Calle River 99

Título en castellano Calle River 99
Titulo original 99 River Street 
Año de filmación 1953
Duración 83′
Pais Estados Unidos
Director Phil Karlsom
Guion Robert Smith (Historia: George Zuckerman)
Música Arthur Lange, Emil Newman
Dirección de fotografia Franz Planer (B&W)
Reparto
Productora Edward Small Productions
Sinopsis Ernie Driscoll es un ex-campeón de boxeo que trabaja como taxista. Su monótona vida se ve alterada cuando se entera de que su mujer mantiene relaciones íntimas con un mafioso, que acaba de apoderarse de una fortuna en diamantes.
Premios  
Subgénero/Temática Boxeo, Crimen, Cine independiente

tomado de filmaffinity

Me ha gustado mucho esta primaria, por poco pretenciosa, Calle River. Hace gala de un encanto y un interés cómplice para con lo que se narra en todo momento presentes. Y es que, si bien reconozco que probablemente todo se líe en exceso y se remate de forma un tanto fácil, no hay lugar ni para el aburrimiento ni para la sensación de que te han tomado el pelo, pues reconozco también que al acabar muchas cintas de la época me queda ese regusto a representación centrada en trascender que tanto me molesta. No ha sido así en este caso. Será por eso que a esta, para mí, muy buena muestra de cine negro la tildan de «serie B». Ahora que siendo así, bienvenida sea. Pero eso quisieran.

Baste apuntar un par de detalles más: las interpretaciones para nada sobreactuadas; la colosal escena del teatro; el final rememorando ciertas fobias; la dirección solvente; la fotografía hermosa; la sensualidad irradiada por la protagonista; la masculinidad que desprende su compañero, maltratado por la esencia negra de la obra; la sorprendentemente alta dosis de violencia; la camaradería del entrañable viejo; la absorbente trama; el…

Pues eso, que la vean.


Hace un par de años no sabía ni quién era Phil Karlson, por lo que haber descubierto su filmografía es una de las mejores experiencias cinematográficas que he tenido últimamente, especialmente por sus magníficas incursiones en el género negro, donde esta «Calle River 99» brilla a gran altura, junto con «Kansas City Confidential» o » The Phenix City Story».

Recurriendo a la arquetípica figura del boxeador fracasado atrapado en un matrimonio infeliz, la película nos cuenta la peripecia en la que se ve envuelto Ernie, que sin haberlo buscado, se topará con la infidelidad de su esposa, y a través de esta, con un robo, algunos crímenes y un variado muestrario de rufianes, a cada cual peor.

Leo que a algunos usuarios les parece que la narración adolece de ciertas debilidades o incongruencias, y es posible que estén en lo cierto, pero la verdad es que, en mi experiencia con este género, ese aspecto siempre me ha parecido secundario. Quiero decir que incluso en grandes clásicos de esta temática, películas hoy míticas e indiscutibles, se dan estas incongruencias o cabos sueltos -recordemos, por ejemplo, «El Sueño Eterno» de Hawks- sin que esto merme su calidad, y es que esta se debe, fundamentalmente, a la creación del ambiente adecuado (la noche urbana, con sus garitos, puertos y bajos fondos) y de los personajes que lo encarnan (perdedores, detectives, mujeres fatales, rufianes, etc). De ambos aspectos está muy bien servido este filme, enteramente nocturno y generosamente plagado de personajes que responden a los modelos anteriormente apuntados.

Si perfilar el carácter de los personajes es fundamentalmente una labor propia del guión, la generación o recreación del ambiente adecuado se convierte en la cuestión formal más importante de este tipo de películas, circunstancia que potencia la relevancia de la fotografía, el montaje y la composición del plano (o lo que es lo mismo; de la luz, el ritmo y la mirada). Karlson demuestra en todo momento hasta qué punto domina estos tres parámetros, siendo magnífica la labor del director de fotografía, Franz Planer, y muy notables -por su ritmo y violencia desatados- las escenas de pelea, desde el combate inicial (rodado a pie de Ring y con expresivos primeros planos) hasta el último, en la pasarela del barco; en muchos planos recurre a efectivos y sugerentes contrapicados, rasgo estilístico presente en otras películas suyas, aunque aquí más acentuado.

Con notables interpretaciones de todo el reparto -sobre todo Evelyn Keyes- y un par de giros argumentales verdaderamente originales -en los que realidad y representación se confunden-, el filme se disfruta de principio a fin.


tomado de 39escalones

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Ernie Driscoll (John Payne) estuvo a punto de lograrlo: el día del combate por el campeonato del mundo tiene al vigente campeón contra las cuerdas y roza la gloria del boxeo cuando le hace besar la lona. No obstante, su adversario se recupera y Ernie, en un mal golpe, recibe un daño tremendo en un ojo que obliga a los árbitros a suspender la pelea y a darle por vencido. A las puertas del triunfo, una vez más el cine negro nos cuenta la historia de un derrotado que busca la revancha.

Años después, Ernie contempla nostálgico y rabioso los pases televisivos de su incompleta gesta mientras su resentida esposa Pauline (Peggie Castle) le recrimina descaradamente su fracaso y el consiguiente abandono de la profesión, un paso atrás que a él le ha confinado en un empleo de taxista en la compañía que fundó su antiguo entrenador (Frank Faylen), y a ella como dependienta de una floristería. Pero si algo tiene además el cine negro, es que complica y retuerce la historia de sus protagonistas hasta volverla una ratonera: Pauline, en sus ansias de prosperidad a toda costa, se ha asociado con su amante, Rawlings (Brad Dexter), en el robo de una importante cantidad de diamantes para un mafioso local, un tipo que una vez consumado el atraco, enterado de que ha habido muertes y receloso de encontrarse con una socia que desconocía tener, se niega a continuar con el trato. Paralelamente Ernie, tras el descubrimiento de la infidelidad de su esposa, se ve involucrado en un extraño asunto: su amiga Linda (Evelyn Keyes, la que fuera mujer de John Huston), actriz eterna aspirante a trabajar en Broadway, asegura haber sido asaltada por el productor de su obra y, en un arrebato, haberle golpeado con un atizador hasta matarlo. Ernie termina por encontrarse repartiendo unos cuantos puñetazos y denunciado por agresión ante la policía. Cuando Rawlings entiende que necesita deshacerse de Pauline para conseguir el botín de la venta de los diamantes, encuentra en el violento Ernie el chivo expiatorio que necesita, y elabora una triquiñuela para presentar a Ernie como culpable mientras él ultima su huida en barco desde el puerto de Jersey.

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Como es habitual del cine clásico en general, y del ciclo negro en particular, el director Phil Karlson construye en 1953 esta historia que aglutina todos los elementos del género (la culpa, la redención, la venganza, el destino torcido, la mujer fatal, los ambientes hostiles, boxeadores, policías, ladrones, matones, antros y dinero que cambia de manos) en un prodigio de concisión narrativa (84 minutos de metraje) envuelto en las señas estilísticas propias del film noir (juegos de luces y sombras, claroscuros, atmósferas opresivas, ritmo endiablado, cóctel de erotismo y violencia). Y como es natural en el cine clásico, la censura sobrevuela los límites que Karlson puede explorar en su relato. De este modo, asistimos al consabido castigo a quienes osan violar determinadas leyes (no solo los criminales deberán sucumbir en última instancia a la persecución de la policía o a una muerte justa; también la esposa adúltera será oportunamente castigada por su doble pecado, por su crimen contra la justicia de los hombres y contra la divina ley del santo matrimonio), la culpabilidad del protagonista se limita a su pasado fracaso de boxeador y a sus incontrolables ataques de furia, y, así como con la violencia Karlson se muestra más valiente (no solo se recrea en las peleas a puñetazos en las que Ernie se ve mezclado en su azarosa odisea; también hay tiroteos a víctimas desarmadas y heridas sangrantes; en cambio, la cámara evita mostrar el desagradable episodio violento del que es objeto Pauline), el erotismo es más sutil y sofisticado (las sensuales posturitas de Pauline, piernas abiertas en lo alto de la escalerilla, en la floristería ante los ojos de su amante; o el erotizante jugueteo de Linda en el bar del puerto, usando sus dotes de actriz para fingirse presa fácil para los hombres solitarios).

Si bien la trama flirtea en algunos pasajes con lo increíble (el elaborado suceso del teatro con Linda, el descubrimiento por la policía del taxi del que creen un peligroso criminal, el encuentro de Ernie con la patrulla que le recrimina que aparque ante una boca de incendio, o el hecho de que a un taxista no se le vea recoger a un solo cliente en toda la película…), Karlson hace un efectivo trabajo de cámara, se mueve con soltura por ambientes de lo más sórdido (el apartamento del asesino, la trastienda de la tienda de animales, entre bastidores del teatro, el bar del puerto y la noche en el muelle) y se apunta un buen número de hallazgos visuales. Así, por ejemplo, el detalle que hace que sepamos que Pauline está “escondida” en el asiento de atrás del taxi, la perpectiva que utiliza para mostrar cómo Pauline y Rawlings observan su llegada al bar, los momentos en que Pauline presume de atractivos físicos, o el tramo final en Jersey, la persecución en el puerto pespunteada por el cierre del círculo consistente en narrar la pelea final en paralelo con el recuerdo que Ernie conserva de la pelea que trastocó su vida, un punto de inflexión ofrecido como segunda oportunidad, como revancha contra el destino para encauzar adecuadamente su futuro, para retomar su vida en el mismo lugar en que quedó quebrada. En el debe, el complaciente epílogo, resultado de las exigencias censoras, en el que las piezas éticamente admisibles encajan por sí solas para ofrecer el panorama de un futuro próspero y tranquilo en el feliz cumplimiento de las leyes humanas y divinas.

Una cinta vibrante y repleta de acontecimientos en su breve metraje, interpretada con solvencia y poseedora de todos los ingredientes y virtudes que hacen del buen cine negro un género imperecedero.


tomado de cinememento

Después de Scandal Sheet, Kansas City Confidential, Tight Spot, pero también apartándome del género negro, Ladies of the chorus (1948) con Marilyn Monroe en su primer papel protagonista, cantando el famoso “Da,da,dady”, The big cat (1949) con Preston Foster, rodado en el parque nacional de Bryce Canyon, estoy disfrutando cada vez más de las películas de  Phil Karlson,  un director que me era desconocido, a la sombra de los grandes,  comercializados por los estudios y sus políticas de los actores estrellas. Con 99 River StreetJohn Payne, fiel a Karlson –tienen tres películas  negras juntos –, conduce la trama en compañía de Evelyn Keyes.

Descubrimos a Keyes  en The prowler (El merodeador-Joseph Losey) donde revelaba sus dones para utilizar de maravilla un físico tan alejado del glamur en boga.   Con este casting, se puede hablar de serie B pero ni la trama, ni la dirección se merecen tal déficit de notoriedad. A medio camino entre Where the sidewalk ends (Preminger-1950) por la búsqueda de la verdad, de The set-up (Robert Wise-1949) por la trayectoria del protagonista, a las cuales podemos añadir Taxi Driver de Scorcese , 99 River Street es lo negro dentro del disfrute del buen cine negro con sus distintos mundos, el hampa y el robo, el boxeo, los bares… y también el teatro – la violencia de los hombres y el contraste, aquí, lo marcan dos mujeres que impactan con una imagen narrativa que, como tantas veces en el género a pesar de los clichés, pone en evidencia al “hombre fatal”.

Una vez más, Karlson golpea al público con su estilo visual que nos proyecta la violencia en primerísimo plano, mantiene la atención con un ritmo nervioso y tenso, crea una atmosfera realista de una exactitud de documental que da escalofríos. Probablemente la película más violenta, brutal, en estos primeros años de la década 50 del pasado siglo, 99 River Street abre la puerta de la modernidad al género, preparando el público a Shock Corridor, Pick-up on South Street, Kiss me deadly  y otros Fuller o Aldrich. Esta pequeña joya olvidada desde su nacimiento en Broadway, pasa del teatro de RKO a salas de barrios donde acabó muriéndose.

Ernie Driscoll abandona el boxeo después de perder el título de campeón. Ahora tiene un taxi en Nueva York. Aunque la profesión es honorable, no es fácil para alguien que se encontraba en la cima de su carrera  y que se resiente de la injusticia de la derrota.  Desde esta primera secuencia en la que Ernie, la cara salpicada de sangre, esta profunda herida en el ojo, da su último combate frente a Vic, los golpes no van a parar;  con fuerza, con los puños o con la traición de Pauline, el desamor, el engaño de Rawlins. Habrá también algún disparo…  y Ernie, herido, tendrá que seguir hasta su verdadero último combate con Vic, después de una lucha sin perdón… y con repetición,  con el infame Mickey. En su larga carrera, John Payne ha sido el guapo romántico de una serie de musicales, ha cantado para la 20th Century Fox, boxeado, ido a la guerra con Maureen O’Hara, que vuelve a encontrar como juez en Miracle on 34th Street, un buen marido para Gene Tierney abandonada por el místico Tyrone Power en The razor’s edge… Pero John Payne es ante todo el buen actor de cine negro y Phil Karlson tuvo una buena intuición… Pero volvemos a nuestra historia.

Ernie se encuentra ahora como chofer de un taxi en Nueva York. ¡No, no es Travis de Niro! Ernie piensa más bien olvidarse de su tiempo de combates, ahorrar y comprar… una gasolinera. Pauline, su mujer, no lo entiende así: desilusionada por la nueva vida que le ofrece Ernie, encuentra en Vic Rawlins la posibilidad de realizar sus deseos de lujo. Pero nada es tan simple para Pauline: Ernie les sorprende besándose en una floristería: esta claro que a John Payne y a Karlson les gusta eso de las flores después de lo que pasó en Kansas City Confidential… Vic acaba de cometer un robo jugoso: un buen lote de diamantes que espera transformar pronto en papel, “de los grandes”.

Para Pauline eso tampoco le simplifica la vida: durante el robo hubo un muerto; además este Vic es un misógino y Pauline no para de recibir tortas; acabará en el maletero del pobre Ernie.  Para éste,  la traición se vuelve un leitmotiv: primero su carrera, y ahora Pauline, pronto su propia fuerza. No tiene otra solución que acorralar a Vic antes que lo haga la policía. Menos mal que aparece la Linda Evelyne Keyes: sus problemas de papel en una obra de teatro son unas nuevas puertas que se abren para Ernie. Linda, un corazón de oro, lo puede arriesgar todo para ayudarlo.  Su escena con el cigarro para ligar al enemigo Vic es de lo más sexy. Ni ella, ni Pauline pertenecen a la raza maldita inventada por los críticos de la época de la Black Serie, la de la femme fatale. Pauline no es lo que pensamos cuando leemos las líneas anteriores: es más bien una víctima pasiva de las actividades de su amante; hace lo que puede para no implicar a Ernie y su destino lo marcará trágicamente el siniestro Vic.  Al final, un golpe maestro por parte de Phil Karlson y del fotógrafo Franz Planer.


tomado de diariocineclasico

Recurriendo a la arquetípica figura del boxeador fracasado atrapado en un matrimonio infeliz, la película nos cuenta la peripecia en la que se ve envuelto Ernie, que sin haberlo buscado, se topará con la infidelidad de su esposa, y a través de esta, con un robo, algunos crímenes y un variado muestrario de rufianes, a cada cual peor.

Si perfilar el carácter de los personajes es fundamentalmente una labor propia del guión, la generación o recreación del ambiente adecuado se convierte en la cuestión formal más importante de este tipo de películas, circunstancia que potencia la relevancia de la fotografía, el montaje y la composición del plano (o lo que es lo mismo; de la luz, el ritmo y la mirada). Karlson demuestra en todo momento hasta qué punto domina estos tres parámetros, siendo magnífica la labor del director de fotografía, Franz Planer, y muy notables -por su ritmo y violencia desatados- las escenas de pelea, desde el combate inicial (rodado a pie de Ring y con expresivos primeros planos) hasta el último, en la pasarela del barco; en muchos planos recurre a efectivos y sugerentes contrapicados, rasgo estilístico presente en otras películas suyas, aunque aquí más acentuado. (Quatermain80)

Como es habitual del cine clásico en general, y del ciclo negro en particular, el director Phil Karlson construye en 1953 esta historia que aglutina todos los elementos del género (la culpa, la redención, la venganza, el destino torcido, la mujer fatal, los ambientes hostiles, boxeadores, policías, ladrones, matones, antros y dinero que cambia de manos) en un prodigio de concisión narrativa (84 minutos de metraje) envuelto en las señas estilísticas propias del film noir (juegos de luces y sombras, claroscuros, atmósferas opresivas, ritmo endiablado, cóctel de erotismo y violencia). 

Y como es natural en el cine clásico, la censura sobrevuela los límites que Karlson puede explorar en su relato. De este modo, asistimos al consabido castigo a quienes osan violar determinadas leyes (no solo los criminales deberán sucumbir en última instancia a la persecución de la policía o a una muerte justa; también la esposa adúltera será oportunamente castigada por su doble pecado, por su crimen contra la justicia de los hombres y contra la divina ley del santo matrimonio), la culpabilidad del protagonista se limita a su pasado fracaso de boxeador y a sus incontrolables ataques de furia, y, así como con la violencia Karlson se muestra más valiente (no solo se recrea en las peleas a puñetazos en las que Ernie se ve mezclado en su azarosa odisea; también hay tiroteos a víctimas desarmadas y heridas sangrantes; en cambio, la cámara evita mostrar el desagradable episodio violento del que es objeto Pauline), el erotismo es más sutil y sofisticado (las sensuales posturitas de Pauline, piernas abiertas en lo alto de la escalerilla, en la floristería ante los ojos de su amante; o el erotizante jugueteo de Linda en el bar del puerto, usando sus dotes de actriz para fingirse presa fácil para los hombres solitarios).

Karlson hace un efectivo trabajo de cámara, se mueve con soltura por ambientes de lo más sórdido (el apartamento del asesino, la trastienda de la tienda de animales, entre bastidores del teatro, el bar del puerto y la noche en el muelle) y se apunta un buen número de hallazgos visuales. Así, por ejemplo, el detalle que hace que sepamos que Pauline está “escondida” en el asiento de atrás del taxi, la perpectiva que utiliza para mostrar cómo Pauline y Rawlings observan su llegada al bar, los momentos en que Pauline presume de atractivos físicos, o el tramo final en Jersey, la persecución en el puerto pespunteada por el cierre del círculo consistente en narrar la pelea final en paralelo con el recuerdo que Ernie conserva de la pelea que trastocó su vida, un punto de inflexión ofrecido como segunda oportunidad, como revancha contra el destino para encauzar adecuadamente su futuro, para retomar su vida en el mismo lugar en que quedó quebrada. 

Una cinta vibrante y repleta de acontecimientos en su breve metraje, interpretada con solvencia y poseedora de todos los ingredientes y virtudes que hacen del buen cine negro un género imperecedero. (39escalones)

Así que todo encaja sobre la marcha y no queda otra que recomendar sin miedo a equivocarse ésta 99 River Street como buen cine negro de época.


 

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