Abrazo de la muerte, El

Título en castellano El abrazo de la muerte
Titulo original Criss Cross
Año de filmación 1949
Duración 88 minutos
Pais Estados Unidos
Director Robert Siodmak
Guion Daniel Fuchs
Música Miklos Rozsa
Dirección de fotografia Franz Planer (B/N)
Reparto
Productora Universal Pictures
Sinopsis Un hombre honrado es arrastrado al sórdido mundo de la corrupción por el influjo de una «femme-fatale» tan bella como peligrosa. Gran obra de Siodmak dentro del género del cine negro.
Premios  
Subgénero/Temática
Robos y atracos, Mujer fatal

tomado de filmaffinity

Críticas

  • «Fuchs es uno de los guionistas literarios más interesantes y más olvidados de los que fueron a Hollywood» 
    Richard Brody: The New Yorker 
  • «Una historia maravillosamente sórdida (…) El suspense se mantiene con un ritmo tenso, con precisión visual y con una excelente caracterización.» 
    Geoff Andrew: Time Out 
  • «Bajo la competente dirección de Robert Siodmak, los flashbacks se mezclan en una unidad cohesiva y nunca son confusos ni tediosos.» 
    Variety 
  • «Presenta uno de los finales más cínicos e impactantes de todo el género.»
    Dave Kehr: Chicago Reader 
     

Film realizado por Robert Siodmak, es una de las mejores obras de su etapa americana, la tercera y penúltima de su carrera. Comparte con «Forajidos (Siodmak, 1946) algunos rasgos temáticos, el actor protagonista, el compositor, el realizador, etc. En 1994 fue objeto de un «remake» inferior, titulado «Bajos fondos», que dirige Steve Soderberg.

El relato se basa en la novela «Criss Cross» (1936) de Don Tracy, adaptada por Daniel Fuchs («Quiéreme o déjame», 1955), que escribe un guión sólido y consistente. A partir de éste el realizador construye una narración que sobresale por su eficacia y sencillez, dos características propias de Siodmak.

El ambiente de los bajos fondos de LA, poblado de personajes criminales, oportunistas, ladrones y asesinos, se recrea con acierto. Slim Dundee (Dan Duryea) encarna, con brillantez, al personaje perverso y desalmado, que lidera la banda de los malvados y maltrata físicamente a su esposa. Yvonne de Carlo da vida, en uno de los mejores papeles de su trayectoria profesional, a una mujer fatal, de rostro angelical y semblante inocente, inconstante y voluble, que dispone de un gran poder de atracción y seducción sobre los hombres y es capaz de practicar el engaño a varias bandas.

La música, de Mikos Rozsa («Ben Hur», 1959), ofrece un «Tema inicial» solemne, de ejecución orquestal, con predominio de viento y metal, que sugiere la presencia del mal y su capacidad destructiva. Reitera variaciones sobre una sutil melodía de flauta, que a lo largo de la cinta subraya los triunfos del mal.

La fotografía, de Franz Planer («Vacaciones en Roma», 1953), en B/N, tiñe las imágenes de aires expresionistas, con predominio de escenarios oscuros y sombríos, perspectivas profundas (corredor del hospital), planos picados y luces artificiales, que crean un clima irreal y de fantasía, adecuado para el desarrollo de un drama, que culmina en términos próximos a los de una tragedia clásica. Destacan, sobre todo, dos secuencias, la del baile en la sala de fiestas al ritmo frenético de una orquesta latina y la del asalto al furgón blindado entre explosiones, bombas de humo y disparos.

La acción tiene lugar en LA en el verano de 1949, a lo largo de unos pcos días, ampliados con ayuda del flashback. Se rueda en exteriores de LA (Union Station) y en los Universal Studios. Producida por Michael Kraike, se estrena el 12-I-1949 (EEUU). Es una película emblemática del cine negro clásico.


Hablar sobre «El abrazo de la muerte» es hacerlo acerca de una de las grandes películas de cine negro. Su director, Robert Siodmak, no es ningún novato en este género. No en vano, el film contiene numerosos elementos característicos del film noir: desde la voz en off (que nos permite identificarnos con Burt Lancaster), pasando por el flash-back, la femme fatale o el (trágico) destino.
La escena inicial comienza con los dos enamorados abrazados, anticipo del sorprendente final que de igual manera les espera a ambos. Estaría casi a la altura del formidable fin de «Soy un fugitivo» de Mervyn LeRoy, sin duda una auténtica joya. A mi modo de ver, este magnifico final es uno de los mejores vistos en este género, tanto por lo inesperado (por amargo), como por estar tan condensado. Casi quita la respiración, y cuando te dispones a respirar, paff, entra ese «THE END», cortante como un cuchillo afilado.
Es sorprendente la claridad expositiva (en contraposición con películas como «Atraco Perfecto», también sobre un gran golpe). El momento clave es cuando Slim (Duryea) encuentra a Anna (De Carlo) y Steve (Lancaster) juntos, y éste ha de sacarse de la manga el ataque al furgón blindado para que no los ejecute allí mismo. Tanto este momento como el del robo es quizás lo menos logrado del film; tal vez el director articula una mera excusa para ir adentrándose en el tortuoso desenlace.
En cuanto a los actores, brilla especialmente Yvonne De Carlo en su ambiguo papel; ora nos hacer creer que ama a Steve, ora se rie de él. Burt Lancaster, quizás no raya a la altura de otras ocasiones, sin embargo hay varias expresiones en su rostro que están al alcance de pocos actores.
La ambientación está muy lograda; por ejempo ese garito. Casi dan ganas de tomar una copa en esa larguísima barra, con esa chica que está a todas horas. El número musical también es de chapó.
En definitiva, una gran película, una de las grandes del «film noir», con un grande -Burt Lancaster- y un final espectacular. Muy recomendable.


tomado de espinof

Mi compañera Miriam eligió para estrenar este ciclo de cine negro, o como lo llamaba la crítica francesa en los inicios del género, Film Noir, término ya aceptado en lengua inglesa, una obra de John Huston a mi juicio demasiado considerada por un sector, e incomprensiblemente de importancia capital en el género —creo que Huston posee otros films de género que la superan con creces—. Aprovechando el post que os ofrecimos sobre el férreo código Hays, me ha parecido oportuno comenzar mi selección de títulos en el ciclo con el gran Robert Siodmak y una de sus obras más perfectas, ‘El abrazo de la muerte’ (‘Criss Cross’, 1949), que en su intrincada trama se las arregla para burlar la censura de forma prodigiosa, y sin realizar una sola concesión al espectador, algo inaudito en aquellos años. No obstante, el Film Noir no se caracterizaba por realizar concesiones, sus historias no terminaban precisamente bien.

Siodmak fue uno de esos realizadores europeos, que huyendo del nazismo, se asentó una larga temporada en Hollywood, donde la película ‘El hijo de Drácula’ (‘Son of Dracula’, 1943) le dio algo de prestigio, y a partir de la cual se adentró de lleno en el Film Noir en el que cosechó no pocos éxitos, dejando algunas de las muestras más representativas para la posteriodad —también cultivó el género de terror o suspense y el de aventuiras, pero eso es otra historia—, como el film que hoy nos ocupa. ‘El abrazo de la muerte’puede ser vista como una repetición de los esquemas de la previa ‘Forajidos’ (‘The Killers’, 1946), también protagonizada por Burt Lancaster y más famosa. El fatalismo de personajes abocados a la perdición, una mujer fatal y un golpe perfecto que por supuesto sale mal.

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(From here to the end, Spoilers) Lancaster da vida a Steve Thompson, un conductor de un furgón blindado que, en un día crucial en su trabajo —será el cómplica de un atraco al furgón— rememora a modo de flashback cómo llegó a esa situación. El inicio de dicho flashback deja bien claro qué mueve a Steve, el recuerdo imborrable de Anna —la preciosa Yvonne De Carlo en uno de sus más memorables personajes—, casada con Slim Dundee —Dan Duryea en su personaje más recordado—, el jefe de una banda, celoso y posesivo. Slim y Steve se aliarán, a pesar de sus evidentes diferencias, para dar un atraco que a simple vista parece imposible. Pero más allá de hacerse con un buen botín, ambos tienen sus propios planes por separado. Slim traicionar a Steve, y este fugarse por fin con Anna.

‘El abrazo de la muerte’ está estructurada a base de flashbacks que nos llevan a la situación actual en tiempo presente, instantes antes de una de las secuencias más poderosas que el género recuerda: un atraco a un furgón blindado, cuya puesta en escena por parte de Siodmak es toda una lección de cómo utilizar los medios técnicos como elementos narrativos —la forma es el fondo, o si se quiere, el cómo nos hace llegar el qué— en un film donde más que nunca se utilizan las constantes del género como puntos de inflexión en una trama que absorve la atención del espectador y no le da la más mínima tregua. Atención a la comentada secuencia; unos gases lacrimógenos y un montaje milimétrico provocan una tensión única, y además funciona como alegoría de lo que siente el personaje central.

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La escena ocupa un tramo considerable en la parte final del film. Los gases nublan la visión de todo aquel que no tenga una máscara de gas, y Steve, que se ha visto engañado por Slim, quien pensaba matarlo en el atraco y quedarse no sólo con la chica, sino con todo el dinero, ve como su propia ceguera se cristaliza en ese instante. Su visión del conjunto está nublada por lo que siente por Anna, una pasión fatal a ratos correspondida, a ratos no, por un personaje femenino que juega una variante curiosa en el universo de las femme fatales. Esta vez, dicho rol no es un perosnaje maquiavélico que se aprovecha de la debilidad de aquellos hombres que se le acercan; ella simplemente no tiene la culpa de que Steve caiga a sus pies. La fatalidad en este caso está creada por el propio Steve, incapaz de alejarse de Anna —ella sí lo hace—, a la que vuelve siempre como hipnotizado por un poder invisible.

Siodmak no esconde sus influencias del cine expresionista alemán —cabe señalar el excelente trabajo del operador Franz Planer—, cuyas sombras y luces quedan perfectas en ‘El abrazo de la muerte’, sobre todo en su parte final. Llama poderosamente la atención el instante en el que el policía amigo de Steve le advierte en el hospital en el que este está ingresado que en cualquier momento pueden ir a por él a matarlo. La tensión es provocada con un simple contraplano que nos hace sentir el miedo de Steve. Y lejos de servir un final que contente a todos, Siodmak se luce como nunca en una conclusión en la que se dan la mano todos los elementos carcterísticos del género, además de burlar inteligentemente el código Hays, en el que una de sus máximas era “el crimen siempre debe pagarse”. El tétrico y melancólico final une a los amantes eternamente y en otra vida, mientras que sirenas en off muestran cómo Slim será detenido. El crimen no se sale con la suya, y el amor prohibido se paga caro.


tomado de imprescindible

El Abrazo de la Muerte

 

Criss Cross, Robert Siodmak, EEUU, 1948, Burt Lancaster, Yvonne DeCarlo, Dan Duryea.

Muestra del mejor cine negro, gestada en la década gloriosa del género por Mark Hellinger (productor de títulos tan importantes como La Ciudad DesnudaForajidos o El Último Refugio y que, desgraciadamente, falleció durante el rodaje de esta película) por su empeño en llevar a la gran pantalla el primer libro -de título homónimo- del escritor de revistas «pulp» Don Tracy (escrito en los años 30 y que recibió pésimas críticas, por cierto). Para la adaptación le encomendó, al igual que hiciera en Forajidos, la dirección a Robert Siodmak y el papel principal al gran Burt Lancaster. Es decir, casi con los mismos mimbres, obtuvo otra gran película «noir».

Historia de un amor obsesivo que sitúa a la traición como nexo de unión entre los protagonistas, Criss Cross (título original del filme que delata esa trama en torno al engaño) nos presenta unos personajes marcados por el destino que en forma de fatalidad parece que mueve las vidas del trío que conforma el eje central del film y cuya relación es eliminada por ese mismo hado en un antológico final, quizás de los mejores del séptimo arte.

Con todos los ingredientes del cine negro clásico: una atmósfera recogida en una buena fotografía en blanco y negro de Franz Planer, desarrollada siguiendo juegos de luces y sombras inspirados en el expresionismo, giros en la trama argumental, presencia de «femme fatale», muestra del catálogo de las debilidades humanas y la fatalidad sobrevolando a todo y a todos, la película que comienza con un brillante plano aéreo de Los Angeles que desliza la cámara hacia un aparcamiento en el que vemos a una pareja abrazándose furtivamente, nos cuenta como Steve Thompson regresa a su ciudad tras un tiempo de estar vagando por el país para olvidar su corto matrimonio con la mujer de la que sigue enamorado, sentimiento obsesivo que lo impele a buscarla y descubrir que ella (Anna Dundee) es ahora la esposa de un gángster (Slim, un excelente, como siempre, Dan Duryea) que la maltrata. El destino decide que vuelvan y para que Slim no los descubra, Steve le propone un plan: atracar el furgón blindado de la compañía donde él mismo trabaja (atraco que en el film se nos muestra casi en tiempo real).

La cinta rezuma clasicismo narrativo pues nos expone la historia mediante un largo «flashback» y con una «voz en off» (técnicas habituales dentro del género negro) hasta la magistral y tensa escena del hospital que, ya en tiempo presente, anticipa la última parte del filme que desemboca en ese lógico pero no por ello menos impactante final.

Es destacable el uso dramático que da Siodmak a las escaleras (tanto a las de la casa de Steve como a las de las casas colindantes) y lugares inclinados (la misma barriada donde vive Steve está en una especie de cuesta o el pub donde se conocieron Anna y Steve, que ahora frecuentan Slim y su banda y que es punto de encuentro de todos los personajes a lo largo del metraje, consta de diferentes niveles) consiguiendo que veamos a los protagonistas en un mundo inestable gobernado por fuerzas superiores que los dominan: la inestabilidad propia de las múltiples traiciones y el destino como fuerza definitoria y suprema.

Como curiosidad Tony Curtis debutó en un pequeñísimo papel, de hecho no está acreditado y cuesta localizar su aparición…y Steven Soderbergh realizó en los ’90 un «remake», Bajos Fondos. Mención especial merece la curiosa vestimenta que lucen los actores, en especial Lancaster y la aparición de Esy Morales con su orquesta que nos deleita con una increíble rumba.

 
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