Mercado de ladrones

Título en castellano Mercado de ladrones
Titulo original Thieves’s Highway
Año de filmación 1949
Duración 94 minutos
Pais Estados Unidos
Director Jules Dassin
Guion A.I. Bezzerides
Música Alfred Newman
Dirección de fotografia Norbert Brodine (B&N)
Reparto
Productora 20th Century Fox
Sinopsis Nick Garcos, un camionero que se gana la vida transportando fruta en durísimas condiciones, decide no someterse a las presiones de los dirigentes de sindicatos mafiosos que en su día estafaron y mutilaron a su padre.
Premios  
Subgénero/Temática  Melodrama, Crimen, Venganza

tomado de filmaffinity

Último film realizado en EEUU por Jules Dassin (1911-2008) poco antes de ser acusado de izquierdista por la Comisión de Actividades Antiamericanas o “Caza de brujas”. El guión, de Albert Isaac Bezzerides, adapta la novela “Thieves’ Highway” (1949) del mismo Bezzerides. Se rueda en escenarios reales de San Francisco (puerto, calles de la ciudad…) y de las carreteras que unen Altament con San Francisco. Producido por Robert Bassler para la Fox, se estrena el 10-X-1949 (EEUU).

La acción dramática tiene lugar en Fresno, San Francisco y en las vías interubanas que unen ambas localidades californianas. Fresno se halla en el interior de la rica zona agrícola del Valle de San Joaquín. Nick Garcos (Conte), veterano de la Marina, movilizado con motivo de la IIGM, llega de regreso a la casa de sus padres tras licenciarse después de la guerra (1945). Participó en el desembarco y en la batalla posterior de Anzio (Italia) (enero-mayo de 1944). Encuentra a su padre, Yanko Garcos (Carnovsky), postrado en una silla de ruedas a causa de una acción criminal dirigida contra él por la banda mafiosa de Mike Figlia (Cobb), importante mayorista de frutas y hortalizas de San Francisco. Nick, de unos 25 años, soltero, comprometido con su novia Polly Faber (Lawrence), decide ponerse a trabajar como camionero transportista para ganar dinero, poder casarse, conocer a Figlia y vengar al padre.

El film suma acción, drama, cine negro, thriller, romance y drama social. Dassin recibe el encargo de realizar el trabajo de modo inesperado y con poco tiempo para llevarlo a cabo. Es el primer film que rueda para la Fox, después de dejar la Metro con la que había tenido algunas fricciones a causa de problemas con los censores del estudio por la violencia de sus historias (1). El guión se escribe en dos semanas a partir de una novela recién publicada, de “Buzz” Bezzerides, que se encarga de la adaptación. Los actores forman parte de la plantilla fija de la Fox, así como los directores de la banda sonora y de fotografía. Supone el debú en Hollywood de la actriz italiana Valentina Cortese, que encarna brillantemente el papel de la prostituta Rica. Trasmite al personaje una vibrante energía sensual, una contenida agresividad femenina y un grato toque de exotismo erótico.

La obra está concebida como un trabajo eminentemente realista, de acuerdo con las concepciones y preferencias del realizador. Los personajes no son héroes, sino personas normales y corrientes. Los problemas que afrontan están tomados de la realidad de cada día y son creíbles. Las fuertes pasiones que los mueven (codicia, venganza, ansias de supervivencia…) están tomados de la realidad que caracteriza a la sociedad americana en los primeros años de la posguerra.


Fue Jules Dassin otro de esos directores purgados por el maccarthismo. Obligado a exiliarse a Europa (bendito exilio que dió lugar a esa obra maestra llamada «Riffi») antes de su partida y durante su época en Hollywood ya se caracterizó por su cine comprometido, de denuncia a las reglas ya por entonces establecidas de lo que hoy conocemos por cultura occidental. Claramente influenciado por sus ideas, y tras la negra «La Ciudad Desnuda», Jules se embarca en esta historia donde se muestra la corrupción que invade la distribución de productos en los mercados capitalistas y la connivencia de los sistemas encargados de su regulación y control.

Con claras reminiscencias de «La Ley del Silencio» de Kazan, «Mercado de Ladrones» nos acerca a la vida de Nick Garcos (Richard Conte) un camionero que ve como su padre, de misma profesión, es engullido por la furia de un mercado que no respeta el esfuerzo, la honestidad e incluso la vida de las personas. Así Nick se embarcará en un fatigoso e interminable viaje para transportar manzanas a lo largo de la costa oeste del país, de Reno a San Francisco, con el que ganar un dinero con el que poder casarse y la vez intentar arreglar esos «asuntos» que dejaron a su padre postrado en una silla de ruedas. Una vez en San Francisco Nick se encontrará con Figlia (Lee J. Coob) un comerciante de la peor condición que no escatima en artimañas y jugarretas con tal de ganar dinero aunque ello signifique quitar de en medio a quien se interponga en su camino. También conocerá a Rica (Valentina Cortese) una chica de dudosa reputación que hace del ambiente del mercado central de San Francisco su forma de vida. Ambos cruzarán sus destinos en una relación tan interesada como inevitable.

Ni que decir tiene que toda la cinta está invadida por ese halo noir en el que andaban sumergidos tanto el director como la época. Esto lo utiliza perfectamente Dassin para hacer un fiel retrato de una zona tan profunda de la ciudad y donde el dinero y los intereses priman tanto o más por encima que otros a los que habitualmente nos coinducía el género. Sin embargo, ni el malo de turno (Figlia no deja de ser un ratero de tres al cuarto) ni el fondo de la historia (cine social de denuncia) ni otros aspectos tienen nada que ver con el noir. Interesante recurso pues utilizado por el magnífico director ambientando en un género e indagando en otro si cabe aún más interesante (aunque ello bien valiera un exilio).

Hermana gemela en el contenido de la maravillosa obra de Kazan, es sin duda esta una de las mejores pinceladas de Dassin en su época americana y que cuenta también con un gran reparto destacando las dos actuaciones repletas de personalidad tanto de Conte como de Cobb en papeles a los que estaban acostumbrados. Para no perdérsela y comprender que si hay que hacer algo políticamente incorrecto (la crítica feroz al capitalismo lo era por aquel entonces) al menos hacerlo con clase y calidad…y, nunca mejor dicho, que merezca la pena.


Mercado de ladrones es una historia de las buenas, de las de ver una noche acompañado de la familia o en la más absoluta de las soledades. La historia te llega desde su comienzo. El hijo pródigo que regresa a casa con la cartera llena y cargado de regalos y se encuentra con una sorpresa. Su padre ha perdido las piernas.

Cuanod se entera de que fue ganándose la vida y por su poca mala idea se dejó engañar por un estafador llamado Fligia, hace todo lo posible por hacerse con un cargamento de manzanas e ir hasta este y vendérselas y de esta forma no solo cobrar por el trabajo, sino vengar lo hecho a su padre.

El guión nos lleva intencionadamente a ese desenlace final esperado desde las primeras escenas, pero vamos a disfrutar de los acontecimientos desde que ese camión se pone en marcha hacia su destino. Pinchazos, accidentes, personajes misteriosos, chica interesada, policías aliados, estafadores, bandidos, todo vale en el mercado de los ladrones. Da igual que todos conozcan los métodos ilegales de Fligia, nadie hace nada por pararle los pies y su negocio sigue creciendo como la espuma. Las interpretaciones están muy logradas, en especial las de Richard Conte, Valentina Cortese y Lee J.Cobb. Las escenas de acción con los camiones, teniendo en cuenta la época en que fueron rodadas, te ponen la carne de gallina. 

El aire que se respira en este film es de tristeza por esos personajes que deambulan por ella, el sufrimiento y el peligro que conlleva llevar la comida a la casa, donde no sólo te juegas la vida al volante, sino entre el mar de ladrones que te vas encontrando por el camino. Te preguntas si vale la pena todo ese esfuerzo para dejarse la vida en ocasiones o deberías aprovechar otras ocasiones en la vida. Si tenemos en cuenta el personaje de Barbara Lawrence, más interesada en el porvenir económico propio que en su futuro marido. La vida no ha cambiado por muchos años que pasen.


tomado de migueljuanpayanblog

Un clásico imprescindible que se inscribe en la estética del cine negro, aunque su temática está más cerca de lo social. Tan cerca que incluso es de plena actualidad, porque inevitablemente los intermediarios siguen llevándose la parte del león entre los agricultores y los consumidores, y ese asunto es corazón de la crítica social del filme, respaldada por un Jules Dassin que les parecía demasiado “izquierdoso” a los cazadores de brujas del senador McCarthy, de manera que acabó en las listas negras de Hollywood y tuvo que hacer las maletas para venirse a trabajar a Europa. Frases como: ¡Te meten en una tumba por 50 centavos la caja! son bastante representativas del espíritu que anima a este relato, por una vez protagonizado por la clase trabajadora, los menos favorecidos, los pringados de la peripecia cotidiana, y no los niños dorados que representan o defienden el sistema o los ejecutivos que persiguen el éxito entre uno y otro braguetazo, ya sea con una calculadora, un libro de leyes, un ordenador o un par de pistolas cargadas para hacerse hueco en el crimen organizado o ejerciendo como centuriones del poder.

Dassin nos propone cine negro en el que los héroes no son sino perdedores natos, condenados a estrellarse más tarde o más temprano contra el muro de la vida porque nacieron en la clase social menos favorecida, y además se estafan entre ellos: el camionero intenta estafar al agricultor y a sus propios compañeros de oficio y al mismo tiempo es estafado por el intermediario que espera la mercancía en el mercado que da título a la película. En ese sentido, y atendiendo al mensaje social, ojo a la forma en la que los ya citados 50 centavos por caja mal ganados se redimen pagando lo desperfectos de la pelea entre el protagonista y el villano.

Estéticamente marcada por las claves del cine negro con una influencia del neorrealismo italiano, la película esquiva los iconos del mismo más obvio a base de humanizarlos y acercarlos a la realidad, incluso subvirtiendo las tradiciones del género. Por ejemplo en el caso del villano, Figlia, y sus secuaces, encontramos una faceta humorística que les acerca a la picaresca y les convierte en lejanos antecedentes, bisabuelos quizá, de Tony Soprano y sus sicarios en la serie Los Soprano.

En el caso de la prostituta interpretada por Valentina Cortese encontramos que protagoniza junto con la novia rubia del protagonista encarnada por Barbara Lawrence una dislocación o intercambio de funciones de los tipos de mujer más tópicos manejados en el Hollywood de la época: la mujer ama de casa y la mujer fatal peligrosa, añadiéndose así una subtrama romántica muy seria, madura e interesante, extraordinariamente bien resuelta desde el punto de vista de planificación en la secuencia donde se juntan las dos mujeres y el protagonista en el apartamento cutre de la prostituta. Dicho sea de paso, y a título de mera curiosidad, ojo a la secuencia en la que Barbara Lawrence llega a la estación y pasa frente a un cartel publicitario de una marca de trabajo protagonizado por el rostro de Tyrone Power, un remoto ejercicio de product placement.

El director proporciona además toda una lección de cine tanto desde el punto de vista técnico como de desarrollo de la historia y los personajes. En el primer apartado es destacable la enorme sencillez con la que consigue imprimir tensión y velocidad a las secuencias en la carretera con los camiones jugando con los planos de detalle de la rueda girando a toda velocidad o el resto de los elementos del vehículo a punto de quebrarse en la carrera final por la pendiente, o la caja de manzanas destrozándose contra el asfalto anticipando las consecuencias de un accidente fatal por un mecanismo de asociación, o la cámara subjetiva… Para estar rodada a finales de los 50 estas escenas superan en capacidad para generar tensión a muchas de las bobadillas y meneos de cámara que aplican algunos directores a las secuencias de acción de nuestros días, seguramente también porque el guión de Mercado de ladrones se ha preocupado de construir sus personajes de manera que nos importe lo que les pueda ocurrir. Cierto es que además Dassin trabaja sobre todo con planos a la altura de los ojos, reservándose los planos en ángulo bajo o con doble angulación para las escenas de tensión en la carretera, lo que supone una sabia administración del recurso de los ángulos de cámara para contar su historia. Pero lo mejor es que esa pericia técnica encuentra su mejor expresión como herramienta poniéndose al servicio de la trama, como ocurre en la secuencia del accidente, que es crucial narrativamente hablando y que además de abrir el tercer acto hace que sus ecos se manifiesten en la solución de los temas planteados por el argumento en el desenlace.

De hecho, y hablando de tensión, el director consigue hacer que se extienda por todo el metraje de la película desde el principio, primero planteando la trama de venganza tras el reencuentro familiar que era tan típico del cine negro de la época, y posteriormente planteando toda la trama como una acción en paralelo en la que tenemos por un lado al camionero novato, Nick (Richard Conte), en el mercado, tratando con el mefistofélico Mike Figlia (Jee J. Cobb) (situación que me recuerda las peripecias de Pinocho en la película de Disney), y por otro al camionero más veterano, Ed Kinney (Millard Mitchell), intentando llegar al mercado con el camión estropeado y cargado de manzanas. Una manera de hacer avanzar la historia en paralelo, muy sencilla, pero muy eficaz.

Pero hacia el final de la trama, esas acciones o temas en paralelo se incrementan incorporando el duelo entre las dos féminas que se produce desde el momento en que la novia del protagonista llega a la ciudad, y cuya incorporación al resto de los temas de la trama con una maniobra de coreografía de relevo que, tras un cambio de sentido (al principio las mujeres camina de izquierda a derecha de la pantalla, y en el plano siguiente aparecen caminando de derecha a izquierda) se organiza dentro del propio plano cuando las dos escenas caminan por la calle y se cruzan con Figlia y sus secuaces, un tránsito perfecto de las dos mujeres a Figlia que es seguido por un juego de planos a 3 en el que Figlia llama a Joe, lo que permite incorporar a Joe al plano, pasando a un plano más cercano cuando cierran el trato para recuperar las cajas de manzanas, acelerando la historia y precipitándonos hacia el desenlace, que tiene que resolver: a/ la venganza de Nick, b/la relación de Nick con su novia y c/ la relación de Nick con la prostituta. La forma en la que cambia de plano y cómo, sin saltarse el eje, Dassin juega alternando un plano de dos de las mujeres con un plano de tres de los camioneros y Figlia, y luego otro plano de 3 de ellas y Nick en el apartamento, da una idea de por qué el cine clásico tiene mucho que ofrecer como inspiración y pistas para los cineastas de nuestros días, algo despistados en lo que a las herramientas visuales del medio destinadas a emocionar al espectador y conducir su mirada por el plano se refiere (otro ejemplo de composición bien pensada: el momento en que el veterano socorre al novato en la carretera, y ambos forman un triángulo, como símbolo del establecimiento de una amistad sólida, en un solo plano, y de forma sencilla).


tomado de eldardodelapalabra

Nick Garcos (Richard Conte) acaba de regresar de Europa, donde ha estado participando en la II Guerra Mundial enrolado en la marina estadounidense.
Cuando está sacando los regalos que trae para su familia, se entera de que su padre ha quedado inválido por culpa de un mayorista de fruta del mercado de San Francisco, llamado Mike Figlia (Lee J. Cobb) que se ha aprovechado del camionero y del que se sospecha provocó el accidente que le costó las piernas.
Nick cambia los planes que traía y decide efectuar un transporte de manzanas para tratar de localizar a Figlia y vengarse.
Allí conocerá Rica (Valentina Cortese), una mujer que vende sus favores y que ha sido contratada por Figlia para distraer a Nick. Sin embargo, ambos acaban congeniando y será ella quien le ayude a escapar de los engaños de Figlia, al menos en primera instancia, porque después la cosa se complica.
 
De nuevo viene a visitarnos Jules Dassin con la última peli que hizo en su país antes de hacer las maletas y venirse a Europa empujado por McCarthy y su famosa Comisión de Actividades Antiamericanas.
La peli supone también el debut en Hollywood de Valentina Cortese (la maestra de la inolvidable Calabuch).
 
El guión, de A.I. Bezzerides, es la adaptación de la novela Thieves’ Market del propio Bezzerides, que no hacía mucho que se había publicado y que cuenta la historia de un hombre de ascendencia griega, igual que el autor.
 
La película utiliza el envoltorio típico del cine negro, pero va más allá de un film de policías (de hecho estos no aparecen y de manera forzada, hasta el final) y gansters, es sobre todo un film de denuncia social.
 
 
Una situación que todavía es actual, por desgracia, seguramente menos descarada, sin palizas, sin muertos, pero la injusticia que relata es parecida a la que se vive hoy. Agricultores que malviven, transportistas que se juegan el pellejo en la carretera por cuatro perras y mayoristas y otros intermediarios que se llevan la parte del león de lo que el consumidor final va a pagar, cantidad que nada tiene que ver con la que el dueño de la tierra percibió por su producto.
 
 
Algo así, dicho sin tapujos por un tipo que era comunista declarado, en el país del milagro capitalista, no me extraña que le trajera las consecuencias que le trajo. Hay miserias que todos conocen, pero deben ser silenciadas, es poco patriótico denunciarlas. Nick había estado en las playas de Anzio luchando por la democracia y se encuentra a su vuelta que hay cosas que no cambian, el sistema está montado para que los ricos ganen y los pobres sobrevivan, si pueden.
 
 
Una vez más, Dassin nos muestra esa maestria que tiene a la hora de utilizar escenarios cotidianos, como hizo en La ciudad desnuda y en dar un aire tan natural a los intérpretes, gente común y corriente, como cualquiera de nosotros a la que reconocemos enseguida.
Magníficos trabajos de todos ellos, incluídos los secundarios, esos camioneros y esos matones de medio pelo que acompañan a los protagonistas. Un Richard Conte que da muy bien el papel; muy bien, como de costumbre, Lee J. Cobb y Valentina Cortese, dándole a su personaje un aire de felina y un tanto exótica sensualidad.
Quizá lo peor sean algunos fallos de guión que claman al cielo. Creo que la película se hizo con una cierta premura y tal vez por ello no hubo mucho tiempo para pulir detalles.
 
 
Es casi imposible no recordar, al verla, La ley del silencio y no sólo por la presencia de Lee J. Cobb, sino porque el tema guarda una cierta concomitancia.
Película que sin ser una obra destacada, tiene muchas cosas interesantes, que se ve con gusto y resulta entretenida, a pesar de ese final feliz que pretende quitar un poco de hierro y traer un punto de esperanza frente al desolador mensaje que nos ha dibujado. Yo me quedo con las manzanas rodando por la tierra.
 
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