Título en castellano | El cuarto hombre |
Titulo original | Kansas City Confidential |
Año de filmación | 1952 |
Duración | 99′ |
Pais | Estados Unidos |
Director | Phil Karlson |
Guion | Rowland Brown, George Bruce, Harry Essex, Phil Karlson, John Payne (Historia: Harold R. Greene) |
Música | Paul Sawtell |
Dirección de fotografia | George E. Diskant (B&W) |
Reparto | |
Productora | Associated Players & Producers |
Sinopsis | Timothy Foster tiene un plan meticuloso para atracar un banco de Kansas, pero para llevarlo a cabo necesita tres cómplices. Consigue ponerse en contacto con tres delincuentes perseguidos por la policía, pero, durante el encuentro, todos llevan careta, de manera que no puedan reconocerse entre sí. El atraco resulta un éxito, y Foster entrega a cada uno de sus cómplices pasajes para lugares desconocidos y medio naipe como único medio de identificación. |
Premios | |
Subgénero/Temática | Crimen, Robos y atracos, Serie B |
Pobre John Payne. Una simple y miserable letra, esa insidiosa P mayúscula que coronaba su apellido, le condenó a ser tenido, durante toda la vida, por un insignificante y parasitario farandulero crecido a la sombra de La Mayor Leyenda Del Cine Americano. De nada podía servirle esgrimir su intachable trayectoria como cantante en musicales, actor de reparto en alguna que otra superproducción y, sobre todo, como protagonista de múltiples productos de serie B, cuya modestia corría con frecuencia paralela a su calidad como entretenimiento y que ponían de manifiesto que, con todas sus limitaciones y a pesar de su aparente frialdad, Payne era un actor más que correcto, un curioso cruce entre Ray Milland y Dana Andrews, capaz de dotar a los personajes que encarnaba de un interesante plus de fragilidad y desamparo. En fin, para qué decir nada cuando esa maldita P mayúscula le mandó para siempre a la Segunda División de Hollywood Boulevard (donde, a pesar de todo, no una sino dos estrellas lucen discretamente su nombre).
Para colmo de males, en “El cuarto hombre”, al bueno de John, metido en la piel del repartidor de flores Joe Rolfe, le acusan de un robo que no ha cometido. Ya se sabe cómo son los maderos yankis: ven a un exconvicto conduciendo una furgona de reparto y se dicen “¡Eureka!”. Ni hábeas corpus, ni abogado de oficio, ni hostias. Bueno, en honor a la verdad, hostias sí que hay. Y de la gordas. Porque los polis, no contentos con meterlo en la trena, tratan de hacer que Joe confiese. Y lo hacen por las bravas, claro. Pensad que estamos en Kansas City, amigos; mariconadas las justas. ¿Y qué es lo que hace un hombre con la cara hecha cisco y en el paro cuando logra salir del trullo? ¿Contar su historia a la prensa?¿Demandar a los maderos?¿Pedir daños y perjuicios? No, no y no: marcharse a Tijuana con dinero prestado por un camarero tullido e ir de timba en timba de dados a la espera de dar con los auténticos culpables del robo. Ahí, con dos gardenias.
Que el guión de “El cuarto hombre” sea un auténtico desbarajuste, con sus jueguecitos con máscaras de goma, sus citas rocambolescas al sur de Río Grande y sus inexplicables derivas, no significa, ni mucho menos, que sea una mala película; es más: durante muchos minutos, es un modélico ejemplo de economía narrativa, de dominio del ritmo, de escamoteo interesado de detalles en pro de la intriga. La cosa promete de veras. Todo se tuerce, sin embargo, cuando la acción deja de tener por protagonistas a tíos feos, malcarados y sudorosos como Lee Van Cleef o el entrañable Jack Elam y el amor, en forma de adorable hija de expolicía aspirante a abogada redentora, salta grácilmente de un coche, se apodera de una tumbona junto a la piscina y convierte lo que iba camino de ser un buen vaso de recio whisky de centeno en un inofensivo daikiri con sombrillita de papel. Una auténtica pena, con P de Payne, que no llega sin embargo a amargar la función ni a dejarle a uno sin ganas de más.
«El cuarto hombre» es una más de las innumerables películas que comienzan de manera interesante y absorbente pero que, a medida que la trama avanza, el interés y la verosimilitud también lo hacen, pero de manera inversamente proporcional, hasta dejarnos una extraña sensación de vacío en el cuerpo. La típica impresión de «podía haber sido bastante mejor», «si hubieran seguido por ese camino en lugar de intentar esto otro», etc. Pensamientos vacíos y vacuos que no impiden lo inevitable: el filme se ha terminado, y con él todas las esperanzas que habíamos depositado tras el prometedor inicio.
Pese a todo, «El cuarto hombre» (gran traducción del título original…) es un filme noir bastante interesante que, pese a sus más que evidentes carencias presupuestarias, logra apañárselas lo suficientemente bien como para mantener la atención del espectador a lo largo de todo el metraje, si bien es cierto que a partir de un determinado punto (que comentaré en la zona de spoilers), todo el edificio empieza a desmoronarse lenta preo progresivamente hasta un final tan convencional y conservador como insatisfactorio.
La historia narra la venganza de un pobre hombre que es acusado injustamente de haber cometido un crimen simplemente por encontrarse en el lugar y momentos equivocados. Tras ser sometido a un duro tira y afloja con las autoridades policiales, el hombre es finalmente puesto en libertad, sin embargo su implicación en el caso ha minado su credibilidad y ha terminado costándole el empleo. Viendo la ineficacia de la policía, decide encargarse él mismo de limpiar su nombre y de paso desenmascarar a los criminales que se la jugaron…
En el mundo de los argumentos cinematográficos es frecuente encontrar situaciones que, de darse en la vida real, se resolverían con toda seguridad de forma muy distinta. A menudo los espectadores sonreímos ante planteamientos que no se atienen a la lógica, cartesiana o no y que incluso atentan contra la razón pura. ¿Cómo podemos aceptar que tres delincuentes experimentados se sometan a un jueguecito de esperas, caretas, viajes, naipes rotos y otras zarandajas y no se disputen desde el primer momento un botín recién salido del horno bancario tras un golpe cuasi perfecto.
La vida te da sorpresas, y el cine más… La pregunta es: ¿Este desajuste respecto de una realidad a la que estamos acostumbrados, basta para descalificar una película? Mi parecer es que, siempre que el desajuste no roce lo risible (excepto si estamos en una película de Mel Brooks o de los Monty Python) y el film resulte interesante o al menos entretenido, los comportamientos ligeramente surrealistas o poco comunes pueden aceptarse. A fin de cuentas, cine es cine, y por otra parte es frecuente encontrar surrealismos hasta en las realidades más puras y duras.
Toda esta disertación filosófica ¿A raíz de qué? Pues, a raíz de El cuarto hombre, película de Phil Karlson, especialista en serie B, que narra las peripecias de un ex convicto repartidor de flores al que, circunstancias del destino, se le compromete en una especie de atraco perfecto y que, primera plana de todos los periódicos, culpabilizado por los medios informativos y evidentemente en paro por su “mala condición”, no le queda más remedio que ocupar lo único que le sobra, el tiempo, en seguir la pista de los atracadores. Pista que, en las películas, al contrario de en la vida cotidiana, se encuentran rápido (circunstancia que se justifica tratándose de un ex convicto cuyas amistades están al loro de cualquier cosa que suceda en el mundo del hampa).
Como repartidor, John Payne, actor al que conocía de sus trabajos con Allan Dwan, pero que nunca había conseguido calar mis gustos cinematográficos. Su frialdad, rayana al pasotismo, no solo no me atraía sino que me producía un efecto repelente. En el cuarto hombre encuentro al actor que presuponía y algo de cera que veré si sigue ardiendo en otros trabajos o si no hay más. Junto a Payne, dos de los malos míticos del cine, Lee Van Cleef y Jack Elam (si, el de los ojos saltones). Ambos correctos no más. Buscar comparaciones con los films de Leone es perder el tiempo. Aquí estamos ante cine negro, bueno para los que nos gusta el género, en blanco y negro porque las luces y las sombras le vienen muy bien a este tipo de cine.
Una historia de amor, metida con calzador, y un ex policía que, caña de pescar en mano, tiene tiempo y veteranía suficiente para encontrar fórmulas de rentabilidad a su retiro, forman parte también del zoo humano de una interesante película donde el perfil de los delincuentes no parece ser el habitual, pero ¿Hay un perfil habitual?
Pelicula completa en castellano
El cine negro no sólo fue cultivado por grandes maestros como Fritz Lang, Otto Preminger o Billy Wilder, sino también por aquellos realizadores que se batieron el cobre en la Serie B, dirigiendo cintas generalmente de encargo, muchas de las cuales acabarían deviniendo en auténticos clásicos. Algunos de estos hombres destacaron por encima de la media, a pesar de desarrollar sus carreras en los estrechos márgenes del cine de presupuesto bajo/medio. Y entre ellos, entre ese pequeño grupo de elegidos que pasarían a engrosar la lista de directores imprescindibles del noir, figura por derecho propio el gran Phil Karlson. Director todoterreno, capaz de llevar a la pantalla cualquier historia y curtido en mil lances cinematográficos, Karlson brillaría con luz propia en el cine negro gracias a películas geniales como EL CUARTO HOMBRE (KANSAS CITY CONFIDENTIAL, 1952), TRÁGICA INFORMACIÓN (SCANDAL SHEET, 1952), CALLE RIVER 99 (99 RIVER STREET, 1953), EL IMPERIO DEL TERROR (THE FHENIX CITY STORY, 1955) o CUANDO EL HAMPA DICTA SU LEY (KEY WITNESS, 1960). Cinco cintas que, por sí solas, justifican su entrada en el Olimpo de los maestros del policiaco, por más que hoy esté casi olvidado salvo por los cinéfilos. Cada cinta muestra una aproximación distinta a temas característicos del cine negro, por lo que resulta francamente difícil decantarse por una sola de ellas. Pero EL CUARTO HOMBRE no sólo es su primera aproximación a las temáticas negras puras, sino uno de sus filmes más estilizados.
Para poner en imágenes su historia, Karlson contó con un argumento inspirado en hechos reales, acaecidos en la ciudad del título original. El presupuesto era muy reducido, pero la gente como Karlson se crecía ante la adversidad y en la película no se advierte esa carencia económica; incluso casi parece una Serie A, de tan bien realizada como está. Para el reparto, Karlson se rodeó de una estrella mediana como John Payne, y de un brillante elenco de secundarios, que con su sola presencia dan lustre al film. Además de un inmenso Preston Foster, aquí en uno de los roles más agradecidos de su carrera, contamos con la impagable actuación de característicos de la talla del inquietante Jack Elam, el torvo Neville Brand y el siniestro Lee Van Cleef. En pocas ocasiones se ha visto en el cine a un terceto de villanos tan memorable.
Phil Karlson ofrece una visión clásica del noir a través de la odisea de Joe Rolfe (John Payne), un excombatiente y exconvicto que es acusado injustamente de un delito que no ha cometido. Aunque los funcionarios policiales han de reconocer pronto y a regañadientes su error, queda marcado por este hecho y pierde su modesto empleo, por lo que queda poco menos que en la indigencia. Rabioso, Rolfe, con la inestimable ayuda de un compañero al que salvó la vida en la guerra, logrará ir averiguando quiénes están tras el robo. Rolfe, personaje al que la sociedad bien pensante ha marginado, no alberga sólo el deseo de limpiar su nombre, cosa casi imposible en una comunidad predispuesta a juzgar a las personas en base a unas simples sospechas. Puesto que aquellos tres individuos han arruinado su vida, su intención no es encontrarlos para entregarlos a la justicia, en la que no confía, sino para obligarles a repartir el botín con él. Pero cuando encuentra a uno de ellos, descubre que hay un cuarto hombre en la sombra, que es quien lo ha organizado todo y el que cita a los tres forajidos en una pequeña población mejicana, presumiblemente para repartir el dinero. Haciéndose pasar por uno de los bandidos, que ha sido abatido por la policía, se dirige a Borados dispuesto a tomar su desquite. Allí entabla contacto con Kane y Romano, dos oscuros tipos que parecen estar esperando algo, y con Tim Foster, un afable jubilado que empieza a resultarle sospechoso. Para acabar de complicar las cosas aparecerá Helen, hija de Foster, por quien se sentirá muy atraído.
Un antiguo y resentido servidor de la Ley apartado del servicio por razones políticas, criminales sin conciencia, policías obtusos y brutales, un falso culpable en busca de venganza y una dulce muchacha cuya influencia será decisiva para el protagonista. Con estos mimbres Karlson teje una intriga clásica, con un final no por esperado menos eficaz, y logra realizar uno de los films negros más absorbentes. El tono noir de la película es resaltado por la efectiva fotografía en blanco y negro de Diskant, que ilumina cada escena como si fuese la más importante, y que a pesar de no ser un técnico tan reputado como el gran Joseph LaShelle o John Alton, se descubre como uno de los fotógrafos más personales que dio tan extraordinario movimiento fílmico. EL CUARTO HOMBRE deviene así en un título notable del cine negro y una de las mejores realizaciones de su director, quien, como apuntaba al comienzo de este trabajo, descollaría en films de esta temática. Pero esa es otra historia.
tomado de elgabinetedeldoctormabuse
Phil Karlson es uno de esos nombres menores en la historia del cine que bien merecen una pequeña mención por algunas de las películas de género negro que filmó en los años 50. A diferencia del estilo más barroco y estilizado del cine negro clásico de los 40, Karlson planteaba el género de una forma realista, cruda y sumamente violenta. En sus mejores films la tensión se nota en cada plano. En ese sentido su visión del género encaja con la evolución que éste fue sufriendo a lo largo de los años adaptándose a los nuevos tiempos. Cuanto más permisivo se volvía Hollywood a la hora de mostrar el mundo criminal, menos se necesitaba el estilo del cine negro, que bajo sus sombras escondía un submundo de puro caos y violencia.
El Cuarto Hombre, seguramente su mejor obra, no se anda con medias tintas: expone un argumento claro y conciso y hace estallar la violencia en la cara del espectador. El protagonista es Joe, un exconvicto acusado de un atraco a un banco del que es inocente. Pese a que se demuestra que no es culpable, su detención le hace perder su trabajo, así que decide encontrar a los responsables. Pero no será tarea fácil: el atraco fue planificado minuciosamente por alguien que contrató a tres criminales y les obligó a efectuar el robo con una máscara puesta en todo momento, de forma que al acabar no conocen la identidad ni de la persona que los reclutó ni de sus compañeros, evitando así posibles traiciones. Joe, sin embargo encuentra una pista que le lleva a un pequeño hotel mexicano donde van a repartirse el botín.
Para complicar más las cosas, el misterioso cabecilla es un ex-sargento que quiere vengarse del cuerpo de policía por haberle expulsado injustamente.
Uno de los atractivos de El Cuarto Hombre es la sólida premisa, que se basa en una doble venganza que entra en conflicto: la del exconvicto que quiere vengarse de quién le ha vuelto a hacer caer en brazos de la ley, y la del expolicía, amargado por haber sido expulsado del cuerpo. Ambos son antagonistas aunque paradójicamente son víctimas de una injusticia provocada por la ley. La escena del interrogatorio de Joe, en que es sometido a varias palizas, no deja una buena imagen de las fuerzas del orden, del mismo modo que tampoco lo hace el motivo por el que el ex-sargento Tom Foster fue expulsado del cuerpo. En un mundo caótico e injusto la única solución para compensar esos errores es vengarse actuando al margen de la ley.
Es por ello que aunque la consabida historia de amor entre Joe y Helen puede parecer el típico relleno innecesario tiene su justificación, ya que crea un nuevo punto de enlace entre los dos antagonistas: el amor que siempre ambos hacia Helen y su insistencia en que ella no se vea involucrada en sus asuntos turbios. En el desenlace estos dos puntos de contacto acaban confluyendo, aunque quizás el lector prefiera no conocer el final y saltarse el siguiente párrafo.
En el tiroteo final Tim le reconoce a Joe que le es simpático al ser una persona inocente que se ha visto involucrada en toda la trama criminal, pero no obstante intenta matarlo porque siguen siendo antagonistas. Cuando finalmente Joe es herido de muerte y le pide que no descubra la verdad a la policía se unen por fin los dos puntos de interés común, las dos venganzas se consuman: Joe ha conseguido aunque sea de forma indirecta que mueran los culpables, incluyendo Tim, mientras que éste último ha limpiado su nombre antes de morir; al mismo tiempo que Joe puede por fin ser digno de Helen y su padre muere con la tranquilidad de que su hija nunca conocerá su crimen.
La película tiene ese punto de crudeza característico de Phil Karlson, quien en Scandal Sheet (1952) proponía de protagonista a un reportero que se hacía pasar por policía para conseguir declaraciones de una mujer que ha presenciado un crimen, o en The Phenix City Story (1955) mostraba el asesinato de una niña inocente por parte de la mafia.
El protagonista lo interpreta John Payne, actor habitual en el cine de Karlson que interpreta al clásico hombre duro acorralado entre el mundo legal (donde pierde la posibilidad de trabajar por un crimen no cometido) y el mundo del hampa (donde los atracadores intentan deshacerse de él), un personaje en ese sentido muy hitchcockiano. Entre los secundarios el más llamativo nos resulta a día de hoy un joven Lee Van Cleef encarnando al criminal mujeriego.
En general, El Cuarto Hombre es la película que mejor recopila las grandes virtudes del estilo de su director: una obra simple pero bien realizada con personajes abocados a una situación límite y una dosis de violencia bastante cruda y realista para la época.
A principios de los años cincuenta, el cine negro se hallaba en un interesante punto de inflexión. La época de esplendor que abarcó desde finales de los años treinta y que se alargó toda la década de los cuarenta había llegado a su fin. Así, en el siguiente decenio la fórmula consistente en narrar historias detectivescas o de atracos perfectos desde un punto de vista clásico tanto en su derivada visual como en la conceptual estaba tan explotada que los productos que vieron la luz en estos primeros años de la década carecían de esa frescura y factor sorpresa necesario para satisfacer las necesidades de un público cada vez más entendido y exigente. En medio de este panorama decadente surgió una figura imprescindible para entender la renovación del lenguaje cinematográfico en el género negro. Así, Phil Karlson fue uno de los responsables de esa transición que hubo en es estos años en la que el cine dejó de un lado la inclinación puramente noir tal como se venía explotando desde sus orígenes hacia lo que se denominó el thriller o género de suspense.
Y esta metamorfosis fue llevada a cabo desde las trincheras de la serie B más seminal y emergente gracias a ese talento descomunal que poseía el cineasta americano para extraer todo el jugo a los escasos medios materiales y humanos con los que contaba para forjar sus obras. Sin duda, la figura del autor de Calle River 99 merece por ello una fogosa reivindicación en virtud de su condición de pionero en el abordaje de esa revolución necesaria a la hora de tejer esos relatos sobre el mundillo del hampa y los valores criminales que gracias a ese cambio experimentado en los primerizos años cincuenta permitió edificar el universo del thriller tal como lo conocemos en nuestros días.
El cuarto hombre constituye junto a Trágica información el punto de partida de la época dorada de Phil Karlson. Lo primero que llama la atención del film es sin duda su fuerza visual, obtenida por medio de una puesta en escena virulenta y poderosa que no deja nada a la zaga al más puro estilo de la serie B de fábrica. Así, una plano general que muestra la silueta de la ciudad de Kansas City dará paso acto seguido sin dejar tiempo al respiro —sensación de dinamismo lograda a través de un montaje que otorga a la energía visual, con una sorprendente ausencia de diálogos, todo el poder de fascinación cinematográfica— a la escenificación de la preparación de un robo a un furgón blindado. Karlson pone toda la carne en el asador en este arranque mostrando el rostro desfigurado de un magnífico Preston Foster observando desde la distancia —y mirando constantemente el paso del tiempo representado por los relojes que aparecen y desaparecen mecánicamente en esta secuencia de apertura—, cada uno de los capítulos que engranan la planificación del asalto. Un episodio que será adornado con una música inquietante que ayudará a enardecer el ambiente ya de por sí cargado que estimula la brillante radiografía criminal ideada por el maestro Karlson.
Tras rematar cada uno de los pasos que deben realizarse para la consecución del atraco perfecto, Tim Foster (así se denomina el maquiavélico y magnético personaje interpretado por el legendario Preston Foster) reunirá a los integrantes del equipo de asalto en la habitación de un hotel para ultimar los detalles de la ejecución. Se trata de tres experimentados delincuentes (interpretados por un trío de los mejores villanos de la serie B de la época, nada menos que los imprescindibles Neville Brand, Lee Van Cleef y Jack Elam) buscados por la policía y desconocidos entre sí que serán reunidos por Foster para conseguir culminar con éxito la empresa trazada. Este punto, el desconocimiento de quien se esconde tras la personalidad de Foster, así como entre los propios integrantes de la pandilla, será el punto esencial que debe concurrir para evitar el fracaso del golpe. Para facilitar la ocultación de su identidad, el líder acudirá a la cita disfrazado con una inquietante máscara que envolverá en un halo de misterio su rostro.
Después de una breve descripción por separado del temperamento de los miembros del grupo, Karlson no se andará con rodeos fijando como objetivo para su siguiente escena la conclusión del atraco. Ésta será filmada de un modo seco y abrupto, sin insertar pues esos adornos y fuegos de artificio que sin duda despistan la mirada del espectador hacia rincones no deseados, siendo más esencial e importante para el devenir de la trama la aparición de una furgoneta de reparto de una floristería conducida por un inocente repartidor llamado Joe Rolfe (interpretado por el siempre convincente y vigoroso John Payne) quien se verá envuelto por las circunstancias y fundamentalmente por objeto de la pérfida mente de un Foster que buscaba un falso culpable.
Así, la semejanza existente entre la furgoneta de Rolfe y la empleada por los asaltantes para la puesta en práctica del expolio del furgón dará con los huesos del inocente conductor en la cárcel al ser confundido por la policía con los auténticos forajidos. A través de un montaje en paralelo de un ritmo frenético y asfixiante, Karlson mostrará al cuarteto infractor planificando el reparto del botín. Para ello, Foster —siempre tapado al igual que sus colegas por una máscara amenazadora— decidirá enviar a cada uno de los miembros de viaje para en unas pocas semanas poder reunirse en un apartado paraje con objeto de dividir el resultado del robo.
Una vez descubierto el error, la policía liberará a Rolfe. Pero el daño ya está hecho. La prensa destapará que detrás de la fachada del trabajador se hallaba un ex-convicto. Las sospechas ligadas a su pasado criminal, provocarán el despido de Rolfe de su empleo, generando en el mismo unas ansias de venganza imposibles de controlar. Así, gracias a los contactos que Rolfe aún mantiene con los bajos fondos, un amigo le suministrará una valiosa información relacionada con el caso. Por ende el joven ex-convicto descubrirá que un hampón llamado Peter Harris (Jack Elam) ha decidido viajar a México en extrañas circunstancias. Convencido que se trata de una pista conectada con su lance, Rolfe seguirá el rastro de Harris cerca de la frontera mexicana encontrándose con el delincuente. El valor y fortaleza de Rolfe hará cantar a Harris acerca de su participación en el atraco al furgón, así como de la presencia de otros tres compañeros desconocidos con los que se encontrará en un apartado hotel en México. Sin embargo, en el momento de tomar un avión en el aeropuerto la policía abatirá a Harris —un peligroso criminal buscado por asesinato— tras descubrir su presencia en el aeródromo. Esta circunstancia será aprovechada por Rolfe para adoptar la identidad de Harris con el fin de cumplir su plan de venganza.
Al llegar al hotel donde sucederá el reparto, Rolfe será recibido por los dos compañeros de fechorías de Harris, Boyd Kane (Neville Brand) y Tony Romano (Lee Van Cleef), quienes simulan gozar de un retiro vacacional. El trío será consciente del auténtico motivo que les ha llevado a arribar al centro vacacional. Sin embargo, ninguno de ellos sabe quien se oculta tras el rostro del cerebro del plan. Un Foster que observará desde una posición privilegiada las andanzas de sus compinches moviéndose como pez en el agua entre las bambalinas del hotel gracias a la prerrogativa que le supone formar parte de esa clase respetable y honorable de la pujante burguesía americana así como el conocimiento de la estampa de sus respectivos colegas. Pero todo se complicará cuando advirtamos que las verdaderas intenciones de Foster no serán las de repartir el botín —compuesto por unos billetes de fácil localización por parte de la policía— sino que su plan realmente consiste en delatar a los integrantes de la banda con objeto de cobrar la recompensa que la aseguradora del banco ha fijado para localizar a los ladrones y así recuperar el expolio.
A esta intrincada trama de suspense se unirá una sub-trama romántica con la aparición de la hija de Foster en la residencia vacacional. Una bella joven que sentirá una instantánea atracción ante la presencia de un Rolfe cuyas indagaciones acerca de la identificación del cerebro del crimen irán poco a poco desmenuzándose a medida que profundice en la personalidad del padre de su pretendiente, un policía retirado del servicio por su participación en un sombrío caso, que parece esconder en cada paso que muestra un pelaje sospechoso.
Con este complicado engranaje, Karlson tejió un thriller fogoso y trepidante que encierra bajo su máscara de puro entretenimiento hardboiled una intrincada trama de traiciones y denuncia referente al carácter achacoso y putrefacto de una sociedad americana totalmente absorbida por la corrupción y la falta de valores morales. Una ausencia de valores mostrada por un Foster carente de escrúpulos que no dudará en conspirar en su propio beneficio. Karlson exhibe así, el menoscabo de valores evidenciado no solo en la clase media, sino del mismo modo en esos bajos fondos que ya no se rigen por los códigos de honor de los viejos tiempos. En este sentido, Karlson radiografía una nación temerosa y frívola en la que no existe lugar para la redención y el perdón, sino que es guiada por el vicio y el sensacionalismo.
A este revestimiento de denuncia social se añade una puesta en escena vibrante en continuo movimiento, donde no queda hueco para el reposo y el aburrimiento. De este modo, Karlson se apoyará en una fotografía académica que desata ese ambiente malsano y enfermizo merced a un montaje áspero y escabroso empleado para tensionar la trama de manera magistral. Una edición que recuerda a las películas de acción y cine negro de Raoul Walsh o Michael Curtiz por ese instinto que convierte lo difícil en algo sencillo, generando así intriga sin necesidad de recurrir a efectistas trucos fotográficos. Ello emparenta a la misma con esa manera de hacer cine negro del montador oficial de Walsh en sus mejores años, quien no es otro que el maestro Don Siegel.
Pero lo que más me gusta del film es sin duda su capacidad para engendrar suspense desde elementos cotidianos. Puesto que al más puro estilo Alfred Hithcock, Karlson renuncia a hilar su cinta en base al descubrimiento de la identidad del criminal. No. Desde el primer plano el espectador conocerá quien ostenta dicha condición. Y es que a través del recurso del falso culpable —otro elemento Hithcockiano que será deformado por Karlson para esbozar una incipiente propuesta de cine de venganza— el autor de Los hermanos Rico construyó una especie de epopeya que toma prestados ingredientes de géneros tan diversos como pueden ser el de las road movies, el melodrama romántico y también el cine de historias cruzadas, logrando alcanzar el cenit de su propuesta a partir de la mitad del recorrido del metraje al forjar un microcosmos de suspense, juegos de traición y situaciones en ese paraje para la explosión de los instintos más bajos del ser humano que detentará con la confluencia de los diferentes protagonistas en el hotel donde en principio tendrá lugar el reparto del fruto del robo. Ello se cosechará gracias a un elenco protagonista que da muestras de su pericia para radiografiar esos temperamentos esquizoides y temerosos presentes en los moradores de los bajos fondos. Así, el quinteto de intérpretes que sustenta el devenir argumental está sencillamente espectacular, rematando cada uno de ellos el carácter egocéntrico y astuto de Foster, el temperamento vigoroso e intrépido de Rolfe, la naturaleza inestable e intranquila de Harris, el talante suspicaz y violento de Romano y finalmente el estilo vehemente y apresurado de Kane.
Todos estos personajes chocarán en un embrollo magníficamente llevado por Karlson fraguando una obra nerviosa, violenta y ambigua, donde nada será lo que parece. Una cinta que vertebra un poderoso negativo sobre el carácter rastrero y vil que ostenta ese ser humano que ha abandonado los auténticos valores humanistas para abrazar la adoración al dinero y el poder como únicos motores de vida. Un sendero que únicamente podrá ser conducido desde esa violencia presente en una sociedad americana en la que apenas queda ningún vestigio de esperanza para hacer brotar de nuevo la creencia en la regeneración del ser humano.
Preson Foster, John Payne, Lee van Cleef, Neville Brand |
Una banda atraca un camión blindado, con más de un millón de dólares en efectivo. Por razones de seguridad, los cuatros hombres que la componen llevan una máscara cuando se reúnen para que ningún de ellos pueda denunciar a los demás. Después del robo, se sospecha de Joe Rolfe, un repartidor de flores que tiene un camión parecido al de la banda.
Liberado por falta de pruebas, Joe se lanza en busca de los malhechores. Consigue identificar a Pete Harris, un ladrón y se atribuye su identidad para infiltrarse en la banda, lo que lo conduce a una pequeña localidad al borde del mar en México. Para reunirse, los cuatro hombres utilizan una baraja de cartas de la que sacan los cuatro reyes. Así, Joe consigue identificar a dos de la banda: Tony Romano y Boyd Kane.
John Payne y Lee van Cleef |
Pero nos vamos enterando poco a poco de muchas cosas: el jefe de la banda es Tim Foster, un policía retirado que tuvo que dimitir por corrupción justo antes de jubilarse. Su hija encontró su vocación en la magistratura en el momento en que se planteó la defensa de Foster. Ahora, acaba de reunirse con él y se enamora de Joe. Foster tiene todavía unos contactos en la policía y se entera así de que Pete Harris en realidad murió hace tiempo.
Jack Elam / Pete Harris |
Boyd Kane que había estado en la cárcel con Harris también llega a la misma conclusión: Joe es un impostor. Boyd aprovecha para darle una buena paliza, ya que le cae muy mal. Sin embargo, Joe el listo se libera de esta mala pasada y hace creer a la banda que ha sido engañado y que tiene derecho a una parte del botín. Forster es más listo: todo ha sido un montaje suyo, un pretexto para “limpiar” su honor de policía, entregar a la banda, cobrar la prima y recuperar su jubilación. Da cita a sus hombres para, en realidad, entregarlos a sus colegas de la policía. Pronto se oirán unos cuantos disparos en el muelle del pequeño puerto pesquero mejicano…
Un buen film negro conducido por Phil Karlson en su primera realización en el género. Le acompaña también John Payne también novato en el género después de unos cuantos musicales con la Fox. El actor es el punto débil de la película: su falta de carisma no se ve compensada por su interpretación desenfadada a lo Mitchum.
Coleen Gray / Helen Foster |
La caracterización de su personaje es bastante artificial y el romance con (la excelente) Coleen Gray en el papel (inútil) de la hija del jefe debilita la trama. Preston Foster es como siempre el excelente profesional, fuerte presencia, expresión sensible. La película vale ante todo por su guión que inspirará más tarde a Tarantino para Reservoir dogs que tiene la inteligencia de eliminar cualquier posibilidad de injerencia femenina para un guión de este temple: un atraco perfectamente orquestado por un cerebro profesional (un antiguo policía), dos hombres (menos uno / más uno muy decidido a vengarse) que no pueden identificarse entre ellos, una justa dosis de violencia y de primerísimos planos, un final que se ríe de la moral con buen humor.
John Payne y Lee van Cleef |
Pero el otro atractivo reside en la elección de los papeles secundarios: los malos de la historia y particularmente estos dos que Sergio Leone (como Tarantino, habrá disfrutado de esta película) recupera en sus espaguetis-westerns: Jack Elam en Hasta que llegó su hora (1968) y Lee Van Cleef en La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo(1966). Este último marca algunas escenas de The Big Combo (Joseph H.Lewis-1955) en su primer entrega al cine negro. Jack Elam es la representación del malo cobarde y falso, con un ojo fijo en una cara demacrada; desaparece pronto de la pantalla, dejando a Lee Van Cleef la herencia del mal personificado por Tony Romano, el seductor latino con ojos achinados, en medio de unos mejicanos que, ellos sí, dan el tono local.
Dona Drake y Lee van Cleef |
Con esta banda de bocazas, Phil Karlson y George Diskant a la dirección fotográfica, nos bombardean con unos primeros planos de los tres ladrones frente al jefe Foster que les tiene bajo control. Aunque todas estas pequeñas ratas van de fuertes, acaban tirados en el suelo: el repartidor de flores ha recibido tantos golpes y todo eso es tan injusto para él que nada puede pararlo para acabar con esta pesadilla. Karlson mantiene el ritmo y da una buena dosis de nervios al asunto.