Relato criminal

Título en castellano Relato criminal
Titulo original The Undercover Man
Año de filmación 1949
Duración 85′
Pais Estados Unidos
Director Joseph H. Lewis
Guion Sydney Boehm, Jack Rubin, Malvin Wald, Frank J. Wilson
Música George Duning
Dirección de fotografia Burnett Guffey
Reparto
Productora Columbia Pictures Corporation
Sinopsis El jefe de una importante organización criminal es sospechoso de fraude fiscal. El agente del Tesoro Frank Warren y su compañero necesitan apoderarse de sus libros de contabilidad para poder acusarlo de evasión de impuestos.
Premios  
Subgénero/Temática Mafia, Policiaca

'Relato Criminal', la huella de un genio desconocido

tomado de filmaffinity

Film de cine negro y policíaco realizado por Joseph H. Lewis (1907-2000) (“El demonio de las armas”, 1950). Escriben el guión Sydney Boehman y Jack Rubin, con la colaboración de Melvin Wald en los diálogos, inspirándose en el artículo “Undercover Man: He Trapped Capone”, de Frank J. Wilson. Se rueda en escenarios naturales (playa de Malibú, campiña de California, paisajes urbanos, etc.) y en los platós de Columbia Studios (Hollywood, L.A., CA) con un presupuesto aproximado de 1 M USD. Producido por Robert Rossen para Columbia Pictures, se proyecta por primera vez en público el 20-IV-1949.

La acción dramática tiene lugar en Chicago (Illinois) con dos desplazamientos breves, uno a Tower City y otro a California, en los últimos años 40 del s. XX. La narración se desarrolla en un estilo documentalista y realista, que confiere al film una atractiva apariencia de verismo. Se basa en hechos reales convenientemente tamizados por el uso de la ficción, que evita referencias explícitas a personas. La violencia presente en el relato es tratada con contención y desde la distancia, sin perjuicio de mostrar en más de una ocasión los desgarros de dolor que produce en las personas del entorno familiar y de amistad de las víctimas. En ocasiones presenta referencias visuales simbólicas (cucurucho de palomitas), substitución de imágenes por explicaciones verbales y gestuales, refuerzo de los sentimientos de angustia mediante el manejo de las aglomeraciones humanas. En dos casos encuadra a las víctimas en posición íncuba, mostrando las suelas del calzado. Explica con claridad y contundencia la implacable crueldad con la que los mafiosos castigan a los que contravienen las reglas del silencio que impone el crimen organizado.

Los protagonistas del film son personas corrientes, de dimensiones y características humanas, que se fatigan, desmoralizan, sufren, son presa de temores, angustias y sentimientos contradictorios. Como es habitual en los trabajos de Rossen la mujer es más fuerte y resistente que el hombre, al que le da apoyo para superar los momentos de desánimo y fuerzas para seguir adelante. La descripción de la corrupción presente en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad (policía, jurados, judicatura, testigos, etc.) se presenta construida con acierto, riqueza de detalles y notable fuerza descriptiva. La atención que le dedica Rossen se inspira en su rechazo, la denuncia de su extensión, la glosa de la debilidad humana, la fuerza de la codicia de los seres humanos y la insuficiencia de los mecanismos públicos de defensa frente a ella.


Protagonizada por un Glenn Ford encumbrado a la fama, especialmente después de Gilda, y una de las damas más desconocidas del cine de los 40, Nina Foch, recientemente fallecida (5-Diciembre-2008), The undercover man (el hombre secreto), traducido aquí por Relato criminal, es una película que, extrañamente, no se encuentra relacionada en muchas de las filmografías de Nina Foch que circulan por la Red. Si aparece, en cambio, en las de Ford. Y esto es un indicativo bastante fiable. Porque, miren ustedes, el talento artístico de Nina no tuvo que ser pequeño cuando gran parte de su vida lo dedicó orgullosa a la enseñanza de las artes escénicas, pero en esta película, a pesar de situarse en el segundo lugar de los créditos por debajo del gran Glenn, Nina está desaparecida, ni siquiera en combate, dando la sensación de que su presencia responde más a exigencias de las productoras que a las del guión.

No es el caso de Glenn Ford quien acapara protagonismos bien secundado por James Whitmore y Barry Kelley (abogado O´ Rourke) y que lleva adelante, con profesionalidad, el papel de agente del Tesoro, Frank Warren, a la busca de testigos (hombres secretos) dispuestos a largar contabilidades que dejen con las vergüenzas financieras al aire al capo de los capos, al gran jefe, al number one de los gángsters, Al Capone (sin acreditar)…

Dirigida por Joseph H. Lewis (El demonio de las armas), la película no hace una ostentación excesiva de la violencia, no se recrea en la pólvora, no hay riachuelos de sangre derramada por las calles. Existe, pero no trascienden al primer plano. Quedan en la sombra y lo único que se asoma a la pantalla es el dolor. La niña, la madre, el amigo del sargento a punto de jubilarse… y el cucurucho de palomitas que lo dice todo.

Cine negro. Thriller. Cine del Hacienda somos todos y del no hay derecho. A que las balas sustituyan a los impuestos. A que los que no tienen paguen por los que tienen demasiado, incluso armas y arsenales. A las mordazas. Al miedo.


tomado de espinof

Como el cine no me está reportando grandes satisfacciones, y dado que la decepción es la sensación imperantes en estos dos primeros meses (salvo contadas excepciones, por supuesto), pues a algunos nos queda refugiarnos en el cine clásico, pero no echando mano de los títulos de siempre, si no buceando para ver si se encuentra alguna joya oculta. Que conste que a mí no me importa ver por enésima vez films como ‘Laura’‘¡Qué Verde era mi Valle!’ o ‘Encadenados’, por poner sólo tres ejemplos. Sobre todo cuando se tiene la suerte de descubrir a algún que otro realizador que no gozó de la fama de un Preminger, Ford o Hitchcock.

Uno de esos realizadores es Joseph H. Lewis, cuyo film más conocido es, sin duda alguna, esa obra maestra titulada ‘El Demonio de las Armas’. Esa película parecía una de esas rarezas que sólo se dan una vez en la vida, pero escarbando en la más que desconocida filmografía de Lewis, uno se da cuenta de que a este tío no le sonó la flauta con el film mencionado. Un año antes realizó ‘Relato Criminal’ (‘The Undercover Man’, 1949), un thriller maravilloso centrado en una investigación para apresar a uno de los criminales más buscados de Estados Unidos, historia claramente inspirada en Al Capone.

‘Relato Criminal’ cuenta como un agente federal intenta apresar al criminal más buscado por las autoridades. Un gangster al que algunos ciudadanos miran como un auténtico héroe. Protegido por uno de los mejores abogados de la ciudad, siempre logra evadir a la justicia, gracias a las argucias legales más rebuscadas jamás imaginadas. La única forma de meterlo entre rejas es conseguir su libro de cuentas (el verdadero, evidentemente) y condenarlo por evasión de impuestos. Frank Warren, nuestro protagonista, no lo tendrá fácil para conseguir las pruebas que desea, y pondrá en peligro no sólo su vida, sino la de su mujer. Pronto empezará a cuestionarse si tanto esfuerzo merece o no la pena. El enfoque que Lewis la da a la historia es inmejorable. La película trata de darnos a conocer a esos héroes anónimos que meten entre rejas a delincuentes ultraconocidos. Para ello opta por un enfoque a mi juicio, muy acertado. Mientras que que somos testigos en todo momento de lo que hace el agente federal, la cara del delincuente en cuestión nunca nos es desvelada, viéndole únicamente, y de lejos, al inicio y al final de la película. Evidentemente, en clave de ficción ésta versa sobre el tipo de investigaciones que jamás son puestas en conocimiento de los ciudadanos, los cuales únicamente se enteran de que a tal o cual tipo lo meten en la cárcel. SPOILER. Atención a esa escena final, en la que el protagonista al lado de su mujer y en medio de un montón de gente es testigo de cómo el criminal es conducido por las autoridades para ser encarcelado, en medio de una gran conmoción. Un policía aparta a nuestro protagonista y le dice: «apártese, esto no tiene nada que ver con usted», sin saber que gracias a él, el gangster va camino de la cárcel de por vida. FIN SPOILER. En todo momento, ese anonimato se palpa en el film (el personaje central jamás hace gala de ser alguien importante), como también se palpa la amenaza latente de alguien a quien nunca fueron capaces de atrapar.

Joseph H. Lewis es el cerebro en la sombra, permaneciendo también en un segundo plano, con su nada grandilocuente realización, pero haciendo gala de una pericia inaudita que ya quisieran otros. Con un dominio perfecto del ritmo, adornado en algunos momentos de movimientos de cámara arriesgados y atrevidos para la época, Lewis nos introduce de lleno en la más que interesante trama de la película. Una trama que se vuelve oscura y violenta según va avanzando. Incluso se permite el lujo de cambiar un poco de tono, sin que esto dañe lo más mínimo al film. Me refiero al momento en el que el personaje central está perdido porque se cree vencido por el sistema, al no poder hacer nada contra las amenazas que ha recibido por continuar con sus actividades. Instante ese en el que Lewis nos habla de que nunca hay que tirar la toalla si creemos que hacemos lo correcto.

La película tiene un trabajo actoral de primera fila, encabezado por un muy inspirado Glenn Ford, quien está muy metido en la piel de su personaje, transmitiendo a la perfección la entereza, al mismo tiempo, las dudas internas, del mismo. A su lado, Nina Foch, que ya había trabajo con Lewis anteriormente, puede que no esté a la altura de Ford, dado que su personaje no es tan llamativo, quedando como la típica comparsa femenina. El desfile de secundarios es plato exquisito para los aficionados: James Whitmore y Barry Kelley entre ellos, realizando carismáticas composiciones. Una película absolutamente magistral, que merece estar entre las grandes del cine negro al lado de films mucho más conocidos. ‘Relato Criminal’ no está editada en dvd. Ya sería pedir demasiado, pero si echáis mano de ese animal de carga tan trabajador, podréis disfrutar, en caso de que os interese, de CINE de verdad.


tomado de elgabinetedeldoctormabuse

Una de las grandes paradojas del cine de gangsters es que, por imposiciones de la época, todas las películas del género acababan con los criminales o bien en la cárcel pagando por los delitos que han cometido o bien muertos – véanse los rifirrafes entre Howard Hughes y la oficina Hays en el caso de Scarface, el Terror del Hampa (1932)  – cuando en la vida real el crimen gracias al cual se consiguió meter entre rejas al célebre Al Capone fue una “mera” evasión de impuestos. El punto de partida de Relato Criminal (1949) de Joseph H. Lewis es no solo reconocer francamente este hecho sino otorgar el protagonismo a los que lograron dicha hazaña, ofreciéndonos como protagonista no a un duro detective sino a alguien potencialmente tan poco carismático como un agente del Tesoro (ya me perdonarán los lectores que trabajan en dicho departamento), que responde al nombre de Frank Warren.

Tal y como indican los rótulos iniciales, lo que pretende Relato Criminal (1949) es reivindicar a esas personas que hicieron un trabajo tan duro por el bien de la sociedad y que no son suficientemente recordadas. En ese sentido, el filme se adscribe en un breve ciclo que tuvo lugar en Estados Unidos después de la II Guerra Mundial de películas policíacas que aspiraban a ofrecer una visión más realista del género, como es también el caso de La Ciudad Desnuda (1948) de Jules Dassin. Era pues una tendencia que se desmarcaba de muchos de los patrones característicos del cine negro (un universo tan oscuro y opresivo que a veces parecía más bien algo irreal y pesadillesco) pero que no alcanzó – al menos en esos años – la relevancia del noir, sobre todo a raíz de que muchos de sus exponentes acabaran siendo engullidos por la caza de brujas.

El gran reto aquí de Joseph H. Lewis – quien en adelante se decantaría más por el noir puro con obras clave del género como El Demonio de las Armas (1950) – es conseguir que la historia de un tipo que básicamente se dedica a revisar cuentas resulte interesante. No es poca cosa. Es muy loable reivindicar el trabajo de estos currantes, pero ¿cómo podemos convertir su faena en algo cinematográfico? La respuesta es, obviamente, añadiendo algo de condimento a la historia. El efectivo Glenn Ford no es quizá la imagen que tendríamos de un agente del Tesoro, pero aquí da el pego y sirve para recordarnos que los contables también pueden ser tipos duros. La subtrama de la esposa que se siente medio abandonada por el trabajo de su marido no aporta gran cosa a la trama pero añade más peso en el apartado de reivindicación de estos héroes anónimos, que frecuentemente deben darse de bruces con una realidad en que parece imposible hacer justicia.

Y, por descontado, aunque aquí la clave sean los balances de cuentas, en un filme sobre gangsters no pueden faltar los tiros y las escenas de suspense. El gran mérito de los guionistas y el director es conseguir un balance bastante equilibrado entre dichas secuencias de corte más policíaco con aquellas de tipo más realista, en que los protagonistas batallan infructuosamente contra una organización criminal demasiado poderosa para ellos, comandada por “el Gran Hombre”, cuyo rostro nunca vemos y que es una referencia más que obvia a Al Capone.

Pero quizá el gran antagonista del filme no es tanto el Gran Hombre como su abogado Edward H. O’Rourke (un excelente Barry Kelley transmitiendo ese tipo de falsa simpatía que resulta más repelente que otra cosa), una suerte de versión perversa del propio Frank Warren: dos hombres cuyo trabajo tiene lugar en despachos y oficinas pero que han decidido situarse en los dos lados contrarios de la ley. Paradójicamente es el abogado sin escrúpulos el que goza de una vida más lujosa y acomodada mientras que el honrado Warren, que se niega a aceptar cualquier soborno, lo máximo a lo que puede aspirar es a retirarse a la granja de sus suegros. Sí, al final se nos dirá que los criminales siempre acaban pagando, pero eso no quita que durante el resto de película hayamos visto cómo o’Rourke le restriega su prosperidad a Warren en sus narices y como éste, al final del filme, acaba quedando en la misma situación económica que antes simplemente con la sonrisa del que ha hecho un buen trabajo honrado. Todavía es demasiado pronto para que una película de este calibre se atreva a ahondar más a fondo en este tipo de injusticias y paradojas, pero resulta un buen precedente.

En el aspecto más negativo cabe añadir algunos tics del género muy forzados como para querer darle un extra de dramatismo innecesario a la película (por ejemplo, el suicidio de un agente de policía muy cogido con pinzas y que no acabamos de entender). En el positivo, merece destacarse también ese retrato de la humilde familia italiana de uno de los trabajadores del Gran Hombre, que en unas pequeñas pinceladas nos muestra un hogar desestructurado y casi en la miseria. De nuevo, estamos en una fecha demasiado temprana para que la cámara se atreva a profundizar más en este tipo de entornos, pero es un gran avance que ya se haya dado un primer paso en el umbral de ese hogar para darnos una pequeña pincelada de duro realismo viniendo de un filme de Hollywood.


tomado de hildyjhonson

Voy a intentar explicar mejor mis reparos sobre Enemigos públicos mirando un clásico de los años cuarenta. Un clásico más o menos desconocido y tampoco redondo, es decir, no es obra maestra pero sí es una obra cinematográfica bien hecha y a tener en cuenta.

Ninguno de los actores sobra, eran los tiempos en que los personajes secundarios eran cuidados y esenciales para la trama. También, es cierto que no todos están aprovechados pero hay un abánico util de personajes secundarios bien resueltos… ¿cuál estaba bien desarrollado en Enemigos públicos?

También entendemos las motivaciones de los protagonistas a un lado y a otro de la ley. En esta película, Relato criminal el punto de vista es radicalmente distinto al de Enemigos públicos, el punto de vista está situado al lado de los que con la ley en la mano —y algún que otro truco que les permita ciertas actuaciones— tratan de encarcelar a los grandes capos de la mafia. Son hombres que no se dejan corromper y trabajan jornadas interminables para conseguir pistas que les permitan juzgar a los delincuentes de la Depresión. No son considerados héroes, ni populares entre los ciudadanos, son anónimos que se tiran horas de su vida tratando de encarcelar a aquellos que se enriquecen dejando corrupción y muerte por el camino. El gran jefe de la mafia no aparece ni una sola vez en toda la película pero se siente su presencia y tan sólo tenemos contacto con sus esbirros y víctimas. Ese abogado corrupto (Barry Kelley) es genial en su papel y cometido (eso sí que es un personaje secundario mimado y desarrollado).

Hay otros personajes secundarios geniales, ese triste sargento de policía que facilita la primera buena pista al agente federal del tesoro (el incorruptible Glenn Ford, un actor que no es santo de mi devoción pero he de reconocer que tiene filmografía interesante y papeles adecuados. Éste es uno de ellos). El sargento tiene la cara de John F. Hamilton al que yo siempre guardaré en mi memoria por su papel maravilloso en La ley de silencio como padre de Eva Marie Saint. Es el hombre de la cara triste de destino trágico por un fallo del pasado que mancha su carrera.

Las muertes, tanto fuera de cámara como a cámara, se sienten. Emocionan. ¿Les da pena alguna de las muertes de Enemigos públicos espectacularidad aparte? Esa muerte de uno de los esbirros corriendo por una tumultuosa calle popular perseguido a gritos por su hija que ve cómo le cosen a balazos…

En algo fallan las dos. En la compañera femenina. En la función del personaje que enamora al protagonista. En ambas, estas mujeres están interpretadas por buenas actrices con sobrado talento (en esta Nina Foch) y sin embargo son desaprovechadas en el papel de mujer florero. Devotas amantes y mujeres a la espera del héroe. Alguna vez en peligros y rodeadas de un halo de mujer soñada.

En Relato criminal la estructura es clásica y la película se va poniendo más y más emocionante según avanza el metraje y tiene su escena clímax. Sin embargo, Enemigos públicos (que como repetí ayer me entretuvo y me volvió a enamorar mi Johnny pero claro hay que se objetiva) tiene todo el rato altos y bajos en su estructura y está poblada de escenas clímax que no ayudan en absoluto a contar mejor la historia o a emocionar por las actitudes de sus personajes. Nos deja igual. Sus personajes no tienen alma, algo que sí tienen cada uno de los personajes de Relato criminal (hasta los papeles más mínimos e incluso los peor desarrollados están mejor que cualquier secundario de la película de Mann).

Así que os digo, no está mal pasar una tarde con la acción y las imágenes impactantes (algunas bellas) de Enemigos públicos pero combinarla con otra tarde en la que se vea un clásico tipo Relato criminal para poder ver cómo se cuenta bien una historia (la cantidad de recursos tanto visuales como de guión con los que se puede relatar bien una película), sin ser obra maestra pero sí de factura intachable, incluido el guión. No tenemos más que mirar al pasado para no confundirnos con el presente.


 

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