Envuelto en la sombra

Título en castellano Envuelto en la sombra
Titulo original The dark corner
Año de filmación 1946
Duración 99 minutos
Pais Estados Unidos
Director Henry Hathaway
Guion Jay Dratler, Bernard C. Schoenfeld
Música Cyril J. Mockridge
Dirección de fotografia Joseph MacDonald (B&N)
Reparto
Productora 20th Century Fox
Sinopsis Un detective privado, que casi vive en la miseria, descubre un día que lo están siguiendo. Tras acorralar a su perseguidor, averigua que actúa a las órdenes de un antiguo socio con el que acabó enemistado. Poco después se ve envuelto en un calculado plan de asesinato.
Premios  
Subgénero/Temática  Detectives, Crimen

tomado de filmaffinity

¿Qué es el noirstyle? Ante esta pregunta la respuesta es clara. Lean, busquen e infórmense y verán que conceptualmente no hay ninguna duda al respecto. Resumiendo, digamos que es una hoja de ruta impuesta por la novela policíaca americana de las primeras décadas del siglo XX donde la puesta en escena, los personajes y la narración cumplen unas normas propias y muy singulares. Sin embargo, cuando nos enfrentamos al concepto noir en el cine la cosa se complica. Y se complica por la propia idiosincrasia de este arte que se nutre de tantos estilos y de tantas influencias que a veces encasillar a un filme en un determinado movimiento o género resulta harto complicado.

Así nos encontramos multitud de cintas de la época que contienen rasgos característicos del cine negro pero que no pertenecen estrictamente al él. Podemos recordar westerns como “Pursued” de Walsh, dramas como “Human Desire” de Lang, policíacos como “Touch of Evil” de Welles, melodramas como “Possessed” de Bernhardt o cine de gángsters como “White Heat” también de Walsh. Pero todas estas cintas indudablemente no son cine negro puro. A éste, por el contrario, si pertenecen con todas sus consecuencias “The Big Sleep” de Hawks, “The Maltese Falcon” de Huston, “Out of the Past” de Tourneur o esta que nos ocupa “The Dark Corner” de Hathaway.

Fíjense en el patrón a seguir: se abre la escena. Oficina de un «private eye» en LA o NY preferentemente. A nuestro detective se le ve al límite o muy cerca, tanto en lo personal como en lo profesional, cosa que no le impide tener una bonita secretaria que suele estar enamorada de él. Lleva unos cuantos días durmiendo en el sofá de la oficina y hay unas cartas de la casera en el suelo reclamándole la renta del alquiler desde varios meses atrás. El bourbon en el primer cajón de la mesa y el cenicero rebosante de colillas no pueden faltar. Y entonces aparece una femme fatale proponiéndole un caso a todas luces raro y complicado sobre la desaparición de su marido, un familiar o un objeto valioso, o bien un matón a sueldo u otro elemento de dudosa reputación con asuntos pendientes de un pasado no muy lejano. Evidentemente ambos casos se complican hasta poner a nuestro detective al borde del abismo. La trama se resolverá entre clubs, donde una orquesta ameniza con una preciosa música, los barrios bajos de la gran ciudad y apartamentos mugrientos y poco glamurosos. ¡Ah! Y la policía llegará cuando todo esté resuelto, claro.


Hay ciertos géneros que no pueden eludir contener elementos sin los que de otra manera su etiquetaje sería imposible. «The dark corner» (enésimo premio a la traducción lamentable) cuenta con esos ingredientes indispensables en un título de cine negro: un investigador, una secretaria generalmente rubia enamorada del jefe, policía envolviéndolo todo y una trama que, eso sí es innegociable, no se resuelve nunca hasta los últimos cinco minutos y raramente sin algunos tiros y algunos cadáveres. Hathaway maneja a la perfección esos elementos, los moldea a su manera y los cocina sabiamente para obtener un resultado notable. A menudo me he encontrado con historias excesivamente alambicadas en las que perderse un minuto de atención supone perderse tres vueltas de tuerca que lo cambian todo. No es el caso aquí, el volumen de enmarañamiento no es excesivo y aunque sea cine negro ortodoxo, como la copa de un pino, opta por no complicarse y tomar el camino de la sencillez. No hay una baraja de cartas escondidas y para lo que hay en el género la historia se desarrolla de forma plana, lo cual para mí es un acierto.

Quiero destacar a Clifton Webb, por encima del resto de actores, y un uso de los claros y oscuros que yo estoy lejos de describir porque soy un cinéfilo de sofá, percibo que las cosas están bien hechas en cuanto a eso que llaman fotografía, pero no sé explicar mucho más. Algo tendrá que ver los callejones oscuros, la abundancia de interiores… El caso es que me parece más buena que la valoración media que tiene en FA y por supuesto tristemente poco conocida. Me temo que la ausencia de una superestrella reconocida tiene mucho que ver. Yo la recomiendo ampliamente, es corta y rápida… Y lo más importante, cine de calidad, de mucha calidad.


tomado de cinemagenoves

Producción: 20th Century-Fox Film Corporation

Con la obra cinematográfica de Henry Hathaway (1898-1985), suele ocurrir algo común a los directores calificados de «artesanos», esto es, cineastas tenidos por demasiado comerciales, muy productivos para los estudios en que trabajaron y artífices de un cine tan variado como entretenido.Sucede, digo, que comúnmente sólo son recordados por un reducido número de films famosos, quedando en la sombra y sin revisar con atención el conjunto de su filmografía. Con semejante actitud, y a propósito de Hathaway, no es de extrañar que films como The Dark Corner (en la versión española: Envuelto en la sombra, 1946), hagan honor a su título.

Aun con la traza de serie B, la película seleccionada esta semana en Cinema Genovés es un trabajo muy notable que merece ser ponderada como merece. Característico policíaco, subgénero detective privado, cuenta con una cabecera de reparto muy efectivo y competente —Lucille Ball, Mark Stevens, Clifton Webb, William Bendix—, aunque la única estrella de la misma (la protagonista femenina) no sea habitual en este tipo de films. Los demás sí lo son, hasta el punto de Clifton Webb prácticamente calca en esta ocasión el papel llevado a cabo en el clásico Laura (1944), dirigido por Otto Preminger

Reconociendo, asimismo, su relevancia, no es tampoco este capítulo (elcasting) lo más valioso del film. Tampoco el argumento, ajustado al patrón del género y no menos alambicada que su coetánea El sueño eterno (The Big Sleep, 1946), realizada por Howard Hawks, si se me permite hacer un nuevo cotejo.

Bradford Galt (Mark Stevens) es un detective de poca monta que intenta sacar adelante una agencia, cuyo principal atractivo está sentado a la entrada de la oficina: su secretaria Kathleen Stewart (Lucille Ball). Durante el desarrollo de la trama principal, el protagonista recibe una llamada telefónica en relación con el caso, mientras atiende a dos clientes, madre e hija, que le plantean un rutinario asunto de pelea familiar, lo cual nos da cumplida noticia, en una secuencia breve y cruzada, de la categoría y escala profesional del despacho. Por si esto fuera poco, en el arranque de la historia no es el detective quien sigue al sospechoso sino el sospechoso quien le sigue a él. 

También le persigue a Galt un pasado oscuro desde el otro lado del país, en California, donde fue engañado por su colega de oficio en un turbio asunto, purgando su error con dos años de cárcel. Ahora, en Nueva York, tiene que volver a empezar, aunque el pasado vuelve a hacer acto de presencia(complicado con otros aditivos locales), como si él hubiese sido el culpable del embrollo y no la víctima. No estamos, pues, ante un héroe impoluto ni un detective ejemplar, lo cual no obsta para que la secretaria haya caído prendada por sus encantos masculinos y resuelva, finalmente, y con firme determinación, el enredo en que nuevamente se ha visto involucrado.

El detective Galt lleva trajes gastados y retocados con aguja e hilo, y su oficina, según observa con sarcasmo un oficial de policía que le sigue los pasos, disfruta de “buenas vistas”: las ventanas están a pocos metros de las vías del metro de superficie, cuyo rumor metálico y chirriante lleva sin interferencias hasta el interior del edificio. 

He aquí, por cierto, un elemento verdaderamente a destacar en el film: la banda sonora. Por dicho término entendemos no sólo la partitura original, sino los ruidos y las músicas que enriquecen la ambientación de la película. Hay un par de secuencias que tienen lugar en night clubs, en las cuales escuchamos memorables interpretaciones jazzísticas a cargo de muy estimables orquestas. En una de ellas, Kathleen no le pide al detective que descubra el nombre de la pieza interpretada, sino que repare en la calidad de la misma. Asimismo, las escenas de interior son amenizadas por canciones de moda, provenientes de la radio encendida en un rincón oscuro de la estancia, que no vemos mas sí escuchamos.

Con todo y en suma, todavía falta señalar el principal aliciente de la cinta: la magnífica fotografía que, junto a la diligente dirección a cargo de Hathaway, asegura una impecable y aun virtuosa sucesión de secuencias. El director de fotografía, Joseph MacDonald, y Hathaway se entienden a la perfección. Los juegos de luces y sombras, de transparencias y trasluces, de dobles imágenes merced al empleo de espejos, todo ello recrea con limpidez las oscuridades de un caso del cual sale, finalmente, bien librado (y mejor acompañado) el detective Galt, interpretado con no menos pulcritud por Mark Stevens, actor secundario fallecido en España en el año 1994. 

Un interesante policíaco muy recomendable.


ver sospechososcinefagos

Bradford Galt es un modesto detective que tiene una pequeña agencia de investigación, viviendo con pocos recursos e incluso durmiendo en el sofá de la oficina para evitar ir al apartamento que tiene alquilado donde debe alguna mensualidad. Un día recibe la visita del teniente de policía Reeves, quien nos permite conocer la existencia de un posible pasado turbio de nuestro protagonista, recordándole que debería haberle avisado si tenía pensado mudarse de ciudad. Galt solo desea poder tener una segunda oportunidad, volver a empezar, y llevar una vida honrada ejerciendo de detective, y así se lo hace saber a Reeves. Quién es Bradfold Galt realmente o que pasó en su pasado, son preguntas que nos asaltan desde ese momento. 

Como no podía ser de otra manera en una cinta de film noire, su sueño de llevar una vida «normal» se convierte en una tarea casi imposible para él como veremos a continuación. Una tarde tras terminar el trabajo de la oficina, invita a su joven y fiel secretaria Kathleen a salir a tomar algo e ir a pasar un buen rato a la feria, es allí cuando descubren que un hombre vestido con un traje blanco le está siguiendo. Galt se las ingenia para lograr atraerlo hasta su oficina donde le interroga y descubre lo que se temía, alguien le está pagando para seguir su pista, y resulta que no es otro que su ex-socio Anthony Jardine, despertando en él recuerdos muy desagradables de su pasado y una estancia por la cárcel que cumplió por su culpa. ¿Qué puede querer Jardine de él ahora? ¿Qué debe hacer a partir de ese momento? Poco a poco y sin darse cuenta Galt se verá envuelto en una historia plagada de traiciones, llena de engaños por todas partes y un plan que podría llevarle de nuevo entre rejas. El averiguar el por qué y quien está tras todo esto, implica jugar con fuego e ir al filo de la ley, y solo lo descubriréis si os lanzáis a verla, porque yo ya no voy a contaros nada mas.

 

Mi devoción por el género del cine negro es innegable, desde siempre me han atraído las historias de detectives o personajes atrapados en las tramas más truculentas que uno pueda imaginar, esa ambientación tan típica de los bajos fondos y las calles sucias de Nueva York u otra ciudad del estilo, de tugurios sórdidos donde se busca el chivatazo por parte del barman de turno, la presencia de la no menos típica femme fatale, esas gabardinas y los sombreros calados, matones y policías cumpliendo su particular rol, persecuciones de coches, o gimnasios de boxeo en los que se amañan peleas, y como no puede ser de otra manera, el investigador de pasado dudoso y jugando casi al límite de la ley, malviviendo en un cuchitril y bebiendo whisky en cantidades ingentes. Envuelto en la sombra es un claro ejemplo de este género, con la mayoría de sus elementos más característicos presentes a lo largo de su metraje y combinándolos de una forma inteligente y efectiva. 

Con un guión que inicialmente nos puede parecer sencillo pero que nos guarda una buena ración de pequeñas sorpresas que hacen que su visionado sea muy ameno y atractivo, consiguiendo que nos tenga durante 90 minutos atentos y sufriendo por el devenir del detective. 

La firme dirección de Henry Hathaway narrando con solidez y creciente interés a lo largo de los minutos, y la buena elección de los escenarios donde transcurre la acción logran transmitir ese ambiente sucio y decadente necesario para que nos creamos la turbia historia que nos están contando, en contraposición de otros que son su antítesis.
Las escenas en que se ven las sombras de los personajes a través de los cristales de la oficina de Galt están especialmente logradas creando una sensación de peligro y tensión tremendamente efectiva, así como la acertada fotografía en blanco y negro que tan bien transmite la realidad de estos ambientes.
La actuación de los actores es meritoria en todos los casos, me ha gustado especialmente Mark Stevensdando vida al torturado investigador Bradford Gal, logrando que empaticemos con él y sintamos como propios los problemas en los que se va sumergiendo. Otro que está fantástico y cuyo rostro cuaja a la perfección con su personaje es William Bendix en el papel de hombre de traje blanco que va tras los pasos de nuestro detective, chapeau para él y esa buena recreación de matón sin escrúpulos o a Lucille Ball como Katheleen, la secretaria, que también cumple con buena nota.
Lo dicho, una muy buena película para recrearse con el mejor cine de los años 40, un sólido guión, buena ambientación y una tensión del todo encomiables para disfrutar de cine de la mejor cosecha.


tomado de espinof

'Envuelto en la Sombra', un Hathaway menor

Hace poco os hablaba de uno de los films menores del gran Raoul Walsh. Hoy cambio de director, pero me sigo quedando entre los grandes, Henry Hathaway, que ya sólo por haber dirigido ‘Sueño de Amor Eterno’ ya merecería ese calificativo, pero es que la cosa no acaba ahí. Títulos como ‘El Beso de la Muerte’‘Yo Creo en Ti’ o ‘Los Cuatro Hijos de Katie Elder’, por citar sólo tres ejemplos, y bien distintos entre sí, son una clara muestra del buen hacer de este director. ‘Envuelto en la Sombra’ pertenece al género negro, en el que más se movió Hathaway, junto con el western, y es un film entretenido sin más que no figura entre los grandes logros de su carrera.

Su argumento gira en torno a un detective privado, que prácticamente vive en la ruina, que un día descubre que le están siguiendo. Tras acorralar al individuo que le sigue, averigua que ha sido por orden de un antiguo socio con el que ya no se lleva muy bien. Pronto desubrirá que nada es lo que parece, y se verá envuelto en un calculado plan de asesinato, del que puede salir mal parado.

Hathaway, una vez más hace gala de un perfecto dominio de la imagen, y sobre todo de una utilización ejemplar de la fotografía, la cual está al servicio de una historia de lo más entretenida, que a pesar de poseer ciertas sorpresas nunca termina de ser demasiado complicada. El espectador siempre está pendiente de lo que pasa, siendo éste su mayor logro. Lo que choca con algunas cosas algo forzadas, o mejor dicho, exageradas, y no me refiero a soluciones argumentales, sino a ciertos comportamientos por parte de los personajes, ciertas poses y actitudes. Dicho de otra manera, como si resultara demasiado artificioso.

En el campo interpretativo tenemos de todo, aunque realmente nada que sobresalga por encima del resto. Mark Stevens es el protagonista absoluto, y a mi juicio, es un craso error. Stevens, de quien ya os hablé en la crítica de la bastante superior ‘La Calle sin Nombre’, tiene el mismo defecto que en aquélla: no logra transmitir la angustia de su personaje, no logra conectar con el espectador, quien se harta bastante del actor que no es capaz de cambiar la cara en todo el metraje. A su lado, Lucille Ball (que por cierto debutó en el cine con ‘El Arrabal’) haciendo de la secretaria del detective privado, enamorada de él. El personaje no es gran cosa, y la actriz está simplemente correctita. Y como secundario, un actorazo de lujo: Clifton Webb, inolvidable Mr. Belvedere, aunque la grandísima interpretación por la que siempre será recordado es en la imprescindible ‘Laura’. El actor aquí convence bastante, y sin duda es el mejor del reparto, pero no llega a estar tan inolvidable como en otras ocasiones.

Una película correcta con la que pasar un rato muy ameno y punto. No hay que pedirle más. Eso sí, es el típico film que hoy día no podría hacerse, entre otras cosas porque no sería nada creíble, incluídas ciertas insinuaciones con respecto al personaje de Clifton Webb demasiado atrevidas para la época, y los que conozcáis algo de la vida de Webb sabréis a que me refiero. La película no está editada en dvd en nuestro país, pero sí en los USA, dentro de la colección de la Fox de Studio Classics, asi que me imagino que no tardará mucho.


Estoy acorralado en un rincón oscuro, y no sé quién me está golpeando, expresa con desesperación Galt (Mark Stevens), en una secuencia de la formidable Envuelto en la sombra (The dark corner, 1946). En ese momento, se siente muerto, sin aire, confinado en un callejón sin salida. Envuelto en las sombras, agitándose en un rincón oscuro en el que siente que las paredes se ciernen sobre él y cada vez le oprimen más. Han urdido una inextricable maraña alrededor de él, y no sabe siquiera quiénes ni por qué. Pensaba que la luz le enfocaba a él como objetivo, pensaba que el pasado resurgía para ajustar cuentas, pero ha descubierto que más bien se pretendía cegarle con la luz. Como el engañoso blanco del traje de aquel detective, Foss (William Bendix), que les perseguía en la feria a él y su secretaria, Kathleen (Lucille Ball). Con él están jugando al tiro al blanco, pero no como piensa. El espectador pronto sabrá que en la sombra hay quienes traman, manipulan y mueven sus piezas, mientras Galt, ignorante, forcejea en la oscuridad. Porque Galt es un mero peón en una retorcida trama. La realidad es un laberinto en que cada nuevo paso acrecienta la oscuridad. El perseguidor no era sino un señuelo. La amenaza no era sino la víctima.

Galt tiene dificultades para expresar sus emociones. Katleen ya lo ha advertido aunque lleve sólo siete meses trabajando para él. Hay algo huidizo, elusivo en Galt, como si cierto resentimiento frunciera su talante. Cuando golpea expeditivo a Foss, para arrancarle las palabras, el por qué de su seguimiento, parece que golpeara su pasado, como si su sospecha abofeteara a un espectro que surgiera de entonces. Y ese engañoso traje blanco se convierte en tela de una pantalla blanca en la que proyecta su confusión, porque el nombre de Jardine (Kurt Kreuger) enciende el proyector de una película inacabada, de un conflicto pendiente que ha quedado mordido en su lengua. Aunque Katleen, con esfuerzo, logra que se lo revele. Y es un pasado con olor a celda y traición, con un rastro de heridas que no ha encontrado su desague.

Pero Galt no sabe que hay quien se está aprovechando de esa herida para utilizarla a su conveniencia, precisamente como pintura que disimule cómo intenta cerrar la propia herida presente, una fuga para la que ha encontrado un arreglo de fontanería, el asesinato del amante de su esposa usando a otro como chivo expiatorio. El autor de tal retorcida urdimbre es Cathcart (Clifton Webb). Y aquí entra en juego otra pintura que tiene que ver con sublimaciones. Webb interpretó a Waldo Lydecker en Laura (1994), de Otto Preminger, en cuyo guión también participaba Jay Dratler. En la obra de Preminger el cuadro de Laura era el emblema y pantalla de unas sublimaciones. En Envuelto en la sombra, Cathcart explica a unos invitados, ante una pintura, cómo se enamoró de su esposa, Mari (Cathy Downs), porque parecía la réplica de la mujer del cuadro. Sus facciones parecían las mismas. Había encontrado en la realidad la encarnación de una imagen, de una idea. La representación de lo sublime se había hecho cuerpo. Pero la realidad se había deteriorado. En la pantalla de la vida las fisuras y rayas emborronaban ya la imagen, o la visión, o quizás está se había quitado las legañas. Quizás la luz del foco también le había cegado.

De nuevo, como en Laura, hay quien no puede aceptar que quien se ha sublimado, no sólo sea de otro, sino que se revele irrevocablemente como alguien vulgar. No puede ser sino en ese espacio, la cámara acorazada donde guardaba su tesoro, ese cuadro representación de lo excelso (fuera de este mundo), donde la realidad derribe, abata, a quien no había aceptado que no se puede recluir a los otros, a quien se ama, en una cámara acorazada. Galt, en cambio, tras recorrer un oscuro laberinto en el que se ha sentido muerto, ciego tanteando la oscuridad, ha renacido, desprendido de las cámaras acorazadas con las que se mordía y comprimía las emociones (con manchas y garfios del pasado), ahora ya abrazado a quien supo tejer el hilo para que no se perdiera en la oscuridad, y prosiguiera su búsqueda hasta encontrar la luz que quiso cegarle.


 
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