Acto de violencia

Título en castellano Acto de violencia
Titulo original Act of violence
Año de filmación 1948
Duración 82′
Pais Estados Unidos
Director Fred Zinnemann
Guion Robert L. Richards (Historia: Collier Young)
Música Bronislau Kaper
Dirección de fotografia Robert Surtees (B&W)
Reparto
Productora Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
Sinopsis Por su participación en la construcción de viviendas para las personas de bajos recursos, Frank Enley (Van Heflin) acaba de ser homenajeado por la gente de Santa Lisa, que ve en él a un hombre bueno y comprometido. Pero, de repente, a la vida de Enley llega Joe Parkson, un hombre discapacitado que le busca con un único objetivo: matarle. Un penoso incidente ocurrido durante la II Guerra Mundial, será removido entonces y la vida para Enley y para su esposa Edith (Janet Leigh), entrará en un agudo conflicto. 
Premios  
Subgénero/Temática Thriller, Guerra, Drama

Tomado de filmaffinity

Tuvo el cine negro americano dos momentos bien diferenciados. Uno antes y otro después de la SGM. Antes, en la época dorada, los gángsters sociópatas colmaban las pantallas con sus personalidades atormentadas y sus comportamientos criminales. Cagney, Raft o Muni protagonizaban las grandes producciones. Luego, las consecuencias de la contienda sirvieron de filón para encauzar un género que ya había agotado la figura de ese tipo que aspiraba a dirigir la más poderosa organización criminal. Se abría un nuevo abanico donde los personajes se volvían más complicados, más sofisticados y con problemas mucho más graves. El rencor, la envidia, la ira, la locura…miserias de la mente humana que permitirían a grandes directores acercarse al noir y filmar historias mucho más accesibles para ellos. Este es el caso de Fred Zinnemann.

Todavía muy lejos del estrellato, el director austriaco se hizo cargo de esta producción de la Metro y que contó con un excepcional reparto. Cuando te sientas a ver una cinta donde Ryan y Heflin encarnan a los protagonistas, no puedes esperar ni más ni menos que lo que termina sucediendo: actuaciones prodigiosas para dar vida a dos hombres al límite, llenos de odio y culpabilidad, y cuyo encuentro tendrá irremediablemente tintes trágicos. Poco más se puede decir de un argumento que a los diez minutos de metraje sorprende al público, al que encauza en un camino marcado por un hecho sobrecogedor. Solo las mujeres que acompañan a Frank (Heflin) y a Joe (Ryan) se apartan de esa dinámica de destrucción e intentan salvar a ambos y alejarlos definitivamente de ese trauma que les supuso la SGM. Pero de nuevo insistir en las interpretaciones de Ryan y Heflin. El primero se gusta en uno de esos trajes que le quedaban magníficamente y que deslumbran desde el primer fotograma. El segundo, un actorazo que va creciendo conforme avanza el metraje hasta tutear a un Ryan en un mano a mano final memorable.

Obra que queda en un segundo plano en la filmografía del director pero que debe ser de cita obligada para todos los amantes de esas historias que ponen al hombre en situaciones críticas, que lo llevan a la desesperación y al desamparo y donde los instintos más básicos se abren paso pisoteando sin contemplaciones cualquier atisbo de razón. Notable.


Señoras y señores, qué reparto. Hay que descubrirse. Y la monumental fotografía en B&N del gran Robert Surtees. Y la majestuosa banda sonora de Bronislau Kaper. Y la dirección del todavía en ciernes Fred Zinnemann, que ya anticipaba las glorias que llegarían. Esto es cine. Cine negro, en efecto, y Cine a secas, un prodigio de bien narrar y mejor filmar. Los dramas derivados de la Segunda Guerra Mundial. Un misterioso tullido llega a un pueblo para vengarse del presunto héroe de guerra que le traicionó a él y a sus compañeros a los nazis para poder «seguir comiendo», y respirando, y alentando esperanzas de un futuro mejor. Robert Ryan vs. Van Heflin: tablas. A cual mejor. Véase la escena final. Las mujeres de sus vidas: Janet Leigh, una de las estrellas más refulgentes de la historia del Cine. Phyllis Thaxter, el dique que intenta contener las aguas del desquite. Y el pobre ángel caído que sobrevive como puede: Mary Astor, con su cara de puta del Raval, tan magnética como de costumbre. Con estos materiales, Zinnemann esculpe una historia de venganza y redención, de instintos primarios y maniobras defensivas. No le hacen falta F/X, ni ruidos ensordecedores, ni carreras de coches frenéticas, ni tan sólo desnudos. Señoras y señores, pasen y vean: esto es Cine.


Afortunadamente, y para dicha nuestra, siempre habrá alguna joya por descubrir en el inmenso baúl del buen cine. Y sobre todo, del cine clásico. En mi caso, encontré esta cinta, sin muchas referencias, pero que me ha gustado bastante.Como siempre, no le pongo muchas trabas para poder ver una película; me fijo en la combinación de un excelente director mas un buen reparto si es posible, sin importar el género o historia, y la mente abierta para dejarme sorprender, ya que a todos les saco el gusto. Aunque, a veces, no comprendo mucho cómo una película como ésta, pase por desapercibida y hasta algo olvidada. Pero bueno, así son las cosas. Acto de violencia, es un buen ejercicio sobre todo de interpretación de sus protagonistas. Y no dejo atrás ni si quiera a la gran Mary Astor, una de las sobrevivientes exitosas del cine mudo, en un papel corto pero que evidencia su gran talento, acompañando a Van Heflin, en un rol donde sufre la metamorfosis que la culpa y el remordimiento personal producen sobre una vida cotidiana y familiar; Robert Ryan, que con su sola mirada y ese andar defectuoso hace que el rencor no necesite de muchos diálogos para manifestarse, y cuando los tiene, son sobrios y contundentes; y Janet Leigh, joven y tierna, pero sólida como apoyo de un marido atormentado. Zinnerman logra convincentemente adentrarnos en una bomba de tiempo con un final bien manejado, una banda sonora como preludio de una tragedia venidera y un guion cuidadoso, que no sabría si encasillarlo dentro del género de cine negro ya que no parecen estar los típicos y caracterizados elementos del mismo, pero que sin duda, hace de él un drama emocional muy fuerte con una acertada dirección artística y la poderosa actuación de sus protagonistas.Así pues, Heflin vs. Ryan, y Leigh mas Astor, más que suficientes argumentos de peso para disfrutar de una buena cinta.


Tomado de cosasquehemosvisto

Un hombre que cojea cruza la calle con prisa en dirección al bloque de apartamentos donde vive. Al entrar en el suyo, saca una pistola de un cajón y le introduce un cargador, prepara una bolsa de viaje y se va a la estación de autobuses. Tras un largo viaje, llega a Santa Lisa, en California. Se registra en un hotel y lo primero que hace en su habitación es buscar un nombre en la guía. Cuando lo encuentra, lo rodea con varios círculos a lápiz. En el siguiente plano vemos a un hombre feliz junto a su mujer y su hijo: la comunidad le está ofreciendo un homenaje. Aunque no sea ya necesario, cuando dicen su nombre sabemos que es a quien busca el forastero.

En cinco minutos magistrales conocemos al protagonista, a su antagonista y el conflicto, marca de fábrica de cierto cine americano que contaba con pocos medios y en el que el guionista y el director disponían de poco metraje para contar una historia y contarla bien.

Robert Ryan Act of Violence

Tras este vertiginoso inicio iremos enterándonos de por qué Joe Parkson (Robert Ryan) lleva años siguiendo la pista de Frank Enley (Van Heflin), y junto a nosotros la abnegada esposa de Enley (una jovencísima Janet Leigh) descubrirá ciertos detalles del pasado de su esposo no precisamente honrosos. Perseguidor y perseguido irán convirtiéndose en personajes cada vez más ambiguos, rodeados por las sombras de la fotografía del gran Robert Surtees, y la soleada California dejará paso a un mundo oculto bajo el American Way of Life en el que habitan prostitutas de buen corazón (maravillosa Mary Astor) y matones a sueldo a los que recurrir si tu maravilloso estatus se ve amenazado.

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Estupendo guion de Robert L. Richards para una de mis películas preferidas de Zinnemann, en la que brillan especialmente dos momentos: el inicio antes comentado y un detalle de dirección impresionante en una de las escenas finales. Con una gran profundidad de campo, en primer término vemos a Enley caminando, a punto de salir de cuadro; a su derecha, a lo lejos, se acerca Parkson, y a su izquierda aparece un coche conducido por el matón que ha contratado Enley: la llegada de los tres personajes al punto de encuentro en el que se resolverá el conflicto mostrada de manera antológica mediante un solo plano.

Act of Violence 8


Tomado de cinestonia

Muy notable ejercicio de cine suspenso, thriller repleto de intriga, incertidumbre y mucha emoción, en una más que correcta cinta de un por entonces ya experimentado director, el apreciable Fred Zinnemann. En este caso nos entrega un muy disfrutable ejemplo de film noir, con uno de los actores norteamericanos referentes del género, que destacó siempre por su versatilidad y eficiencia, que, sin ser un actor de relumbrón ni una superestrella mediática, siempre realizó trabajos más que decentes, me refiero al buen Robert Ryan. En esta oportunidad, como en muchas otras, encarnará al antihéroe, un renegado y resentido ex combatiente de guerra, que participó en la Segunda Guerra Mundial, conflicto en el que se enfrentó a los nazis, y en el que la cobardía de su entonces oficial al mando, le costó serio daño a su integridad física, además de la vida de los integrantes de su pelotón. Ahora, pasado el tiempo, Ryan busca venganza, y lo hará desalmadamente, sin dar tregua, hostigando y atormentando al culpable de todo lo sucedido, en una cadena de actos de violencia que a nadie dejará indiferente. Para acompañarlo, tenemos al también apreciable Van Heflin interpretando al torturado ex oficial, y a la recordada Janet Leigh como su esposa, en un elenco que está a la altura de la cinta, y sobre todo, a la altura de su director, que al narrarnos esta interesante e inquietante historia, realiza un trabajo notable en la puesta en escena, tanto narrativamente, como con recursos expresivos, visuales, muy propios de la corriente que representa.

 

Inicia la acción, un individuo aparece, tiene dificultades para caminar, cojea, solo se lo aprecia cargando un arma, el título aparece, y se denota que algo trama el misterioso sujeto. El oscuro personaje, acto seguido, llega a un hotel, donde se hospeda, y recelosamente, no da ni un detalle de más acerca de su identidad o actividades. En otro lugar, siempre en territorio yanqui, un ex combatiente de guerra está siendo reconocido y agasajado, es Frank R. Enley (Heflin), tiene una hermosa esposa, Edith (Leigh), y un hijo aún pequeño. El condecorado parte de viaje, se va de pesca, y poco después, aparece nuevamente el renqueante personaje (el gran Ryan), que luego de llamar por teléfono a su casa, va a buscarlo en persona, no lo encuentra, pero su esposa le informa de a dónde fue a pescar. Llega al lugar, lo acecha, todo el tiempo armado, pero Frank, al enterarse de que un sujeto cojo lo está siguiendo, se altera y atemoriza en extremo, y aunque acaba de llegar al lago a pescar, se retira inmediatamente. Vuelve a casa antes de tiempo, preocupado, y nuevamente reciben la visita del sujeto, que Frank identifica como Joe Parkson, pero apenas nota su presencia, apaga las luces, se esconde, manifiesta un temor extremo. Frank cuenta a su esposa que, durante la guerra, Joe sufrió un accidente, quedando lisiado, y ahora lo culpa por lo sucedido, pero la historia se siente incompleta, hay detalles no compartidos con Edith. Alguna vez amigos, ahora son enemigos, y Joe fue la causa por la que el matrimonio se mudó en el pasado.



Parkson vuelve a la casa, encuentra a Edith sola, contándole que, durante la guerra, fue su esposo un soplón para los nazis, recibiendo por ello trato especial, pero esto lo hizo responsable de la muerte de muchos compañeros. Ya descubierto, Frank le confiesa a su esposa que es verdad, que, capturados en un campo de concentración nazi, su pelotón había cavado un túnel para escapar de esa pesadilla, Joe se lo contó en confidencia, y Frank, alertó a los nazis, con la promesa de ellos de que no eliminarían a su pelotón, y tras lo cual recibió alimento por su información. Todos murieron, solo Joe sobrevivió, pero lisiado. En el fondo un cobarde, no lo hizo por ayudar a sus soldados, sino por recibir alimento, y ahora no publica la historia por temor. Parkson continúa, implacable, en su persecución, mientras aparece Ann (Phyllis Thaxter), una mujer con la que tiene una relación, quiere detenerlo. Huyendo, Frank conoce a una mujer, que hace de intermediaria ofreciendo dinero a Joe, pero Parkson ríe a carcajadas. Luego, ella le presenta a Frank un abogado, y éste, tras escuchar su problema, aconseja emboscar y darle su merecido al hostigador. Su angustia aumenta, ebrio, piensa en matarse, contacta a un sicario, que lo ayuda, prepara la emboscada y lo persuade de actuar, mientras Ann suplica a Joe que abdique. Ya cuerdo, Frank reconsidera lo que va a hacer, y va al lugar donde emboscarán a Joe. Allí encuentra a Parkson y al sicario, y se sacrifica por salvar a su antiguo subalterno, muriendo ambos, él y el sicario. Finalmente, Joe afirma que él informará a la viuda.

Termina de esta forma una cinta sumamente apreciable, excelente ejercicio de cine negro, film noir que destila su esencia, particularmente en el apartado de expresión visual. Y es que, durante prácticamente toda la cinta, se aprecia un perenne ambiente de oscuridad, tétrico suspenso, las sombras que lo impregnan todo, eso incrementa de forma notable un ya natural suspenso, una intriga en la que se sume el atormentado ex combatiente de guerra, y una incertidumbre en la que se sume el espectador. El efecto omnipresente de las luces y las sombras crean un efecto que refuerza el suspenso, la emoción, potencian el agudo drama, particularmente en la primera parte, donde impera la situación de escondite, de clandestinidad, de miedo, una circunstancia incierta que se refuerza con esa tenebrosa ambientación. Si bien en la parte inicial es particularmente notable ese correcto trabajo de sombras y luces, se aprecia durante toda la cinta, y es sin duda un detalle a favor de la misma, que la distingue y eleva. Es casi inevitable notar en esta película una iniciadora de un filme que vería la luz catorce años después, y que probablemente, de una u otra forma, encontró inspiración en esta producción. Me refiero a Cape Fear (1962), del gran J. Lee Thompson, que retomaría la historia de un sujeto insoportablemente hostigado por un resentido, un personaje tiempo atrás perjudicado, y que años después buscará venganza, obsesionado con hacer justicia a quien considera principal responsable de lo sucedido; la ley que se ve imposibilitada de actuar, la desesperación que crece ante el acecho, y una emboscada que se prepara, aconsejada por la propia ley, todos elementos comunes. Ajustada y matizada, con unos detalles algo más pulidos, otros menos trabajados, la cinta de Thompson me resulta un innegable y total guiño a esta obra. Y para darle vida a este thriller, cuenta Zinnemann con la invaluable participación de Robert Ryan, perfecto en el papel del implacable y oscuro personaje, el sombrío vengador, casi inhumano y resentido, que se erige en el indiscutible protagonista de la cinta, el desalmado que ejecuta la frenética persecución, y el perfil de hombre duro de Ryan, su siempre sobria y seria interpretación, encajan excelentemente, es el protagonista sobre el que descansa toda la película, un actor considerado siempre secundario, pero que es igual, o más brillante, que muchos actores principales. Acompañando al gran Ryan se encuentran Van Heflin y Janet Leigh, que no desentonan, y completan este muy apetecible ejercicio de film noir, de ritmo frenético, como la persecución, el cual debemos agradecer a su director, al buen realizador Fred Zinnemann.







Tomado de cinegratiacinema

Act of Violence_1949_Cine Gratia Cinema

Si Fuego en la nieve trataba sobre los estragos físicos y mentales durante un episodio concreto de la Segunda Guerra Mundial, Acto de violencia (Act of Violence, 1949, Fred Zinnemann) nos habla de dichos estragos una vez concluido el conflicto bélico. ¿Cuáles fueron las repercusiones de los actos de aquellos que combatieron? ¿Fueron actos de coraje o de cobardía? A estas dos preguntas alude directamente este modesto film noir que se estrenó un 22 de enero de 1949 y que hoy también celebra su 70 aniversario. Revestido de thriller y con un apasionante cara a cara entre sus dos protagonistas masculinos, Van Heflin y Robert Ryan, la película guarda bajo la manga temas verdaderamente controvertidos para la época y para su productora, de nuevo la Metro Goldwyn Mayer. Con un guión trepidante, una filmación portentosa y unas actuaciones extraordinarias; Acto de violencia es de obligado visionado para todo aficionado del género negro y, si me apuras, del cine en general.

Más cerca estaba la MGM de espléndidas adaptaciones literarias como Mujercitas (Little Women, 1949, Mervyn LeRoy) –de la que hablaremos más adelante–, en la que curiosamente intervienen dos de sus intérpretes femeninas, una joven Janet Leigh y una soberbia Mary Astor en un papel muy alejado de su Marmee, como luego abordaremos. A semejante pareja de actrices se suma Phyllis Thaxter, sobretodo conocida por sus posteriores apariciones televisivas en míticas series como La hora de Alfred Hitchcock (The Alfred Hitchcock Hour, 1962-1965) o La dimensión desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964). Y es que algo tiene esta película que parece anteceder tales producciones televisivas. A su concisa narración se añade el hecho de que los títulos de crédito íntegros aparecen al finalizar Acto de violencia y no al principio como era habitual en la época. Por ello, pese a ser consciente que se trata de un film, no puedo evitar relacionarla con los inicios de la televisión y con otro tipo de cine que se estaba gestando.

Van Heflin and Robert Ryan in Act of Violence_Film Noir Foundation
Van Heflin y Robert Ryan en Acto de violencia.
Imagen vía Film Noir Foundation.

La película da comienzo con la llegada del siempre inquietante Robert Ryan desde Los Angeles a Santa Lisa en California. Ataviado con una gabardina, con su rostro sombrío y angustiosa cojera, Ryan se nos muestra como un individuo trastornado y obsesionado con encontrar a Frank R. Enley, interpretado por Van Heflin. Éste, por el contrario, se exhibe como un personaje respetable, héroe veterano y totalmente asentado en la comunidad junto a su mujer, Janet Leigh y su hijo pequeño. Una existencia idílica que esconde un terrible secreto. Durante su inicio, Acto de violencia presenta el aspecto de un thriller sobre acosador y víctima; un cara a cara, como apuntábamos al principio. Sin embargo, a medida que avanza el film, esta percepción inicial se transforma en algo mucho más perturbador que tiene que ver con hechos transcurridos durante la Segunda Guerra Mundial. De este modo, se produce en esta historia un giro magistral en el que nuestra conciencia y juicio original se hacen añicos.

El entorno, como en todo film negro y como en el film de Wellman es de vital importancia. No obstante, en este caso, en Acto de violencia sí se usaron escenarios reales. Puntos emblemáticos de la ciudad de Los Ángeles, como el funicular Angels Flight (Angels’ Flight Railway) –que podéis ver en la fotografía de abajo– o el lago Big Bear (Big Bear Lake) –que en la cinta aparece como Redwood Lake– en San Bernardino fueron magníficamente capturados por el director de fotografía Robert Surtees, galardonado por sus posteriores trabajos en Ben-Hur (id, 1959, William Wyler), Cautivos del mal (The Bad and the Beautiful, 1952, Vincente Minnelli) o Las minas del rey Salomón (King Solomon’s Mines, 1951, Compton Bennett & Andrew Marton), entre otras.

Angels Flight Railway in Los Angeles
Fotograma de Acto de violencia en el que aparece el Angels Flight Railway de Los Ángeles.

Sin embargo, a pesar del fascinante paisaje urbano característico del cine negro, esta cinta no fue en absoluto un éxito de taquilla sino todo lo contrario en su momento. En parte, presumimos por la temática que aborda, no muy cómoda en general y de la que el hombre no sale muy bien parado y pienso también por su construcción, como mencionaba más acorde con posteriores producciones televisivas. Los personajes femeninos muestran en general mayor sentido común, independientemente de su procedencia o estrato social. De entre todas sobresale Mary Astor, a la que ya hemos aludido y a la que es un placer recuperar para el género negro para el que ya demostró unas inmensas dotes en El halcón maltés (The Maltese Falcon, 1941, John Huston). Se nos escapa por qué no apareció en más cine negro pues incluso con un personaje mucho más pequeño de los que acostumbraba a interpretar en aquella época, cala de lleno en el espectador.

Mary Astor and Van Heflin in Act of Violence (1949)
Mary Astor Van Heflin en una escena de Acto de violencia.
Imagen vía Harvard Square.

Probablemente muy avanzada a su tiempo, el guión estaba tremendamente armado por Robert L. Richards que terminó su carrera de forma prematura debido a la caza de brujas y estaba basado en una historia de Collier Young, a su vez creador de la mítica serie Ironside (id, 1967-1975) y productor y escritor junto a su ex-mujer Ida Lupino de otras joyas poco conocidas como El autoestopista (The Hitch-Hiker, 1953, Ida Lupino). Semejante material fue cedido al gran director Fred Zinnemann, en aquel momento bajo contrato con la MGM y no muy contento precisamente con el tipo de encargos recibidos. Todo cambió con Acto de violencia.

Este director de origen austríaco, conoció tras el final de la Segunda Guerra Mundial que sus padres habían fallecido en campos de concentración nazis. Junto con Acto de violencia, Zinnemann realizó Los ángeles perdidos (The Search, 1948, Fred Zinnemann), Hombres (The Men, 1950, Fred Zinnemann) –el debut en el cine de Marlon Brando– y Teresa (id, 1951, Fred Zinnemann); todas ellas muestran sucesos traumáticos derivados de la guerra. Se caracterizó por tratar historias de elevado contenido y conflicto moral y por conseguir grandes interpretaciones. Muestra de ello son absolutos clásicos como Solo ante el peligro (High Noon, 1952, Fred Zinnemann), De aquí a la eternidad (From Here to Eternity, 1953, Fred Zinnemann) o Historia de una monja (The Nun’s Story, 1959, Fred Zinnemann).

Robert RyanJanet Leigh y el director Fred Zinnemann durante el rodaje de Acto de violencia.

Otra película de cine negro será nuestro siguiente post de esta serie de aniversarios de cine del 2019 ya en febrero pero, por el momento, no puedo por menos que recomendaros Acto de violencia de todo corazón.  Me lo agradeceréis.

«Siempre puedes encontrar motivos, incluso los nazis tenían motivos. Lo hice para salvar vidas, ese fue… Mi motivo.»
– Frank R. Enley


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