Manos peligrosas

Título en castellano Manos peligrosas
Titulo original Pickup on south street
Año de filmación 1953
Duración 80 minutos
Pais Estados Unidos
Director Samuel Fuller
Guion Samuel Fuller (Historia: Dwight Taylor)
Música Leigh Harline
Dirección de fotografia Joseph MacDonald (B&N)
Repart
Productora 20th Century Fox
Sinopsis Skip McCoy (Richard Widmark), un ratero de poca monta, atraca a una mujer llamada Candy (Jean Peters) y se apodera de un valioso microfilm que contiene secretos de estado. Pero Candy estaba bajo la vigilancia de agentes del gobierno, por lo que Skip se convertirá en sospechoso de espionaje…
Premios 1953: Nominada al Oscar: Mejor actriz de reparto (Thelma Ritter)
Subgénero/Temática  Robos y atracos, Espionaje, Microfilm

 

tomado de filmaffinity

Una de las pocas películas de Fuller financiada por un Estudio (Fox). Escrita y dirigida por el autor, se rodó en NYC en 20 días con un bajo presupuesto. Obtuvo dos nominaciones: al Oscar a la mejor actriz secundaria (Thelma Ritter) y al León de oro del Festival de Venecia.

La acción tiene lugar en NYC en 1953. Narra la historia de un gángster de poca monta, Skip McCoy (Richard Widmark), condenado tres veces por robo, en libertad desde hace pocos días, que en el metro roba la cartera del bolso de Candy (Jean Peters), correo de su antiguo novio Joey (Richard Kiley). La cartera robada contiene un microfilm con información secreta sustraída por agentes de la URSS. La película se mueve en ambientes sombríos y subterráneos: metro, vivienda de madera suspendida sobre el mar, apartamento de Joey, etc. Habla de asesinatos, ladrones, espías, agentes del FBI y, sobre todo, de la Guerra Fría que enfrentó a EEUU y a la URSS, las dos mayores potencias del mundo, entre la finalización de la II GM y la disolución de la URSS en 1990. La acción se enmarca en el contexto de esta guerra, cuyos mayores exponentes fueron la carrera armamentista convencional y nuclear y las acciones de espionaje y contraespionaje. El robo de la cartera de Candy, que realiza un último favor a su antiguo novio, espía a favor de la URSS, circustancia que ella ignora, provoca un incidente en el que intervienen espías soviéticos y agentes del FBI contra un ratero movido por pretensiones económicas e indiferente a las apelaciones al patriotismo. La película habla con elocuencia de la violencia criminal como parte integrante de la sociedad y de amor sincero, inspirador de acciones generosas. 

La música aporta una contribución decisiva a la creación del clima de tensión en el que tiene lugar la acción. La fotografía es espléndida. Incluye tomas largas, un constante movimiento de la cámara, escenarios de espacios limitados, primerísimos planos expresivos de los sentimientos de los protagonistas. La escena inicial, del robo en el metro, está narrada de modo soberbio. Las interpretaciones de Widmark, Peters y Thelma Ritter son espléndidas. El guión está elaborado con un agudo sentido de la síntesis y la elipsis y se basa en una hisotira de Dwight Taylor. La dirección crea una obra emocionante, vibrante e intensa, que en su momento obtuvo gran éxito de púbico y de crítica.

Film negro clásico, situado en un momento histórico superado. Es la obra más accesible y más comercial del autor y, a la vez, una de las mejores películas del cine negro norteamericano de los años 50 del siglo pasado.


Una de las primeras películas de Fuller, así como una primeriza incursión del mismo en el cine negro, género al que insuflaría nueva vitalidad. Sin duda una de sus más conocidas y afamadas películas, aunque, a mi entender, siendo bastante notable no llega al nivel de «Shock corridor», «Forty guns» o «The naked kiss», por ejemplo. 

Narra la historia del «inocente» robo de un microfilm que contiene una fórmula química y del revuelo que se monta al ser robado. Skip McCoy, ratero encerrado ya tres veces (en algunos estados a la cuarta cae la perpetua), roba sin querer dicho microfilm (lo único que pretendía era un simple hurto más a una señorita) y se encuentra siendo, de repente, el centro de todas las miradas. Acaba de desbaratar dos importantes operaciones, la venta de la formulita a unos comunistas y, a su vez, el intento de detención, por parte del FBI, de los responsables del robo e intento de venta de la misma. 

Este es el trepidante argumento de esta tensa y violenta, muy violenta (que no sangrienta), película. El guión, del propio Fuller y D. Taylor, es simple pero eficaz, con una intensa trama que, a su vez, otorga complejidad a los personajes, que vemos evolucionar claramente durante el transcurso del metraje. Así asistimos tanto al enamoramiento de Candy, la chica robada, hacia Skip, como al cambio de postura de McCoy, al que vemos al principio pasota y al que parece importarle bien poco lo que le rodea, para después involucrarse y tomar partido para evitar un mal mayor que su propia detención. Claro mensaje anticomunista el de esta cinta, de un director no precisamente sospechoso de serlo (Cosas de la época, no hay que olvidar que McCarty y compañía estaban en pleno apogeo). De hecho el mensaje de la película se podría resumir en una frase de la misma «Una cosa es ser un ratero y otra ser un traidor».

Fuller imprime fuerza y tensión a la película alcanzando momentos casi memorables, apoyado por la fotografía y la música. La secuencia inicial en el metro es el ejemplo más notable, pero, en general, la primera media hora es brutal. Luego decae un poco, a la que se descubre el entramado comunista y parece que la trama en sí no avanza demasiado y se edulcora, para en los momentos finales volver a subir en su violento final (Durante todo el metraje no paran de darse hostias, pero verdaderas hostias, a hombres y a mujeres, pero sobretodo en los últimos minutos; incluso se llega a sufrir por los actores). Irregular, pero inspirada, destaca la actuación de Thelma Ritter en el papel de la «adorable» Moe Williams.


Probablemente Samuel Fuller sea más conocido por westerns como Yuma (con Sara Montiel) o films bélicos como Uno Rojo División de Choque. Y es igualmente probable que a muchos de ustedes les pase lo mismo que me sucedió a mi, que Manos Peligrosas ha confirmado aquello de que la vida (en este caso el cine) sigue dando sorpresas, especialmente a eternos aprendices de brujerías cinéfilas como es mi caso.

La película es la resultante de distintos elementos a cual más interesante. Por un lado está el guión del propio Fuller muy bien construido, respetuoso con eso del planteamiento, nudo y desenlace, y sobre todo, claro e inteligible, lo cual es de agradecer. Por otra parte, la fotografía de Joe McDonald, excelente en su conjunto y con algunos primeros planos de Jean Peters absolutamente seductores, así como la música que integra al espectador en la city neoyorkina, metropolitano incluido.

Y sobre todos estos elementos que conforman una gran obra encuadrable en el género del cine negro (rama política, eso si), a destacar el trabajo de los actores: Richard Widmark (de los mejores de la fila dos), Jean Peters (pura sensualidad) y sobre todo Thelma Ritter en una de esas interpretaciones que hacen historia y por la que optó a la estatuilla a la mejor actriz secundaria. Maravillosa Thelma que nos deja a todos absolutamente boquiabiertos. “No tengo nada contra los comunistas. Unicamente, me desagradan” “Soy una mujer cansada…”

Es cierto que podríamos ponerle algun pero. El anticomunismo exacerbado en ese entorno de la senatorial caza de brujas o esa relación sentimental Widmark-Peters, tan rápida como conveniente para la taquilla. Esto es cine. Y el cine tiene sus propias normas y reglas del juego. Pero eso no es una deshonra del film sino todo lo contrario un acierto muy profesional de Samuel Fuller.


tomado de pinceladasdecine

Pickup on South Street fue la sexta película del genial Samuel Fuller, en la que escribe el guión sobre una historia de Dwight Taylor y dirige, una de las pocas obras que realizó bajo el auspicio de un gran estudio, aunque no por ello con un gran presupuesto. Con una soberbia fotografía de Joe MacDonald, la acertada música de Leigh Harline y el protagonismo de Richard Widmark, perfectamente acompañado por Jean Peters y Thelma Ritter, estamos ante una de las obras mas comerciales quizás del director, aunque no por ello deja de ser de lo mejor del género de su década. Una delicia para los sentidos.

 

Manos, Pickup, Fuller


Sinopsis: Skip McCoy (Richard Widmark) es un carterista de poca monta que acaba de salir de prisión, por lo que utiliza un viaje en metro para robarle hábilmente la cartera a la señorita Candy (Jean Peters), sin que ella consiga darse cuenta. Pero quien si presencia la escena es el agente Zara (Willis Bouchey), quien estaba siguiendo a la mujer como sospechosa de cooperar con agentes comunistas. Sin saberlo, ella llevaba un microfilm que su antiguo novio Joey (Richard Kiley) le había entregado, siendo parte del botín que Skip ahora posee, algo que puede resultar mucho mas peligroso que el simple robo de una cartera.

La película: Entre la amplia filmografía de Samuel Fuller, en la que le dio tiempo a abordar diferentes géneros, como el western, el drama, el cine bélico, el thriller, etc., este nos dejó varias películas de cine negro, de las que yo destaco dos, Bajos fondos (Underworld U.S.A.), un excelente largometraje de 1961 del que os hablamos en este artículo y esta Manos peligrosas, un trabajo realizado ocho antes años que el anterior con mucha menor fama entre los aficionados, pero que para mi nada tiene que envidiarle al anteriormente mencionado.

La historia de este trabajo es bastante rocambolesca, ya que en un principio se trataba de un guion ya escrito de Dwight Taylor que llevaba por título Blaze of Glory, que Darryl F. Zanuck (productor y director ejecutivo de la 20th Century Fox) enseñó a Fuller, al que le gustó bastante, pero no el hecho de que se desarrollara en el ámbito judicial, por lo que lo reescribió para ambientarlo en el mundo de los bajos fondos. Pero lejos de terminar aquí su historia, este tuvo que ser retocado en varia ocasiones por la censura impuesta con el código Hays, que lo acusaba de excesiva brutalidad y violencia.

 

Manos, Pickup, Fuller


Fuller, lejos de impacientarse, volvió a demostrar que lo mas importante para realizar una buena película es disponer de un buen guión, algo de lo que no queda ninguna duda tras disfrutarla. Su ritmo es excelente, sus personajes magníficamente desarrollados, su trama totalmente absorbente, y todo ello a pesar del gran número de trabas que se tuvieron que superar para poder llevarlo a buen puerto. De hecho, incluso el entonces director del FBI, J. Edgar Hoover, llegó a mencionar a Fuller y Zanuck lo poco que le gustaba ciertas cosas de la película, como el carácter anti-patriótico del personaje de Richard Widmark o el hecho de mostrar en pantalla el pago por información a un confidente, aunque finalmente solo le valió para eliminar cualquier mención al FBI en la publicidad y en la propia película.

Si algo hay que hace que la película no llegue a cotas mas altas, es la excesiva carga política que en ella se introduce casi con calzador. Hay que tener en cuenta que por aquellos entonces la lucha USA-URSS se encontraba en uno de sus puntos álgidos, algo que con el paso del tiempo no ha ayudado precisamente a la película, ya que contra mas joven es el aficionado que la disfruta, menor es su entendimiento ante tal obcecación. Curiosamente, en la versión francesa de la película, titulada Le Port de la Drogue, fue eliminada toda alusión al comunismo haciendo ver que la trama giraba en torno a un asunto de drogas, debido a la importancia del Partido Comunista en el país vecino en la época de su estreno. Sería realmente curioso poder visualizarla así.

Hay que destacar la maravillosa fotografía de Joe McDonald (¡Viva Zapata!, Cómo casarse con un millonario, Niágara, El Yang-Tsé en llamas), que imprime a la obra una gran personalidad, teniendo que trabajar en gran parte del metraje en lugares pequeños y de escasa visibilidad, algo que la hace relucir mas si cabe. También hay que valorar el peso de la banda sonora de Leigh Harline (Nocturno, El solterón y la menor, Me siento rejuvenecer, Las ratas del desierto), muy adecuada y bien utilizada en el film. Como curiosidad comentar que, a pesar de que la acción transcurre íntegramente en Nueva York, la película fue rodada en Los Ángeles por cuestiones de producción, lo que obligó a un enorme trabajo con los decorados, además de la utilización de multitud de trucos de iluminación y cámara.

 

Manos, Pickup, Fuller


En el reparto destaca el incombustible Richard Widmark, que da vida de forma brillante al delincuente de poca monta Skip McCoy, el centro de atención tras la involuntaria sustracción del ansiado microfilm sobre el que gira toda la historia. Para el papel de Candy, la primera opción no fue ni mucho menos la definitiva, ya que se pensó para el en nombres tan ilustres como Jean Peters (desechada por el director), Marilyn Monroe (entonces ocupada en el rodaje de Los caballeros las prefieren rubias), Shelley WintersAva Gardner (demasiado glamourosa para el papel para el gusto de Fuller) o Betty Grable (que exigía un número de baile en el film). Curiosamente fue la peculiar manera de andar de Jean Peters, la que llamó la atención del realizador, que la escogió para el papel en el último momento. Su trabajo raya a buen nivel, aunque sin excesivos alardes. La que brilla con luz propia es Thelma Ritter, que interpreta a la entrañable confidente Moe de forma magistral, papel que le valió para obtener su cuarta nominación consecutiva al Oscar como mejor actriz secundaria, tras Eva al desnudoCasado y con dos suegras y Con una canción en mi corazón.

Conclusión: Manos peligrosas supone una de las escasas incursiones en el cine negro de un Samuel Fuller, mas recordado por sus westerns o sus películas bélicas. Se trata de un trabajo muy recomendable, con un excelente guión escrito por el propio realizador, que combina a la perfección noir, cine de espías y thriller, con unos personajes perfectamente desarrollados y en constante evolución, además de una factura y unas interpretaciones de gran mérito. Los escasos peros que se le pueden poner, vienen del exceso político y quizás, de la relación amorosa de sus principales personajes, pero son solo pequeños detalles que no deben evitar disfrutar de una película realmente sobresaliente. Disfrútenla y luego me cuentan.


 

tomado de lasmejorespeliculasdelahistoriadelcine

A raíz del conflicto de La Guerra fría surgirían en la industria hollywoodense una serie de títulos que de una manera u otro tocarían el tema del comunismo y el enfrentamiento que mantuvieron los norteamericanos con la URSS (siempre tratando a los «rojos» como los malos de la función), entre esos títulos cabe destacar esta maravillosa obra de cine negro dirigida por Sam Fuller (autor de la controvertida «Casco de acero (1951)«). El film que también fue escrito por el propio Sam Fuller(apoyándose en una historia de Dwight Taylor), nos narraría las vivencias de Skip McCoy, un ladrón de poca monta que se metería en un lío de enormes dimensiones después de robar dentro de un metro la cartera de una joven, y es que en ella se escondía un microfilm de gran valor para un grupo de comunistas. Samuel Fuller, fuente de inspiración para directores actuales de la talla de Martin Scorsese y Quentin Tarantino, impregnaría a la obra de un ritmo vertiginoso y visceral al mismo tiempo de mostrarnos secuencias de una violencia muy poco común en el cine que se realizaba por aquellos años. Entre esas escenas resaltaría las del maltrato físico que sufre el personaje femenino principal, sorprende ver los numerosos tortazos, puñetazos y  el balazo que sufre Candy (personaje interpretado por la bella Jean Peters, actriz que también veríamos ese mismo año compartiendo cartel con Marilyn Monroe en la intrigante «Niágara (1953)«) durante el trascurso de la historia. La obra, invadida de personajes inmorales y sin ningún tipo de escrúpulos a la hora de conseguir sus objetivos, estaría protagonizada por Richard Widmark («Dos cabalgan juntos (1961)«), uno de esos míticos actores recordados por encarnar a tipos duros y que en esta ocasión nos deleitaría poniéndose en la piel de Skip McCoy, un antihéroe lleno de carisma pero que por momentos nos produciría cierta antipatía por su excesiva actitud chulesca.

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Cabe resaltar el gran trabajo de Thelma Ritter («Eva al desnudo (1950)«) con su papel de Moe Williams, una mujer que vende todo tipo de información ( y alguna que otra corbata) con el fin de reunir el máximo dinero posible y tener en el día de su muerte un entierro decente, sin lugar a dudas una magnifica interpretación que le supuso la cuarta nominación a los Óscar de los seis obtuvo (sin ganar ninguno) durante toda su carrera cinematográfica. Ésta sería participe de uno de las momentos más memorables y a la vez duros del film, la de su muerte, donde después de pronunciar un monólogo de tono existencialista es asesinada por un disparo en la cabeza por el villano en cuestión (el comunista Joy), una secuencia donde el realizador culminaría dirigiendo la cámara hacia un gramófono y con el sonido del disparo de fondo. La obra tuvo una versión modernizada a finales de los sesenta, cambiando el tema comunista ruso por el comunismo sudafricano, dicha película se tituló «Intriga en la ciudad del cabo (1967)» y fue protagoniza por James Brolin, Jacqueline Bisset y con «la reina del cine negro» Claire Trevor («Cayo largo (1948)«) en su penúltimo papel para la gran pantalla. Como curiosidad, la película se realizaría en apenas 20 días de rodaje.

Frase para recordar: «A veces se busca petróleo y surge un surtidor».

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tomado de lafilmotecadesantjoan

“Una película es como un campo de batalla, hay amor, odio, acción, violencia y muerte. En una palabra: emoción”.
Samuel Fuller en la película de Jean-Luc Godard “Pierrot El Loco” (1965).
“La vida es en color, pero resulta más realista en blanco y negro”.
Samuel Fuller en “El estado de las cosas” (1982) de Wim Wenders.


      Samuel Fuller, el director americano del sempiterno puro en la boca. Su experiencia laboral como periodista de sucesos y escritor de noveluchas de bolsillo le sirvió para escribir algunos guiones e infiltrarse en el mundo del celuloide. Patriota hasta la médula marchó a la II GM a enfrentarse a los enemigos de EE.UU. Sus vivencias en las trincheras las consiguió reflejar con éxito en sus películas, a destacar Uno rojo, división de choque (1980). Su carrera estuvo llena de altibajos, según el apoyo que recibiera o no de los estudios, teniendo que manejarse siempre con presupuestos modestos y exprimiendo al máximo cada centavo que le otorgaban. En la serie B tuvo que forjarse un camino y lo consiguió, ya fuera con una atípica película del oeste como Balas Vengadoras (1949), filmes bélicos ambientados en Corea, Casco de acero, A bayoneta calada (las dos de 1951), o un homenaje a los inicios del periodismo en Park Row (1952). Sin olvidarme de El Barón de Arizona (1951) un film de estafadores que se mezcla con el cine histórico y el western.

Nunca le incomodó tratar temas como el de las relaciones interraciales, la locura, la prostitución, la pedofilia, o el racismo… muchas veces escupiendo a los espectadores y productores realidades de una forma de vida que miraba hacia otro lado. Fue esta rebeldía la que lo alejó del conservadurismo que las productoras buscaban.
 
Cartelería promocional de «Pickup on South Street» en Europa.


Con Manos Peligrosas (1953), su 6ª película, y con el apoyo de un gran estudio (la 20th Century Fox), se adentró por primera vez en el cine noir. Su trabajo de cronista de sucesos le hizo perfecto conocedor del mundillo del hampa y sus escenarios. Él como nadie conocía la naturaleza del hombre y la violencia con la que se aferraba a la supervivencia. También tenía sus ideas de cómo reflejar esa violencia en la pantalla, dura y rápidamente, sin concesiones ni cámaras lentas, mediante una acción súbita y sin preámbulos, como en la vida real.
Además de Manos peligrosas rodó las siguientes películas de cine negro: La casa de bambú (1955), El kimono rojo (1959), Bajos fondos (1961), Una luz en el hampa (1964) y, porqué no decirlo, Corredor sin retorno (1963) que contiene muchas de las características que convierten al cine negro en lo que es (voz en off, mujer fatal, protagonista en busca de la verdad, final fatalista, ambientes opresivos, fotografía con claroscuros…)

Fuller se desenvolvió con frescura en este género, llevándolo a su campo e innovando todo lo que pudo. Para empezar fue de las primeras veces en que los personajes eran todos unos parias, unos seres despreciables que actuaban siempre por interés propio. La tripleta protagonista la forman un carterista de poca monta, Skip McKoy protagonizado por Richard Widmark (en Sudamérica la película se titula “El Rata” en honor a él), una mujer veleta que hace lo que le piden por un poco de dinero, Jean Peters (1) en el papel de la sensual Candy y una confidente/chivata, Moe-Thelma Ritter, a la que mueve el único deseo de tener un lugar digno donde ser enterrada después de morir. Los tres son personajes individualistas, cada uno actúa en su propio beneficio, pero siempre movidos por sentimientos como el amor, la culpa o la venganza. Ni siquiera el agente que trabaja para los comunistas parece hacerlo por un interés ideológico, simplemente es un ratero más que se busca la vida donde puede y que visto en una difícil situación actúa para sobrevivir.

Pese a que Fuller estaba fuera de sospecha en la caza de brujas del macarthismo y que la película trataba a los comunistas como a los malos malísimos, Edgar G. Hoover (director del FBI) no quedó del todo satisfecho. Criticó la moralidad ambigua del protagonista y la no cooperación con los agentes de la ley. Era 1953, en plena Guerra Fría, el cine de propaganda estaba a la orden del día y la más tontorrona de la comedías románticas era examinada bajo lupa en busca de contenidos comunistas subversivos. Aunque la naturaleza egoísta del carterista se conservó, hubo que retocar ciertas frases del guión original por orden de los censores. La más famosa de ellas es cuando un agente de la brigada anticomunista le advierte que de no cooperar sería tan culpable como él que le dio a Stalin la bomba A, a lo que el deslenguado de Skip McKoy contestaba “¡No agite la condenada bandera en mis narices!”. Esta última frase se tuvo que cambiar por la sarcástica de “¿está agitando una bandera?” en versión original, o en su más esclarecedora traducción al castellano “¿ondean una banderita para camelarme?Está claro que nadie podía decir de la bandera que fuese “condenada” y menos que se tratase con tanto desdén a los agentes de la ley. La frase se cambió sin problemas, pero se dejó muestra de los límites por los que Fuller pisaba. Mucho se le critica en la actualidad esa imparcialidad política, ese odio en contra del comunismo, pero el excelente guión no se hubiese visto afectado ni un ápice si en lugar de un microfilm con fórmula matemática dirigida al enemigo rojo hubiera sido sustituido por las joyas de un atraco o el cargamento de droga perteneciente al mafioso de turno.

La grandeza del film es debida a la poderosa dirección de Fuller, cimentada en una acción repentina repleta de violencia, la cámara sigue a los personajes en su deambular por la pantalla acercándose a reflejar sus rostros en primeros planos que hablan sin palabras mediante juegos de miradas o exprimiendo al máximo los gestos y diálogos de los actores. La fabulosa fotografía retrata a los personajes y lugares neoyorkinos de manera sórdida, en especial los muelles, el metro y los apartamentos. Como es costumbre en la filmografía del director, el comienzo de la película nos catapulta a la historia sin frenos y Manos Peligrosas no es la excepción. Baste disfrutar de la primera escena en el metro y la estación (menos de 4 minutos) en la que mediante diversos primeros planos se nos presenta a la pareja principal sin que tengan que abrir la boca, digna del cine mudo.

 

Jean Peters, Richard Widmark y Thelma Ritter.
Samuel Fuller y su maestro uso del primer plano.


Igual de importante fue la labor de los actores. Fuller nunca tuvo a sus órdenes a intérpretes de primera fila, salvo quizá en esta película con Richard Widmark, aunque reconozcamos que jamás fue un primerísimo cabeza de cartel, y a Barbara Stanwyck en 40 pistolas (1957), pero su trío actoral realiza unas actuaciones eficientes. Sobresale Widmark que ya contaba en sus haberes la participación en grandes películas del cine negro como El beso de la muerte de Henry Hathaway (1947), Pánico en las calles de Elia Kazan o Noche en la ciudad de Jules Dassin (ambas de 1950). La actriz Thelma Ritter con su participación en Manos Peligrosas consiguió su 4ª nominación a los Oscar como actriz de reparto ¡por 4º año consecutivo!. Ella participa en el que tal vez sea el diálogo más significativo del guión:

-“Ni siquiera un funeral lujoso vale la pena si tengo que tratar con basura como usted, y sé lo que usted quiere”.-“¿Qué sabe?”-“Que son comunistas y que buscan un film que no les pertenece.”-“Se está metiendo en la tumba antes de tiempo. ¿Qué más sabe?”-“¿De los comunistas? Nada. Se una cosa: no me gustan.” (en castellano lo tradujeron por “los aborrezco”).
 
Siempre será recordada por sus papeles en Eva al desnudo de Joseph L. Mankiewicz (1950), La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock (1954) o El hombre de Alcatraz de John Frankenheimer (1962) entre otras.
 
Samuel Fuller en la película de Jean-Luc Godard “Pierrot El Loco» (1965) a la izquierda,
y en “El estado de las cosas” (1982) de Wim Wenders a la derecha.

El director, junto a Nicholas Ray, Robert Aldrich y otros fue encumbrado a los altares por los cineastas europeos, sobretodo franceses que empezaban con la Nouvelle Vague y a los que atraía la idea del “autor absoluto”, el “Written, directed and produced by Samuel Fuller” que encabezaba la mayoría de sus películas hacía las delicias de los Godard, Chabrol, Jean-Pierre Melville (rey absoluto del cine negro francés o simplemente “polar francés”) o Truffaut. Al final de su carrera y ya en pleno declive tuvo que emigrar a Europa para rodar sus dos últimas películas, así como participar como actor en los rodajes de sus autoproclamados discípulos. El alemán Wim Wenders lo utilizó en tres películas, destacando la proyectada por la filmoteca en su ciclo“Nuevo Cine Alemán”con El amigo americano(1977) y El estado de las cosas (1982) en la que interpretaba a un director de fotografía en un rodaje abandonado a la deriva por el productor. También los hermanos finlandeses Kaurismäki, Mika y Aki, se sirvieron de él. Mika incluso rodó un documental llamado Tigrero: la película que no se llegó a hacer(1997) en el que Fuller, junto al director Jim Jarmush, es el gran protagonista. Por otro lado la joven generación de cineastas americanos de los 70 encabezados por los Scorsese (2), Coppola, Lucas, Spielberg y demás, creándose una base de influencias no dudaban en recuperar para el gran público a directores maltratados u olvidados. No es la primera vez que los citamos cuando hemos hablado en la Filmoteca de Akira Kurosawa, Michael Powell y como no Samuel Fuller.


«Manos Peligrosas» – 1953 – Samuel Fuller

 
Hasta el último momento no estuvo claro quién sería la actriz que protagonizaría «Manos peligrosas» («El rata» en Argentina) y se desecharon para este rol a Marilyn Monroe, que ese año ya había mostrado sus dotes como mujer fatal en «Niagara», tampoco obtuvo el placet Ava Garner que si bien fue una mala malísima en el rol de Kitty Collins en «Forajidos», aquí parecía demasiado glamourosa para un rol en los bajos fondos que exigía una mujer un poco menos sofisticada; tampoco tuvieron suerte Shelley Winters o Betty Grable,  de hecho incluso Jean Peters, la que finalmente fue elegida para el papel, fue en un principio tachada de la lista. 
 
Solo cuando Fuller la vió andar por el estudio, poco antes de que empezara la producción, reparó que tenía una forma de moverse que le recordaba mucho a como andaban muchas prostitutas. Esa singular cadencia de su «tren inferior» le valió uno de los mejores papeles de su vida y de hecho Fuller no olvida esta inspiración divina en algunas de las secuencias del film, entalladita en su traje blanco a juego con zapatos y bolso, caminando resueltamente por la calle. Queda por saber qué opinaba Jean Peters de este curioso método de casting para el que tuvo que utilizar bien poco sus recursos actorales.
 
Anécdotas aparte, no hay duda de que «Manos peligrosas» (1953) es una de las mejores películas de la historia del cine negro, pero también es cierto que es difícil entender el exacerbado anticomunismo que destila si no reparamos en el momento histórico en el que fue realizada.  Al comenzar los años cincuenta, los rusos hacen pruebas con sus primeras armas nucleares, haciéndoles ver a los norteamericanos que son un enemigo poderoso con los dientes bien afilados,  que además podría aliarse fácilmente con China en donde acababa de triunfar el comunismo. Hitler había pasado a la historia y para los americanitos el nuevo Satanás vestía de rojo y tenía una hoz y un martillo en la mano. Los traidores a la patria estaban de moda y en el mismo año de la película, 1953, serían ejecutados Julius y Ethel Rosenberg acusados de espionaje. Era el caldo de cultivo ideal para el Macarthismo y la caza de brujas que por aquellos años vivía su época dorada en Hollywod.  «Manos peligrosas» es de 1953 y en ella se recoge toda esta inquietud ante el ascendente poderío de los «rojos», además de mezclarlo con la inquietud que provocaba la delincuencia que parecía adueñarse de las calles de las grandes ciudades. 
 
 
Samuel Fuller se vale de un guión sensacional, obra de él mismo, para que toda esta propaganda política sea digerible y disculpable y quede milagrosamente bien engarzada en una obra de arte incontestable. De hecho se logra tal grado de excelencia en la historia que consigue que creamos a un personaje como Moe, a la que da vida Thelma Ritter, capaz de delatar sin un atisbo de duda a un buen amigo por unos cuantos dólares para pagarse una tumba digna en la que descansen sus huesos, pero que es incapaz de traicionar a su país por varios cientos e incluso acepta morir y enfrentarse a su mayor miedo, que sus huesos descansen en una fosa común, antes que ayudar a los enemigos de su país. Ella misma es la que dice: «Una cosa es ser un ratero y otra ser un traidor».  
 
La película,  financiada por la Fox,  se rodó con un presupuesto más que corto y en apenas 20 días,  a Fuller parece que no le hicieron falta más para rodar carta de nacimiento a la que a buen seguro es su mejor obra. Como dice José Luis Garci en su libro «Noir»:  «Fuller  te agarra de la solapa cuando el proyector se pone en marcha y ya no te suelta hasta el The End. Cree tanto en lo que está contando, que te hipnotiza y te deja sin capacidad de reacción, seas de la ideología que seas. Fuller es cine, mejor o peor, pero cine».  Y en este caso añado yo, cine del mejor.
 
 
Thelma Ritter es el gran motor de la película, una secundaria de lujo, (estuvo nominada en seis ocasiones y en ninguna le dieron el Oscar) y es ella la que protagoniza las mejores escenas de la película, aparte claro está, de la del robo en el metro con la Peters y el Widmark, que es sencillamente espectacular. 
Probablemente este rol como Moe Williams, se la mejor actuación de la gran Thelma Ritter, una singular vendedora callejera de corbatas baratas, que sabe la vida y milagro de todos los buscavidas de la ciudad, información que bien remunerada puede estar a disposición de quien le subvencione convenientemente una parte de esa tumba que ansía para sí misma. Y es que Thelma no los vende por vicio o amor al dinero, al contrario, guarda con mimo un pequeño fajo de dólares, con el que espera pagarse una buena tumba que le haga olvidar las estrecheces que tuvo que soportar para poder pagarla. Curiosamente sus amigos, los delatados, no se lo reprochan excesivamente, y la estiman, saben que es su manera de sobrevivir y que ese pequeño soplo solo adelanta un poco de tiempo el hecho de que los atrapen. ¡C’est la vie!
 
 
La protagonista de la película es la piratilla de Jean Peters, la actriz que consiguió llevar al altar a todo un conquistador como Howard Hughes y además mantenerlo a su lado durante 14 años. Aquí da vida a una fierecilla vestida de un blanco radiante y que ese mismo año había adoptado el rol de buena chica en Niagara.  En  «Manos peligrosas» su personaje se llama Candy, pero no se equivoquen, esta lady no tiene nada de candida, es la cruz de aquella de las cataratas. Esta  sabe muy bien  lo que tiene que hacer para conseguir lo que quiere  y de hecho no le importa besar apasionadamente a un raterillo de poca monta como Skip McCoy (Richard Widmark) segundos después de que este le propinara un puñetazo que en un ring le podría haber dado un campeonato.  Y es que Widmark, el carterista, que lía todo este embrollo robando unos microfilms con información sensible, cuando pensaba que tan solo había robado una cartera más, es como en otras de sus películas (recordemos «El beso de la muerte») un ser brutal, que en un momento de la trama le da una soberana paliza a la Peter. De hecho el guión tuvo serios problemas para pasar la censura por lo extremada violencia con la que se trata a Candy, de hecho resultó preciso retocar las escenas más duras hasta hacerlas masticables por el Código Hays. Pero violento o no, Richard Widmark sabe, una vez más hacer creíble y rotundo a su personaje y atraparnos con su forma de hacer y actuar. Curiosamente tanto la Peters como Widmark acabarán impidiendo que la información llegue a manos del enemigo, pero no por amor a su país, sino por amor del uno por el otro. Solo de una manera difusa, Moe, el personaje al que da vida Thelma Ritter, parece hacerlo en aquel sentido. Al menos eso se desprende de esa sensacional escena en la que se encuentra, esperándola, al traidor en su casa:
 
 
Moe – ¡Qué desea usted señor?
Traidor – El nombre y dirección que dio usted de un ratero esta noche…  Ahí van 100 para que recuerde…
Moe – Tiene mucho interés…
Traidor – 500…
Moe – ¿De qué está hecho ese tipo de diamantes?
Traidor – ¡Dígame su dirección!
Moe – Tal vez recuerde dentro de un par de días
Traidor – Tal vez no esté usted aquí dentro de un par de días…
Moe – ¿Es que me amenaza usted con matarme?  Hago preguntas tontas…   soy una estúpida.
Traidor – ¿Por qué no quiere decírmelo a mi? ¡Usted vendería a cualquiera por un botón!
Moe – Si. Pero no a usted señor. 
Traidor – ¡Oiga no puedo perder tiempo!
Moe – ¿Usted no puede perder tiempo? Oiga señor, cuando usted ha venido esta noche ha encontrado a una mujer sola… cansada, acabada.  Eso le puede pasar a todo el mundo. A usted le pasará algún día… en mi influye todo. Mi espalda, las jaquecas… no duermo por las noches. Es difícil levantarse por las mañanas y vestirse, callejear, subir escaleras… y así todo el tiempo. ¿Pero qué voy hacer dejarlo? He de ganarme la vida para poder morir… pero ni un buen entierro merece la pena si es a costa de tratar con gente como usted.  Yo sé lo que usted busca…
Traidor – ¿Qué sabe usted?
Moe – Que ustedes los comunistas buscan una película que no es suya. 
Traidor – Acaba usted de cavar su sepultura. ¿Qué más sabe usted?
Moe – ¿Qué que se yo? ¿De los comunistas? Tan sólo sé una cosa. Que los aborrezco…no tendré el entierro que yo quería. Lo intentaré. Oiga señor estoy tan cansada que me haría un favor volándome la cabeza….
 
Pues eso, espías, ladrones, delatores, policías listos, mujeres insinuantes, sombreros de ala ancha, excelente blanco y negro, grandes actuaciones, una banda sonora a la medida (que no logro encontrar)….  ¿Se puede pedir más?
 

Manos peligrosas (Pickup on South Street, 1953) de Samuel Fuller.

Nueva York. Durante un trayecto en metro, Skip McCoy (Richard Widmark), ladrón de poca monta que acaba de salir de la cárcel, roba la cartera a una joven llamada Candy (Jean Peters). Para su sorpresa, en el interior halla una cinta de película que contiene cierta información secreta que iba a ir a parar a manos de los comunistas. 

Magnífico thriller negro del siempre interesante Samuel Fuller, cineasta estadounidense cuya filmografía viene siendo sometida en los últimos años a un proceso de constante revisión/reivindicación. El pasado doce de agosto se cumplieron cien años de su nacimiento.

A pesar de ese maniqueísmo simplista inherente a algunos filmes americanos realizados en plena Guerra Fría, Pickup on South Street se eleva como un elegante a la par que sórdido ejercicio de estilo, en el que también tienen cabida pesimistas reflexiones acerca de la naturaleza humana. 

Manos peligrosas, película que sorprende por su explícito tratamiento de la violencia, nos presenta a una serie de personajes desengañados en su permanente contacto con los bajos fondos y los rincones más turbios de la sociedad neoyorquina. El autor de Corredor sin retorno, cual demiurgo pesaroso, acaba uniendo sus destinos en un intento por redimir su azaroso pasado antes de que se produzca el último estertor.

La dirección de Fuller resulta sobresaliente, dotando al relato de envidiable ritmo y tensión narrativa, como bien se ejemplifica en la soberbia secuencia inicial que tiene lugar en el interior de un vagón de metro. Asimismo, es reseñable el uso de frecuentes primerísimos planos que le sirven para enfatizar las emociones y estados de ánimo de unos caracteres que no siempre expresan lo que sienten.

La plasmación de los ambientes viciados y sombríos característicos del género, está muy conseguida gracias a la espléndida fotografía en blanco y negro de Joe MacDonald, cuyas imágenes aparecen punteadas por la banda sonora con ecos jazzísticos de Leigh Harline.

Grandes interpretaciones de Richard Widmark, Jean Peters y Thelma Ritter. Esta última, en un trabajo que rebosa trágico patetismo, encarna a una vieja que sobrevive vendiendo corbatas baratas y dando chivatazos a la policía. Su sueño, conseguir el dinero suficiente para tener un entierro digno, deja a las claras el carácter manifiestamente taciturno que envuelve a todo el filme.


 
 
Skip McCoy (Richard Widmark), un carterista que acostumbra a “trabajar” en el metro de Nueva York, le roba el billetero a Candy(Jean Peters), que actua como correo de su ex-novio, para hacerle un último favor, sin saber que, en realidad, forma parte de un grupo de espías comunistas. McCoy se lleva la cartera a su domicilio, una mezcla de casa y escondite en los muelles de Nueva York. Pronto descubrirá que, entre otras cosas, contiene un microfilm con una fórmula secreta y se verá acosado por la policía, el FBI y los comunistas quienes pugnan por recuperar el preciado microfilm. Desde los bajos fondos de la ciudad, McCoy y Candy comenzarán una relación en principio violenta y luego apasionada. Uno de los personajes eje de la historia es Moe (Thelma Ritter) una vagabunda de buen corazón que es confidente de la policía y que con un sardónico sentido del humor será el referente de la doble moral de la época.
Una buena banda sonora de Leigh Harline y una magnífica fotografía de Joe MacDonald, acompañan al guión firmado por el realizador del film, Samuel Fuller, sobre una historia de Dwight Taylor. Un guión, por otra parte, claro y conciso que permite seguir la narración sin ningún esfuerzo.
La película tiene algunas peculiaridades, sobre todo por lo que supone la implicación de espías rusos en la trama principal y por las escenas de violencia, de la que casi siempre son víctimas las dos mujeres del film, Candy y Moe.
Las actuaciones, de gran nivel, más que correcta Jean Peters, muy bien Richard Widmark y espléndida Thelma Ritter (nominada para el oscar a la mejor secundaria), con un papel lleno de evocaciones y que nos hace sentir debilidad por ella.
Siendo muy buenas tanto la fotografía como la puesta en escena, donde yo me quito el sombrero es en la maestría de Fuller para traernos sus mensajes en un momento en el que había que ser especialmente cuidadoso, con el macartysmo en plena ebullición y un guión con una historia centrada en el enfrentamiento de la guerra fría.
Bajo la apariencia de un film noir (que lo es), la primera percepción del espectador en que se está lanzando una tremenda invectiva anticomunista y Fuller lo hace, en efecto, cada vez que los actores llaman a alguien comunista es como si le estuvieran colgando el peor sambenito que se pueda poner. Pero si escarbamos un poco, si no nos quedamos en la apariencia, descubrimos que en un momento del film, Macoy lanza una soflama con su opinión sobre el patriotismo (el patriotismo americano, claro), que no deja títere con cabeza. Es cierto que Fuller lo pone en boca de un delincuente, pero ahí queda dicho.
Además, el retrato que nos hace de esa otra sociedad americana, la de los desheredados, es todo un fresco de lo que realmente se escondía bajo el oropel de la superficie, creo que no es gratuito que todo el film se desarrolle en el metro y a nivel del río, es decir, por debajo de la realidad que vemos, hay otra realidad, llena de pobreza y con supervivientes que malviven como pueden.
Moe (¡qué gran actuación de Thelma Ritter!), vende corbatas a gentes que van en camiseta de tirantes y da soplos a la poli a cambio de unos pocos dólares y ¿saben para qué?, para pagarse su lápida.
No menos maestra es la manera en que «utiliza» a Jean Peters, nos presenta sus curvas poderosas, sus ojos maravillosos y sus labios carnosos y sensuales, pero lo hace con elegancia y la sensualidad y el erotismo de alto voltaje que hay en algunas escenas, es una muestra de que no hay que enseñar carne para transmitir pasión, pero hay que saberlo hacer. Algunos le critican el oportunismo de introducir una historia de amor de cara a la taquilla, yo creo que hay algo más, hay un relato de sinceridad, de redención, en el amor de Candy, al que McCoy responde con violencia, la vida le ha hecho desconfiado, pero que acabará triunfando.
Fuller se pone decididamente del lado de los perdedores y consigue que nosotros nos identifiquemos con esa posición.
Manos peligrosas es más que un film con mensaje anticomunista, si ven la peli, lo descubrirán así (espero).
Y para no perderse detalle de la maravillosa escena incial en la que McCoy roba a Candy en el metro, una maravilla
 

 

Skip McCoy (Richard Widmark)es un carterista que roba  a una atractiva mujer llamada Candy (Jean Peters) y, sin saberlo, se hace con un  microfilm que contiene valiosos secretos de estado. Candy estaba siendo vigilada por agentes del gobierno, por lo que Skip McCoy se convierte en sospechoso de espionaje y será perseguido por los agentes del gobierno .

En los años 50, en Hollywood, debido a la Guerra Fría entre los USA y los URSS. salieron muchas películas demonizando el comunismo‘Manos peligrosas'(Samuel Fuller,1953) forma parte de este tipo de producciones propagandísticas que invadieron las salas de cine de los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, aunque también es cierto que este magnífico filme de Fuller no cae en el patriótico maniqueísmo del que hacían gala la mayoría de cintas de esta índole, el filme de Fuller es, dentro de lo que cabe, bastante neutro.

‘Manos peligrosas’ es el sexto largometraje en la filmografía de Samuell Fuller, y su primer acercamiento al film noir, un género que, sin lugar a dudas, recibió una buena dosis de aire fresco gracias a las incuestionables dotes de este genio del séptimo arte.  Fuller, además de dirigir, también firma el libreto de este legendario y, en cierto modo, denostado título. ‘Manos peligrosas’ es toda una masterclass cinematográfica; narrada con un ritmo trepidante, con una sobria puesta en escena, una excelente dirección de actores y una impecable factura visual. Amén de esos zooms y esos primeros planos –tan carácteristicos en el modus operandi de Fuller– que consiguen transmitir con gran destreza al espectador los sentimientos y las emociones de los personajes al mismo tiempo que dotan a la narración de un enérgico y avasallador brío. Sin duda alguna, el gran trabajo fotográfico de un Joseph MacDonald en estado de gracia  y la vibrante banda sonora de Leigh Harline  tienen mucho que ver en eso. MacDonald retrata de un modo sublime el ambiente sórdido de los los suburbios de la ciudad de Nueva York, y exprime su talento al máximo en las complicadas–e imprescindibles– tomas en espacios cerrados, en los que logra una desasosegante sensación de malrollismo que, sin duda, resulta esencial para introducirnos en los entresijos de una historia tan violenta, “sucia” y “barriobajera” como la de ‘Manos peligrosas’.

Todos y cada uno de los actores cumplen, y con creces. Richard Widmark está excelso interpretando a un canalla encantador, un ratero de tres al cuarto que sin comerlo ni beberlo se ve envuelto en una trama de espionaje que le viene grande. Debo reconocer que aunque Widmark era un actorazo nunca ha sido santo de mi devoción–manías mías– pero en este filme lo borda; esa mirada indiferente y esa sonrisa pícara le vienen como anillo al dedo para crear a  Skip McCoy, un personaje icónico del film noir.

Jean Peters está increiblemente sensual y bella–al loro con los esmeradísimos primeros planos de la escena del metro,Leone no inventó la sopa de ajo– y le da a esta historia un necesario toque de dulzura, erotismo y sensualidad. Pero sin lugar a dudas la mejor interpretación de este “thriller político” nos la regala  Thelma Ritter; en el papel de Moe Williams, una confidente de la policía con un carácter muy especial. Un jugoso personaje que dejó para la historia del celuloide un puñado de frases antológicas y por la que fue nominada a un Oscar de la academia . En la parte superior de estas líneas tenéis una imagen de estos tres grandes interpretes en varias secuencias del filme.

Con un encomiable sentido de la elipsis, un explícito  trato de la violencia–que sería característico en el estilo de este director–, y un excelente desarrollo de los personajes; Fuller nos obsequió con uno de esos títulos indispensables del filme noir, un género que se hizo famoso por reflejar las pesadumbres de “pobreshombres”, que a pesar de sus desdichas, a pesar de su poca fortuna en la vida, a pesar de sus escasos medios, y a pesar de verse inmersos en historias que les venían grandes de todas todas, lograban–casi siempre–salir airosos de las piedras que el azar ponía en su camino. Precisamente en ese detalle reside el éxito de este género, pues es muy fácil  empatizar con los anti-héroes del cine negro. No hace falta ser un ratero, ni un detective díscolo,alcohólico y fumador empedernido. Todos, en alguna ocasión, nos hemos sentido un poco Philip Marlowes, Skip McCoys, Samuel Spades, Frank McClouds, Walter Neffs,Richard Wanleys,Cody Jarretts,Dix Handleys…

En fin, seguramente los que habéis visto esta película y conocéis un poco la historia de la misma os habréis dado cuenta de que no me ha apetecido darle demasiada importancia al “mensaje anti-comunista” que parece esconder esta maravillosa película de Sam Fuller. Os seré sincero, no me importan una mierda estas cosas, prefiero disfrutar del cine y no meterme en camisas de once varas, soy cinéfago, sólo eso. ‘Manos peligrosas’ es una genialidad, un fime noir  que atesora todas y cada una de las virtudes uqe hicieron célebre al género. Con un Richard Widmark fascinante, una Jean Peters  en plan “femme fatale” como requieren este tipo de relatos. Y un Sam Fuller excelso ofreciéndonos una verdadera joya del séptimo arte, un filme de esos a los que–con justicia– se les pone la etiqueta de imprescindibles. Una verdadera obra maestra del cine. ¿El comunismo? ¿El capitalismo? ¿El soplapollismo? Me la traen floja, yo estoy aquí para hablar de cine, y ‘Manos peligrosas’ es cine negro, cine negro, en su estado más puro.


 Una delatora y un carterista juegan al patriotismo enfrentándose a unos comunistas norteamericanos que tratan de apoderarse de un microfilm. No deja de ser curioso que este film, que carga con la etiqueta de anticomunista, cuente con semejantes tipos entre su galería de personajes “positivos”. Él, Skip (Richard Widmark), es un carterista orgulloso de la ligereza de sus manos, que suele actuar en el metro, está fichado por la policía y vive en el puerto, en una casa sobre el agua; ella, Moe (Thelma Ritter), extrae sus ingresos delatando a gentes del hampa y los redondea vendiendo corbatas (también puede ser a la inversa). No hay en ellos ningún elemento positivo: Desde el primer momento Skip se hace odioso gracias a su sonrisa y a su chulería (despierta a Candy/Jean Peters, tras noquearla, arrojándole cerveza al rostro), y Moe no piensa en otra cosa que no sea el dinero que puede obtener gracias a sus delaciones y en poder disponer, cuando muera, de una sepultura con lápida propia (le horroriza la llamada fosa común).

   Por otro lado, el resto de personajes no es mucho mejor: Los policías son brutales y estúpidos, los agentes comunistas no parecen muy convencidos de sus ideas y actúan con métodos criminales dignos de gangsters, y la chica tampoco se distingue precisamente por su bondad e inteligencia. Habría que decir que MANOS PELIGROSAS se desarrolla en un ambiente deteriorado, sórdido, sucio, por medio de unos personajes que no desmerecen de él.

   Para rebatir las acusaciones a MANOS PELIGROSAS de propagar un discurso anticomunista, nos remitimos a las siguientes palabras de Fuller: “Que sean anticomunistas los personajes, o algunos personajes, no quiere decir que lo sea yo o la película. Las relaciones entre las obras y sus creadores son extraordinariamente complejas. Las historias hay que construirlas con personajes que, para hacerlos interesantes al público, a la fuerza tienen que ser muchos y muy variados, y lógicamente, el que los inventa pone algo de sí mismo en cada uno de ellos. Por eso es absurdo identificar la opinión de un solo personaje con la del director (…)“.

Valoración:   La espléndida labor de McDonald, en la línea del cine policíaco realista desarrollado por la Fox desde los últimos años cuarenta hasta el lanzamiento del scope, consigue dar brillo a lo opaco, dar cuerpo a lo que no se tiene de pie por sí solo: Si la abundancia de primeros planos, unos justificados narrativamente, otros no tanto, no llega a molestar es porque McDonald sabe imprimirles una pulsación vital, una angustia y una inquietud que van mucho más allá de los límites de los personajes (véanse los planos de Richard Kiley encerrado en el montacargas después de haber disparado contra Jean Peters: Un desarrollo “comiquero” -valga la expresión- que McDonald convierte en un momento de intensa claustrofobia).

   Aun sin ser esa obra maestra, MANOS PELIGROSAS se cuenta entre lo mejor rodado por Fuller en la década de los años cincuenta, junto con 40 pistolas y Bajos fondos, U. S.A. Hay en ella una fuerza narrativa, un sentido de la síntesis, una sequedad y una capacidad de sugerencia que el realizador recuperaría luego muy ocasionalmente, y de las que secuencias como la inicial en el metro, la primera llegada de Candy a la casa donde vive Skip y su charla con éste, o el asesinato de Moe a manos de Joe (Richard Kiley), constituyen brillantes ejemplos: Basta el cruce de unas miradas, la colocación de actores dentro del encuadre, un movimiento de la cámara o un reencuadre para transmitir con intensidad todo cuanto el diálogo no dice o el silencio sugiere: Las miradas de los dos policías a Candy en el vagón del metro, la aparición de Skip en ese mismo vagón situándose al lado de Candy; la mirada de Joe Candydespués del robo, son testimonio de la importancia que para él tiene el bolso robado por Skip. La secuencia, construida simétricamente, de la conversación de Skip y Candy debajo de la casa de él, sobre el agua, define a los personajes mejor que los diálogos (obsérvese el gesto con que Skip le entrega a Candy el cigarrillo que está fumando y enciende otro para sí mismo). Moe, que arrastra por el puerto su miseria humana (en un bonito plano, pero por desgracia corto e insuficiente), muere a la vez que acaba el disco que estaba escuchando (con una oportuna y eficaz panorámica que incluye el sonido en off del disparo). Entre lo más llamativo figura el plano en que Moe llega al bar y, para asomarse al interior, limpia con la mano, ¡desde fuera!, el cristal empañado del establecimiento.


 

 

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