Título en castellano | El soborno |
Titulo original | The reacket |
Año de filmación | 1951 |
Duración | 88′ |
Pais | Estados Unidos |
Director | John Cromwell |
Guion | William Wister Haines, W.R. Burnett (Obra: Bartlett Cormack) |
Música | Paul Sawtell |
Dirección de fotografia | George E. Diskant (B&W) |
Reparto | |
Productora | RKO Radio Pictures |
Sinopsis | El Sindicato del Crimen controla la ciudad. Nadie sabe quién es su jefe, a quien llaman «el Anciano». La corrupción se ha adueñado de las instituciones e incluso de las fuerzas del orden. Thomas McQuigg, un honrado capitán de policía, ha sido trasladado por sus superiores a una comisaría de barrio para mantenerlo al margen. Pero él no se rinde: con la ayuda de Johnson, un policía tan íntegro y valiente como él, emprende una implacable cruzada contra el gánster más poderoso de la ciudad. |
Premios | |
Subgénero/Temática | Policia, Mafia, Remake |
El soborno tuvo su precedente en un polémico film de Lewis Milestone de 1928 nominado para los Oscars del 29 y a su vez prohibido en Chicago.
Este remake de Cromwell con la estimable colaboración de Nicholas Ray (quien no figura acreditado) es una mas que interesante película de gangsters que se recrea en la corrupción de los poderes establecidos (policías, fiscales, etc.) mas que en la violencia propia del género y donde incluso se plantea el soborno y el chantaje como alternativa «civilizada» a la ley de la bala aunque siempre hay algunos a los que no gustan los cambios y siguen pistola en ristre silenciando al personal. Tal es el caso de Nick Scanlon (excepcional Robert Ryan) quien sigue suministrando trabajo a los forenses del distrito séptimo, el del Capitán McQuigg (excepcional, Robert Mitchum) a pesar de las consignas de la nueva sociedad del crimen dirigida desde las sombras por El Anciano.
Cuenta con la interesante presencia de Lizabeth Scott aunque un tanto alejada de su interpretación en El extraño amor de Martha Ivers y con otros buenos secundarios como William Talman como el policía Johnson, uno de los pocos honestos junto a su jefe o Robert Conrad como el corrupto inspector Turck.
Tal vez la ñoñería de algunos personajes (el periodista) y la flojera del guión en ciertos pasajes (el afeitado) resten algo de fuerza a una película digna, interesante y donde destacan dos auténticos Robert – monstruos de este mundo cinematográfico: Ryan y Mitchum.
EN 1928 Howard Hughes produjo “La Horda” (The Racket, 1928, Lewis Milestone), hablaba sobre la corrupción administrativa en distintos ámbitos de las grandes ciudades. Es considerada por muchos autores como una de las películas germinales del “Film noir”, basada en una obra teatral de Broadway. Hugues encontró en esa historia de corrupción y gánsteres, unos periodistas y policías honestos que luchan contra el crimen contra viento y marea, tal era su interés que no dudó en volver a llevarla al cine.
En 1950 Hugues encarga la obra a John Cromwell para que dirija el “remake”, “El soborno”, 1951, Hugues busca actualizar la historia trasladándola a la sociedad americana de la posguerra justo en el momento en el que Estes Kefauver (Senador por Tennessee), había comenzado su ardua lucha contra el crimen organizado. No es casual que la secuencia de apertura de la película, precisamente, sea una reunión entre fiscales y el gobernador para informar a este, y de paso a los espectadores, de cómo en la ciudad se ha extendido el control criminal de la misma hasta llegar a las altas esferas judiciales y políticas.
El guión está escrito por William W. Heines y W. R. Burnett para Cromwell por entonces enfermo y bastante mayor, el film será finalizado por Nicholas Ray (no acreditado), recupera el tema principal de su antecesora, la corrupción, pero en un contexto bien diferente. Y es ahí en donde encontramos lo más interesante de la propuesta. La puesta en escena no depara grandes secretos, los personajes excelentemente interpretados por Robert Ryan y Robert Michum en los papeles de un gánster sin escrúpulos y de un policía afanado en la lucha criminal respectivamente, responden a una tipología tan bien perfilada que acaba deviniéndolos en arquetipos.
La historia, en su desarrollo depara un par de giros interesantes; la visualización, aséptica, sin demasiados juegos lumínicos para tratarse de un “noir”, tan solo presenta algunas soluciones visuales relevantes, como la presentación del Capitán McQuigg (Mitchum), la explosión de la casa de este y una persecución automovilística, en contraste con otras, sobre todo aquellas que se resuelven en los interiores domésticos entre los protagonistas y sus parejas femeninas, de una cierta indolencia artística. “El soborno” tiene, de manera directa o indirecta, el objetivo de lanzar un cierto mensaje de aliento a la población en cuanto a la lucha contra el crimen y la corrupción. Resumiendo, interesante film de denuncia que a pesar de tener más de 50 años, su mensaje sigue vigente, pues describe las flaquezas y debilidades de la condición humana.
Los tiempos cambian y en el mundo de los negocios turbios también. Los gángsters que atemorizaban a la ciudadanía metralleta en mano, van dejando paso a los ambiciosos empresarios que desde sus respectivos despachos, con métodos distintos, aspiran a los mismos objetivos de poder y grandeza. Mientras los primeros se libraban de los sujetos molestos a base de plomo; los segundos se escabullen de ellos firmando papeles, y dicho sujeto molesto será apartado a un oscuro rincón donde no podrá continuar husmeando. Mucho más limpio, evitando mala publicidad, y con resultados similares. La violencia está siendo sustituida por sobornos a políticos y jueces. Pero hay gente que no parece dispuesta a adaptarse a los nuevos tiempos, y continúa practicando los viejos métodos. Más toscos y sucios, pero bajo su punto de vista, más prácticos.
Ese hombre anclado en el pasado es Nick Scanlon (interpretado por Robert Ryan), un delincuente poderoso, astuto, violento y testarudo, siempre consigue salirse con la suya, y nunca acepta un no de nadie. Su único punto débil es su díscolo hermano pequeño, que pese a su prohibición, sigue obcecado con casarse con una cantante de poca monta (Lisbeth Scott). Por otra parte, está el nuevo y misterioso amo de la ciudad, al que todos conocen como “El Anciano”. Principal defensor de dejar las balas atrás y conseguir sus objetivos untando a quien sea necesario.
Dispuesto a enfrentarse a ellos se encuentra un hombre: McQuigg (al que da vida Robert Mitchum), cuya carrera policial ha sido frenada debido a su fama de hombre honrado e insobornable. Detrás de ello intuye que se encuentra la alargada sombra de Scanlon. McQuigg, junto a otros policías honrados, como el joven agente Johnson (William Talman) harán todo lo posible por acabar con la delincuencia en su distrito, aunque sea poniendo sus propias vidas (y las de sus familiares) en peligro.
La trama que une a McQuigg con Scanlon, es una de las mejores bazas de la obra, con la que han sabido jugar bien. Además, este punto está reforzado por las interpretaciones de ambos: los dos Roberts, Mitchum y Ryan. Ambos ya se vieron las caras en Encrucijada de odios, y como ahí demuestran tener una gran química cada vez que los dos cruzan en pantalla. En cuanto a secundarios destacaría a William Conrad como el silencioso detective corrupto Turk. También merece mención, aunque en sentido negativo, el personaje noño y simple del periodista.
Una buena muestra de Cine Negro de principio de la década de los 50, que sigue siendo de rabiosa actualidad. Ya que, a diferencia de gran parte de las películas del genero, no se centra en la violencia de las armas (que también), sino el peligro que conlleva una sociedad corrupta. La trama, pese a algún que otro bache, consigue mantener la emoción hasta el final. El carisma de los dos protagonistas, abrigados por el buen hacer de la mayoría de los secundarios, hace que prestemos atención en todo monto a lo que acontece en esta historia de corrupción y emboscadas.
No muy conocido por el gran público, EL SOBORNO es uno de los eficaces films negros que Robert Mitchum protagonizara en el seno de la RKO. Algo inferior a RETORNO AL PASADO (OUT OF THE PAST, Jacques Tourneur, 1947) y CARA DE ÁNGEL (ANGEL FACE, Otto Preminger, 1953), es sin embargo un título a recuperar, pues posee todos los atractivos del mejor cine de serie negra producido en Hollywood a mediados del siglo pasado.
La pieza teatral en que se basa EL SOBORNO ya había sido llevada al cine en LA HORDA (THE RACKET, Lewis Milestone, 1928), película producida por el magnate Howard Hughes a través de su productora, la Caddo Company. Protagonizada por Thomas Meighan, Louis Wolheim, Marie Prevost, Henry Sedley y un principiante Walter Brennan, LA HORDA tuvo una excelente acogida de público y crítica, y puede considerársela, junto con LA LEY DEL HAMPA (UNDERWORLD, Josef von Sternberg, 1927), como uno de los pilares en que se sustentaría el posterior cine negro. Nominada en la categoría de mejor película, en la primera edición de los Premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, celebrada el 16 de mayo de 1929 en el Hollywood Roosevelt Hotel de Los Ángeles, perdió frente a ALAS (WINGS, William A. Wellman, 1927). No obstante, Lewis Milestone obtuvo el Oscar al mejor director de comedia por HERMANOS DE ARMAS (TWO ARABIAN KNIGHTS, 1927). Es obligado mencionar que en esa primera edición de los Oscars se concedían premios a los mejores directores de comedia y de drama. Posteriormente sólo habría un premio al mejor director, independientemente del género al que perteneciera la cinta por la que había sido nominado. Veintitrés años después del estreno de LA HORDA, Hughes, propietario por entonces de la RKO, decidió rodar una nueva versión de la exitosa película de Milestone, dándole el papel estelar a Robert Mitchum.
Aunque el film presenta a una comisión anticrimen supuestamente eficaz, planea sobre la historia un amargo pesimismo muy burnettiano, con constantes alusiones a la corrupción individual extendida por la sociedad como una pandemia. Incluso McQuigg, hombre de una pieza que milita en las fuerzas del orden, ve nublada en parte su aureola de honradez al recurrir a estratagemas claramente ilegales para lograr su propósito. En cierto modo, el policía y el gángster encarnado por Ryan mantienen una suerte de combate singular, al margen de lo que se cuece a su alrededor. La prioridad de McQuigg es acabar con Scalon, algo que se ha convertido para él en una cuestión personal. Scalon, por su parte, tiene abiertos dos frentes de batalla: su lucha personal con McQuigg, y su pugna con el nuevo sindicato del crimen de la ciudad, que está tratando de infiltrarse en la administración local y que no ve con buenos ojos su forma de actuar, tratando de hacerle a un lado, aunque necesite de vez en cuando sus servicios. En su obsesión por enfrentarse a McQuigg, Nick llegará a poner en serio peligro a la organización criminal, que recurrirá a uno de sus fieles servidores en los estamentos públicos, el siniestro sargento Turk ( William Conrad ) para eliminarle. Policías, políticos y funcionarios venales, manipulación de los procesos electorales y un clima general de degradación social confluyen en una historia densa y ambigua, que ofrece un grisáceo retrato de una sociedad carcomida por el delito y la corrupción, en la que, sin embargo, todavía hay lugar para la esperanza en el triunfo de la justicia, gracias a hombres como McQuigg y el agente Johnson, que paga con su vida su compromiso ético con la profesión que ha escogido.
El reparto lo encabeza un estupendo Robert Mitchum (Bridgeport, Connecticut, 6/6/1917-Santa Barbara, California, 1/7/1997). Su impasibilidad, distanciamiento y rechazo de la gesticulación truculenta le hicieron destacar en el cine negro, movimiento cinematográfico donde realizaría sus mejores interpretaciones. Con una adolescencia turbulenta, plagada de arrestos y problemas de todo tipo, fue boxeador en la categoría de los pesos pesados, y no debía de ser malo en aquello, porque llegó a disputar veintisiete combates. Poseedor de ciertas inquietudes intelectuales, escribió relatos y poemas, ejerciendo como periodista durante un corto periodo de tiempo y apareciendo ocasionalmente en el teatro como actor de reparto. Daba la imagen de un hombre que estaba de vuelta de todo, de un aventurero cínico y cansado. Frío, reflexivo y desencantado, era la personificación misma del antihéroe, lo que le vino de perlas para iniciar una carrera cinematográfica en la que no tardaría en despuntar. Contratado al principio para interpretar cortos papeles de rufián, participó en los Western de Serie B dedicados al personaje de Hopalong Cassidy, el cowboy de los cabellos blancos interpretado por William Boyd. La participación de Mitchum en este serial cinematográfico, que se prolongó a lo largo de 66 títulos y que conocería una versión televisiva, le hizo popular entre el público juvenil, abriéndole las puertas de roles más destacados. Su primer papel importante fue en TREINTA SEGUNDOS SOBRE TOKYO (THIRTY SECONDS OVER TOKYO, Mervin LeRoy, 1944), y con TAMBIÉN SOMOS SERES HUMANOS, (STORY OF G.I. JOE, William A. Wellman, 1945), obtendría una nominación al Oscar como mejor secundario, revelándose como un actor a tener en cuenta.
La mejor etapa de la carrera de Mitchum debemos situarla en las décadas de los 40 y 50, cuando trabajó bajo contrato para la mítica RKO Radio Pictures. Su cotización subió muchos enteros gracias a LA HUELLA DE UN RECUERDO (THE LOCKET, John Brahm, 1946), correcto melodrama de psicología criminal, tras el que iniciaría su brillantísima colaboración en los films negros producidos por el Estudio de la torre de telegrafía erigida sobre la Tierra.
Howard Hughes, por aquel entonces propietario de la RKO, había purgado el Estudio de liberales, prescindiendo de gente tan capaz como el productor Dore Schary, y de otros profesionales que habían dado al cine negro de la casa una impronta especial. Sin embargo, el magnate admiraba y respetaba a Mitchum, a pesar de la rebeldía y conflictividad del actor, que no era precisamente un conservador. En consecuencia, convirtió a Mitchum en la estrella más refulgente de la RKO, orquestando para él un buen puñado de films de casi todos los géneros, entre los que destacan por derecho propio los de serie negra. De este modo Mitchum se convertiría, junto a Bogart, Robinson, Ladd y algunos otros, en uno de los símbolos de tan singular movimiento cinematográfico, protagonizando títulos tan emblemáticos como ENCRUCIJADA DE ODIOS (CROSSFIRE, Edward Dmytryk, 1947); EL GRAN ROBO (THE BIG STEAL, Don Siegel, 1949); DONDE HABITA EL PELIGRO (WHERE DANGER LIVES, John Farrow, 1950); LAS FRONTERAS DEL CRIMEN (KIND OF WOMAN, John Farrow, 1951); UNA AVENTURERA EN MACAO (MACAO, Josef von Sternberg, 1952) y PERSEGUIDA (SECOND CHANCE, Rudoph Maté, 1953), además de las ya citadas RETORNO AL PASADO y CARA DE ÁNGEL. La identificación de Mitchum con el noir sería tan profunda que en los años 70, cuando se intentó revitalizar el cine negro tras el éxito de CHINATOWN (Ídem, Roman Polanski, 1972), se recurrió a él como actor fetiche para protagonizar nostálgicas recreaciones en color de aquella corriente fílmica.
A Scanlon le encarna Robert Ryan (Chicago, Illinois, 11/11/1909-New York City, 11/7/1973). De notable envergadura física, rasgos pétreos y mirada dura y algo triste, poseía un don especial para realizar interpretaciones patéticas, como la del neurótico policía de LA CASA EN LA SOMBRA (ON DANGEROUS GROUND, Nicholas Ray, 1951). Se especializó en personajes brutales y psicopáticos, como los que asumió en ACTO DE VIOLENCIA (ACT OF VIOLENCE, Fred Zinneman, 1948), ATRAPADOS (CAUGHT, Max Ophüls, 1949), y LA CASA DE BAMBÚ (HOUSE OF BAMBOO, Samuel Fuller, 1955). Aunque en el imaginario colectivo cinéfilo se le recuerda como un gran secundario, adscrito a roles de criminal, se olvida con frecuencia que ejerció un eficaz protagonismo en algunas de las cintas citadas, y en títulos tan notables como BERLÍN EXPRESS (BERLIN EXPRESS, Jacques Tourneur, 1948) y ENCUENTRO EN LA NOCHE (CLASH BY NIGHT, Fritz Lang, 1952). Su excelente trabajo en ENCRUCIJADA DE ODIOS le valdría una nominación al Oscar como mejor secundario, premio que al final le sería concedido al entrañable Edmund Gwenn por su conmovedora interpretación en EL MILAGRO DE LA CALLE 34 (MIRACLE ON 34TH STREET, George Seaton, 1947).
La chica de la función es Lizabeth Scott (Scranton, Pensilvania, 29/9/1922-Los Ángeles, California, 31/1/2015). Nacida como Emma Matzo, debutó en Broadway en 1942, con el nombre artístico de Liz Scott, que cambió ligeramente por el de Lizabeth Scott cuando, en 1943, entró bajo contrato en las filas de la Warner Bros. Tras participar en una serie de cintas no muy destacadas, obtuvo su primer éxito cinematográfico con su papel en EL EXTRAÑO AMOR DE MARTHA IVERS (THE STRANGE LOVE OF MARTHA IVERS, Lewis Milestone, 1946). Esta película le abrió las puertas del cine negro, convirtiéndose en un rostro habitual en este tipo de films, si bien nunca alcanzaría el estatus de estrella. Asumió casi siempre roles secundarios, interpretando generalmente a la compañera del protagonista o a mujeres fatales de cierto empaque. Compartió protagonismo con John Hodiak y Burt Lancaster en LA HIJA DEL PECADO (DESERT FURY, Lewis Allen, 1947), y con Don DeFore, Dan Duryea y Arthur Kennedy en DEMASIADO TARDE PARA LAS LÁGRIMAS (TOO LATE FOR TEARS, Byron Haskin, 1949), dos títulos menores pero muy apreciados del noir. Su mejor trabajo lo realizó como partenaire de Humphrey Bogart en CALLEJÓN SIN SALIDA (DEAD RECKONING, John Cromwell, 1947), aunque también estuvo estupenda en AL VOLVER A LA VIDA (I WALK ALONE, Byron Haskin, 1948), secundando al eficaz dúo interpretativo formado por Kirk Douglas y Burt Lancaster, y en el debut cinematográfico del gran Charlton Heston, CIUDAD EN SOMBRAS (DARK CITY, William Dieterle, 1950). Lizabeth Scott logró imponer en pantalla una expresión entre hosca y altiva, matizada por una cierta tristeza, que venía muy bien a los personajes que interpretaba. Como además sabía cantar, era la actriz ideal para encarnar a vocalistas de night-club, mujeres fatales y aventureras de todo tipo. En cierto modo, venía a ser una versión más modesta y con menos matices de Lauren Bacall, a quien Scott siempre trató de emular.
Realizada cuando la Caza de Brujas estaba en pleno apogeo, contemporánea de la magistral BRIGADA 21 (DETECTIVE STORY, William Wyler, 1951), EL SOBORNO posee todos los valores que hicieron del cine negro algo irrepetible, siendo también una de las mejores películas del director de la memorable SIN REMISIÓN (CAGED, 1950).
excepcional con “Callejón sin salida” (1947), con un Humphrey Bogart tan brillante en el papel de duro detective (es un ex soldado), como siempre. Aquí tenemos al otro grande en este tipo de papeles, Robert Mitchum, protagonizando una historia de lucha contra la mafia.
también tiene múltiples jerarquías. Es el propio gobernador el que debe dar el visto bueno para situar a la gente más competente en la lucha contra la corrupción y las mafias. Sin ese paso, que en contra de lo que debería ser normal, supone una actitud valiente debido a las influencias que los delincuentes tienen en todos los estamentos, no se podría hacer mucho. Unos pocos hombres honestos e insobornables son el comienzo del éxito. Esta escena está rodada con planos muy cortos, muy cerrados, primeros planos casi opresivos que muestran la soledad de la honestidad, de esos hombres sueltos que se enfrentan a toda la maquinaria mafiosa y sus subordinados sobornados y deshonestos.
El contrapunto lo tenemos con el personaje de Robert Ryan, Nick
Scanlon, un mafioso a la antigua usanza, violento y sin escrúpulos, la mano armada siempre útil pero cada vez más incómoda para la mafia. Representa el último reducto de esa forma de ejercer pero aún conserva mucho poder. Cromwell, en su excelente poderío visual y de puesta en escena, lo muestra en ese plano donde aparece encuadrado de pie sobre sus dos subordinados.
Este conflicto entre formas de ver las cosas dentro de la mafia, las viejas maneras violentas de no dejar cabos sueltos contra los nuevos
hombres de negocios, dirigentes invisibles de empresas que sirven para ocultar todo tipo de trapicheos, con abogados, senadores, políticos o fiscales a sueldo mediante sobornos, chantajes y subterfugios legales, es de lo más interesante de la película.
El talento de Cromwell puede apreciarse en cada encuadre, en
cada movimiento de cámara. Un ejemplo lo tenemos en esa escena en la que los esbirros de Scanlon huyen del lugar del crimen que han cometido y se cruzan con Bob Johnson, un estupendo William Talman, uno de los pocos policías honestos que veremos. La mirada de Johnson a los asesinos en un paso de peatones y el uso de los primeros planos en la escena son magistrales. Otro ejemplo lo
tenemos con la presentación de ese inspector con bigote, magníficamente interpretado por William Conrad, retratado con las sombras de la persiana en la cara, las sombras de la corrupción. Un William Conrad que hace un gran trabajo, con esa tranquilidad y parsimonia, mascando chicle de forma constante.
La presentación del gran Robert Mitchum llega cuando nos
acercamos a los 20 minutos de metraje. Cromwell no se apresura en absoluto para centrarse en su héroe. Mitchum interpreta a Thomas McQuigg, un duro y honesto policía que no se parará ante nada para acabar con el delito, la mafia y la corrupción. Debido a su escrupulosidad y competencia, y gracias a los contactos de los mafiosos, va siendo trasladado de sitio en sitio cuando comienza a poner en dificultades a la Organización. Con la decisión firme del gobernador de luchar contra la corrupción, McQuigg se sentirá más respaldado para concluir su labor, o una de ellas.
Además de la trama policial Cromwell dedicará tiempo a
pequeñas estampas de la vida cotidiana de los policías. Veremos a la mujer de Johnson y a la de McQuigg y como éstos tienen que manejar su peligroso trabajo y situación, congeniar ambos aspectos sin que sus familias resulten dañadas.
El enfrentamiento, esperado, entre Ryan y Mitchum nos deja
una de las grandes escenas de la película, un duelo en todo lo alto de dos grandes intérpretes y donde Cromwell vuelve a sobresalir con su puesta en escena. Iniciará la secuencia con dos primeros planos de cada uno de los personajes, el primer contacto visual y su reacción para luego irse inmediatamente a un picado general donde los vemos separados y cada uno en un lado el encuadre. Es el duelo. La explicación visual a las miradas y reacciones que vimos en los planos anteriores. Luego un movimiento de grúa, desde ese picado, los
obligará a acercarse, se juntarán en el centro de la estancia, pero siempre veremos a Mitchum en posición de predominancia, de dominio, ya sea de pie o sentado por encima de Ryan, ejemplificando su mayor categoría moral. Ryan comerá de forma exagerada una manzana, el símbolo de la tentación.
En esta conversación tendremos buenos diálogos y
reflexiones, como esa ironía que recalca Ryan sobre cómo los impuestos que pagan delincuentes como él sirven para pagar las nóminas de varios policías como Mitchum. También veremos la debilidad del villano, es su hermano, un cariño familiar, y frustración, que le tiene a mal traer. Todo ello presenciado por Mitchum.
El reto de McQuigg a Scanlon no tardará en traer consecuencias. En otra pequeña estampa de vida cotidiana, en esta ocasión en la
casa de McQuigg, seremos testigos del atentado a la casa del policía donde su mujer resulta herida. Una mujer tan dura y valiente como su marido, una auténtica mujer de policía, otra pasta. Ya en el plano general de Mitchum saliendo de su casa, Cromwell logra hacernos intuir y transmitir la amenaza, que algo va a ocurrir.
A esta le sigue otra magnífica secuencia, una de las más reseñables. Una escena de acción donde Mitchum busca vengarse inmediatamente de los que han atentado contra él. Una persecución que concluye en un callejón y un garaje, y donde todo se resuelve sin palabras en una larga secuencia repleta de suspense, con una maravillosa puesta en escena repleta de sombras y marcados
contraste lumínicos que acentúan la violencia de los hechos, del mismo modo que lo hace el juego con las alturas que realiza Cromwell, con picados, escaleras, la azotea, una altura cada vez más marcada y creciente. Puro cine.
Vamos viendo las dificultades que tienen los policías honestos para ejercer su trabajo en un mundo donde los políticos, los jueces e
incluso muchos de los propios policías son corruptos.
Esto obliga a que los policías bordeen y a menudo sobrepasen
los límites de la ley para lograr sus propósitos, límites que sirven a los
mafiosos o corruptos para salirse con la suya, lo que plantea interesantes cuestiones, aunque aquí no se desarrollen. Digamos que aquí la idea de que un policía haga lo que tenga que hacer para capturar a los malos está bien vista…
Las dificultades agudizan el ingenio y si no se puede ir a
por el que interesa directamente se puede dar un rodeo. Así que en vez de ir a por Scanlon, McQuigg se dirigirá a por su hermano, el esldébil, como comprobó en una escena anterior. En el arresto del hermano, con el bueno de Johnson comandado la misión, aunque contará con la ayuda de Dave (Robert Hutton), Cromwell volverá a demostrar su sapiencia cinematográfica con un magnífico
uso de las panorámicas y los “planos espía”. Muy bien rodado.
Una de las claves que hacían fascinantes a los personajes
que encarnaban los actores clásicos son tics que añadían a su personalidad, en este caso Mitchum añade a su personaje el gesto de acariciarse la barbilla cada vez que está maquinando alguna cosa o se pone duro. Esos pequeños detalles que hacen del cine clásico el cine con mayúsculas.
Tanto el hermano de Ryan, Joe Scanlon (Brett King), como el
periodista amigo de Johnson, Dave, están fascinados y se sienten tremendamente atraídos por la misma mujer, la estupenda Lizabeth Scott, que interpreta a la cantante Irene Hayes. Esta infravalorada actriz con un gran parecido con Lauren Bacall, aunque menos atractiva, ya colaboró con John Cromwell en otra cinta de
cine negro, esa joya mencionada que es “Callejón sin salida”. Aquí vuelve a estar magnífica.
Robert Ryan está pletórico, desprende violencia incontrolada
por los cuatro costados.
Existen ciertas debilidades en el guión que impiden una
mayor valoración a la película, no son de gran importancia en cualquier caso.
Ciertas licencias y trucos como el tremendo error que supone dejar a la chica, sabiendo que ese desplante podría provocar que hablase, en la cárcel por parte de Joe Scanlon. Una chica que sabe algunos secretos que podrían hacerle daño tanto a él como a su hermano y por extensión a la Organización. Otro lo podemos encontrar en esa escena donde el sobornado fiscal al que quieren elevar a gobernador los mafiosos aparece en la comisaría justo en el momento en el que la
chica se rebela. Una aparición con la única justificación de hacer prevenir a la Organización de lo que está ocurriendo. La pistola que se deja despreocupadamente al alcance de Scanlon es otro detalle bastante tonto. La escena del afeitado también está cogida por los pelos y el personaje del periodista y su relación romántica algo fuera de lugar.
Con todo es una buena muestra de cine negro, aunque sus
elementos no lleguen para hacer de ella un referente, como se puede suponer.
Más detalles de talento en la puesta en escena los tenemos
en el uso de Cromwell de los segundos planos, la planificación de escenas donde un plano corto se abre para acabar de dar un sentido completo a la escena etc.
Un ejemplo de esto lo tenemos en la escena donde Johnson espera en su casa la llegada de los matones de Scanlon, cuando vemos en segundo plano aparecer el coche de los mencionados matones. Toda esa escena, su planificación y resolución en fuera de campo, es otra maravilla.
“Hay que cerrar la boca a esa cantante”.
Es simbólica la escena en la que la policía derriba el cartel del futuro fiscal corrupto, un presagio que en contra del tópico no nos lleva a la fatalidad sino a una buena resolución, el entramado de la organización mafiosa viniéndose abajo.
Uno de los momentos culminantes y más poderosos de la película, de mayor impacto emocional, es la muerte del honesto y brillante
policía Bob Johnson. El llanto de la mujer al enterarse tras una puerta cerrada es un ejemplo perfecto de sensibilidad. Una de las escenas que hacen grande la película.
En esta parte final tendremos un nuevo y esperado enfrentamiento, como no podía ser de otra manera, entre Nick Scanlon y Thomas
McQuigg, o entre Robert Ryan y Robert Mitchum. Un Mitchum que estira hasta el infinito los métodos policiales saltándose la ley corrupta sin titubear. Un gran duelo interpretativo.
Magnífico trabajo interpretativo de Ray Collins en la escena en la que habla por teléfono con “el anciano”, un gran momento de actor.
Los planos largos son una constante de la película, una brillante muestra la tenemos en el plano final con Mitchum saliendo de la comisaría, besando a su esposa y el carro que limpia las calles, simbólico, como un nuevo comenzar, que cruza por el encuadre. Espléndido.
Una nueva corrupción más difícil de vencer y localizar, aunque la mirada es esperanzada.
Un buen título muy recomendable para los amantes del género negro.