Senda tenebrosa, La

Título en castellano La senda tenebrosa
Titulo original Dark passage
Año de filmación 1947
Duración 106 minutos
Pais Estados Unidos
Director Dalmer Daves
Guion Delmer Daves (Novela: David Goodis)
Música Franz Waxman
Dirección de fotografia Sid Hickox (B&N)
Reparto
Productora Warner Brothers Pictures
Sinopsis Un hombre (Bogart) que ha sido injustamente encarcelado por el asesinato de su mujer escapa de la prisión con la intención de probar su inocencia. Una atractiva desconocida (Bacall) le presta ayuda, porque su padre también fue víctima de un error judicial.
Premios  
Subgénero/Temática
Crimen, Policiaco, Plano subjetivo

  tomado de filmaffinity

«Clásico del cine negro de los cuarenta. (…) Bogart y Bacall seducen sin el menor esfuerzo, y la potencia visual de la puesta en escena es digna del clásico más insigne»
Miguel Ángel Palomo: Diario El País 

Esta es la tercera película que ruedan juntos los dos protagonistas, tras «Tener y no tener» (1944) y «El sueño eterno» (1946). Escrita y dirigida por Delmer Daves, se basa en una novela del gran David Goodis. 

La acción se localiza en San Francisco y sus alrededores. Un hombre inocente, condenado erroneamente por el asesinato de su esposa, Vincent Parry (H. Bogart), se fuga de la prisión de San Quintín con el doble propósito de averiguar quién fue el autor del crimen por el que fue condenado y rehacer su vida. La película no muestra el rostro del protagonista hasta transcurridos los primeros 61 minutos de metraje. Entretanto se hace uso de la «cámara subjetiva», consistente en que ésta se sitúa en el interior del personaje y muestra sólo lo que él ve, piensa, dice y oye. 

El encuentro con Irene Jansen (L. Bacall) y el romance que se establece entre Vincent y ella destilan un clima de sinceridad, veracidad y credibilidad pocas veces superado en el cine. Secuencias culminantes del film son la que muestra a Vincent e Irene, situados uno junto al otro, mirando en el espejo, que ocupa casi toda la pantalla, el resultado de la operación; la pelea entre Vincent/Alan y el chantajista junto al mar y bajo la imagen inmensa del Golden Gate; y la huída de Bogart por la escalera de incendios del edificio que entonces era el más alto de San Francisco. La fotografía corre a cargo del notable Sidney Hickox («Tener y no tener», «Al rojo vivo»), que hace un uso excelente de la cámara, con secuencias largas y estáticas, junto a otras en las que mueve el objetivo suavemente para mantener la imagen centrada con precisión. Superpone imágenes y las multiplica para explicar los delirios del sueño de Vincent. El director de la música es Franz Waxman, especializado en composiciones cinematográficas («El crepúsculo de los dioses», «Rebeca», «Un lugar en el sol»). Se sirve de trompetas, instrumentos de viento acompañados de cuerdas, y percusión suave, en melodías que crean sensaciones de intimidad, temor, alegría. El guión es el elemento más débil de la obra: la poca verosimilitud de algunas situaciones y saltos en la explicación de algunos hechos, abonan esta valoración. Los diálogos están muy bien construídos. El punto más fuerte de la película viene dado por las interpretaciones sobresalientes de Bogart y Bacall, llenas de magnetismo y seducción. Destaca la intervención de Agnes Moorehead en el papel de la villana Magde Rapf.

Obra emblemática del cine negro americano de Postguerra, que resulta interesante, abosorbente y entretenida. Incorpora elementos de thriller y de romance. Imprescindible para los amantes del cine de Bogart y Bacall.


La senda tenebrosa es un magnífico ejemplo de cómo hacer con un pésimo guión una buena película, gracias a la interpretación de una de las grandes damas de la pantalla grande (Agnes Moorehead) y al carisma de la pareja cinematográfica por excelencia (Humphrey Bogart – Lauren Bacall).

Y hablo del guión. No de la novela de David Goodis que, visto lo visto, parece tener elementos mas que suficientes para cautivar al espectador. Y aquí quien realmente nos cautiva es nuestra Agnes-brujita querida junto a los “Bacall eyes”. Bueno, y un poco también el amigo Bogart aunque no creo que sea una de sus mejores películas.

Zapatero a tus zapatos. Sin tintes políticos. Delmer Daves a dirigir, que lo haces bien. Ahí quedan El tren de las 3,10 para Yuma ó El árbol del ahorcado. Pero, suponiendo que no hubiese huelga de guionistas, había que haberle dejado a otro la concreción de la línea argumental. Tal vez así nos hubiésemos tragado la píldora de tantísimas casualidades, de tanto “caprichoso” azar al servicio de la historia, nada menos que en un San Francisco donde hay unos cuantos millones de individuos pululando por allí, para que la fatalidad se cebe siempre en los mismos. 

Pobre Bogart. No pongas un circo que te crecerán los enanos, los leones se declararán en huelga de hambre y probablemente hasta el hombre-bala se atasque en el cañón. Tanta mala suerte no es creíble. Si es que paras a tomar un café y ahí está la pasma sospechando. Si es que vas en visita de “cortesía” y acabas tirando la casa y lo que no es la casa por la ventana. ¡Que ni pintada para habitación del pánico!.

¡Y aun así la película es buena!… Gracias Agnes, gracias Lauren, gracias Humphrey…


 
 

Uno de los grandes clásicos del film noir, con una de las parejas más entrañables deleitándonos con su desbordante química, con su desbordante carisma y talento. Nuevamente juntos veremos a los inolvidables y míticos Humphrey Bogart y Lauren Bacall, en una película que forma parte de una de las colaboraciones más largas, fructíferas y de mayor acierto en la historia del cine hollywoodense. Esta dupla sencillamente trasciende la pantalla, y para el momento de este rodaje ciertamente ya lo había hecho, pues ya habían contraído matrimonio. Y es de notar, pues su química es abrumadora, es un verdadero privilegio ver actuar a esta pareja, y el director Daves nos presenta este apreciable filme, repleto de emoción, una buena trama, excelentes actuaciones, y por supuesto, la pareja estelar es el aliciente mayor. Al ver a ambos actuando, al ver la relación que tienen, uno se imagina lo gratificante que debe haber sido dirigir a estos dos titanes, cuya innegable química realmente debió facilitar y hasta hacer un placer el dirigirlos. Además de aquello, la cinta cuenta con ciertos elementos en su desarrollo que vuelven a este ejemplar de film noir digno de atención. ¡Soberbia presentación!

             

 

Boggie es Vincent Parry, un acusado de asesinar a su esposa, él ha escapado de prisión, y lo veremos en plena faena escapatoria, pidiendo aventones. Pronto aparecerá su incondicional aliada, Irene Jansen (la hermosa Bacall), que sin dar mayores explicaciones lo ayuda. Lo lleva a su casa, sin hablar demasiado, directa, fría, pero determinada. En su camino además conoce a un taxista, el cual también lo ayudará y le dará la dirección de un doctor que le puede beneficiar con una cirugía plástica para cambiar de rostro, todo esto en una primera parte del filme donde jamás veremos a Bogart, sino todo lo veremos desde su perspectiva, desde sus ojos. Visita, antes de ir con el cirujano, a un íntimo amigo suyo; luego, tras 37 minutos, finalmente veremos su rostro, cubierto por las vendas después de la operación. Su mejor amigo es asesinado, por lo que él regresa con Irene, y conocerá a Madge (Agnes Moorehead), quien tiene una extraña “relación” con Parry. Se quita los vendajes y veremos el rostro del buen Boggie, la atracción con Irene es ya inevitable, mientras busca al asesino de su amigo, y es perseguido por policías. Tras una serie de revelaciones, descubre que Madge es la verdadera asesina de su mujer y su amigo, que lo quiso inculpar, que estaba obsesionada con él, pero que acaba muriendo a la luz de los hechos, todo se ha desenmarañado. Finalmente, Parry deja todo atrás y se va, o mejor dicho, viene a nuestro Perú, donde se encuentra con Irene, se abrazan y terminan bailando, exiliados, pero juntos.

Es una gran joya del cine negro de la época. Remarcables las actuaciones, obviamente de la dupla Bogart-Bacall, y asimismo de la siempre correcta, siempre eficiente Agnes Moorehead, que ya en otros inmortales filmes (por ejemplo Soberbia, de Orson Welles) dejó evidencia de su destreza en la actuación. Excelente la presentación de la primera parte, donde veremos todo desde la perspectiva del fugitivo, todo desde los ojos de Parry, lo cual logra introducirnos más en la acción dramática, nos permite identificarnos y sentir más la huida, la tensión del momento, nos envuelve en una atmósfera de misterio, resultado de la elección de un interesante y agradable elemento narrativo, correcto el recurso por entonces no muy explotado. Después de la operación, se quiebra el enfoque y ya veremos las secuencias con la perspectiva convencional, apareciendo ya todos los personajes. Es excelente la relación y la genuina atracción que desprende la dupla estelar, una Bacall decidida, determinada, imperial, que se siente poderosamente atraída por el recio fugitivo Bogart, quien a su vez, inicialmente no comparte la atracción pero finalmente se ve sobrecogido por ella también. Es una tónica que se repetirá constantemente en muchas de sus posteriores películas juntos, y eso es lo que atrae, verlos juntos, filmes como este son para enmarcar y apreciar una y otra vez. Excelente película.

Es una gran joya del cine negro de la época. Remarcables las actuaciones, obviamente de la dupla Bogart-Bacall, y asimismo de la siempre correcta, siempre eficiente Agnes Moorehead, que ya en otros inmortales filmes (por ejemplo Soberbia, de Orson Welles) dejó evidencia de su destreza en la actuación. Excelente la presentación de la primera parte, donde veremos todo desde la perspectiva del fugitivo, todo desde los ojos de Parry, lo cual logra introducirnos más en la acción dramática, nos permite identificarnos y sentir más la huida, la tensión del momento, nos envuelve en una atmósfera de misterio, resultado de la elección de un interesante y agradable elemento narrativo, correcto el recurso por entonces no muy explotado. Después de la operación, se quiebra el enfoque y ya veremos las secuencias con la perspectiva convencional, apareciendo ya todos los personajes. Es excelente la relación y la genuina atracción que desprende la dupla estelar, una Bacall decidida, determinada, imperial, que se siente poderosamente atraída por el recio fugitivo Bogart, quien a su vez, inicialmente no comparte la atracción pero finalmente se ve sobrecogido por ella también. Es una tónica que se repetirá constantemente en muchas de sus posteriores películas juntos, y eso es lo que atrae, verlos juntos, filmes como este son para enmarcar y apreciar una y otra vez. Excelente película.


 
 

Falso culpable en San Francisco

La senda tenebrosa, de Delmer Daves.
Estados Unidos. 1947. Título original: Dark Passage. Director: Delmer Daves. Guion: Delmer Daves (Novela: David Goodis). Productora: Warner Bros. Pictures. Productor: Jerry Wald. Fotografía: Sidney Hickow. Música: Franz Waxman. Montaje: David Weisbart. Reparto: Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Bruce Bennett, Agnes Moorehead, Tom D’Andrea, Clifton Young, Douglas Kennedy, Rory Mallinson, Houseley Stevenson.

Ahora que el cine atraviesa una época en que el envoltorio visual de sus películas, la proliferación de efectos especiales y los imposibles giros de guion, que buscan desesperadamente el factor sorpresa, son elementos que están a la orden del día, no está de más echar la vista atrás y remontarse a un tiempo en que la receta para el éxito era tan simple como tener una historia sólida, un director con personalidad al timón y unos actores cumplidores. Un tiempo en que el universo de las grandes estrellas de Hollywood estaba conformado por maravillosos actores, dotados de un carisma innato, difícil de encontrar en la actualidad, que les hacía resultar creíbles en cualquier papel que cayese entre sus manos. Humphrey Bogart fue uno de ellos. Un tipo bajito y más bien delgaducho, radicalmente alejado de la imagen de galán que triunfaba en la época, que, sin embargo, protagonizó una de las historias de amor más emblemáticas de todos los tiempos, la que vivieron Rick Blaine e Ilsa Lund en Casablanca (Michael Curtiz, 1942), todo un éxito de taquilla, avalado, además, por el Oscar a la mejor película. Ahora bien, si Bogart estuvo perfecto en su encarnación de héroe romántico en tiempos de guerra, no cabe duda de que sus trabajos más recordados estarían enclavados dentro del cine negro, en general, y en sus cuatro colaboraciones junto a la actriz Lauren Bacall, en particular. En 1941, ella era una modelo de 15 años que comenzaba a formarse como actriz en la Academia Americana de las Artes Dramáticas, cuando su innegable fotogenia llamó poderosamente la atención del director Howard Hawks. Tanto fue así que confió en ella para que co-protagonizara junto a Bogart, por aquel entonces toda una estrella al servicio de la Warner Bros. (era el actor mejor pagado), Tener y no tener (1944), toda una obra maestra en la que la pareja derrochó una química que traspasó la pantalla. Todos recordamos aquel memorable diálogo, obra de los guionistas Jules Furthman, William Faulkner – adaptando la novela homónima de Ernest Hemingway–, en el que Bacall le dice a Bogart: “Sabes que no tienes por qué actuar conmigo, Steve. No tienes que decir nada y no tienes que hacer nada. Nada. O quizá, solo silbar. ¿Sabes silbar no, Steve? Solo tienes que juntar tus labios y silbar”. Aquello fue tan solo el comienzo de la leyenda.

Que el actor fuese 26 años mayor que la debutante actriz no fue obstáculo para que acabaran enamorándose y pasando por el altar un año después, formando uno de los matrimonios más unidos del mundillo artístico, que duró hasta el fallecimiento de él en 1957. Además, vistos los buenos resultados de su primera reunión en la gran pantalla, Bogart y Bacall volverían a ser pareja cinematográfica en tres proyectos más, a cual más inolvidable: El sueño eterno (Howard Hawks, 1946) –a partir de una novela de Raymond Chandler–, La senda tenebrosa (Delmer Daves, 1947) y Cayo Largo (John Huston, 1948). De estos cuatro clásicos del cine negro, tal vez, el que goza de menos renombre, siempre ha sido el realizado por Daves. Sin embargo, aunque no llegara a alcanzar la categoría de obra maestra que sí ostentan las dos cintas dirigidas por Howard Hawks, hay que rendirse a la evidencia de que nos hallamos ante un título realmente fascinante. Jack L. Warner contrató a Delmer Daves para llevar a cabo la adaptación de Dark Passage, una novela de David Goodis, como vehículo para lucimiento de la pareja del momento. Daves, un realizador que sería más recordado por sus westerns –Flecha rota (1950), El tren de las 3:10 (1957) o El árbol del ahorcado (1959) son algunas de sus mejores aportaciones– y que aquel año también filmaría otra interesantísima historia de intriga como La casa roja , lejos de plegarse a las exigencias de los productores (algo que estaba a la orden del día en aquellos años), decidió tomar aquel potente material y realizar una jugada tan suicida como la de no mostrar el rostro de su estrella protagonista (Bogart) hasta una vez transcurrida una hora de película. Una licencia creativa, tan poco explotada por aquel entonces, como la del empleo de la cámara subjetiva, hace que el espectador viva los acontecimientos a través de los ojos de su personaje Vincent Parry, con los diferentes personajes que interactúan con él hablando d¡rectamente a cámara. También emplea la voz en off de Bogart para hacernos partícipes de los pensamientos y miedos de este hombre injustamente acusado de un asesinato, el de su esposa, que no ha cometido. Un héroe en la mejor tradición de los falsos culpables de Hitchcock.

▲LA SENDA TENEBROSA (DARK PASSAGE), de Delmer Daves.

La enigmática mirada felina de Lauren Bacall, así como su sensual voz y una poderosa presencia escénica propia de las mejores femme fatale, son explotadas como nunca en esta película en un personaje del que, además, tanto el protagonista como el espectador recelamos en todo momento de sus intenciones. 

En los primeros compases de La senda tenebrosa asistimos a la huida de Parry de la prisión de San Quintín en el interior de uno de los barriles que porta un camión. Después de robar el coche a un tipo demasiado curioso –le somete a un incómodo interrogatorio– que le recoge, aparece de la nada una misteriosa mujer (Bacall, por supuesto) que le ofrece su ayuda y termina escondiéndole en su casa. Ella es Irene Jansen, una pintora que se ha sensibilizado con el caso de Parry, al que cree inocente, después de que su padre pasase por unas circunstancias similares, siendo también juzgado por el asesinato de su mujer, siendo inocente. La enigmática mirada felina de Lauren Bacall, así como su sensual voz y una poderosa presencia escénica propia de las mejores femme fatale, son explotadas como nunca en esta película en un personaje del que, además, tanto el protagonista como el espectador recelamos en todo momento de sus intenciones (¿en serio alguien puede llegar a incurrir en un delito por ayudar a un extraño sin que detrás exista algún tipo de interés?). Lo cierto es que la química entre la pareja funciona, como es de esperar, a las mil maravillas y su inevitable romance, lejos de entorpecer la trama criminal, está perfectamente introducida en la historia. El magnífico libreto, obra del propio Daves, da cancha a un puñado de interesantísimos personajes secundarios que se cruzan en el camino de Parry, no ya en su continua escapada de la policía, sino en su búsqueda por descubrir la identidad del verdadero asesino de su esposa. Todos ellos conforman una maraña de mentiras, traiciones y alguna que otra improvisada alianza, desde un taxista habituado a moverse en ambientes turbios y que pone en contacto al prófugo con un cirujano que transforma su rostro; un extorsionador (el hombre que le había recogido en la carretera, encarnado por un estupendo Clifton Young) que busca sacar rendimiento económico a su información y, sobre todo, Madge Rapf (una inmensa Agnes Moorehead), la mujer que testificó en contra de Parry en su juicio, sin duda, el personaje más maquiavélico de la función. Todas y cada una de estas personas están dibujadas en el guion de forma tan ambigua (incluso los roles de Bogart y Bacall que, siendo los buenos de la película, también se mueven en unos terrenos que bordean peligrosamente la ilegalidad cuando no caen directamente en ella) que se consigue el buscado efecto de que desconfiemos de todos ellos y no sepamos nunca, a ciencia cierta, en quién se puede confiar y en quién no.

▲Lauren Bacall en LA SENDA TENEBROSA.

Un título que se ha ganado, por derecho propio, un lugar de honor dentro de las filmografías de todos sus nombres implicados. Un clásico nada menor, emocionante y absorbente, repleto de momentos memorables.

La senda tenebrosa es una intriga policial absolutamente magnífica, dirigida con excelente pulso por Daves, que sabe otorgarle a la historia un ritmo trepidante que no deja espacio para el aburrimiento. Pese a que Bogart aparece durante la mayor parte de la misma fuera de escena o con el rostro cubierto por un vendaje, lo cierto es que realiza una interpretación formidable, perfectamente apoyado por un reparto en el que todos los actores brillan a gran altura, especialmente ellas, Bacall y Moorehead. La música de Franz Waxman sabe crear la sensación de constante amenaza que el relato requería y la magistral fotografía de Sidney Hickow saca un extraordinario partido a esa ciudad de San Francisco que sirve de escenario a la intriga. A diferencia de muchas películas similares de la época, en las que la mayoría de las escenas tenían lugar en interiores, esta se muestra mucho más generosa en momentos que acontecen en exteriores. De este modo, las características calles empinadas, los tranvías o el espectacular puente Golden Gate funcionan muy bien como ese paisaje urbano en el que se mueve Parry en su obsesiva búsqueda de respuestas. Aparte de la sabia utilización de la ya mencionada narración subjetiva, La senda tenebrosa destaca por una fuerza visual inusitada en secuencias como aquella tan onírica que tiene lugar en la consulta del cirujano, cuando nuestro héroe, como consecuencia de la anestesia, sufre unas alucinaciones en las que aparecen los rostros distorsionados de los personajes involucrados en la trama, o aquella en la que presenciamos el fatal desenlace de Madge. En definitiva, este es un título que se ha ganado, por derecho propio, un lugar de honor dentro de las filmografías de todos sus nombres implicados. Un clásico nada menor, emocionante y absorbente, repleto de momentos memorables. El verdadero significado de la palabra tensión está presente en escenas como la de Lauren Bacall sorteando dos controles policiales con el preso fugado oculto en el asiento de atrás de su coche; el interrogatorio al que Parry –al que delata un temblor de manos por el nerviosismo– es sometido por un policía de incógnito en el restaurante, o la pelea con el chantajista en la colina, bajo el Golden Gate. Un laberíntico camino, plagado de espinas y contratiempos, que culmina, eso sí, como mandaban los cánones de la época, con la pareja formada por Bogart y Bacall reencontrándose en el puerto de Paita, en Perú, y fundiéndose en un idílico baile que servía de feliz broche final a la historia. Algo que fue, muy probablemente, una ligera concesión ante las exigencias de los estudios, que no empañan, a pesar de todo, las múltiples bondades de tan maravilloso ejercicio de suspense en estado puro. Uno que habría firmado con los ojos cerrados el mismísimo maestro Alfred Hitchcock, pero que fue obra de un eficiente (e inspiradísimo) artesano como Delmer Daves.

 
José Martín León
© Revista EAM / Madrid

 

Vincent Parry es un convicto injustamente condenado a cadena perpetua por haber asesinado a su mujer que logra escapar de la prisión. En su huida se encuentra con una misteriosa mujer, Irene, que le ayuda a escapar por motivos que Vincent desconoce. Una vez a salvo, decide investigar quién fue el verdadero asesino de su mujer, pero para evitar ser reconocido se hace una operación de cirugía para tener un nuevo rostro.

Senda Tenebrosa es una curiosidad dentro del género negro. El motivo por el que más llama la atención es el hecho de que la primera media hora de film está construida bajo planos subjetivos del protagonista, del cual no vemos la cara en ningún momento salvo las fotos de los diarios. Esta decisión se justifica porque Vincent se cambia de rostro y por tanto no sería verosímil que tuviera la misma cara antes y después de la operación. Aún así, no deja de ser toda una temeridad rodar una película protagonizada por una estrella como Humphrey Bogart en la que durante la primera media hora nunca le vemos la cara, y que a continuación se pase otra media hora con el rostro cubierto de vendas y sin poder hablar.

La idea de narrar una película en plano subjetivo en realidad no era nueva, ya lo había intentando ese mismo año el actor y ocasional director Robert Montgomery en su adaptación de La Dama del Lago aunque con resultados fallidos. Montgomery justificó su uso de la cámara subjetiva para representar ese “yo narrativo” que estaba presente en la novela de forma que el espectador pudiera sentirse más identificado aún con el detective protagonista, que narra la historia en primera persona. Sin embargo, la idea no funcionó y el resultado final acabó siendo artificioso. Afortunadamente, en Senda Tenebrosa la cámara subjetiva funciona perfectamente principalmente por dos motivos: el primero es que tiene una justificación narrativa que además no impide que también se muestren planos no subjetivos, y en segundo lugar el manejo de la cámara por parte de Delmer Daves es mucho menos rígido y más efectivo de forma que el resultado final da la sensación de que estamos viviendo una pesadilla en primera persona.

De hecho toda la película está construida como una especie de pesadilla de la que el protagonista intenta escapar. La absoluta inverosimilitud de muchos de los hechos que le suceden (que Irene esté justo cerca de la cárcel cuando Vincent se escape y que sea amiga de la mujer que le acusó, que el primer hombre al que asalte sea un criminal que luego le devolverá el golpe, que el misterioso taxista se ofrezca sin más a ayudarle, etc.) aumenta esa sensación, de forma que al espectador se le hace el film aún más confuso.

Y es que en realidad, la historia de la mujer asesinada a la que Vincent no mató acaba siendo una mera excusa, puesto que este hecho pasa casi de puntillas durante la mayor parte de la película. No es más que una excusa sobre la cual Daves consigue tratar lo que le interesa: un hombre escapado de la cárcel con un nuevo rostro que se ve acechado continuamente. La búsqueda del verdadero asesino no es más que el pretexto para que Vincent tenga una motivación sobre la que actuar. La paranoia, el miedo a ser reconocido con ese nuevo rostro, el continuo acecho de la policía… eso es lo que realmente interesa de la película.

Daves incluso se permite dar bastante importancia a personajes secundarios permitiéndoles cobrar protagonismo aunque eso implique detener la narración. Un ejemplo evidente es la escena en que Vincent es acorralado por el chantajista en la que pasan varios minutos hablando y el espectador espera que de un momento a otro Vincent le arrebate el arma y escape… pero no sucede, nuestras expectativas no se cumplen y Vincent sigue acorralado tras la larga charla. Sin embargo el mejor secundario es ese taxista solitario en busca de conversación que se queja amargamente de cómo cada noche recoge a personas que hablan entre ellas de lo bien que se lo han pasado mientras él conduce. Es uno de esos grandes personajes secundarios perdedores tan habituales del cine negro.

Como último detalle a destacar, el final de la película escapa por completo de las convenciones del género en que todo queda bien atado y se descubre la verdad de cada personaje haciéndose justicia. Nada de eso sucede y Vincent acaba abocado al fatalismo del destino, siendo un personaje eternamente acechado cuya reputación queda manchada para siempre sin ninguna posibilidad de remediarlo.

Otro de los principales atractivos de la película lo encontramos, cómo no, en la magnífica pareja protagonista: Humphrey Bogart y Lauren Bacall, y es que muy pocas parejas en la historia de Hollywood han conseguido desprender su química y complicidad. Eso se nota en cada escena que comparten juntos: las conversaciones informales entre ellos, la ternura con que ella le cuida, la forma como él le da a entender su aprecio sin querer demostrarlo del todo como hombre duro que es, la lágrima que se le escapa a Bacall cuando tienen que separarse… Aunque sea tópico decirlo, es uno de esos casos en que uno nota en la pantalla que estaban enamorados de verdad, y eso beneficia muchísimo al film.

Una obra algo olvidada salvo para los seguidores del género negro muy interesante y recomendable.

 

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