Una vida marcada

Título en castellano Una vida marcada
Titulo original Cry of the City
Año de filmación 1948
Duración 96′
Pais Estados Unidos 
Director Robert Siodmak
Guion Richard Murphy (Novela: Henry Edward Helseth)
Música Alfred Newman
Dirección de fotografia Lloyd Ahern (B&W)
Reparto
Productora 20th Century Fox
Sinopsis Un astuto y peligroso delincuente que ha matado a un policía es perseguido por un teniente de homicidios que fue su compañero de juegos durante la infancia, cuando ambos vivían en el barrio italiano (Little Italy) de Nueva York.
Premios  
Subgénero/Temática Policiaco

tomado de filmaffinity

Película bastante desconocida tanto en la carrera del director como en el catálogo del gran cine negro americano y que sin embargo, he de reconocer, me sigue impresionando y causando gran admiración cada vez que tengo suerte de poder disfrutarla en la pantalla.

El gran Robert Siodmak dirige el relato de un delincuente italoamericano Martin Rome (Richard Conte) atrapado en un laberinto de callejones sin salida al que es sometido tras ser detenido por el asesinato de un policía. A partir de aquí se desencadenan sin descanso multitud de acontecimientos que aumentan el grado de tensión y acorralamiento al que es sometido Martin, sobre todo por parte del teniente Candella (Victor Mature) que curiosamente había crecido con él en el barrio de little Italy. Relatada en una prodigiosa ambientación de la ciudad de Nueva York las sombras se apoderan de la cinta haciéndola aún más inquietante en todo su desarrollo.

Ni que decir tiene que las interpretaciones están en un grado superlativo y que son lo mejor de la película. Todo el reparto está increible destacando por encima de todo un maravilloso duelo interpretativo entre el gran Victor Mature y el enorme Richard Conte. A esta última característica de la produccíón ayuda mucho la profundización que se hace de todos y cada uno de los personajes. Es quizás lo más destacable. Pocas películas recuerdo en mi camino cinematográfico donde aparezcan tantos y tan distintos personajes y todos ellos llevados hasta el límite y expuestos detalladamente al espectador.

Con todos estos ingredientes sumados a un guión perfecto, un profundo mensaje moralista y familiar y la mano de uno de los mejores directores americanos del estilo noir, estamos ante otro clásico imprescindible del cine negro americano y que hoy en día, sesenta años después de su estreno, sigue estando en la cima del mejor cine de accion y suspense.


Un extraordinario Victor Mature de policía, excelente profesional, y Richard Conte enfrente; excelente criminal. Aquí las balas hieren de verdad, aunque alguna atraviesa cristales sin romperlos, nos imaginaremos que es un rebote del proyectil. Pero las lágrimas son reales, porque lo que un hijo hace sufrir a una madre… sólo lo saben las madres.

Puede que uno esté del lado del Martin Rome, puede que pensemos que sólo quiso ayudar a su madre, él no tiene la culpa de que la policía esté siempre persiguiéndolo, quería ver a su madre feliz, a su hermano y a su novia, pero las cosas se tuercen y la policía pasa de sensiblerías. La música de fondo instrumental en las calles nos marca un ritmo triste, “¿Quién la está besando ahora?”. Esa es la pregunta que mueve a Martin Rome a salir del agujero como sea.

Martin Rome (Richard Conte) irá a la pata coja, algunos le ayudan, pero siempre tiene detrás el aliento del teniente, con su discurso veraz, (-Si quieres un buen discurso, haz policía a un italiano). Martin Rome no tiene tiempo ni para dormir y la película es así, sin descanso, sin relajamiento; si te relajas, te estrangulan… Muchos detalles de importancia para los buenos aficionados al cine policiaco y de la mano de un experto en estos temas: Siodmak; que ya está marcado. Y Martin Rome siempre sonriendo, no importa que le sigan, no se queja, huye sin compadecerse; pero claro, tampoco se compadece de nadie.


tomado de elblogdeethan

Hay ciudades con vida propia. Hay ciudades alegres, acogedoras; las hay que invitan al paseo o a la diversión. Son metrópolis que tienen sus buenos y malos momentos; como las personas. Algunas hasta lloran. Hubo un director, allá por los años cuarenta, que supo captar esa fase depresiva en una gran urbe como Nueva York. Fue Robert Siodmak. Lo hizo cuando rodaba Cry of the City (El llanto de la ciudad), aquí se tituló: Una Vida Marcada.

El largometraje pertenece a la serie negra y se basa en la novela de Henry Edward Helseth, “The Chair for Martin Rome”. El personaje central es Marty (Richard Conte), un gangster que acaba de matar a un policía y se recupera de sus heridas en un hospital de la penitenciaría. Aprovechando la coyuntura –Marty tiene una entrada, en primera fila, para su propia ejecución en la silla eléctrica- el abogado de otro criminal pretende endosarle un asesinato que no cometió. Asesinato que, a la sazón, investiga el teniente Candella (Victor Mature) y en el que, para más desgracias, puede verse involucrada la novia de Marty. Todo esto da pie a que arranque la cinta cuando Marty, resuelto a solucionar sus problemas, escapa de la cárcel.

Ese es el confuso argumento -típico del género-, que propone el excelente guión de Richard Murphy (con el reputado Ben Hetch a la sombra) y que resuelve con maestría Robert Siodmak. Y lo hace desde el principio: una música envolvente de Alfred Newman acompaña a personajes desconocidos, que sufren por la pérdida de un ser querido o que lloran por las heridas de otro que se encuentra al borde de la muerte. Ese llanto acompaña los créditos y sirve para enmarcar de poesía al filme.

La puesta en escena, en apariencia muy simple, es lo suficientemente compleja para estar horas hablando de ella: cuando alguien amenaza a otro, Siodmak superpone a los actores y la puesta en escena vertical predomina sobre la horizontal. Cuando algo se negocia, los mismos personajes vuelven a su punto de partida, y gana lo horizontal sobre lo vertical. Si el realizador quiere reflejar la angustia de los protagonistas, utiliza una cámara lo suficientemente baja, a lo Orson Welles, para que los techos de las habitaciones se encuentren siempre presentes y consiga, de esta forma, el efecto deseado de presión sobre los actores. En el exterior hace lo contrario. Con picados, en planos muy generales, presenta a los personajes, siempre de noche, insignificantes, transitando por las húmedas calles; soportando el peso de la ciudad –y el punto de vista del espectador- sobre sus nada limpias conciencias.

En Cry of the City, no podía faltar el mensaje socialmente correcto; peaje obligado al código ético imperante en Hollywood: dos muchachos que provienen de los barrios bajos, y en igualdad de oportunidades, eligen caminos distintos; uno opta por el bien y se convierte en agente de la ley; el otro se tuerce hacia el lado equivocado, y así le va… Sin embargo, Siodmak -y sus guionistas- sortean el tratamiento moralizante del filme y nos sorprenden con una atractiva ambigüedad. Y es que los dos protagonistas (Marty/Conte y Candella/Mature) no son tan distintos. Y no porque el ladrón y el policía pertenezcan al Lower East Side de Nueva York, si no porque ambos manipulan a los mismos personajes para conseguir sus propósitos: a la madre, al hermano pequeño y a la novia de Marty.

No creo que sea casual la elección de Victor Mature para encarnar al teniente Candella –cuando es un actor que le va como anillo al dedo situarse al otro lado de la ley-, Robert Siodmak lo utiliza como agente de policía y así consigue subrayar más la ambigüedad del personaje. 

Mención aparte merece la actuación de Richard Conte. No estaría de más que los actores de las nuevas generaciones, tan dados al histrionismo y al “método”, tuvieran esta película en mente siempre que se enfrentaran a un personaje con cierta dificultad. Y es que Richard Conte está sencillamente magnífico. Siempre me ha parecido uno de los mejores de su época. Contenido en su actuación, ensombrece la de cualquiera; proporciona el realismo que muchas veces falta en los largometrajes de género; enseguida se gana las simpatías del público -y seguimos con la ambigüedad, recordemos que es el “malo”- y da lo mejor de sí cuando lo requieren las secuencias dramáticas.

 
Una Vida Marcada nos habla de dos personajes que intentan sobrevivir, pero también nos cuenta de pasada como los abogados son casi peores que los delincuentes; como los médicos quieren ver primero el dinero, antes que la herida; como giran los sillones vacíos, aún calientes, mientras agoniza en el suelo su último ocupante. Nos habla de todo eso, pero también de la gente que sufre: esos desconocidos del arranque que se solidarizan con la ciudad, que la acompañan en el llanto. Los que, como ella, derraman lagrimas; lágrimas de color negro.

Rodada en Nueva York, la película debe su nombre tan acertado de Cry of the city («Llantos de la ciudad» más atractivo que «Una vida marcada») al riesgo de una denuncia por un abogado, Martin Rome, a causa del título inicialmente elegido de Martin Rome and the law (Martin Rome y la ley). El guión de Richard Murphy, en el cual participó Ben Hecht, se basa en la novela The Chair for Martin Rome de H.E. Helseth.

 

La música de Alfred Newman suena con los títulos de créditos con el excelente  «Street Scene» que fue su primera creación en la película del mismo nombre en 1931. Pero el jazz se manifiesta también en Cry of the City para  acompañar al personaje del joven  Toni,  con pequeños ritmos en el estilo de «Fever» o el muy bueno final de piano antes de escuchar de nuevo «Street Scene». Excelentes partituras de Harry Akst con «Baby Face» y «I Wonder Who’s Kissing Her Now» de J.E. Howard, temas que oímos en numerosas películas.

La fotografía es de Lloyd Ahern.

 

Película bastante desconocida tanto en la carrera del director como en el catálogo del gran cine negro americano y que sin embargo, he de reconocer, me sigue impresionando y causando gran admiración cada vez que tengo suerte de poder disfrutarla en la pantalla.

El gran Robert Siodmak dirige el relato de un delincuente italoamericano Martin Rome (Richard Conte) atrapado en un laberinto de callejones sin salida al que es sometido tras ser detenido por el asesinato de un policía. A partir de aquí se desencadenan sin descanso multitud de acontecimientos que aumentan el grado de tensión y acorralamiento al que es sometido Martin, sobre todo por parte del teniente Candella (Victor Mature) que curiosamente había crecido con él en el barrio de little Italy. Relatada en una prodigiosa ambientación de la ciudad de Nueva York las sombras se apoderan de la cinta haciéndola aún más inquietante en todo su desarrollo.

Ni que decir tiene que las interpretaciones están en un grado superlativo y que son lo mejor de la película. Todo el reparto está increible destacando por encima de todo un maravilloso duelo interpretativo entre el gran Victor Mature y el enorme Richard Conte. A esta última característica de la produccíón ayuda mucho la profundización que se hace de todos y cada uno de los personajes. Es quizás lo más destacable. Pocas películas recuerdo en mi camino cinematográfico donde aparezcan tantos y tan distintos personajes y todos ellos llevados hasta el límite y expuestos detalladamente al espectador.

Con todos estos ingredientes sumados a un guión perfecto, un profundo mensaje moralista y familiar y la mano de uno de los mejores directores americanos del estilo noir, estamos ante otro clásico imprescindible del cine negro americano y que hoy en día, sesenta años después de su estreno, sigue estando en la cima del mejor cine de accion y suspense.

 

(Parte del comentario publicado por Alfie en Filmaffinity)

A los clásicos enfrentamientos  moralistas que nos cuentan tantas películas de policías y gángsteres, Robert Siodmak responde aquí con una matización de la frontera  entre «el bien y el mal»  que da a Cry of the City un sabor entrañable. El tema del policía irreprochable frente al  delincuente  no importa tanto como la afectividad que  envuelve al conjunto de los personajes: una suave sabana de lino empapada de lágrimas y dolores, los llantos de la ciudad (Cry of the City). Sí James Gray con We Own the night o The yards, Martin Scorcese  en casi toda su obra, matizan igualmente esta frontera, en este «torrente de amor» podemos pensar más bien a John Cassavetes.


 

 

A %d blogueros les gusta esto: