Welles que de nuevo vuelve a moldear la imagen con un gusto barroco que no deja de atraparnos. La mítica de Hollywood cuenta que Welles estaba buscando dinero para montar una obra de teatro y que decidió llamar al despótico Harry Cohn, dueño de la Columbia, ofreciéndole una película. Cuando Cohn le preguntó sobre el proyecto, Welles le dio el título de una novela barata que había en el kiosco, y de ese material de desecho salió una de las películas más fascinantes del maestro que, en aquel entonces, terminaba su tormentoso matrimonio con Rita Hayworth. 
La mítica Gilda realiza aquí realmente su primer papel de femme fatale. A diferencia del recordado personaje, la maldad de Elsa Bannister no es aparente, sino el único modo de sobrevivir en ese nido de víboras que nos muestran (fascinante la presentación de Rita: Un primer plano de su rostro, fotografiado por la turbia mirada de Charles Lawton Jr, que pica para terminar en el plano de un perro negro, casi diabólico…). Para conseguir esta transformación, Welles da una vuelta más de tuerca, casi una herejía: cortar su famosa cabellera pelirroja (un año antes había hecho la mítica “Gilda” que la había convertido en la sex symbol de los años 40) y teñirla de un rubio platino. Con estos cambios y la mano maestra de su marido, Rita Hayworth hará una interpretación de altura, llena de matices, pero siempre recorrida por una maldad que no la abandona ni en los instantes de amor; pero aún así tan fascinante que quedamos presos del delirio que su presencia provoca. A su lado, Everett Sloane, abogado criminalista y en su debilidad (está tullido), un tiburón de dientes afilados. Ese terceto maléfico se completa con Glenn Anderrs, en una actuación sorprendente, delirante, como hermano de Sloane que teme que llegue el fin del mundo por lo que hace una alucinante oferta a Welles, que interpreta aquí a un marinero irlandés, casi un maestro de ceremonias, pues pese a lo que ha vivido en ningún momento olfatea el peligro que encierra esta historia tan turbia y morbosa.
La imagen final con que se cierra esta película ha pasado con justicia a la historia del cine al ser una secuencia tan fascinante como compleja en su juego de apariencia y realidad, pero de maldad multiplicada hasta el infinito. Incomprensiblemente, con esta obra maestra Welles iniciará su peregrinaje por Europa para poder realizar el cine que él quería; no volverá a Hollywood hasta diez años después para rodar “Sed de mal”.


Quinto largometraje de Orson Welles, protagonizado por Rita Hayworth. Welles interviene como guionista, productor, actor y director. Se basa en la novela «If I Die Before I Wake» (1938), de Sherwood King. Se rueda en escenarios naturales de NY, Méjico (Acapulco) y California (Sausalito, San Francisco, San Luis) y en los platós de Columbia Studios (Hollywood, CA), con un coste agregado de 2 M dólares. Producido por Welles para Columbia, se estrena el 24-XII-1947 (Francia).

La acción dramática tiene lugar en NY, Méjico, Sausalito y San Francisco, en 1947, a lo largo de varias semanas. El marino americano de origen irlandés Michael O’Hara (Welles), salva de un atraco en Central Park a Elsa Bannister (Hayworth). Su marido, Arthur Bannister (Sloane), prestigioso abogado criminalista, con discapacidad motora, le contrata como capitán de su yate de recreo, con el que quiere visitar la costa occidental del país. Durante el viaje conoce a George Grisby (Anders), socio de Bannister, y a Sidney Broome (Corsia), detective privado contratado por Bannister. Michael es ingenuo, honesto, enamoradizo, apasionado, débil de carácter y desarraigado. Participó en la guerra civil española y mató a un hombre en Trípoli durante la IIGM. Elsa es fría, contradictoria, manipuladora y ruin. Luce una presencia seductora y deslumbrante.

La obra es un «film noir» singular y en cierto modo único. El realizador consigue crear una atmósfera malévola, siniestra y turbia, que se apoya en una magnífica fotografía, una música rotunda e inquietante, unas situaciones impregnadas de misterio, unos personajes oscuros y retorcidos y un protagonista que prodiga comentarios fatalistas y lacerantes. Imágenes y acompañamiento sonoro se presentan llenos de sugerencias e indicaciones simbólicas. La tergiversación de la verdad, la ocultación de las intenciones y la manipulación de las personas, se acompañan de imágenes y sonidos distorsionados. Los sentimientos de amenaza y peligro se potencian con tomas elevadas que producen percepciones inquietantes: presencia de un abismo, un rompiente de mar… La agitación dependiente del fatalismo y del acecho del mal se ve incrementada por la pulsión del deseo y del interés sexual de los protagonistas. Elsa juega con las pasiones de tres hombres, con quienes forma un cuarteto amoroso de infaustos augurios. La trama parece enrevesada y compleja hasta que Michael descifra sus claves. La cinta está impregnada de una violencia latente, oculta y solapada, pero irrefrenable y furiosa.

Welles compone una crítica acerada del sueño americano, de la figura mítica del triunfador, del poder del dinero y del sistema judicial. Muestra a dos abogados de éxito repulsivos y miserables. Descubre cómo un letrado de prestigio proyecta burlar la justicia con argucias y artimañas ignominiosas. Dibuja una sesión judicial en la que luce una inusitada violencia verbal entre letrados y un autointerrogatorio esperpéntico.


tomado de ciclos-decine

LA DAMA DE SHANGHAI

Lanzarse a ver “La dama de Shanghai” (1948) es toda una aventura cinematográfica. En ella el gran Orson Welles mezcla ingredientes propios y ajenos, para acabar componiendo un film que atrapa al espectador desde sus escenas iniciales. Sus diálogos excepcionales nos arrastrarán por un universo de intrigas y perdición.

Encuadrada dentro del cine negro e intriga, introduce, un tratamiento de los temas morales y de las obsesiones propias de la ética wellesiana, haciendo especial énfasis sobre la libertad del individuo para elegir entre el bien y el mal. La trama policíaca es la excusa perfecta para desarrollar su simbolismo moral y analizar los comportamientos humanos. “La dama de Shanghai” es considerada por muchos la antesala de la magnífica “Sed de mal” (1957).

FICHA TÉCNICA: LA DAMA DE SHANGHAI “The Lady from Shanghai”

AÑO: 1947. DURACIÓN: 87 min. PAÍS: Estados Unidos. 
DIRECTOR: Orson Welles. 
GUIÓN: Orson Welles. MÚSICA: Heinz Roemheld.

FOTOGRAFÍA: Charles Lawton Jr. (B&N).  
REPARTO: Orson Welles, Rita Hayworth, Everett Sloane, Glenn Anders, Ted de Corsia, Erskine Sandford, Carl Frank, Gus Schilling.

PRODUCTORA: Columbia Pictures. Productor: Harry Cohn, Orson Welles.  

GÉNERO: Film Noir. Intriga.

SINOPSIS: Michael O’Hara es un marinero irlandés que durante una estancia en New York conoce fortuitamente a Elsa Bannister, una bella y misteriosa mujer de la que queda prendado. Elsa convence a su marido Arthur Bannister, un afamado y rico abogado criminalista, para que contrate a Michael como contramaestre en su yate durante un crucero de placer por el golfo de México.

Allí O’Hara se verá envuelto en horribles y oscuras las intrigas criminales.

EL RODAJE

La película está basada en la novela policíaca de Sherwood King “If I die befote I wake”, para la que Welles escribió una adaptación de sólo 15 páginas. La Columbia accedió en confiar la dirección a Orson Welles, un director por aquel entonces con fama de díscolo y poco rentable, ante la insistencia de Rita Hayworth, su mujer en ese momento, y por las garantías que Sam Spiegel ofrecía de él. Además La Columbia creyó que la adaptación al cine de la novela de Sherwood, policíaca y comercial, conseguiría limitar la fantasía de Welles.

Pero por supuesto, nada más lejos de la verdad. Welles empezó por hacer que Hayworth se cortara su vistosa melena pelirroja en presencia de la prensa, y se la tiñese de rubio. Con lo que consiguió que los preparativos de la película estuviesen rodeados de escandalosa publicidad.

Después partieron hacia Acapulco (México), donde se rodaría buena parte del film. Welles alquiló el Zaca, el famoso yate de Errol Flynn que el actor tripulaba personalmente, para rodar las escenas marítimas. Aprovechando tal coyuntura para disfrutar de un estupendo crucero de siete semanas por el golfo de Méjico. Mientras tanto la Columbia no tuvo noticias del equipo, e iba pagando las elevadas facturas que le llegaban.

No menos onerosos resultaron los preparativos del rodaje en tierra, donde Welles hizo trasladar un poblado indígena entero a otro emplazamiento más adecuado para el rodaje. Los habitantes quedaron tan encantados con el cambio que nunca volvieron al antiguo enclave.

Mientras tanto la Columbia seguía pagando las facturas, de la que a priori habría de ser una producción barata.

El film se completó con el rodaje de escenas en las calles de San Francisco y en los estudios de la Columbia. Cuando por fin el rodaje acabó, Harry Cohn quedó aterrado por el resultado de los rollos, y ofreció mil dólares a quien pudiera explicarle la historia. ¡Más tarde Wellesconfesó que él tampoco hubiera podido hacerlo! 

Orson escribió, protagonizó y dirigió “La Dama de Shanghai”, pero Harry Cohn (director de producción y mandamás de la Columbia) no le permitió montarla, por lo que el resultado final nunca satisfizo al genio.

UNA PELÍCULA DE CINE NEGRO

El film destila negrura por los cuatro costados, tanto en su argumento como por el tratamiento de los personajes. Sin embargo, sus poderosas imágenes representan la gran innovación que Welles aportó con esta película al género.

Michael O´Hara (Orson Welles) es a la vez la voz en off que nos relatará su propia historia: “…la de un imbécil que cuando empieza a hacer el imbécil nada en el mundo le puede detener”.

Todo el film se desarrolla en un ambiente opresivo, una pesadilla fatalista de principio a fin, que mantiene al espectador en una tensión in crescendoque culmina con la famosa escena de los espejos. Magnífica visualmente y toda una metáfora del papel de los protagonistas durante la historia. El marinero que cae por el tobogán sin control, tal y como ha sido arrastrado por los acontecimientos en la historia, y las mil caras del Sr. y la Sra. Bannister (Everett Horton y Rita Hayworth), reflejados en los espejos en el momento en el que se atacan mutuamente cual tiburones presas de un delirio de sangre y destrucción.

El protagonista interpretado espléndidamente, con sobriedad y tensión contenidas por Orson Welles, es el héroe acorralado, manipulado y en busca la verdad. Toda la trama gira entorno a la mujer fatal: Rita Hayworth da vida a Elsa Bannister, una mujer sensual y manipuladora, que maneja al héroe a su antojo para arrastrarle con su maraña de engaños hacia la perdición.

O’Hara siente una atracción fatal por la misteriosa Elsa y se enamora de ella desde su primer encuentro, incapaz de resistirse a su poderoso influjo al pasar junto a él en su coche de caballos.

La voz en off nos irá guiando por los entresijos de los sentimientos de O’Hara, y culminará con la frase final de la película: “Muerta, tengo ahora que intentar olvidarla. Mi inocencia es clara como la luz del día….pero inocente o culpable, eso no significa nada, lo esencial es saber envejecer”.

La película fue un éxito de crítica, pero no de público, y es que el espectador de la época no estaba preparado para ver como el héroe abandona a la mujer fatal agonizante, mientras ella le suplica que no la deje sola.

André Bazin apunta un aspecto interesante sobre el tratamiento de la mujer en esta película, señalando que Rita Hayworth fue una de las primeras víctimas de la misoginia en el mundo del cine, y tras este papel permanece como su “más gloriosa mártir”.

Excelente en su interpretación, Everett Sloane nos retrata al Sr. Arthur Bannister, un hombre retorcido, resentido, invalidado por unas piernas que no le sujetan y que se ve obligado a desplazarse con gran dificultad con la ayuda de unas muletas, es un abogado de éxito, que nunca a perdido un caso.

Otro personaje secundario, es Glenn Anders que da la medida en su interpretación del Sr. Grisby, un abogado socio del Sr. Bannister, sudoroso, sibilino, falso y resentido.

Orson Welles demuestra una vez más su genialidad para la puesta en escena, en esta película filmada en blanco y negro y que va mecida por la música de Heinz Roemheld y la fotografía de Charles Lawton Jr. Ambos colaborarán en la consecución de la atmósfera turbia y tensa por la que los protagonistas bullen y se estremecen.

Son muchas las escenas que merecen ser comentadas en profundidad, tanto por los magníficos diálogos como por las imágenes y las tomas, de forma que invito a todos nuestros amigos cinéfilos a explayarse en el cine fórum que inmediatamente queda abierto para tal fin.


tomado de elcultural

En la célebre secuencia final de La dama de Shanghai(1948), el laberinto de los espejos impide saber con certeza quién va a morir puesto que las figuras, multiplicadas por el reflejo, se escinden ilimitadamente en su huida hacia el vacío. Pero el laberinto atrapa a los personajes de la película desde la primera escena: una presunción agobiante de muerte acota las vidas de quienes se devoran ávidamente mientras penetran sin remedio en falsos caminos y senderos prohibidos. Viven como si ya hubieran nacido en el laberinto o como si no quisieran salir de él o como si, simplemente, hubieran olvidado dónde estaba la salida.

Maestro único en este tipo de paisajes, Orson Welles consigue en La dama de Shanghai una atmósfera de amenaza tanto más asfixiante cuanto más indeterminada es en su origen y en su despliegue. El espectador tiene pronto la convicción de que está asistiendo a la representación de un destino funesto, si bien ignora las causas profundas que hacen inevitable la tragedia. Es cierto que el remolino está infectado de tiburones sedientos de poder y de sangre, y que la ambición desborda nítidamente los cauces del cinismo, pero al mismo tiempo esos tiburones, que se arrancan la carne a dentelladas unos a otros, aparecen tan frágiles y desesperados que el espectador llega a tener fácilmente piedad de los depredadores.

En el centro del remolino rojo, brillando con una luz distinta a cualquier otra, Rita Hayworth en el papel de Elsa Bannister, la dama de Shanghai: ella es la más ambiciosa aunque asimismo la más frágil y desesperada. Sus palabras son lejanas y ausentes, perdidas ya en el horizonte de una imposible supervivencia. Le basta su mirada, tan triste como el fin de las ilusiones, tan ardiente también como la brasa que todavía resiste bajo el efecto de un hielo mortal. En sus ojos está concentrado con una dignidad especial el dolor de la vida y el miedo a reconocer ese dolor.

Le acompaña alguien, su marido Arthur Bannister -interpretado por uno de esos imprescindibles actores secundarios, Everell Sloane-, que ya ha atravesado la última frontera moral: sufre, humilla y mata con la misma elegante facilidad mientras se desliza por el tobogán de la propia destrucción. El tercer vértice del triángulo, el marinero Michael O’Hara, encarnado por Orson Welles mismo, es empujado por la corriente hasta el fondo del remolino pero, como los buenos marineros de las viejas leyendas, emerge al fin de las profundidades para volver al punto de partida de hombre errante, impulsivo, inclinado a pasiones que le invitan a hundirse.

O’Hara, narrador de la historia, percibe el cercano olor a sangre, observa con temor las furiosas embestidas de los tiburones, pero no puede escapar. Cada intento de huida es un nuevo fracaso. Le paraliza el espectáculo, repulsivo y fascinante, de los escualos destrozándose. Por encima de todo queda hipnotizado por la mirada de Elsa, un fulgor húmedo que lo desconcierta, le promete el paraíso, lo aprisiona en el purgatorio y lo arrastra, quizá sin saberlo, hasta las puertas del infierno.

Una danza a tres cuyo ritmo está magistralmente controlado por Welles. A veces lento y majestuoso como esas aguas de la costa de Acapulco en las que el marinero va olvidando el antiguo poder del mar; y, a veces, frenético como los ojos de los bailarines que acechan el porvenir desde su teatro de Chinatown. En cualquier caso los tiburones, deseosos de océano, están encerrados en una gigantesca pecera, similar a las del acuario de San Francisco donde transcurre el mejor momento del amor.

Cuando finalmente el disparo rasga los espejos del laberinto ya es demasiado tarde para escapar. Menos para el que ha vivido la pesadilla como si, en efecto, fuera un sueño del que, después de todo, es posible despertar. 


tomado de grimoriovoynich

La carrera de Orson Welles como director al uso (algo que nunca fue, pero al menos cuando más seasemejó a algo así) en la era de los grandes estudios, es decir una carrera de alguien que rueda películas con cierta continuidad conformado algo así como una trayectoria profesional, podría reducirse a Ciudadano Kane y El cuarto mandamiento. Tras sus cintas de culmen artístico pero espantosa recaudación en taquilla y sus locas excentricidades que incluían documentales de un millón de dólares sobre el Carnaval de Rio (imaginad, el gobierno estadounidense queriendo rodar un simple documental sobre Rio, sus fiestas y sus gentes como gesto de buena voluntad por la contribución de Brasil a la guerra, y Welles saliéndose del presupuesto continuamente siguiendo la historia de cuatro pescadores que reivindicaron sus derechos laborales, todo a costa de cheques del gobierno y de la RKO) el bueno de Orson entró en su etapa cinematográfica de carrusel y tiovivo de la que nunca acabó de salir, aunque por el momento permaneció en Hollywood como director independiente.
 
La razón tras la La dama de Shangai fue la usual en la carrera del Wellesrepudiado por la RKO: recaudar dinero para tapar agujeros en cualquier de sus múltiples y, con frecuencia, ruinosos proyectos, en esta ocasión una obra teatral en Nueva York cuyo vestuario no había podido costear. Muy al estilo de Welles, el director decidió recurrir nada más y nada menos que a Harry Cohn para que le echara una mano, cuando en 1943 al jefazo de la Columbia se le habían llevado todos los diablos porque Orson se había casado con la gran estrella femenina del estudio, Rita Hayworth, y ya se sabe que una estrella sexy casada se devalúa muy rápidamente. Ya fuera porque Orson se mostró muy persuasivo, o porque curiosamente la última peli que había rodado (El extraño) había funcionado muy bien en taquilla, o para no hacer enfuruñarse a la Hayworth, el caso es que Cohn aceptó tenderle la mano a Welles y contratarle para una película, con la condición de que a cambio el director colaborara gratis en una película del estudio. Pero por lo que sé lo siguiente que hizo Orson fue rodar Macbeth y largarse a Europa, así que supongo que Cohn se debió quedar con un palmo de narices. Aunque me temo que el capo de Columbia no habría vuelto a dejarle dirigir ni aunque el propio Welles le hubiera pagado por ello.
 
Sobre cómo se eligió la novelilla que sirvió de base para La dama de Shangai circulan varias historias. Se dice que los derechos de If I Die Before I Wake los tenía en su poder el director y productor William Castle, preparado para rodarla para la Columbia, y que Orson le convención de que se la cediera a cambio de participar como productor asociado. Según la teatral versión del propio Welles, el director simplemente escogió el primer libro que tuvo a mano mientras Cohn le preguntaba por teléfono de qué iba a ir la película para la que le pedía el dinero.
 
La idea era rodar un film noir rápido y barato sin demasiados riesgos, una cinta de bajo presupuesto que pudiera hacer dinero fácilmente. Welles tenía en mente rodar cine negro de forma semidocumental, al estilo de los noticieros bélicos de la Segunda Guerra Mundial, con la esplendorosa Barbara Laage como protagonista. Si además planeaba cortejar a la actriz, Harry Cohn se encargó de chafarle el plan exigiendo que el papel protagonista fuera para su gran estrella, Rita Hayworth, de quien Wellesllevaba separado un tiempo. El director tuvo que ceder a las presiones deCohn, y para la ocasión Orson y Rita decidieron reconciliarse, aunque su relación estaba condenada y no iba a durar mucho más allá del rodaje de la película. Evidentemente con Rita Hayworth como máxima estrella el presupuesto creció en consecuencia, lo que en el caso de Orson era como dar alcohol al alcohólico.
 
Welles se lanzó con su entusiasmo habitual a escribir uno de sus complejos guiones (no la he leído, pero me pregunto si en algun momento tuvo en cuenta la novela original), de esos que cada página de guión que llegara a la mesa de Harry Cohn le haría replantearse si no habría llevado una existencia más serena dedicándose a la doma de rinocerontes (fuera de crédito supongo que los nombres de William Castle y dos tipos se deben a los arreglos que debió meter el magnate posteriormente). De hecho durante todo el rodaje Welles volvió loco al reparto reescribiendo el guión cada día, con lo que muchcas veces los diálogos que se habían aprendido no servían para nada. 
 
El rodaje comenzó a finales de otoño de 1946 en Acapulco, donde pasaron 35 días rodando exteriores y aprovechando el yate que Errol Flynn les dejaba en sus ratos libres. Durante su estancia en Méjico Rita cayó enferma y el rodaje hubo de posponerse un mes, lo que significó rumores insidiosos y mala publicidad para Orson, cuya fama para dilapidar presupuestos era ya legendaria. Sin embargo tras la recuperación de Rita el rodaje fue bastante bien y finalizó en San Francisco a principios de 1947. 
 
Pero por supuesto Orson no sería Orson si no se hubiera metido en problemas con el estudio. Hacia el final del rodaje el director exigió a un ejecutivo de la Columbia, Jack Fier, que hiciera repintar un decorado para el siguiente lunes en que se debía reeprender el rodaje. Fier le dijo que aquello era imposible debido a las normas del sindicato de pintores, amén de que hacerles trabajar en sábado les costaría un ojo de la cara. Ante la negativa Welles y unos amigos fueron el sábado al estudio y repintaron ellos mismos el decorado. Como venganza Orson dejó un mensaje a los pintores parodiando la mítica máxima del presidente Roosevelt durante la Depresión: All you have to fear is Fier himself. Cuando llegaron el lunes los pintores entraron en cólera y el estudio se vio obligado a llegar a un acuerdo económico con ellos que descontaron del sueldo de Welles. Además Fierse tomó la revancha haciendo pintar un cartel donde se podía leer All’s well that ends Welles.
 
Pero el verdadero encontronazo tuvo lugar con Harry Cohn. Seguramente al jefazo de Columbia poco le podía importar que Welles considerara que el estupendo secundario de carácter Everett Sloane debiera llevar muletas porque según el director estaba oxidado por trabajar en la radio y no se movía bien frente a la cámara, y aun habría aceptado a regañadientes los costes de algunos de los extravagantes decorados que había metido Orsonen la película, pero cuando Cohn vio a su Rita con el pelo rubio, y aún peor, sin esa melena que por sí sola había llenado los cines en más de una ocasión, casi se muere del susto. Y una vez más, el hombre de estudio con números en la cabeza no pudo asimilar el montaje final de Welles exento de romanticismo y repleto de humor negro y una agria visión sobre la humanidad aunque al final ganaran los buenos.
Si se ha perdido, mire el plano: Ud. está en una película de Orson Welles
 
Ya que no podía añadir digitalmente una peluca a Rita (de haber tenido la tecnología de hoy seguro que lo habría hecho) Cohn exigió varios cambios: ordenó a Welles que rodara más primeros planos «románticos» de la Hayworth, que añadiera una escena donde la estrella cantara (algo que no podía faltar en ningún film de la actriz) y que insertara algunas escenas más explicativas que ayudaran a clarificar la enrevesada trama. Lo peor para Orson fue que Cohn ordenara además grabar una nueva banda sonora más romántica y al uso, alejándose del eclecticismo del director, y eliminando todo aquello que pudiera parecer confuso, con lo que casi una hora del montaje final de Welles se fue a la basura, cercenando, según el propio Orson, la climática secuencia final en la feria.
 
La dama de Shangai dista de ser perfecta, en algún tramo adolece quizás de un ritmo más consistente (¿a quien culpar, a Welles o al estudio?), al menos en comparación con otros clásicos del género de la época, aunque muchos de ellos estaban asentados en guiones más sólidos. Pero no creo que se puedan poner muchos más peros a una película de este calibre técnicamente fabulosa y absorbente, con esos planos fascinantes en los que, como dijo alguien, la cámara nunca está donde debería estar, pero en los que en el efectismo se fusiona con encuadres que nos situan a cada personaje no sólo en la acción sino en su interactuación con el resto de personajes y con la misma trama del film. Además, está esa icónica secuencia en el clímax del film, que Welles nunca llegó a apreciar porque Cohn había eliminado otra anterior que para el director era el verdadero tour de force de la película. No sé como sería esa otra secuencia, pero desde que la vi por primera vez ya hace mucha nunca he podido olvidar ese momento.
 
El reparto funciona también excelentemente, con el propio Wellesejerciendo de héroe perdedor y misántropo, algo que se le daba muy bien, y Everett Sloane convertido en un excelente ser oscuro y retorcido como sus piernas. Glenn Anders, un tipo al que no recuerdo haber visto nunca en otra parte, fascina con su sudorosa interpretación a medio camino entre un avaricioso buscatesoros en Sierra Madre y un dibujo de Looney Tunes. Y por supuesto una chocante Rita Hayworth rubia platino que sigue desprendiendo sensualidad por los cuatro costados (y vaya costados, sus escenas en traje de baño son infartantes), y que tuvo en La dama de Shangai la que me atrevería a decir que fue su mejor interpretación, jugando sus cartas de esposa inocente y mujer fatal.
 
Dicen que en gran parte La dama de Shangai no triunfó en Estados Unidos por el corte de pelo de la Hayworth. Fuera ésa la razón o no, lo cierto es que la película sigue siendo una excelente muestra del cine negro de los 40 en versión Orson Welles, y el paso del tiempo la ha ido poniendo en el lugar que merece. Aunque, por otra parte, debo confesar que estoy de acuerdo con Cohn y el público americano de entonces en una cosa: Rita Hayworth sin su esplendorosa cabellera no es lo mismo. Sigue fascinando, claro, pero no sé yo…

 

Muy buena esta película del maestro Welles, dándose una vez más el papel principal del filme, una muestra más de la versatilidad del norteamericano. Probablemente es uno de los directores que más veces hacen recaer sobre sí mismo el peso del protagonista, y sobre todo en las más importantes de sus obras, y en este apartado el artista cada vez lo hace mejor y mejor. En esta película de intriga, misterio, muerte e incertidumbre, Welles comparte roles con la hermosa Rita Hayworth, la mujer fatal de la película, que en esta ocasión lucirá una blonda cabellera, pero cualquier color de cabello no haría más que enmarcar la tremenda belleza de esta mujer. La película contiene escenas que sólo pueden salir del prodigioso talento de Welles, escenas míticas, profundamente psicológicas, escenas que sirven décadas después como referencia para hacer cine, pues Welles fue sin duda un director de élite, entre los mejores exponentes, entre los realizadores con la más alta capacidad y excelencia en la puesta en escena. Su dominio de cámara y creatividad para la narración audiovisual es abrumador, soberbio, referencia innegable.

La historia comienza con el director interpretando a Michael O’Hara, un marinero irlandés duro y curtido, que conoce a Elsa Bannister, una mujer arrebatadoramente hermosa, que no tendrá problemas en encantar a Michael. Ella, esposa del viejo y afamado abogado Arthur Bannister (Everett Sloane), recién han llegado a Nueva York, vienen de Shanghái. Michael  se convierte en tripulante de la embarcación donde están viajando. Pronto se desatan las intrigas y enredos cuando George Grisby (Glenn Anders) le propone a Michael –sabedor de que Michael tiene un antecedente de asesinato- que colabore con él para fingir su muerte y cobrar el dinero del seguro, delito del que Michael saldría libre debido a las leyes (corpus delicti) sobre asesinatos del ese tiempo. A todo esto, Elsa sabe que su esposo planea evitar un divorcio costoso, que pretende deshacerse de ella sin darle ni un centavo, y ha puesto a un detective a seguir todas sus actividades, éste es Sidney Broome (Ted de Corsia). Una vez que Grisby elaboró completamente su plan y va a ejecutarlo con la ayuda del marinero, es encarado por Broome, que se ha enterado de todas sus intenciones. Broome es abandonado creyendo que ha sido eliminado, pero sobrevive para alertar a Michael de que una emboscada le espera. Y cierto es,  aunque la emboscada no sale precisamente como se esperaba: Grisby es asesinado, y Michael es inculpado. El señor Bannister toma la defensa de Michael, que es declarado culpable. Pero Michael ha logrado identificar al verdadero asesino, y escapa de los guardias del juicio. Michael se entrevista con Elsa, luego va a esconderse en un parque de diversiones donde tendrá lugar una secuencia espectacularmente memorable.

        

Para la secuencia final Welles da rienda suelta a todo su genio audiovisual, a su tremendo dominio de la cámara como medio narrativo y expresivo, y a través de imágenes distorsionadas y manipuladas para poner en relieve un momento de demencia, de descontrol total, de desenfrenada violencia, presenta el momento del delirante clímax del filme. Es realmente notable la secuencia en la casa de los espejos, una secuencia de surrealismo en la que se adentra en el interior desquicio y descontrol de los protagonistas, Welles lo hace de una manera casi lúdica, con imágenes y formas oníricas, que recuerdan por momentos al expresionismo alemán. Veremos el enfrentamiento final entre Elsa y Michael, que desenmascara completamente los planes de la mujer fatal, veremos secuencias con reminiscencias del Ciudadano Kane, la sucesión de espejos que multiplica al personaje hasta el infinito, enmarca una discusión a la que se aunará Arthur Bannister, víctima principal de los planes de Elsa, que pretendía usar a Grisby para esto, y luego liquidarlo también. Pero la irrupción de Broome trastocó los planes. Descubierto todo, los esposos se asesinan mutuamente, sus rostros, enmarcados por primeros planos que a la vez están enmarcados por los espejos (excelente detalle por cierto), se resquebrajan, todo se quiebra, todo se rompe finalmente, las intrigas, mentiras, tienen un múltiplemente fatal desenlace. 

Es de esta forma que culmina una gran película, de cinco estrellas, que si bien no alcanza el cartel de otras películas de Welles, ni su poderoso impacto mediático, logra estar muy impregnada, empapada de la maestría del genial Orson, y dicho esto, quisiera realizar un matiz sobre el tema. A Welles alguna vez un respetabilísimo director como Ingmar Bergman criticó duramente, aseverando que Kane le parecía un producto terriblemente aburrido –fucking boring es el calificativo dado por el nórdico si mal no recuerdo-, y quizás el norteamericano no descolle como cine arte estrictamente hablando, al estilo de un Fellini, de un Bergman propiamente, un Tarkovsky, o Kurosawa, brillantes creadores de imágenes, además de aunar esto a historias profundamente reflexivas, existenciales incluso; el genio de Welles reside más en lo técnico, su repertorio pareciese no conocer límites por momentos, una auténtica enciclopedia de hacer cine. Dos tipos de genialidad cinematográfica relativamente diferentes, de importancia vital ambas, cuya diferencia creí pertinente mencionar. Dicho eso, y volviendo al filme que nos ocupa ahora, éste se enriquece con las actuaciones, muy buenas, Welles no incursionaba en ello por mera diversión, y la Heyworth cumple como la bella y fatal fémina; esto se suma a la impecable puesta en escena, buen ritmo, una historia bien entretejida, que mantiene el suspenso y la intriga hasta el final, atributos que acompañan a toda película de Welles. Infaltable este título cuando se revise lo más selecto de su filmografía, un verdadero clásico. Para la posteridad la secuencia final, de esas escenas que solo pueden ser generadas cuando un virtuoso está manejando los hilos. Nosotros tenemos la suerte de poder gozar al prodigioso maestro Welles, el maestro de la cámara.
     


 tomado de eldardodelapalabra

Un solitario marinero irlandés, Michael O’Hara (Orson Welles), que luchó en la Guerra Civil Española contra los fascistas, mientras pasea en la noche neoyorkina, conoce por casualidad a una hermosa y misteriosa mujer. Ella, Elsa Bannister (Rita Hayworth, desaparecida su pelirroja melena, recortada y convertida en pelo rubio hielo), se encuentra atrapada en un matrimonio infeliz con un hombre mayor (Everett Sloane, fantástico, alternativamente siniestro y divertido). Su marido, es un rico abogado, brillante criminalista, tiene algún tipo de control sobre ella y, al parecer, la ha chantajeado para contraer matrimonio. Ella cree que está en peligro y busca la protección de O’Hara, mientras que al mismo tiempo, trata de seducirlo.
Al principio se resiste a sus avances luego se ve inducido a enrolarse como marinero en el yate (revelador el nombre: Circe) en el que ella y su marido están navegando desde Nueva York hasta San Francisco en viaje de placer.
Pronto no sólo es su protector, sino su amante. Para conseguir dinero para huir con ella, él se muestra conforme en participar en un plan totalmente increíble propuesto por el socio del marido (Glenn Anders, quien con su actuación extravagante logra algunas buenas escenas) que implica a O’Hara para que le ayude a fingir su asesinato. Por supuesto, nada en la situación es lo que parece: El verdadero propósito del plan es completamente diferente de lo que a O’Hara se le ha dicho. De Elsa no sabemos claramente si es una oportunista manipuladora o una víctima indefensa, mientras que de O’Hara, pronto sabemos que es un chivo expiatorio y un juguete en manos perversas.
Se me ocurren un montón de símiles deportivos para catalogar esta película. Como un encuentro de fútbol aburrido en el que las jugadas a balón parado son magistrales; una carrera de Fómula 1 en la que toda la emoción está es los pasos por el pit stop; o un partido de tenis con juego soporifero y en el que los jugadores nos deleitan sólo en los tie-break.
¿Merece la pena soportar 90 minutos de fútbol en el centro del campo, para ver cuatro lanzamientos magistrales?
Pues lo mismo pueden trasladar a este film, algunos dirán que sí y otros no estarán dispuestos, con la salvedad de que los momentos magistrales son más de cuatro.
Y es que La dama de Sanghai es una historia convencional, con un guión por momentos enmarañado, incluso incoherente en su conjunto, pero que contiene escenas del mejor cine que puede verse.
El guión, del propio Welles, toma como base una novela mediocre de Sherwood King, titulada If i die Before i Wake. Añadir que que Welles además, participó en la producción del film, fue el director y el protagonista.
Como ocurre tantas veces en el cine de Welles, hay que rascar el barniz para encontrar la película. Porque aquí, lo de menos es la historia que aparentemente se nos narra, como ya he dicho, un relato convencional. ¿Pero qué hay debajo?
Pues escondido en un envoltorio de simbolismo, está el verdadero mensaje, en este casos, mensajes en plurar.
Crítica sin comtemplaciones al modo de vida de la clase acomodada, a su infelicidad a pesar del estatus económico, al desprecio y el aire de superioridad con el que tratan a quienes trabajan para ellos, como si el dinero que reciben por sus servicios fuera una dádiva magnánima y no una contraprestación.
Crítica al sistema legal, con esa prevención que el protagonista demuestra hacia la policía y la más explícita y abierta crítica contra el mundo judicial.
Dos abogados despreciables, capaces, a pesar del presitigio de su bufete, de burlar a la justicia a base de artimañas y argucias ignominiosas.
Las escenas del juicio son aleccionadoras, con el fiscal y el defensor como dos fieras violentas; el esperpéntico autointerrogatorio de un Arthur Bannister prepotente y pagado de sí mismo; y, una de las mejores escenas simbólicas: El juez, que aparece como una sombra reflejada en la ventana, jugando consigo mismo al ajedrez mientras espera la sentencia, moviendo las fichas cuyo destino está en sus manos.
En descarga del pobre resultado general de la peli, que fue un fracaso de crítica y público, decir que Welles se las tuvo tiesas con la productora (Columbia), que le hizo reescribir parte del guión porque quería que las cosas estuvieran más claras, mejor explicadas para el espectador. Resultado: Metió la voz en off (la del propio Welles) que a veces resulta ya cansina de tanta explicación. La escena final, en el parque de atracciones, con la memorable escena de los espejos, iba a ser mucho más larga, pero la peli fue reducida en, al menos, una hora de metraje. No sabemos cómo hubiera sido la peli que Welles tenía en su cabeza.
La música fue despreciada, de modo que quien figura en los créditos (Heinz Roemheld) actuó más como arreglista de los temas que ya había preparado uno de los músicos en nómina de la Columbia, que como compositor.
El propio Welles, hace un comentario al respecto, y dice que no mereció la pena rodar escenas enteras a bordo de un barco para que parecieran meras transparencias, ya que se hubiera agradecido algún efecto sonoro, aunque fuera el soplo del viento o la caricia de las olas contra el casco.
Interpretaciones correctas y una buena fotografía de Charles Lawton Jr., con algunos primeros planos de laHayworth y, sobre todo, un plano picado con ella tumbada en la cubierta del barco, maravillosos.
Una peli hecha de momentos, con poca claridad y una buena dosis de confusión. Una hermosa confusión.
 
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